Professional Documents
Culture Documents
Dos señoras de aspecto humilde que hacían fila para ser atendidas me
observaban, me escrutaban y sus miradas me clavaban en la piel. Imaginé
sus críticas insignificantes de progresar honradamente. Recordé que a nadie
le importaba, en esos ojos residía la mentira y una fantasía decorada con
promesas, unas fétidas ideas sobre su lugar en el mundo. Trabajar, consumir,
tener hijos, educarlos y en esos pasos encontrarían alguna esperanza. Todos
los correctos y cuerdos querían mi cuerpo dentro de la prisión. Traté de no
hundirme en la mierda que me anticipaban. -Putos mentirosos-. Los peores
delincuentes son los policías y los abogados. Yo quiero seguir la senda del
nihilismo, descreer de todo lo que me rodeaba, incluso del trabajo, la ley y
el progreso humano.
Y tenía tantos deseos de estar a solas, o conversar con Limber, con Sandro, y
los demás, como estos meses, en mi exilio. Durante meses pensaba en la
futilidad, el hastío, la inutilidad de la vida. Me había aislado y tenía pocos
amigos. Por el consumo de alcohol no recuerdo cuando fue la primera vez
que desvalijábamos mercancías en los supermercados en banda. Era más
astuto que robar al paso con arma, celulares de chiquillos
pequeñoburgueses. No importaba. Nos salíamos con las nuestras y sin
violencia, solo con el arte de engañar. Hacíamos yan quen pó fuera de los
super para decidir quién haría el papel más riesgoso, normalmente yo me
ofrecía, pero no era lo justo. La ciudad acorralándonos con sus colores
grises, parecíamos una banda de los Black Panthers, o de Joy División y me
sentía como Ian escribiendo poesías deprimentes con unas irremediables
ganas de suicidarme. Un canto ensordecedor del cielo arrasaba toda
normalidad. Limber vendía las drogas y tenía el “caño” de la coca. “Esto así
nomas no lo consigues”, decía. Mezclábamos las drogas con los finos licores,
y quizá los sedantes que imitaban a otras drogas que describiera Burroughs.
El delito une más a los amigos. Les recomendaría a todo el mundo cometer
delitos. Reí, agazapado, al recordar las palabras de Sandro una noche: “robar
para vender es razonable, ¿tragos?, y para comprar drogas. Mucha
delincuencia. Esto ya no es normal.”
Nuestras fiestas tampoco eran tan comunes. Laura llegó ebria con el amigo
de infancia de Anatoli que queríamos dormirlo. Iba con Verónica a comprar
las xanax y la reconocí, a media cuadra estaba la víctima, era
contraproducente que nos viera juntos. Le dije con señas que debía darse la
vuelta a la manzana. Verónica me miraba, indignada, dubitativa. Y yo:
tranquila, amiga, esto es algo que no comprenderás. El plan era que Laura lo
seduzca, le introduzca clonazepam y lo duerma, entonces, el botín era
nuestra en una pintoresca escena de estrategia para calcular la inocencia de
Laura en un teatro perfectamente planificado. Solo estábamos en el plan
Anatoli, Laura y yo; ésta llegó con una amiguita más para repensar la
maldad. Vestían relindo, últimamente Laura consumía drogas y alcohol
barato, su rostro palidecía por las preocupaciones que cargaba, tenía un hijo
y el padre del niño era un hijo de puta de esos que no debieron nacer.
Mientras conversaba con Abigail sobre sus historias, sobre mis amigos, en
que puede confiar a pesar de los años de distancia.. Anatoli comportándose
como un soplón me hizo quedar mal esa noche. Me enteré días después. Él,
desesperado por tirar con alguien. El curita era un simple posero queriendo
incursionar delitos para sentirse “diferente”. Me daba gracia en el fondo y él
lo intuía.
Las luces multicolores ejercían presión a beber. Todos bailaban, cantaban a
viva voz Hector Lavoe, y clásicos del rock. Laura desapareció con la víctima,
la familia de Limber bailaban en una zona un poco apartada. Observé que
Abigail tenía buen trato con nuestrxs amigxs Llegó Rodolfo casi al final
ebrio, con sus amigos de su banda de rock. Molestaba a la prima de Limber
y lo cargué a la calle advirtiéndole que se comporte, que no me haga
quedar mal delante del barrio. Algunos lo miraban de reojo, al día siguiente
éste no decía acordarse mucho, riéndose de su acto. Alonso a mi oído:
“cálmalo a Rodolfo porque los muchachos lo van a gomear”. Una espléndida
noche. Los buenos muchachos hicieron un círculo bebiendo sus elixires.
Freddy me pedía que le presente a una de mis amigas. Cantaban Juanito
Alimaña, Gitana, Tú con él..
Bajé del bus y crucé la avenida del mercado, el olor del basural inundaban
mi percepción; un “choro” conocidito del barrio estaba sentado en la
avenida con sus amigotes, trabajando de boletero. Lo reconocí porque fue el
mismo que le robó a mi primo hace muchos años. Su mirada malvada me
hincaba, imaginé cincuenta miradas iguales en mi delante, cien recluidos
queriendo violarme. Como al “Clavel" del sexto o las historias de Josue. -Voy
a perder la vida-
Cuanto deseaba llegar a una isla cercana, dormir en la arena, recolectar
frutas. Pedro me llamaba al teléfono.
—Oe, mano, mañana es la notita. Confirma a la gringa.
—Mas tarde te confirmo. Dame unas horas.
Cenamos en casa, vino vestida con su short bermuda, polo negro y zapatillas
de lona. El nuevo piercing que le acompañé a hacérselo en Ciudad de Dios
le hacía ver más sanguinaria, le decía “eres una forajida”. Mientras le
explicaba los detalles del proyecto con Pedro. El pago sería chévere para
ella, considerando el casi ningún peligro que correría ella.
—Vas a pedir unos cuantos productos, la vieja te abrirá la ventana, entonces
le dirás que te duele el brazo, que por favor te lo diera desde la puerta.
—Ella abrirá la puerta y tú entrarás violentamente. —Se anticipó.
—Sí, tranquila. No te pasará nada. —Le miré a los ojos, notaba la duda de
sus pupilas. Luego miré mi plato, como confesando algo.. —No le haremos
daño. No es necesario. Mi amigo es un profesional, estuvo cana, pues. Debió
aprender muchas cosas.
—¡Oh! Ya. Porque quiero comprar las entradas para el concierto de .
—Ja,ja,ja. Terrible eres. ¿Qué es eso? —me apresuré a lavar los cubiertos.
—Es mi grupo favorito.
—Ah, esperemos salga todo bien. Yo quiero comprarme un arma.
—Ja,ja,ja. Estás loco.
—Sí. Es necesario. Seguridad más que nada. —Por un momento vi a Kenny y
Vera sentados al lado de ella.
—El año pasado mi casa era como una “okupa”. Vivíamos cuatro personas.
Nuestra rutina era cocinar, limpiar, expropiar, beber y drogarnos.
—¿Y orgías?
—Sí. Algunas veces. Digamos que, los licores son tan finísimos que no
queríamos compartirlo. Ja,ja.
—Quiero probar uno, amigo, porfavor..
—Teníamos más de cincuenta licores variados de todos los países. Era
hermoso. Ay, por qué no me hacías caso esos días. —Volví a sentir ese
gusano alimentándose de mi. Pensé en Pedro.
—¡Que rico!
—Sí, riquísimo —Abigail reía, no medía la preocupación que yo sí durante
estos días. Allanaría una empresa dentro de una casa. Algo completamente
diferente que expropiar “al paso”, un gran temple haría falta, y una fuerte
convicción, a pesar que estudiando cada detalle y tomar las mínimas
precauciones, creía, en esos días, que algo no previsto, inesperado, no
controlado puede suceder. Una posibilidad, remota o inmediata.
—¿Y tu amigo Limber, como es eso que es un “chulito”?
—¡Ah! Oye, explícame algo. No lo comprendo ahora. Quizá antes sí, hace
años, cuando vivía con un ron en la mochila —escupió una risa— me
encantaba conquistar chicas, me sentía bien. Pero a estas alturas me
interesan otras cosas.
—Otras cosas más peligrosas —dijo en voz más baja.
—Es una aventura. Un no saber donde terminar. Ja,ja,ja. Cierto —recordé—
Limber dice para bajar a su casa, hay una reunión, una inauguración de un
vecino algo así, trago y droga, jaja.
—Vamos. —Ella no lo dudó, quería beber.
Los muchachos me vieron conversando con Pedro una noche, bebiendo una
cerveza. Cuando Pedro los reconoció empezaba a tratar de otro tema, sobre
una reunión con las amigas de Limber. Sentí otra puñalada, quería
concentrarme, no sé que haría falta. Solo me dejaba llevar por el viento. La
tierra, las aves, los árboles y los cielos son mis únicas aliadas. La cara de
Rodolfo abrazando a su hijita. Alonso con sus dos niños. Los tíos de Sandro
queriendo matarle, David escondido; todo esto me pesaba, me pesaba
hondamente. Mañana expropiare y necesito sentir un pie más allá, donde no
hay nada, donde todo termina y regresa al inicio eternamente.
—Mano, —me miró Victor— si vas a hacer algo, hazlo bien.
—Yo de chibolo era terrible, Daniel. Yo, putamadre, tenía algunos amigos.
Les decía, tú vigila aquí, tú en otro extremo y yo entraba a poner tiendas. —
Nico me miraba fijamente. Yo les escuchaba, sin decir palabra.
—Mi causa Nico antes estaba en la nota. Ahora está tranquilo. Tiene a su
hijo, se ha mudado, tiene su chamba y ya inauguró una tienda de abarrotes
en su barrio. —Los ojos de plato de Victor, cabello corto, un poco pesado
pero se puede percibir una fuerza corporal. —Yo le digo que baje nomas a
hacerla aquí.
—¿Te acuerdas que te conté que puse con arma hace meses? —Escuchaba
silencioso.
—Ahí viene Giampier.
Estar aquí es como nadar, en las playas del mediterráneo por el dos mil
doce, solo depende de ti, si pierdes el ritmo, el equilibrio, la armonía, te
puedes ahogar. Giampier decía que debía agachar cabeza ante los padres.
Su madre estaba llorándole, lamentándose, y aconsejaba que uno si es
pendejo, colocaba sus dos dedos en la sien, uno debe ser pendejo en todos
lados.
—¡Qué vas a decirle a tus padres que te gusta este estilo de vida, que no
crees en la ley! Debes decirles que necesitas dinero, que no eres un forajido,
que lo haces por tu familia.
Victor escuchaba con una cara de pena igual que la mía. Victor sacó a la
callea a David. Nunca lo ví triste, cuando había un tema que se deslizaba por
ese rancio, él lo evitaba. Victor era rudo, era pura alegría como los demás.
Nunca vi esa expresión conspicua al sufrimiento familiar de Giampier. Me
indispuse. El movía la cocaína en el barrio, David me confesó aquel día de
Octubre que me llamó a su casa, en estado de ebriedad, por la mañana,
cuando me pide permiso para salir con Elena. -Noble de su parte, como un
acto aristocrático- Que de Victor aprendió muchas cosas y que era un tipo
muy inteligente.
—Quiero más chelas —Gian tocó el timbre del vecino de las cervezas—
¡Marco! Atiéndeme por favor. Dos cervezas más.
—Al carajo toda esta mierda. Que sean cuatro. —Balbuceé.
—De la que me la libré, hermano. Yo me iba adentro. —Saltaron lágrimas
pequeñas e inofensivas— Ya no quiero hacer esta mierda. Me alejaré.
Ramirez también conversaba con el paichero Cuquín.
Cuquín era un adicto a las drogas más bajas del barrio. Era un prostituto
gay, siempre andaba andrajoso.
—Mano, se me puso enfrente. Tengo una visión, aquí, un minimarket. Una
vuelta rapídisima.
—Puedo conseguir alguien que haga la chamba, normal.
—Claro.
—Cuquín, ven, causa. Toma esto. —Giampier le extiende un vaso — que fue,
causa, te han visto hablando con Ramirez en la calle, en su patrulla.
—¿Qué?
—Claro, Cuquín. Que, ahora vas a decir que no. —Giampier se le acercó
ligeramente para allanar su percepción.
—¿Y? Crees que tengo algo que ver con él.
—Hay que tener cuidado contigo, Cuquín. —Cuquín se alejaba, como perro
resentido. Lo miró a Victor unos segundos.
—Más bien hay que tener cuidado con tu amiguito. —El mensaje era para V.
—Maricón de mierda. Si uno no está en falta, de una se cierra y se molesta,
no huye.
Yo entonces solo hurtaba en tiendas. Nos llevamos muy bien, sentí que
había un halo invisible, todo era tan loco, conversaban de prácticas ilegales
con tanta naturalidad. Guardaban misterios, secretos, quién sabe cuántos. En
una de esas noches de incienso y aromatizantes como panacea a mi
depresión, llegué con valijas, saludé, Victor presentándome a algunos, el
Nico en extremo drogado, balbuceando, apenas diciendo palabras, Pochi
callado, Giampier con los ojos de asiático empedernido, Victor
preguntándome detalles, invandiendo mi territorio. David callado, como
siempre. “Son buenos muchachos”, sonreía Victor mirándome cuando dije
ello, “¿Goodfellas?”, claro. Y mi mercancía se agotaba y compraba cervezas.