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RESUMEN AMPLIADO
Pensar la enseñanza de la filosofía como una experiencia social del filosofar no es una idea
original. Es una práctica presente en la historia del pensamiento filosófico y en nuestro
medio ha sido motivo de reflexión de destacadas y destacados filósofos ( Vera Waksman,
Walter Kohan, Laura Agratti, Alejandro Cerletti, Maximiliano López, Gustavo Santiago,
Laura Galazzi, Juan Nesprías, Muriel Vazquez, entre muchos otras y otros profesores)
En su texto de Lógica, Kant afirma: “…Él (el profesor) no debe enseñar pensamientos, sino
a pensar; no debe transportar al alumno, sino guiarlo, si se quiere que él sea apto, en el
futuro, para caminar por sí mismo. Semejante didáctica la exige la propia naturaleza de la
Filosofía.” (Kant, Logica, Ak 3ñ06, A5). Un primer punto a tener en cuenta es que quien
pretenda enseñar filosofía deberá enseñar a pensar; a pensar lo pensado, a problematizar lo
pensado, a producir pensamiento.
Asociado a lo anterior, considero que pensar interpela nuestra interioridad; requiere el acto
de posición de un yo. Kant enfatiza que esta enseñanza debería promover el desarrollo de
una aptitud “en el futuro” de un yo que podrá “caminar por sí mismo”. Esta dimensión
yoica del pensamiento filosófico es esencial hacerla presente.
La relación entre el pensar y el yo nos conduce a reparar que pensar es una acción y, en
tanto que proviene de la posición de un yo, una acción voluntaria. Me permito reflexionar
brevemente sobre esto desde una perspectiva aristotélica (Etica Nicomaquea, L III).
Aristóteles sostiene que toda acción voluntaria supone necesariamente a un ser humano
como causa. La novedad de la acción voluntaria es que surge de un proceso de pensamiento
deliberativo (silogismo práctico) que tiene en cuenta dos grandes dimensiones de sentido: el
deseo de algo que se considera valioso (la premisa mayor acerca de lo bueno) y las
circunstancias que hacen realizable ese deseo (la premisa menor acerca de los medios); la
consideración de ambos tópicos conducirá a una elección (conclusión) que en toda persona
razonable se manifestará en su comportamiento y en su vida.
Pensamos lo que nos interesa, lo que nos afecta, lo que le damos valor en tanto nos afecta.
Esta dimensión desiderativa del pensar, desde mi parecer, es un elemento originario de la
filosofía. Considerar esta íntima relación del deseo con el pensar nos lleva a un nuevo
elemento de la experiencia del filosofar: sólo podemos pensar lo que tenga un sentido para
nosotros. Todo lo pensado se constituye en primer lugar como un signo que nos desafía a
ser develado y a construir sobre él una propuesta de sentido.
En este camino analítico que hemos emprendido a partir de la cita de Kant descubrimos que
pensar contiene una dimensión que compromete quienes somos y qué vamos a hacer de
nosotros mismos. Aristóteles lo señala a propósito de las virtudes: “no investigamos para
saber qué es la virtud, sino para ser buenos, ya que en otro caso sería totalmente inútil”
(EN,II, 1103 b 26-29). El pensar tiene consecuencias en la transformación de nosotros
mismos y de nuestra situación.