Professional Documents
Culture Documents
La economía Norteamericana de los últimos treinta años, creció a pasos de tortuga (con
excepción de la industria bélica y de la industria de la seguridad privada). Pero el peso del país
en el escenario mundial es indiscutible y se explica: ellos tienen 560 bases militares en el
exterior. Ejerciendo desde el fin de la Guerra Fria el papel de gendarme universal, se ve que la
distinción de recursos para la salud publica en los EEUU no es ninguna prioridad, al contrario
de la “salud bancaria”: en la crisis financiera de 2008-09, el Estado (que, siguiendo la retorica
neoliberal, no debe “intervenir en el mercado”) puso en las manos de los banqueros sumas
monetarias fabulosas. Por otra parte, en aquellos años, la ayuda de todos los estados
capitalistas a sus banqueros parece haber alcanzado la cifra de 8,9 billones de dólares.
La verdad, desde los años 1990, en todos los continentes se registran crisis financieras,
expresiones localizadas de la dinámica necesariamente contradictoria del sistema capitalista. Y
las crisis, no solo las financieras, hacen, también necesariamente, parte de la dinámica
capitalista (no existe capitalismo sin crisis). Son propias de este sistema las crisis cíclicas, las
cuales viene experimentando regularmente desde la segunda década del siglo XIX. Y que, no
conducen al fin del capitalismo: sin la intervención de millones de hombres y mujeres
organizados para su destrucción, la del capitalismo, incluso en crisis, dejado a sí mismo, solo
resulta… más capitalismo.
Entretanto, hay un tipo de crisis que el capitalismo experimento completamente, hasta hoy,
por apenas dos veces: la llamada crisis sistémica, que no es una mera crisis que se manifiesta
cuando la acumulación capitalista se ve obstaculizada o impedida. La crisis sistémica se
manifiesta implicando toda la estructura del orden del capital.
La primera de estas crisis emerge en 1873, teniendo como escenario principal a Europa y se
prolongo cerca de 23 años, marcada por una depresión de más de dos décadas, y finalizo en el
1896. La segunda crisis sistémica que el capitalismo experimento exploto en 1929 y, como
todo mundo sabe, fue catastrófica; ella implico el mundo, duró en torno a 16 años y solo fue
ultrapasada en la segunda posguerra.
Pues bien, todas las indicaciones mas solidas apuntan que estamos experimentando, en este
momento, una crisis que es de naturaleza sistémica.
Un abordaje más extenso de esta crisis debe tomar en cuenta las transformaciones sufridas
por el capitalismo desde la década de 1970.
En cuanto a las exigencias inmediatas del gran capital, el proyecto neoliberal restaurador se vio
resumido al triple lema de la “flexibilización” (de la producción, de las relaciones de trabajo),
de la “desregulación” (de las relaciones comerciales y de los circuitos financieros) y de la
“privatización” (del patrimonio estatal). En cuanto a la “flexibilización”, aunque dirigida
principalmente para liquidar derechos laborales conquistados a duras penas por los
vendedores de la fuerza de trabajo, también afecto padrones de producción consolidados en la
vigencia del taylorismo fordísta.
En la sociedad civil, mientras la oligarquía financiera global se mueve cada vez más articulada,
encontrando y forzando canales e instituciones para dar forma a sus proyectos, las
tradicionales expresiones y representaciones de las clases y camadas subalternas
experimentan crisis visibles, al mismo tiempo en que emergen en su espacio “nuevos sujetos
colectivos”, de que los llamados nuevos movimientos sociales son la señal más significativa.
Tales movimientos, demandando nuevos derechos y aspirando a ampliaciones del estatuto de
ciudadanía van vitalizando la sociedad civil y renovando pulsiones democráticas. No obstante,
en la medida en que a esos movimientos, hasta ahora, no se imbriquen instancias políticas
capaces de articular y universalizar la pluralidad de intereses y motivaciones que los
componen, su potencial emancipatorio se ve frecuentemente comprometido.
Tales victorias, sin embargo, nada aportan de favorable o positivo a la masa de vendedores de
la fuera de trabajo. Más allá de no eliminar el ciclo critico de la dinámica capitalista, tales
victorias del capital penalizan fuertemente a los trabajadores. A ellos les costara, en primer
lugar, sus puestos de trabajo, en segundo lugar, mediante el aumento de la explotación,
reducción de los salarios de aquellos que consiguen mantener el empleo, derivando en la
degradación del padrón de vida. Les costara, en tercer lugar, un fuerte ataque a los sistemas
públicos de seguridad social. Y tales costos solo pueden ser debidamente contabilizados si se
hace un balance extenso de casi tres décadas de “flexibilización” del tardo-capitalismo- y aquí
lo que se constata es que la pauperización absoluta y la relativa, conjugadas o no, crecerán,
aunque de forma diferente, para una mayoría abrumadora de la población mundial.
Los trabajadores, puestos a la defensiva por una compleja conjugación de procesos de los que
no tuvieron control, encontraran fuerzas para una resistencia profunda por acciones de
naturaleza dominantemente molecular, aunque con episodios masivos.
En todos los niveles de la vida social, el capitalismo tardío no tiene condiciones de propiciar
alguna alternativa progresista para la masa de trabajadores, ni siquiera para la humanidad. El
fundamento de esta verdadera mutación en la dinámica del capital reside en lo que el profesor
Mészaros viene caracterizando como la especificidad del capitalismo: la producción
destructiva, que hace presente la crisis estructural del capital. Todos los fenómenos y procesos
en curso en el orden del capital en los últimos 25-30 años afectan la totalidad de las instancias
constitutivas de la vida social en escala planetaria.
En el marco de lo que Wacquant caracterizo como la substitución del “Estado social” por el
“Estado penal”, la representación estatal se generaliza sobre las “clases peligrosas”. La
represión dejo de ser una excepcionalidad, se ha tornado un estado de guerra permanente,
dirigido a los pobres, a los “desempleados estructurales”, a los “trabajadores informales”,
estado de guerra que se instala progresivamente en los países tanto centrales como periféricos.
En pocas palabras, crecientemente, parece que solamente la hipertrofia de la dimensión/acción
represiva del Estado burgués puede dar cuenta de la población excedentaria en vista de las
necesidades del capital. Pero, esta es apenas una apariencia.
La política social dirigida a los ahora calificados como Excluidos se perfila, reivindicándose
como inscripta en el dominio de los derechos, aunque especifica del capitalismo tardío: no tiene
la intención de erradicar la pobreza, sino de enfrentar apenas la penuria mas extrema, la
indigencia- conforme su propio discurso, pretende confrontar la pobreza absoluta (vale decir la
miseria extrema), una proposición minimalista. A pesar de ese espantoso minimalismo frente a
una cuestión social maximizada los varios relatos sobre el “desarrollo humano”, regularmente
preparados por el PNUD, dejan claros que sus objetivos- reitero: minimalistas- no serán
alcanzados.
Pues, es precisamente ese minimalismo el que caracteriza varios programas que, por vía de
transferencia de renta- “programa de rentas minimas”- han sido implementados en algunos
países capitalistas centrales y en muchos países periféricos. La experiencia de mas de una
década, especialmente en AL, es muy poco prometedora: en la medida en que no se conjugan
efectivamente con transformaciones estructurales, estos programas acaban por certificarse
como programas de emergencia y básicamente asistencialistas.
El último tercio del siglo XX y la apertura del siglo XXI señalan el agotamiento de las
posibilidades civilizatorias del orden capitalista. Todos los fenómenos y procesos en curso del
orden capitalista en los últimos 20/30 años, a través de complejas redes y sistemas de
mediación están vinculados a esa transformación substantiva (el agotamiento). Ellas afectan la
totalidad de las instancias constitutivas de la vida social a escala mundial.
De hecho, junto con la dimensión/acción represiva del Estado burgués se conjuga otra
dimensión, cohesiva y legitimadora: el nuevo asistencialismo, la nueva filantropía. Ya no se
está frente a la tradicional filantropía que marco los modelos de asistencia social que
emergieron en el siglo XIX, ni mucho menos, frente a los programas protectores o de
promoción social que se institucionalizaron a partir del Estado de Bienestar social.
Las políticas sociales dirigidas a los ahora calificados como excluidos, se perfila reivindicándose
como inscrita en el dominio de derechos, sin embargo es específica del tardo-capitalismo: no
tiene la pretensión formal de erradicar la pobreza, sino de enfrentar apenas la penuria más
extrema, la indigencia, conforme con su discurso, pretende enfrentar la pobreza absoluta. Es
mediante este espantoso minimalismo frente a una “cuestión social” maximizada, en que son
pensados varios programas que, por vía de transferencia de rentas (“programas de rentas
mínimas”), han sido implementados en algunos países capitalistas centrales y en muchos
países periféricos. La experiencia de más de una década, especialmente en AL, es muy poco
prometedora: en la medida en que no se conjugan efectivamente con transformaciones
estructurales, estos programas acaban por certificarse como programas de emergencia y
básicamente asistencialistas.