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Democracia en Venezuela Actualmente

Si bien la noción de democracia abarca un campo semántico amplio, en el caso


venezolano ha devenido particularmente en un concepto impreciso y
manipulable en aras de justificar el derrocamiento de un presidente electo por
la mayoría del padrón electoral de su país. “Restauración democrática”,
“cambio democrático”, “gobernabilidad democrática”, son frases cada vez más
comunes cuando se hace referencia a Venezuela.

Desde Lima, el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, afirmó


recientemente que “el mensaje del presidente Trump es de apoyo a la
oposición venezolana: estamos con ustedes, para ver la libertad nuevamente y
que se ponga fin a la crisis humanitaria. Nicolás Maduro ha convertido la
democracia en una dictadura. El diputado opositor Julio Borges, quien ha
asumido con mayor visibilidad la campaña por intervenir Venezuela desde el
exterior, expresa permanentemente afirmaciones como: “frenamos el
financiamiento internacional al gobierno por haber dejado de lado la
democracia” juntos logramos que hoy los países democráticos estén
presionando para que se restituya la democracia”. Por su parte, el secretario
general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro,
maneja un discurso abiertamente antielectoral con respecto a Venezuela: “Esta
dictadura no se va a ir por las buenas (…) hay que plantearse las variables de
ruptura del régimen porque no hay proceso electoral válido en Venezuela.

Hay numerosos ejemplos de este tipo de enunciaciones. La sobreexposición


del caso venezolano en la narrativa mediática logró posicionar un relato basado
en la estigmatización a su Gobierno como dictatorial y en la necesidad de
deponerlo mediante todas las medidas posibles, incluyendo el bloqueo
financiero (ya en curso) y la anunciada intervención militar.

Una de las estrategias de intervención en los asuntos venezolanos por vías


alternas fue la creación de una coalición de países que -ante la imposibilidad
de aplicar a Venezuela la Carta Democrática Interamericana de la OEA (pues
no obtuvieron la mayoría de votos) – idearon una plataforma denominada
“Grupo de Lima”. Desde allí, los gobernantes de doce países de la región,
dirigidos por el Gobierno de Estados Unidos, se han dado la tarea de atacar al
Gobierno venezolano, llegando a presionar al Gobierno peruano para que
retirara la invitación al presidente Nicolás Maduro a la Cumbre de las Américas.

Paradójicamente, en nombre de la democracia y sin ningún soporte jurídico


internacional, los presidentes del Grupo de Lima denuncian y toman
resoluciones contra el Gobierno venezolano, aunque dicha coalición esté
compuesta por Gobiernos implicados en fraudes electorales, golpes de Estado
y destituciones por corrupción, como son los casos de Honduras, Brasil y Perú
respectivamente.
¿En nombre de cuál democracia?

Se ha convertido el término “democracia” en lo que el filósofo argentino Enrique


Dussel llamara un “enunciado ideológico encubridor” que busca confundir en
aras de un discurso cercano al sofisma. La maquinaria internacional que se ha
desplegado en contra del Gobierno de Nicolás Maduro involucra una
importante inversión en dinero y, sobre todo, la motorización de intereses
especiales, que van mucho más allá del derrocamiento de un Gobierno.

Por un lado, Washington puja por recuperar la primacía perdida por la


emergencia de China y Rusia en la geopolítica mundial y opera para retomar su
“patio trasero” luego de la década ganada por Gobiernos de izquierda en
América Latina. Por otro, para nadie es un secreto que Venezuela posee una
de las más importantes reservas del mundo de crudo y otros recursos, como
oro y diamantes, que además son respaldo del petro, la criptomoneda lanzada
al ruedo por el Gobierno venezolano y sancionada por el Gobierno de Trump.
Aunado a ello, en esta especie de revival de la Guerra Fría, el chavismo y lo
que representa como un Gobierno que ha resistido 18 años de asedio político y
económico internacional, es un hueso que molesta demasiado a la narrativa
hegemónica. En estas circunstancias, aplicar la dicotomía democracia vs.
dictadura mediante sistemáticas agresiones mediáticas y diplomáticas, ha sido
la estrategia (nada novedosa por lo demás) para sembrar en el sentido común
la posibilidad de una intervención financiera y militar en nombre de la
democracia.

Pero ¿en nombre de cuál democracia? Hoy los líderes de la oposición al


Gobierno venezolano se respaldan en la Constitución de 1999, cuando ellos
mismos organizaron un golpe de Estado que disolvió todos los poderes
públicos en 2002 y desconocieron en múltiples oportunidades la Carta Magna
que inaugurara el Gobierno de Hugo Chávez. Estos líderes han participado en
22 elecciones, rechazando los resultados sólo en las que no salieron
favorecidos y, actualmente, son los voceros del abstencionismo y el
desconocimiento de las elecciones presidenciales del 20 de mayo de 2018.

Democracia mainstream vs. Democracia participativa

El índice que mide la calidad democrática que calcula The Economist


Intelligence Unit (EIU) ubica a Venezuela en el último puesto de la región,
precedido por Cuba, Bolivia, Nicaragua y Honduras, los cuales serían
“regímenes autoritarios” en contraposición a “democracias plenas” como las de
Canadá y Estados Unidos. Este índice evalúa mediante encuestas y estudios
de expertos, la calidad democrática según cinco valores: 1) Proceso electoral y
pluralismo, 2) Participación política, 3) Cultura política, 4) Libertades civiles y
derechos humanos básicos y 5) Calidad del funcionamiento del Gobierno.

Comparativamente, es considerable el sesgo y la sujeción al statu quo global


que muestra este tipo de mediciones, además muy utilizadas y reproducidas en
el ámbito internacional como herramientas de legitimación de ciertos discursos
sobre otros. Un claro ejemplo es lo ocurrido con el cada vez más frecuente
fenómeno de lawfare o judicialización de la política en América Latina, que
utiliza a los poderes judiciales en función de los intereses de una clase política
sobre otra, mostrando una total intervención de poderes, lo que atenta
directamente contra el funcionamiento democrático de los Gobiernos. Otro
ejemplo reciente es el ataque unilateral por parte de EE.UU., Francia y Reino
Unido a Siria, en el que el ejecutivo estadounidense atacó aún sin contar con el
permiso del Congreso. Sin embargo, ninguna de esas democracias son objeto
del señalamiento reiterado que padece a diario el Gobierno venezolano.

Una mirada a la Democracia participativa

La Constitución venezolana instituye la noción de “democracia participativa y


protagónica” con el propósito de ampliar el campo de acción de la democracia
representativa o liberal que prevalecía en los Gobiernos anteriores al chavismo.
La democracia representativa padeció de una grave crisis de legitimidad que
junto con la aplicación de recortes económicos neoliberales provocaron en
1989 una rebelión popular de gran resonancia e impacto en la historia de
América Latina, conocida como “el Caracazo”, y que años después diera pie al
corrimiento electoral de la partidocracia instaurada por el Pacto de Punto Fijo
(los partidos Acción Democrática y Copei alternándose acordadamente el
poder) y a la posterior elección de Hugo Chávez como presidente.

Bajo la democracia participativa, el Estado venezolano busca desarrollar


espacios de participación ciudadana y garantizar el acceso a derechos sociales
a través de los programas denominados “misiones”. Las misiones atienden a la
población en cuanto a educación, salud primaria y preventiva, vivienda y
sistema de pensiones, entre otros derechos. La imagen de Venezuela que
construye la mediática internacional no muestra estas políticas sociales que
buscan profundizar el proceso democrático venezolano.

1.- Identidad y ciudadanía. En 1999 millones de personas no se encontraban


registradas en ningún censo y no poseían cédula o carnet de identidad, lo que
los excluía por completo de todo tipo de derechos, incluso del de votar. Con el
programa Misión Identidad, el Gobierno de Hugo Chávez registró y ceduló a
más de 18 millones de personas entre 2003 y 2006, dándoles el estatus de
ciudadanos.

2.- Descentralización y actualización del sistema electoral. La reforma del


sistema electoral de 2004 permitió reubicar y abrir nuevos centros de votación
para descentralizar el acceso territorial al voto. También es significativa la
inversión en innovación y tecnología que ha realizado el Consejo Nacional
Electoral (CNE) venezolano para mejorar el sistema de votación, que hoy en
día es totalmente automatizado, puede ser auditado en todas sus fases y
realiza autenticación biométrica del elector. A pesar del ataque del que es
objeto, el sistema electoral venezolano ha sido reconocido por diversos
observadores internacionales como efectivo y confiable, incluso como el “mejor
del mundo” como afirmara en 2012 el expresidente de Estados Unidos, Jimmy
Carter.

3.- Elecciones y voto. Desde 1999, es excepcional la alta cantidad de


elecciones realizadas en Venezuela: en 18 años 23 elecciones, todas con un
nivel de participación de más del 50% del electorado. A diferencia de países
como Colombia o Chile, en Venezuela la abstención es muy baja, inclusive en
elecciones regionales. En las elecciones de gobernadores de 2017 la
abstención fue de 38,8%, muy por debajo de la abstención que ocurría en este
tipo de elecciones regionales antes de 1999.

4.- Educación gratuita en todos los niveles. La educación en Venezuela es


gratuita desde la etapa inicial hasta la universidad, hecho que duplica la meta
programada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura (Unesco) que estipula que la educación pública y gratuita
se garantice al menos por doce años, mientras que en Venezuela se cubre
hasta los 24 años aproximadamente, pues incluye los estudios universitarios. El
presupuesto actual en materia educativa alcanza 7,5 % del Producto Interno
Bruto (PIB), y el 70 % de la población estudiantil (más de 8 millones de
personas) estudian es instituciones públicas. Los niños y jóvenes venezolanos
son beneficiados con el programa Canaima, que distribuye gratuitamente
computadoras en los niveles primario, secundario y universitario.

5.- Seguridad social para personas mayores. Desde 1999, en Venezuela el


número de personas pensionadas ha aumentado de 387.000 a más de 3
millones, un crecimiento que cubre al 90 % de la población adulta. La Misión
Amor Mayor, creada en 2011, prevé pensionar al 100 % de los adultos mayores
al finalizar 2018.

6.- Vivienda. La Gran Misión Vivienda Venezuela es una política que surge
para atender a las familias damnificadas por las tormentas ocurridas en
algunos estados de Venezuela en 2010. Se trata de la construcción de
urbanismos en todo el territorio nacional que son vendidos a precios muy bajos
a sus nuevos habitantes. Contempla también financiamientos para adquisición,
autoconstrucción y mejoras de viviendas. Bajo esta modalidad, para el 2018 el
Estado venezolano ha construido más de 2.000.000 de viviendas.

7.- Organización ciudadana. En Venezuela se han ensayado distintas maneras


de transferencia de poderes a la ciudadanía y formas de impulsar la
organización. Desde los Consejos Comunales y las Comunas, hasta los
Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), sin estar exentos de
contradicciones y complejidades, existen en Venezuela diversos espacios de
organización para la resolución conjunta de necesidades comunitarias. Estas
instancias de organización ciudadana cuentan con respaldo jurídico.

8.- Derechos de las mujeres. En 2007 se aprueba en el Congreso la Ley


Orgánica para el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, una de
las normas jurídicas más avanzadas de la región. Contempla 19 formas de
violencia e incorpora el femicidio y la inducción al suicidio. Para combatir la
violencia obstétrica, en 2017 el Ministerio de la Mujer lanzó el Plan Nacional de
Parto Humanizado que promueve la formación de diez mil promotoras en parto
humanizado para acompañar y orientar mujeres y familias en todo el territorio
del país.

De la cultura política a la resolución económica

La enumeración de aciertos y políticas para garantizar el sistema democrático


sólo pretende mostrar parte de la realidad que las corporaciones mediáticas no
visibilizan. Si bien la crisis económica ha socavado el acceso a bienes y ha
generado un ambiente de tensión latente en la ciudadanía, las políticas de
acceso a derechos elementales no han dejado de existir. El sistema
democrático venezolano pude tener desatinos como los tienen, y en gran
medida, la mayoría de los países de la región, pero los logros en materia de
ampliación de derechos son un hecho.

Ante las elecciones presidenciales de mayo, más que la pregunta por la


democracia como un orden general, cabe la duda sobre la cultura política tan
avanzada en Venezuela tras años de contiendas electorales y participación
social. El ambiente electoral, antes asumido como un ritual colectivo nacional,
ha cedido paso a la necesidad de resolución inmediata de la cotidianidad, pues
la crisis económica se ha instalado como una realidad ineludible. El interés
ciudadano ha desplazado el protagonismo de la política como arena de disputa
cotidiana por la estabilidad económica, lo que, sin embargo, no oculta la
imbricación que la situación económica tiene con la pugnacidad política entre el
Gobierno y la derecha opositora, respaldada por el sector empresarial y por la
comunidad internacional.
La presión y las sanciones económicas internacionales están muy lejos de
aportar soluciones a las dificultades internas del país caribeño, antes bien son
parte central del problema económico que éste atraviesa. Las elecciones
presidenciales se proyectan como un posible tablero para zanjar la pugnacidad
y arremetida contra el Gobierno y abrir la posibilidad de un acuerdo nacional
que permita reestablecer las condiciones económicas y políticas adecuadas
para seguir profundizando la democracia.

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