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LA SOCIEDAD

Las mutaciones económicas someramente descritas no afectaron de una misma manera al


conjunto de la sociedad virreinal. Por eso toda evaluación del proceso de la Independencia
debe tomar en cuenta los diferentes grupos que constituyeron la sociedad peruana, la
composición de los mismos, sus condiciones y sus intereses. Desafortunadamente, es todavía
difícil obtener un cuadro coherente de la sociedad colonial peruana. Su tradicional división en
una serie de grupos jerárquicos -españoles, criollos, mestizos, negros e indios- es insuficiente e
incluso errónea. Son imprescindibles nuevas investigaciones que esclarezcan este problema;
por ahora sólo es posible mencionar algunas de las dificultades mayores que presentan la
clasificación tradicional y sugerir, tentativamente, un nuevo esquema. Es necesario comenzar
por preguntarse cuál fue la composición de la élite criolla que dominó a la sociedad colonial,
conjuntamente con los funcionarios españoles. Es necesario, además, establecer una distinción
entre la élite criolla de Lima y la de las provincias del interior del virreinato peruano. En efecto,
los grupos más ricos y más poderosos de los criollos residían en Lima. Hacia fines del siglo XVIII,
la riqueza estaba concentrada en Lima, por el desplazamiento hacia esta ciudad de los
propietarios de minas, haciendas agrícolas, obrajes y de otras fuentes mayores de ingresos. Era
en Lima donde estos propietarios tenían la posibilidad de obtener favores y posiciones
oficiales, mientras dejaban sus propiedades al cuidado de sus administradores. Esta élite criolla
limeña incluía no sólo a comerciantes y terratenientes, sino también a los titulares de los
cargos administrativos. Los miembros de las familias criollas estuvieron excluidos solamente de
los más altos puestos de la administración y del gobierno virreinal. Lima fue, después de todo,
uno de los, centros más importantes del Imperio Español en América donde a los criollos les
era posible un mayor acceso a los puestos lucrativos de la burocracia colonial, una de las pocas
fuentes que proporcionaba, a la vez, altos ingresos y gran prestigio social. La posibilidad de los
criollos de acceder a ciertos puestos, más o menos intermedios, de la administración y del
gobierno virreinal, estableció un sólido vínculo entre ellos, O por lo menos de algunos de sus
miembros, y la burocracia española. Esta solidaridad de intereses fue reforzada en muchos
casos por lazos de clientela, matrimonio, amistad, además del hecho de compartir un cargo y
una responsabilidad comunes. Además, la posición privilegiada de Lima y la presencia en ella
de la corte virreinal sustentaron un orgullo considerable. Lima estuvo sujeta a España, pero
este hecho estuvo atenuado por el control que Lima ejerció sobre Sudamérica hasta la creación
del virreinato de Nueva Granada en 1739. Además de la élite criolla de Lima existió un
considerable sector provincial criollo, principalmente concentrado en Cuzco y Arequipa. Grupos
menos numerosos de esta élite provincial criolla se encontraban en centros administrativos
como Tarma y Trujillo, en algunos centros mineros y ciudades costeñas menores. El
comportamiento de los grupos criollos provinciales durante la Emancipación revela algunas
diferencias significativas respecto a los criollos de Lima. Estas diferencias parecen indicar la
existencia de -tempranas resentimientos de las provincias por la dominación de, Lima. Estos y
otros factores, que serán discutidos más adelante, sugieren la necesidad de establecer una
distinción entre los grupos criollos de Lima y los de provincias para analizar correctamente los
acontecimientos del período de la Emancipación. Estas diferencias, por otra parte, pueden
traducir también antagonismos económicos y sociales concretos entre estos grupos criollos. La
verificación de esta posibilidad requeriría un examen de la distribución regional de la riqueza
dentro del virreinato y de los cambios en esta distribución a través del tiempo. Los registros
notariales en Huánuco y en Paucartambo revelan una vida económica muy activa a través de
todo el siglo XVI, dinamismo que dio pasó a un gradual estancamiento. Es así como las
transacciones a gran escala desaparecen de los libros notariales, señalándose solamente los
intercambios de pequeña escala. En algunos casos estos grandes personajes de la fortuna
provincial tendieron a desplazarse hacia Lima, en el caso de Huánuco, y hacia el Cuzco, en el
caso de Paucartambo; el recuento de su posterior actividad económica -todavía en mercancías
provinciales- puede ser seguido en los registros notariales de estas grandes ciudades.

En las vísperas de la Independencia, Cuzco y Arequipa, concentraron cerca del 40% de la


población criolla del virreinato, (Fisher, 1970: p. 7). Estos dos centros provinciales tuvieron una
élite criolla propia, cuyo status, orgullo y probablemente riqueza, estuvieron muy cerca de los
de la élite limeña. Esta élite provincial, además, sintió bastante la dominación burocrática
ejercida desde Lima. Estamos aquí frente a un grupo que parece reflejar con bastante nitidez la
imagen tradicional de1 criollo - un grupo cuya posición en el poder político no correspondía a
su privilegiada posición social y económica. Pero el resentimiento criollo parece estar más bien
dirigido contra Lima y no contra España. Los criollos de provincia -o los peninsulares residentes
en ellas- cuyos ingresos provinieron de las mismas fuentes que la de los criollos más
poderosos, es decir la agricultura, el comercio y la minería - operaron en una escala mucho
más limitada. En algunos casos llegaron a laborar directamente sus minas al no tener acceso a
la mita de los indios; dirigieron personalmente sus pequeños comercios en el intercambio
entre las provincias; y, por último, vigilaron personalmente los trabajos agrícolas de sus
haciendas. A este nivel, en consecuencia, es mucho más difícil establecer una clara distinción
entre los miembros de este grupo criollo provincial y los que eran clasificados como mestizos;
en muchos casos, en efecto, los criollos de las provincias estuvieron ligados por lazos de
parentesco tanto con los mestizos como, también, con la élite indígena. Es de este grupo criollo
que parece haber salido la mayor parte de aquellos que integraban las fuerzas libertadoras, ya
sea dentro de los grupos de guerrillas o dentro de las filas de los ejércitos sanmartinianos o
bolivarianos. Entre los grupos más bajos de la escala social, al igual que entre la élite criolla,
debe también establecerse una distinción, pero esta vez en función de las áreas urbanas y de
las áreas rurales. Los grupos urbanos situados debajo de la élite criolla presentan una clara
división y oposición, la cual, una vez más, no concuerda con la tradicional división racial de la
sociedad. Se puede distinguir, en una gradiente escalonada, un grupo relativamente próspero
de pequeños comerciantes, artesanos y pequeños burócratas. Estos grupos comprendieron no
solamente a criollos y mestizos pobres, sino también a los indios de las ciudades e incluso a los
mulatos y negros libres. En la base misma de esta escala se encontraba situado un grupo más o
menos heterogéneo de la población urbana: mendigos, vagabundos, jornaleros -a los cuales se
permitía permanecer dentro de los muros de la ciudad sólo de día- y los ladrones y bandidos.
La presencia de estos últimos grupos fue más o menos permanente en Lima y sus alrededores
durante todo el período colonial, aunque el número de sus integrantes seguramente variaba de
acuerdo a las condiciones económicas. Sus acciones fueron toleradas en la medida en que
restringieron sus exacciones a personas no ligadas directamente con la burocracia colonial o
con la élite criolla. La población esclava de las ciudades estuvo fundamentalmente dedicada a
los servicios domésticos y a la pequeña artesanía, actividades donde sus amos encontraron
fuentes adicionales de ingresos. La composición de la población rural fue significativamente
diferente en la costa y en la sierra. En la costa, la fuerza de trabajo de las haciendas estuvo
constituida principalmente por negros, esclavos, permanentemente vinculados a los dominios
agrícolas. En el interior de la sierra esta fuerza de trabajo estuvo casi exclusivamente
constituida por indios. En el caso de las haciendas, a fines del siglo XVIII, sólo una fracción de la
fuerza de trabajo indígena estuvo permanentemente adscrita a las haciendas como peones o
yanaconas. El trabajo agrícola complementario fue efectuado por indios de las comunidades
vecinas, quienes fueron reclutados por la fuerza legalizada -la mita- o por la necesidad que
tuvieron de trabajar en las haciendas, a fin de hacer frente a las cargas impuestas sobre ellos
por la sociedad dominante (tributos, pagos religiosos, repartimiento de mercancías).

Existieron, finalmente, grupos rurales medios tanto en la costa como en el interior de la sierra:
pequeños comerciantes de aldeas, arrieros de mula y mercaderes, caciques menores o
miembros de la baja nobleza india. Todos ellos no disfrutaron de la suficiente riqueza como
para elevarse al nivel de los grupos más privilegiados, pero detentaron la fuerza suficiente
como para dominar a los indios de las comunidades debido a su posición privilegiada. Esos
grupos medios eran heterogéneos y pequeños, pero sus miembros presentaron algunas
características que los diferenciaban y separaban de los que constituían la fuerza de trabajo en
la costa y en el interior. Su independencia relativa, su alto grado de movilidad geográfica y,
hasta cierto punto, su relativa libertad de las normas de las sociedades criollas e indígenas les
permitió, dentro de ciertos límites, manipular en su provecho las mismas reglas de ambas
sociedades. En una situación de crisis, la marginalidad de estos grupos, su débil integración
tanto a la sociedad indígena como a la sociedad criolla, les dieron una mayor potencialidad de
movilidad social y económica.

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