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Troya

Para situar a nuestro héroe Ulises, tenemos que hablar primero de la guerra de Troya sobre
la que el famoso Homero, un poeta del siglo VIII a.C, escribió una epopeya titulada La
Iliada. Sin duda es una de las composiciones más importantes de la literatura y el primer
poema conocido de occidente que en origen se fue transmitiendo de generación en
generación de forma oral hasta llegar a nuestros tiempos. Los griegos, hace cientos de
años, escuchaban estas hazañas y pensaban que era una historia totalmente cierta, ya que
era como su telediario sobre la guerra entre los troyanos y los aqueos. Con ojos atentos
escuchaban sus primeros versos: “La cólera canta, oh musa, del Pelida Aquiles, maldita,
que causó a los aqueos incontables dolores”
Y esperaban saber qué había pasado el décimo año de aquella famosa guerra entre los
troyanos y aqueos que tuvo lugar en las murallas de Ilión, más conocida como Troya.
Ahora bien, ¿qué pasó exactamente para que esta guerra sucediera? Muchos años antes
de la guerra, la reina de Troya, Hécuba, cuando estaba embarazada tuvo un sueño en el
que se le revelaba que aquel niño iba a ser la ruina de Troya. El rey Príamo, al enterarse
de la desafortunada profecía, decidió deshacerse del muchacho, pero Hécuba no era capaz
de asesinar a su propio hijo y le suplicó a su marido que tuviese piedad y lo dejará con
unos pastores. Ese niño se llamó París y cuando creció destaco sumamente entre el resto
de jóvenes por su inmensa belleza e inteligencia, llegando a ser alabado incluso por los
mismísimos dioses.
Tan insigne era que el dios Hermes le pidió que decidiera qué diosa era la más hermosa,
porque la diosa de la Disputa durante las bodas de Tetis y Peleo, como venganza por no
haber sido invitada, lanzó una manzana de oro al suelo y dijo que sería para la más
hermosa. Las candidatas eran Hera, Atenea y Afrodita y ni el mismismo Zeus era capaz
de decidir cuál de las tres era la más hermosa. Cada diosa, al ver que el hermoso París
sería el juez, intentaron sobornarle para que ganar el título de la diosa más hermosa. Hera
le ofreció convertirle en el hombre más poderoso, Atenea fama y grandes habilidades para
la guerra y, por último, Afrodita le garantizo que tendría a la mujer más hermosa que
hubiese sobre la tierra. Finalmente, París eligió a Afrodita, aunque no sabría el grave error
que había cometido. Acordaos bien de la elección de París porque será decisiva para la
guerra.
París continuo su vida normal, pero acabó volviendo a la ciudad para desgracia de sus
padres. Cada año, el rey Príamo celebraba unos juegos en honor a su difunto hijo y
otorgaba al vencedor un toro de su elección. Aquel año, el toro seleccionado era el
favorito de París y no podía permitir que se lo llevaran y lo mataran sin pelear. Por eso
mismo, París decidió jugar para ver si podía conseguir la victoria. Cuando consiguió
vencer, sus hermanos, pensando que habían sido desterrados por un simple pastor, se
abalanzaron sobre él. Sin embargo, Casandra, otra de las hijas del rey, gracias a sus
poderes de adivinación, reconoció a París como el hijo perdido del rey. Príamo
entusiasmado con su reencuentro decidió olvidarse de la profecía y acoger de nuevo a su
hijo en el reino.
Una vez que fue reconocido nuevamente como príncipe de Troya, tuvo la oportunidad de
ocuparse de las tareas diplomáticas y fue enviado a Esparta donde reinaban Menelao y
Helena, la mujer más hermosa del mundo que le había prometido Afrodita. No tardó en

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fijarse en ella y tuvo la suerte de que Menelao tenía que irse a Creta para asistir a los
funerales de su abuelo, dejando solos a París y Helena. Al final, se enamoran y deciden
volver juntos a Troya, lo que provocara la ira del gran Menelao. Cuando llegan a Troya,
Helena no es bien recibida porque consideran que su mera presencia es una ofensa para
el rey Menelao y podría provocar un enorme conflicto. Intentan convencer a ambos de
que Helena vuelva a su hogar para evitar las consecuencias de una decisión impulsiva y
precipitada. A pesar de todo, la familia real troyana apoya la decisión de los enamorados
y permiten que Helena se quede con ellos en el palacio.
Cuando Menelao finalmente vuelve a su hogar y descubre que su bella esposa se ha
fugado con París, reúne un ejército que dirigirá su hermano Agamenón, rey de Micenas,
para vengar el ultraje. Envían una flota de más de mil barcos se desplaza hasta las costas
de Troya con el fin de asediar la ciudad, pero necesitan reunir a los mejores guerreros y
aquí es donde entra en escena nuestro héroe Ulises que, a pesar de intentar librarse de la
guerra, acudió finalmente para ayudar a los aqueos. Además, el adivino Calcas vaticino
que sin la participación de Aquiles, nunca podrían ganar la batalla. Sin embargo, Tetis, la
madre de Aquiles, sabía que aquella guerra acabaría con la vida de su hijo y le escondió
en la corte del rey Licomedes en Esciro. Los intentos de Tetis fueron vanos, ya que nuestro
astuto héroe Ulises encontró a Aquiles y consiguió así que participara en la guerra.
Aunque no quiero haceros más spoiler sobre nuestro héroe en la guerra.
Nuestro poema épico empieza aquí su relato en el noveno año de la guerra, una gran peste
asola el campamento aqueo y los aqueos consultan a su oráculo Calcas para averiguar
cómo solucionar esta horrible peste. El adivino les descubre que hasta que Criseida, la
esclava de Agamenón que fue tomada como botín de guerra, sea devuelta a su padre, el
sacerdote Crises, la peste no cesará. Al final, Agamenón entra en razón y devuelve a
Criseida a su padre, pero como compensación se queda con Briseaida, la esclava de
Aquiles. ¿Os acordáis que al principio decíamos que los primeros versos de la Iliada eran
“ La cólera canta, oh musa, del Pelida Aquiles,// maldita, que causó a los aqueos
incontables dolores”? Pues aquí tenéis el motivo del enfado. Aquiles se siente ultrajado
porque Agamenón quiere quedarse con su botín de guerra y, tras una gran disputa, le
entrega a Briseida, pero decide retirarse de la batalla recalcando que no volverá hasta que
el fuego troyano alcance sus propias naves. A causa de un sueño, Agamenón convoca una
asamblea para tentar a su propio ejercito con una huida, pero todos están dispuestos a
luchar por el honor de su líder.
Ambos bandos están listos para la batalla y se despliegan las tropas. Aunque Héctor, el
hermano de París, le había suplicado que se escondiera de Menelao, París decide acudir
al combate igualmente con su piel de león. Sin embargo, cuando vio el rostro de Menelao
temió por su vida y retrocedió avergonzando, incluso, a su hermano Héctor. París solo
accederá a combatir si la guerra se decide en un único duelo entre Menelao y él mismo.
Helena, el rey Príamo y el resto de nobles troyanos observan desde la muralla con ojos
atentos. Toda la batalla se detiene para que el combate se celebre, con la firme promesa
de que ahí se decidirá el final de la guerra y el vencedor se quedará con Helena. Comienza
la batalla entre Menelao y París, Menelao tiene a París entre la espada y la pared a punto
de matarle, pero la diosa Afrodita, horrorizada con la idea de perder a París, en el último
momento saca a París de la batalla, salvando así su vida.

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Los dioses deciden reunirse para ver sí esta guerra continua o reina la paz en Troya. Los
dioses, tan caprichosos como siempre, deciden que vuelvan las hostilidades y, a pesar de
la tregua entre ambos bandos, incitan a Pándaro a que dispare una flecha a Menelao,
consiguiendo su esperada guerra de nuevo. Agamenón hizo recuento de sus tropas y
volvió a la batalla. Sin duda, uno des guerreros, Diomedes, bajo el amparo de Atenea,
destaca entre los aqueos por estar a punto de matar al gran héroe Eneas y llega, incluso,
a herir a los dioses Afrodita y Ares. Por su parte, Héctor vuelve al palacio para despedirse
de su amada esposa Andrómaca y pedirle a París que deje la cobardía a un lado y regrese
al campo de batalla. Héctor ve que la guerra está durando demasiado y que la idea de
París de realizar un combate singular para resolver todo el conflicto es la mejor solución.
Así que desafía en duelo a cualquier aqueo que esté a la altura de un príncipe tan insigne
como Héctor. Los aqueos aceptan sin pestañear el desafío y, después de echarlo a suertes,
el guerrero Áyax es el elegido para este combate. El combate tiene lugar, pero la llegada
de la noche interrumpe el combate. Cada bando se reúne para ver qué decisiones van a
tomar ahora, los troyanos no saben sí devolver a Helena y su tesoro, o solamente el tesoro
para acabar con todo. París no cede ante la idea de devolver a Helena, por lo que rechaza
en rotundo esa propuesta, pero consiguen llegar a una tregua entre ambos bandos para
enterrar a los guerreros caídos en batalla. El mismísimo Zeus insta a los dioses a que se
abstengan de formar parte de la batalla.
Una vez acabada la tregua, los troyanos avanzan en la batalla obteniendo pequeñas
victorias que hacen retroceder a los aqueos. Al caer la noche acampan cerca del
campamento aqueo donde están reunidos los principales jefes aqueos. Por su parte, los
aqueos intentan convencer a Aquiles de que vuelva a la batalla y obtener la ventaja que
tanto necesitan en ese momento. Gracias al descubrimiento de Ulises de un topo en su
bando consiguen ganar la ventaja que tanto necesitan. Los troyanos deciden intentar
atravesar el foso que rodeaba las murallas de los aqueos y el gran guerrero Sarpedón abre
una brecha en el muro que permite a los troyanos con Héctor a la cabeza, entrar por fin
en el campamento enemigo. La diosa Hera al ver en apuros a sus queridos aqueos, urde
un plan para que Zeus deje de proteger a los troyanos y encarga al dios Poseidón que
ayude a los aqueos. Zeus se da cuenta del tremendo engaño y de la seducción fallida de
Hera, así que ordena a Poseidón que deje de prestar auxilio a los aqueos. Héctor y los
troyanos, recobrando sus fuerzas, consiguen llevar el combate hasta las naves de los
troyanos y prende fuego a las naves.
Cuando Patroclo, el fiel amigo de Aquiles, ve la situación tan desesperada en la que se
encuentran, le pide a Aquiles que le permita luchar con sus armas, aunque él no vaya a
entrar en combate. Una vez obtuvo su permiso, vestido con sus armas, Patroclo salió a la
batalla, consiguió matar al guerrero Sarpedón, pero Héctor, pensando que era Aquiles,
mató a Patroclo. Aquiles que hasta entonces se había mostrado imparcial en la guerra,
enfurecido por la muerte de su mejor amigo, decide regresar al combate para vengar la
muerte de su fiel compañero. Cae la noche y los troyanos deben decidir si seguir
batallando en campo abierto o refugiarse en las murallas de Troya. Héctor está
convencido de seguir la batalla en campo abierto y así hacen. La madre de Aquiles, Tetis,
le pide al dios Hefesto que fabrique armas nuevas para que su hijo Aquiles vuelva al
combate. Al día siguiente, Agamenón y Aquiles se reconcilian y Briseida vuelve junto a
Aquiles. Zeua, finalmente, da permiso a los dioses para que ayuden al bando que prefieran
y los dioses descienden a la batalla.
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Aquiles desató toda su ira en la batalla despojando a muchos troyanos y llegó incluso a
luchar contra el gran héroe Eneas. Mata a muchos a su paso entre ellos al hijo de Príamo,
Licaón. El rey Príamo, al ver la masacre, ordena a sus tropas que se refugien en las
murallas de Troya, pero Héctor se queda fuera de las murallas, ya que Atenea le había
asegurado que tenía la ayuda de su hermano Deífobo. Héctor se enfrenta cara a cara con
Aquiles, pero no consigue salir vivo de aquella batalla. Aquiles, movido por el gran dolor
de la perdida de Patroclo, decide atar el cadáver de Héctor a su carro y dar vueltas
arrastrándolo alrededor de toda la ciudad de Troya. Aquiles pensó seriamente en ultrajar
el cadáver de Héctor, pero el dios Apolo se lo impidió.
Una vez que obtuvo la venganza que deseaba, Aquiles celebró los juegos fúnebres en
honor a su querido Patroclo. El rey Príamo por su parte no soporta la idea de no poder
enterrar a su hijo dignamente, ya que sabe que el cadáver de su hijo está siendo el alimento
de las aves de rapiña junto a la nave de Aquiles. Por esto mismo, se dirige con un heraldo
al campamento aqueo y en el camino se encuentran con el dios Hermes que conseguirá
esconder al anciano hasta que lleguen a la tienda de Aquiles. Cuando llegó por fin a la
tienda de Aquiles, se paró frente al asesino de su hijo, le agarró las rodillas y le besó las
manos como un mero suplicante. Príamo entonces levanto la mirada y le dijo las
siguientes palabras:
“¡Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses, que tiene mí misma edad y está
en el funesto umbral de la vejez! También a él los vecinos que habitan alrededor sin duda
lo atormentan, y no hay quien aparte de él la ruina y el estrago. Sin embargo, aquél,
mientras sigue oyendo que tú estás vivo, se alegra en el ánimo y espera cada día ver a j
su querido hijo que vuelve de Troya. Pero mi desdicha es completa: he engendrado los
mejores hijos en la ancha Troya, y de ellos afirmo que ninguno me queda. Cincuenta
tenía cuando llegaron los hijos de los aqueos: diecinueve me habían nacido de un único
vientre, y otras mujeres habían alumbrado en el palacio a los demás. A la mayoría el
impetuoso Ares les ha doblado las rodillas, y el único que me quedaba y protegía la ciudad
y a sus habitantes hace poco lo has matado cuando luchaba en defensa de la patria, Héctor.
Por él he venido ahora a las naves de los aqueos, para rescatarlo de tu poder, y te traigo
inmensos rescates. Respeta a los dioses, Aquiles, y ten compasión de mí por la memoria
de tu padre. Yo soy aún más digno de piedad y he osado hacer lo que ningún terrestre
mortal hasta ahora: acercar a mi boca la mano del asesino de mi hijo” (Il. XXIV 486-
506)
El recuerdo les hizo llorar a ambos, Príamo porque se veía obligado a llorar frente al
asesino de su propio hijo y Aquiles porque recordaba a su padre y a Patroclo. Finalmente,
Aquiles aceptó el pago por el cuerpo de Héctor e hizo que le envolvieran entre dos mantas
para que Príamo no se enfureciera al ver el cadáver de hijo. Pidió perdón a su querido
Patroclo por entregar el cadáver de su asesino. Tras cenar juntos, Príamo volvió con el
cadáver de su hijo a Troya donde todos los troyanos esperaban su llegada, y Hécuba, la
madre de Héctor, se lanzó sobre el carro de Héctor, llorando desconsolada.Todos le
dedicaron unas palabras de despedida a Héctor y se dispusieron a celebrar sus funerales.
Con la muerte de Héctor moría toda esperanza de ganar una guerra ya perdida. Los aqueos
finalmente saldrían victoriosos y nuestro héroe Ulises se enfrentaría a su propia batalla
para regresar a su hogar.

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