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Una crisis sistémica

Netto plantea como el jefe de la economía capitalista a estados unidos.

La economía Norteamericana de los últimos treinta años, creció a pasos de tortuga (con
excepción de la industria bélica y de la industria de la seguridad privada). Pero el peso del país
en el escenario mundial es indiscutible y se explica: ellos tienen 560 bases militares en el
exterior. Ejerciendo desde el fin de la Guerra Fria el papel de gendarme universal, se ve que la
distinción de recursos para la salud publica en los EEUU no es ninguna prioridad, al contrario
de la “salud bancaria”: en la crisis financiera de 2008-09, el Estado (que, siguiendo la retorica
neoliberal, no debe “intervenir en el mercado”) puso en las manos de los banqueros sumas
monetarias fabulosas. Por otra parte, en aquellos años, la ayuda de todos los estados
capitalistas a sus banqueros parece haber alcanzado la cifra de 8,9 billones de dólares.

En 2011-12 , mientras varias centenas de millones de euros son destinados a banqueros, se


asisten a cortes escandalosos en los gastos sociales, con carga exclusivamente para los
trabajadores.

La verdad, desde los años 1990, en todos los continentes se registran crisis financieras,
expresiones localizadas de la dinámica necesariamente contradictoria del sistema capitalista. Y
las crisis, no solo las financieras, hacen, también necesariamente, parte de la dinámica
capitalista (no existe capitalismo sin crisis). Son propias de este sistema las crisis cíclicas, las
cuales viene experimentando regularmente desde la segunda década del siglo XIX. Y que, no
conducen al fin del capitalismo: sin la intervención de millones de hombres y mujeres
organizados para su destrucción, la del capitalismo, incluso en crisis, dejado a sí mismo, solo
resulta… más capitalismo.

Entretanto, hay un tipo de crisis que el capitalismo experimento completamente, hasta hoy,
por apenas dos veces: la llamada crisis sistémica, que no es una mera crisis que se manifiesta
cuando la acumulación capitalista se ve obstaculizada o impedida. La crisis sistémica se
manifiesta implicando toda la estructura del orden del capital.

La primera de estas crisis emerge en 1873, teniendo como escenario principal a Europa y se
prolongo cerca de 23 años, marcada por una depresión de más de dos décadas, y finalizo en el
1896. La segunda crisis sistémica que el capitalismo experimento exploto en 1929 y, como
todo mundo sabe, fue catastrófica; ella implico el mundo, duró en torno a 16 años y solo fue
ultrapasada en la segunda posguerra.

Pues bien, todas las indicaciones mas solidas apuntan que estamos experimentando, en este
momento, una crisis que es de naturaleza sistémica.

Un abordaje más extenso de esta crisis debe tomar en cuenta las transformaciones sufridas
por el capitalismo desde la década de 1970.

Las principales transformaciones societarias:


Fueron las profundas transformaciones societarias emergentes desde la década de 1970 que
rediseñaran ampliamente el perfil del capitalismo contemporáneo. Estas transformaciones
están vinculadas a los formidables cambios que ocurrirán en el llamado “mundo del trabajo” y
que llegaran a producir las equivocas tesis del “fin de la sociedad del trabajo” y de la
“desaparición” del proletariado como clase, cambios que ciertamente se conectan a los
impactos causados en los circuitos productivos por la revolución científica y técnica en curso
desde mediados del siglo XX. Pero son las transformaciones que desbordan ampliamente los
circuitos productivos: ellas implican la totalidad de la sociedad, configurando la sociedad
tardo-burguesa que emerge de la restauración del capital operada desde fines de los años
1970.

En cuanto a las exigencias inmediatas del gran capital, el proyecto neoliberal restaurador se vio
resumido al triple lema de la “flexibilización” (de la producción, de las relaciones de trabajo),
de la “desregulación” (de las relaciones comerciales y de los circuitos financieros) y de la
“privatización” (del patrimonio estatal). En cuanto a la “flexibilización”, aunque dirigida
principalmente para liquidar derechos laborales conquistados a duras penas por los
vendedores de la fuerza de trabajo, también afecto padrones de producción consolidados en la
vigencia del taylorismo fordísta.

Es incuestionable que la “desreglamentación” que el gran capital viene implementando


hipertrofia las actividades de la naturaleza financiera cada vez mas autonomizadas de
controles estatal-nacionales y dotadas, gracias a la tecnología de la comunicación, de
extraordinaria movilidad espacio-temporal. Simultáneamente, la producción segmentada y
descentralizada (la “fabrica difusa”) que es fomentada en varias ramas, propicia una movilidad
(o desterritorialización) de los polos productivos, encadenados ahora en redes
supranacionales, pasibles de rápida reconversión. Al mismo tiempo, los nuevos procesos
productivos implican una extraordinaria economía de trabajo vivo, elevando brutalmente la
composición orgánica del capital, resultado directo en la sociedad capitalista: el crecimiento
exponencial de la fuerza de trabajo excedentaria en fase de los intereses del capital,
descubriendo el “desempleo estructural”. De hecho, el llamado “mercado de trabajo” viene
siendo radicalmente reestructurado- y todas las innovaciones llevan a la precarización de las
condiciones de vida de la masa de los vendedores de la fuerza de trabajo: la orden del capital,
es hoy, reconocidamente, la orden del desempleo y de la “informalidad”.

La tan celebrada “globalización económica” se vincula, no por acaso, a esta “financierizacion”


del capitalismo y a la articulación supranacional de las grandes corporaciones, aunque no se
reduzca a ambas, y viene acentuando el padrón de competitividad intermonopolista y
rediseñando el mapa político-económico del mundo: las grandes corporaciones imperialistas
han dirigido procesos supranacionales de integración (los mega bloques) que, hasta ahora, no
se muestran como espacios libres de problemas para la concentración de los intereses del gran
capital.

Las transformaciones en curso implican la totalidad social. En lo que corresponde a la


estratificación social, se verifica que la estructura de clases de la sociedad burguesa se viene
modificando sensiblemente, inclusive con la desaparición de antiguas clases y camadas
sociales. Ocurren alteraciones profundas, tanto en el plano económico-objetivo de la
producción-reproducción de las clases y sus relaciones, como en el plano ideo-subjetivo del
reconocimiento de la pertenencia de clase.
También se modifican las jerarquías y las articulaciones de las camadas medias, “tradicionales”
(como la pequeña burguesía urbana). Aquel conjunto, hoy más que nunca, es bastante
heterogéneo. También hay modificaciones en las camadas situadas en lo que se podría llamar
como “red del suelo” del orden tardo-burgués, cuya existencia viene siendo degradada
progresivamente por el capitalismo contemporáneo: los segmentos desprotegidos que no
pueden ser sumariamente identificados con el lumpen “clásico”. Tales segmentos
comprenden universos heterogéneos, desde hogares con pensiones miserables, niños y
adolescentes sin cualquier cobertura social, migrantes y refugiados, enfermos estigmatizados,
hasta trabajadores expulsados del mercado de trabajo.

Es legítimo afirmar que, independientemente de modificaciones y diferenciaciones internas,


los portadores del gran capital vienen estructurando una oligarquía financiera global.

Tales cambios, en el cuadro de la estratificación de la sociedad burguesa contemporánea, se


acompañan de alteraciones en el perfil demográfico de las poblaciones, en el proceso de
urbanización, en el crecimiento de las actividades de servicio, en la difusión de la educación
formal y en los circuitos de la comunicación social. Rebatiendo en la estructura de la familia,
todo eso convulsiona los padrones sociales, para lo que contribuye, la emergencia de dos
“agentes sociales independientes”: las mujeres y los jóvenes. Las peculiares problemáticas
femeninas yendo de la opresión en el espacio domestico a los más variados tipos de
subalternidad/exploración en el espacio público, las demandas femeninas ganaran
emancipación, independientemente del alcance efectivo de sus conquistas, atraviesan las
prácticas sociales como cuestiones que ya no pueden ser ignoradas. En cuanto a la juventud
ella paso a constituir una categoría social que adquirió amplitud internacional, generando
innovaciones valorativas y rupturas con padrones de comportamiento, frecuentemente
incorporadas por el orden del capital.

La dinámica cultural del capitalismo contemporáneo, el tardo-capitalismo, es parametrada por


dos vectores, de naturaleza economico-politica y técnica: la traslación de la lógica del capital
para todos los procesos del espacio cultural (creación/producción, divulgación, consumo) y el
desarrollo de formas culturales socializables por los medios electrónicos (la televisión, la
multimedia). Esa cultura incorpora las características propias de la mercadería en el tardo-
capitalismo: su obsolescencia programada, su fungibilidad, su inmediatez. Aunque la sociedad
burguesa contemporánea no se identifique como “sociedad de consumo”, la cultura que en
ella hoy se afirma es una cultura de consumo: ella crea la “sensibilidad consumidora” que se
abre a la devoracion indiscriminada de bienes materiales e ideales.

La inmediatez de la vida social planetariamente mercantilizada es propuesta como la realidad.

Lo que se puede designar como movimiento posmoderno constituye un campo ideo-teórico


muy heterogéneo, y especialmente, en el terreno de sus inclinaciones políticas, se puede
distinguir una teorización posmoderna de capitulación y otra de oposición. Del punto de vista
de sus fundamentos teorico-epistemologicos, sin embargo, el movimiento es funcional a la
lógica cultural del tardo-capitalismo. Pero por esta misma funcionalidad, la retorica
posmoderna es un síntoma de las transformaciones en curso en la sociedad tardo burguesa.
Esa funcionalidad esta en marea creciente en los años corrientes porque la disolución de las
antiguas identidades sociales (clasistas), la atomización y la pulverización inmediata de la vida
social, las nuevas “sensibilidades” producidas por las tecnologías de la comunicación- todo eso,
sumado a las transformaciones ya señaladas, ha erosionado los sistemas constituidos de
vinculación e inserción social. No es un accidente, pues, que grupos, categorías y segmentos
sociales se empeñen en la construcción de “nuevas identidades” culturales, ni que busquen,
dramáticamente, estructurar sus “comunidades”. La “cultura global” se mueve entre la
producción/divulgación/consumo mercantilizado de artefactos globales y la
incorporación/consagración de expresiones particularistas. Hay una nítida descalificación de la
esfera pública universalizadora: el privilegio es conferido a un individualismo de carácter
posesivo, así como también el derecho a la diferencia se impone abstracta y arbitrariamente.
En esta cultura parece vigorar el hecho de que “no hay sociedad, solo individuos”. Según
Hobsbawn “la revolución cultural de fines del siglo XX puede ser más bien entendida como el
triunfo del individuo sobre la sociedad, o mejor, la ruptura de los hilos que antes ligaban a los
seres humanos en texturas sociales”.

En la sociedad civil, mientras la oligarquía financiera global se mueve cada vez más articulada,
encontrando y forzando canales e instituciones para dar forma a sus proyectos, las
tradicionales expresiones y representaciones de las clases y camadas subalternas
experimentan crisis visibles, al mismo tiempo en que emergen en su espacio “nuevos sujetos
colectivos”, de que los llamados nuevos movimientos sociales son la señal más significativa.
Tales movimientos, demandando nuevos derechos y aspirando a ampliaciones del estatuto de
ciudadanía van vitalizando la sociedad civil y renovando pulsiones democráticas. No obstante,
en la medida en que a esos movimientos, hasta ahora, no se imbriquen instancias políticas
capaces de articular y universalizar la pluralidad de intereses y motivaciones que los
componen, su potencial emancipatorio se ve frecuentemente comprometido.

También el Estado burgués, manteniendo su carácter de clase, experimenta un considerable


redimensionamiento. El cambio más inmediato es la disminución de su acción reguladora,
especialmente la disminución de sus “funciones legitimadoras”; “reducción del Estado”, en un
proceso de ajuste que busca disminuir la carga del capital en el esquema general de la
reproducción de la fuerza de trabajo. Sin embargo, aquella reducción, bien definida en las
palabras de orden burgués- “flexibilización”, “desregulación”, “privatización”- deriva del propio
movimiento de la “globalización”. Es evidente que el tardo-capitalismo no liquido el Estado
nacional, pero es claro también que viene operando en el sentido de erosionar su soberanía,
sin embargo, es necesario señalar la diferencia de esa erosión, que atinge diversamente
Estados centrales y Estado periféricos (los más débiles).

La descalificación del Estado, ha sido, como es notorio, lo esencial de la privatización de la


ideología neoliberal: la defensa del “Estado mínimo” pretende, fundamentalmente, “el
Estado máximo para el capital”, se desarrolla, a partir de él, una cultura política antiestatal.

Las corporaciones imperialistas, el gran capital, implementan la erosión de las regulaciones


estatales con el objetivo claramente, de la reducción de derechos sociales, el asalto al
patrimonio y al fondo público, con la “desregulación” siendo presentada como
“modernización” que valoriza la “sociedad civil”, librándola de la tutela del “Estado protector”-
y hay lugar, en esta construcción ideológica, para la defensa de la “libertad”, de la
“ciudadanía” y de la “democracia”. Y, con frecuencia, fuerzas opuestas al gran capital han
incorporado el antiestatismo como priorización de la sociedad civil y, también, como demanda
democrática, de la que resultan dos fenómenos: 1) la transferencia, para la sociedad civil, a
título de “iniciativa autónoma”, de responsabilidades antes asignadas a la acción estatal; 2) la
minimización de luchas democráticas dirigidas a afectar las instituciones estatales.

En forma general, este es el perfil con el que la sociedad tardo-burguesa se presenta en la


apertura del siglo XXI.

Tales victorias, sin embargo, nada aportan de favorable o positivo a la masa de vendedores de
la fuera de trabajo. Más allá de no eliminar el ciclo critico de la dinámica capitalista, tales
victorias del capital penalizan fuertemente a los trabajadores. A ellos les costara, en primer
lugar, sus puestos de trabajo, en segundo lugar, mediante el aumento de la explotación,
reducción de los salarios de aquellos que consiguen mantener el empleo, derivando en la
degradación del padrón de vida. Les costara, en tercer lugar, un fuerte ataque a los sistemas
públicos de seguridad social. Y tales costos solo pueden ser debidamente contabilizados si se
hace un balance extenso de casi tres décadas de “flexibilización” del tardo-capitalismo- y aquí
lo que se constata es que la pauperización absoluta y la relativa, conjugadas o no, crecerán,
aunque de forma diferente, para una mayoría abrumadora de la población mundial.

Los trabajadores, puestos a la defensiva por una compleja conjugación de procesos de los que
no tuvieron control, encontraran fuerzas para una resistencia profunda por acciones de
naturaleza dominantemente molecular, aunque con episodios masivos.

La “flexibilización” del tardo-capitalismo, colocando la masa de trabajadores a la defensiva y


penalizando duramente la abrumadora mayoría de la población mundial, no resolvió ninguno
de los problemas fundamentales puestos por el orden del capital. Pero también: contra la
magnitud hoy alcanzada por estos problemas- y expresada en tres fenómenos: “la creciente
distancia entre el mundo rico y el pobre, el aumento del racismo y la xenofobia, y la crisis
ecológica, que nos afecta a todos- todas las indicaciones sugieren que el tardo-capitalismo
ofrecerá respuestas dominantemente regresivas, operando en dirección de un nuevo
barbarismo.

Resultado: la barbarie del capitalismo contemporáneo:


En síntesis, en los últimos 30 años, el modo de producción capitalista experimento
transformaciones, que se reflejaran distintivamente en las diversas formaciones económico-
sociales en que se concretiza. Aunque se registren polémicas acerca de la naturaleza y de las
complejas implicaciones de esas transformaciones, dos inferencias me parecen
incuestionables:

1) Ninguna de esas transformaciones modifico la esencia explotadora de la relación


capital/trabajo, por el contrario, tal esencia, mundial y universal, se extiende a cada
día.
2) El orden del capital agoto completamente sus potencialidades progresistas,
constituyéndose, contemporáneamente, como barrera a todas las conquistas
civilizatorias.

La primera inferencia se revela mediante varios indicadores: las prolongadas jornadas de


trabajo para aquellos que conservan su empleo, la intensificación del trabajo, la enorme
diferencia entre el crecimiento de rentas capitalistas y el crecimiento de la masa salarial, etc.,
resultando en mayor plusvalía y en la recuperación de formas de trabajo típicas de los
primeros momentos del capitalismo, como también en formas de trabajo forzado y, en casos
extremos, pero no excepcionales, esclavo. La constatación más obvia de este incremento de la
explotación aparece, en todo el mundo, en los mal llamados fenómenos de “exclusión social”.

En todos los niveles de la vida social, el capitalismo tardío no tiene condiciones de propiciar
alguna alternativa progresista para la masa de trabajadores, ni siquiera para la humanidad. El
fundamento de esta verdadera mutación en la dinámica del capital reside en lo que el profesor
Mészaros viene caracterizando como la especificidad del capitalismo: la producción
destructiva, que hace presente la crisis estructural del capital. Todos los fenómenos y procesos
en curso en el orden del capital en los últimos 25-30 años afectan la totalidad de las instancias
constitutivas de la vida social en escala planetaria.

Consecuentemente, es larga la gama de fenómenos contemporáneos que indican el


agotamiento de las posibilidades civilizatorias del capitalismo tardío, o para decirlo de otro
modo, para dar fe que este orden solo tiene para ofrecer, contemporáneamente, soluciones
barbarizantes para la vida social, entre ellas; la financierización especulativa y parasitaria del
capitalismo tardio y su economía de obsolescencia programada, pasando por las tentativas de
centralización monopolista de la biodiversidad y por los crímenes ambientales y, alcanzando la
esfera de la cultura, la decadencia ideologica estudiada por Luckacs.

En el marco de lo que Wacquant caracterizo como la substitución del “Estado social” por el
“Estado penal”, la representación estatal se generaliza sobre las “clases peligrosas”. La
represión dejo de ser una excepcionalidad, se ha tornado un estado de guerra permanente,
dirigido a los pobres, a los “desempleados estructurales”, a los “trabajadores informales”,
estado de guerra que se instala progresivamente en los países tanto centrales como periféricos.
En pocas palabras, crecientemente, parece que solamente la hipertrofia de la dimensión/acción
represiva del Estado burgués puede dar cuenta de la población excedentaria en vista de las
necesidades del capital. Pero, esta es apenas una apariencia.

De hecho, la hipertrofia de la dimensión/acción represiva del Estado burgués se conjuga con


otra dimensión, cohesiva y legitimadora: el nuevo asistencialismo, la nueva filantropía que
satura las varias iniciáticas (estatales, privadas y estatales/privadas) que configuran las
políticas sociales implementadas desde los años 1980-90 para enfrentar el cuadro de la
pauperización contemporánea, es decir de la “cuestión social”, “vieja” y/o “nueva”. Ya no se
esta delante de la tradicional filantropía que marco los modelos de asistencia social que
emergieron en el siglo XIX ni, mucho menos, delante de los programas protectores o de
promoción social que se institucionalizaron a partir del Estado de Bienestar Social.

La política social dirigida a los ahora calificados como Excluidos se perfila, reivindicándose
como inscripta en el dominio de los derechos, aunque especifica del capitalismo tardío: no tiene
la intención de erradicar la pobreza, sino de enfrentar apenas la penuria mas extrema, la
indigencia- conforme su propio discurso, pretende confrontar la pobreza absoluta (vale decir la
miseria extrema), una proposición minimalista. A pesar de ese espantoso minimalismo frente a
una cuestión social maximizada los varios relatos sobre el “desarrollo humano”, regularmente
preparados por el PNUD, dejan claros que sus objetivos- reitero: minimalistas- no serán
alcanzados.

Pues, es precisamente ese minimalismo el que caracteriza varios programas que, por vía de
transferencia de renta- “programa de rentas minimas”- han sido implementados en algunos
países capitalistas centrales y en muchos países periféricos. La experiencia de mas de una
década, especialmente en AL, es muy poco prometedora: en la medida en que no se conjugan
efectivamente con transformaciones estructurales, estos programas acaban por certificarse
como programas de emergencia y básicamente asistencialistas.

La articulación orgánica de represión a las “clases peligrosas” y el asistencialismo


minimalista de las políticas sociales dirigidas al enfrentamiento de la “cuestión social”
constituye una de las fases contemporáneas más evidentes de la barbarie actual. Y es en
este marco que, operan, en tanto profesionales, los asistentes sociales.

El último tercio del siglo XX y la apertura del siglo XXI señalan el agotamiento de las
posibilidades civilizatorias del orden capitalista. Todos los fenómenos y procesos en curso del
orden capitalista en los últimos 20/30 años, a través de complejas redes y sistemas de
mediación están vinculados a esa transformación substantiva (el agotamiento). Ellas afectan la
totalidad de las instancias constitutivas de la vida social a escala mundial.

Consecuentemente, es larga la lista de fenómenos contemporáneos que indican el


agotamiento de las posibilidades civilizatorias del orden tardío del capital, o para decirlo de
otro modo, este orden solo puede ofrecer, contemporáneamente, soluciones barbarizantes
para la vida social.

De hecho, junto con la dimensión/acción represiva del Estado burgués se conjuga otra
dimensión, cohesiva y legitimadora: el nuevo asistencialismo, la nueva filantropía. Ya no se
está frente a la tradicional filantropía que marco los modelos de asistencia social que
emergieron en el siglo XIX, ni mucho menos, frente a los programas protectores o de
promoción social que se institucionalizaron a partir del Estado de Bienestar social.

Las políticas sociales dirigidas a los ahora calificados como excluidos, se perfila reivindicándose
como inscrita en el dominio de derechos, sin embargo es específica del tardo-capitalismo: no
tiene la pretensión formal de erradicar la pobreza, sino de enfrentar apenas la penuria más
extrema, la indigencia, conforme con su discurso, pretende enfrentar la pobreza absoluta. Es
mediante este espantoso minimalismo frente a una “cuestión social” maximizada, en que son
pensados varios programas que, por vía de transferencia de rentas (“programas de rentas
mínimas”), han sido implementados en algunos países capitalistas centrales y en muchos
países periféricos. La experiencia de más de una década, especialmente en AL, es muy poco
prometedora: en la medida en que no se conjugan efectivamente con transformaciones
estructurales, estos programas acaban por certificarse como programas de emergencia y
básicamente asistencialistas.

La articulación orgánica de represión a las “clases peligrosas” y la asistencialización


minimalista de las políticas sociales dirigidas al enfrentamiento de la “cuestión social”
constituye una de las fases contemporáneas más evidentes de la barbarie actual. Y es en
este marco que, operan, en tanto profesionales, los asistentes sociales.

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