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Alfaguara 2010.
Casi siempre empieza igual, notable acuerdo político en montones de cosas y gran confianza
recíproca, pero en algún momento los militantes no literarios se dirigirán amablemente a los
militantes literarios y les plantearán por archienésima vez la cuestión del mensaje, del contenido
inteligible para el mayor número de lectores (o auditores, o espectadores, pero sobre todo de
lectores, oh sí).
En esos casos Lucas tiende a callarse, puesto que sus libritos hablan vistosamente por él, pero como
a veces lo agreden más o menos fraternalmente, y ya se sabe que no hay peor trompada que la de tu
hermano, Lucas pone cara de purgante y se esfuerza por decir cosas como las que siguen, a saber:
Y no será planteada
al escritor poeta
narrador
novelista
es que renuncie a adelantarse
y se instale hic et nunc (¡traduzca, López!)
para que su mensaje no rebase
las esferas semánticas, sintácticas,
cognoscitivas, paramétricas del hombre circundante. Ejem.
Diréles en confianza
que ojalá se pudiera
frenarse en la carrera
a la vez que se avanza. (Esto me salió flor).
Pero hay leyes científicas que niegan
la posibilidad de tan contradictorio esfuerzo,
y hay otra cosa, simple y grave:
no se conocen límites a la imaginación
como no sean los del verbo;
lenguaje e invención son enemigos fraternales;
y de esa lucha nace la literatura,
el dialéctico encuentro de musa con escriba,
lo indecible buscando su palabra,
la palabra negándose a decirlo
hasta que le torcemos el pescuezo
y el escriba y la musa se concilian
en ese raro instante que más tarde
llamaremos Vallejo o Maiakovski.
—O sea que, para simplificar —concluye Lucas tan harto como sus compañeros— yo propongo
digamos un pacto.
—Nada de transacciones —brama el de siempre en estos casos.
—Un pacto, simplemente. Para ustedes, el primum vivere, deinde filosofare se vuelca a fondo en el
vivere histórico, lo cual está muy bien y a lo mejor es la única manera de preparar el terreno para el
filosofar y el ficcionar y el poetizar del futuro. Pero yo aspiro a suprimir la divergencia que nos
aflige, y por eso el pacto consiste en que ustedes y nosotros abandonemos al mismo tiempo nuestras
más extremadas conquistas a fin de que el contacto con el prójimo alcance su radio máximo. Si
nosotros renunciamos a la creación verbal en su nivel más vertiginoso y rarefacto, ustedes
renuncian a la ciencia y a la tecnología en sus formas igualmente vertiginosas y rarefactas, por
ejemplo, las computadoras y los aviones de reacción. Si nos vedan el avance poético ¿por qué van a
usufructuar tan panchos el avance científico?
—Está completamente piantado —dice uno con anteojos.
—Por supuesto —concede Lucas—, pero hay que lo que me divierto. Vamos, acepten. Nosotros
escribimos más sencillo (es un decir, porque en realidad no podremos), y ustedes suprimen la
televisión (cosa que tampoco van a poder). Nosotros vamos a lo directamente comunicable, y
ustedes se dejan de autos y de tractores y agarran la pala para sembrar papas. ¿Se dan cuenta de lo
que sería esa doble vuelta a lo simple, a lo que todo el mundo entiende, a la comunión sin
intermediarios con la naturaleza?
—Propongo defenestración inmediata previa unanimidad —dice un compañero que ha optado por
retorcerse de risa.
—Voto en contra —dice Lucas, que ya está manoteando la cerveza que siempre llega a tiempo en
esos casos.