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Braulio González Vidaña "...Hay en la muerte una indecencia, distinta, sin duda
alguna, de aquello que la actividad sexual tiene de incongruente. La muerte se asocia a
las lágrimas, del mismo modo que en ocasiones el deseo sexual se asocia a la risa; pero
la risa no es, en la medida en que parece serlo, lo opuesto a las lágrimas"
Para Bataille todo el mundo es una parodia que requiere ser interpretada, pero la
interpretación es una tarea casi inútil por el carácter inaprehensible de la experiencia
que se escapa de las proposiciones racionales y sistemáticas que intentan atraparla, en
Bataille, el objeto de conocimiento epistemológico sólo es alcanzable en un grito
agónico de placer o en un alarido desgarrado por el dolor extático de la muerte. Así, sus
herramientas conceptuales y metodológicas, transitan por el difícil mundo de la
discontinuidad tratando de acercarse al universo inasible de la continuidad en donde el
hombre se ve sujeto a los libres juegos del cielo, alejado de cualquier sensación de
pertenencia a un cuarto, a unas comidas o a unos parientes.
Este ensayo pretende reflexionar sobre el posible significado de algunas palabras que
dibujan la cartografía del pensar y sentir de Georges Bataille: erotismo, suerte,
transgresión y muerte constituyen así, un plano cartesiano que, con su soberana lucidez
mortal, quiebra la homogénea y reposada cotidianidad abriendo al hombre a la
experiencia de la infinita continuidad con el universo. Con estas intuiciones nuestro
autor convida a la fiesta, a los excluidos eternos de los higiénicos salones de la
modernidad. Sí, con Bataille, lo abyecto, lo execrable, lo repugnante y lo obsceno
encuentran el refugio propicio para sus dionisiacas orgías.
Erotismo y muerte
Primera singladura y puerto más frecuentado de la obra de Bataille es, sin duda alguna,
El Erotismo, libro por demás leído y que junto con Las lágrimas de eros constituye el
corpus temático más comentado acerca de Bataille, de todos conocida es su afirmación
inicial que sintetiza el problema central del texto: "Puede decirse del erotismo que es la
aprobación de la vida hasta en la muerte"
En este sentido, no es posible olvidar las perturbadoras imágenes del cuadro "La fiesta
de André Masson" que ilustra las páginas de Las lágrimas de Eros, en esta pintura los
cuerpos entrelazados en orgiásticos ataques de la carne, de pronto se pueden mirar como
los abismos de las fosas comunes de la historia. Sacrificio, muerte y erotismo son la
única manera que Bataille encuentra para conducirnos a los solares iluminados por la
luz negra de la continuidad cósmica de lo sagrado. El lecho y la daga del sacrificio se
funden en el ciclo ilimitado del deseo.
Para el fundador del Colegio de Sociología Sagrada, la pequeña muerte que nos
consume en los actos placenteros del cuerpo conduce, irremediablemente, al corazón
mismo del horror. Al decir de Bataille, en el erotismo y la muerte, se produce un
enloquecimiento espasmódico nos corroe y nos lleva al fin último de todo acto erótico:
ir más allá de los límites del interdicto.
Suerte y transgresión
La suerte es otro agente centrífugo que disloca al sistema y lo parodia sin detenerse
nunca, es un juego de excesos que lanza los dados sin esperar su regreso. Pero es en ese
girar incesante de los dados en el aire, donde Bataille descubre la riqueza y fecundidad
del poner en cuestión siempre todas las cosas, aun aquellas a las que la racionalidad les
ha designado un concepto o respuesta. Por supuesto que Georges Bataille lo enuncia
mejor que yo en diez palabras: "La ausencia de poesía es el eclipse de la suerte".
Y es aquí donde entra en escena otra vez la muerte en su irrenunciable ligazón con la
suerte, el erotismo y la risa, pareciera que la muerte es el tablero en el que los otros
experimentos del exceso toman posiciones, no definitivas, pero capaces de trastornar el
orden y de levantar las reglas del interdicto. Lo prohibido se suspende en una risa, la
risa de dios y de sus creaciones que se abren al imposible infinito de los muertos. Suerte
y risa sagrada que integran en un plano oblicuo a los rostros de los amantes
disolviéndose en el éxtasis, a la cara del muerto que se descarna en la sepultura y al
efímero triunfador de una canasta uruguaya. Hipóstasis del dolor, de la risa y el placer,
que se hacen uno en la trinidad del interdicto violado.
Para nuestro autor el mundo es el ámbito de lo profano que separa y que individualiza a
los seres en una discontinuidad absoluta del ser, pero este mundo se ve suspendido con
la transgresión, que hace posible el arribo del mundo sagrado que rebasa el carácter
discontinuo del ser, en palabras de Bataille: "La transgresión no es la negación del
interdicto, sino que lo supera y lo completa". En efecto, la paradójica condición humana
pareciera sentirse completa con la combinación de lo prohibido y su violación
permanente, expiación y muerte nos demandan a cada paso, sólo la suerte y la risa que
provoca, evidencia la fatal arrogancia del sistema. No acaba aquí Bataille, nos quedan
muchas ideas y sugestivas reflexiones por revisar, nunca se le hace justicia a una obra
que en su radical heteronomía se ha vuelto tan nuestra.
La prosa de Bataille y sus intuiciones, son inabarcables por este pequeño trabajo, no
basta la escritura para satisfacer las demandas de la experiencia que significa acercarse a
sus obsesiones, cada palabra, verso o imagen narrativa son en nuestro autor, abismos
insondables de preguntas en los que el vértigo de los argumentos nos roba la orientación
y muestra la insoluble inanidad del lenguaje, no obstante y como lo sugiere Bataille:
"Escribir es buscar la suerte".
http://www.henciclopedia.org.uy/index.html
Anotaciones sobre Lo Abyecto
Ensayo de Cinzano
dolor.jpg
II
III
IV
¿Qué quiere “O” (4)? Ante todo, quiere. Estar-abajo, desaparecer, expresa una voluntad;
“el verdadero masoquista —escribe Freud— ofrece su mejilla toda vez que se presenta
la oportunidad de recibir una bofetada.” (5). Así pues, todo ofrecimiento responde a una
voluntad por ofrecer, e incluso, cuando pareciera que ofrece aniquilar su propia
voluntad, “O”, bajo ese prisma, es inseparable de su voluntad por poseer. ¿Se
transforma en sádica? Esto es más difícil, porque el masoquista puede estar-arriba o
puede estar-abajo, es móvil. ¿Su “pulsión de muerte” se exterioriza, para así llegar a ser
“pulsión de destrucción, pulsión de apoderamiento, voluntad de poder”(6)? ¿Es tan
separable el sadismo del masoquismo, mientras el poder del masoquista no se distinga
del dolor de quien lo abofetea? Las palmadas, los correazos, los jalones de pelo, ¿a
quién le duelen? ¿Quién goza? Lenin decía que al proletariado era necesario “golpearlo
en la cabeza”, para concientizarlo. Con esas perspectivas, la revolución y el Partido
hacen un pacto con Sade y con Masoch.
“Soy guiado por un apetito bajamente sensual”: esto es lo que Spinoza escribe en una de
sus cartas a Blyenberg (7). ¿Qué quiere decir “bajamente sensual”? Spinoza es uno de
los que intentarán mostrar que experimentar algo “bajamente” es una virtud, en la
medida en que es algo que el cuerpo puede, —es un problema de la potencia. El cuerpo
no sabe de las deyecciones de las que es capaz: eso podría interpretarse desde la Ética
(8). Después de todo, como señala Bataille, “esto quiere decir que somos seducidos
bajamente, sin ocultamiento y hasta gritar, con los ojos desorbitados: así desorbitados
ante un dedo gordo” (9). Lo abyecto, en ese sentido, puede; y la pregunta por la
posibilidad es, al menos en Spinoza, una pregunta propia de la ética, desligada así
absolutamente de la noción de “eticidad” propuesta por Freud, quien no la separa jamás
de la pregunta por lo que se debe, —la pregunta de la moral. Es una de las tantas
diferencias entre ambos. Un cuerpo puede, en Spinoza, solamente hasta que radica en él
una duración, pero esa cuantía depende siempre de un afuera, de una suerte de ley de la
exterioridad; y la muerte, sobre todo la muerte, es algo siempre que viene desde el
afuera, algo que por exterior es inevitable: por esto, una pulsión de muerte, para
Spinoza, sería algo aberrante (10).
VI
Si un niño puede ser un criminal, si todos hemos acariciado alguna vez la posibilidad de
morder, cocinar y comernos el pene de nuestro padre, pues no queda más remedio que
admitir que somos unos tipos extraordinarios. “Sin duda no es fácil saber a qué
resultados conducirán las tendencias de un niño, si al normal, al neurótico, al psicótico,
al perverso o al criminal. Pero precisamente porque no sabemos, debemos tratar de
saber. El psicoanálisis nos da los medios para esto.” (11) El psicoanálisis, bajo esta
óptica, puede interpretarse como una predeterminación y una lectura extrema de la vida
que vendrá después de la niñez, y por eso, entre tantas otras cosas, activa muchas
resistencias. Por lo demás, la posición de Klein resulta ser, a veces, una tentativa escolar
digna de un salón de buenas intenciones: “[el psicoanálisis] no sólo puede establecer el
desarrollo futuro del niño, sino que también puede cambiarlo, y encauzarlo hacia
mejores caminos.” (12) El psicoanálisis como reformatorio, como una máquina de
higiene y alejada del crimen abyecto, pero por eso mismo capaz de desentrañarlo e,
incluso, de impedirlo, casi a la manera de las inspectores de la ley. Pero también: el
psicoanálisis como una buena fábula en la que representamos, nosotros también, un rol
épico con algo de tragedia, con algo de asesinos, justo cuando creemos que no tenemos
nada. “Es atractivo entonces el psicoanálisis porque todos aspiramos a una vida intensa;
en medio de nuestras vidas secularizadas y triviales, nos seduce admitir que en un lugar
secreto experimentamos o hemos experimentado grandes dramas, que hemos querido
sacrificar a nuestros padres en el altar del deseo y que hemos seducido a nuestros
hermanos y luchado con ellos a muerte en una guerra íntima y que envidiamos la
juventud y la belleza de nuestros hijos y que también nosotros (aunque nadie lo sepa)
somos hijos de reyes abandonados al borde del camino de la vida” (13).
VII
No haber leído, no leer a los “obligatorios” como una forma de faltarle el respecto a la
cultura, para luego esperar la reconvención y el placer del castigo: “no he leído a
Rigaut… ni a Max Jacob, ni a los pesados de Banville, Baudelaire, Catulle Mendés y
Corbiere, lectura obligatoria”, le dice Simone Darrieux a Arturo Belano: “pero sí que he
leído al Marqués de Sade”, agrega: “¿Ah sí?, dijo él. Sí, dije yo, acariciándole la verga.
Los golpes en el culo cada vez los daba con mayor convicción. ¿Qué has leído del
Marqués de Sade? La filosofía en el tocador, dije yo. ¿Y Justine? Naturalmente, dije yo
¿Y Juliette? Por supuesto. ¿Y Los 120 días de Sodoma? Claro que sí. Para entonces
estaba húmeda y gimiendo y la verga de Arturo enhiesta como un palo, así que me
volví, me abrí de piernas y le dije que me la metiera, pero que sólo hiciera eso, que no
se moviera hasta que yo se lo dijera.” (14) . La lectura —y la no-lectura— como una
forma de calentarse. Belano es el representante de la cultura, el literato a quien hay que
faltarle el respeto saltándose las obligaciones literarias, para llegar de una vez a al
catálogo de Sade y a los golpes en el culo y a la verga enhiesta: antes de que Simone
enumere sus faltas, a Belano, el detective salvaje, “no se le ponía dura”. El placer por la
sumisión, por el castigo, pasa por una afrenta y una venganza hacia un cierto tipo de
cultura. Y Simone es a fin de cuentas la que está golpeando, la que manda estando-
abajo: “…que no se moviera hasta que yo se lo dijera.”. Por su parte, Julio y Emilia —
en Bonsái— no han leído a Proust, crimen inconfesable para todos los estudiantes de
literatura, pero encuentran en algunas lecturas (incluso de Nietzsche, ¡incluso de
Cioran!) “razonables fuentes de inspiración erótica” (15). El pacto sexual, la carga
libidinosa de la lectura, pareciera fundarse en una no-lectura o en una lectura incompleta
de un autor canónico. Falsear una lectura, decir: sí leí esto y aquello, cuando en el fondo
no se ha leído nada de esto y de aquello, puede ser el principio de toda lectura y de todo
amor, una simple mentira “antes de follar”.
VIII
Martín Cinzano
http://www.lanzallamas.org/blog/
DISCURSO VISUAL (REVISTA MEXICO)
ÁGORA
A partir del análisis de algunos performances de Annie Sprinkle, Bob Flanagan y Orlan,
se sitúa, al interior del arte abyecto, la emergencia de lo que podríamos llamar cuerpos
explícitos. La abyección como programa, es decir, como conexión de deseos,
conjunción de flujos y continuum de intensidades, problematiza la corporalidad en una
deriva más allá del organismo, la significancia y la subjetivación. El recorrido por estas
anatomías de la abyección permite abordar, retomando algunas ideas de Gilles Deleuze
y Félix Guattari, ciertas prácticas artísticas vinculadas con la construcción explícita de
un cuerpo sin órganos. En este sentido, el arte carnal de Orlan pone en escena a un
cuerpo quirúrgico, el arte médico de Flanagan produce un cuerpo masoquista y los
performances pospornográficos de Sprinkle nos enfrentan a un cuerpo ginecológico.
•••
¿ Por qué esta cohorte lúgubre de cuerpos cosidos, vidriosos, catatonizados, aspirados,
cuando el CsO [cuerpo sin órganos] también está lleno de alegría, de éxtasis, de danza?
Deleuze y Guattari
El cuerpo explícito será, si nos dejamos llevar por la etimología, un cuerpo, desplegado,
desdoblado, desenrollado, abierto y sin secretos. “Abra el presunto cuerpo y exponga
todas sus superficies”,(3) así empezaba, programáticamente, el libro Economía libidinal
de Jean-François Lyotard. Cuerpo desplegado, abierto, convertido en pura superficie sin
interioridad, procedimiento antibarroco, no un juego de pliegues sobre pliegues sino el
despliegue del cuerpo como banda de Moebius, “la banda del cuerpo libidinal abierto y
extendido en su única cara sin reverso, cara que nada oculta.”(4) Explicitus, participio
pasado de explicare, sugiere esta transparencia moebiana de lo corporal, esta visibilidad
extrema del cuerpo en escena, producción de una superficie perfectamente iluminada,
sin sombras ni ocultamientos.
Explicit, tercera persona del singular, señalaba, en la edad media, las últimas palabras
de un texto, significando “aquí termina”; quizás estamos viviendo la hora postrera de
los discursos y representaciones en torno a la corporalidad tal y como la conocíamos, en
este sentido, el cuerpo explícito es un cuerpo paroxístico. Entonces, lo explícito podría
ser el nuevo eufemismo para referirse al traumático paroxismo de lo corporal en la
textualidad contemporánea. Explicitus est liber: en la discursividad traumática de lo
abyecto, el cuerpo, en su literalidad, tiene la última palabra.
Se ha hablado mucho del retorno del cuerpo en el arte de los noventa, este cliché
debería corregirse. Pareciera que no estamos frente a un retorno sino ante un devenir,
transitamos, en términos de abyección, de los fluidos corporales a la fluidez de lo
corporal. En este sentido, lo abyecto y lo informe resultan ser nociones cada vez más
inseparables en los análisis de lo que nombramos con el afortunado oxímoron de arte
abyecto. Me explico: lo informe traza las coordenadas heisenbergianas de lo que
podríamos llamar una anatomía de la abyección. Anatomías paradójicas, inciertas,
corporalidades desreguladas ubicadas en los límites de una ciencia que estudia,
modulándola, la estructura interna y externa del ser humano; lo informe, al contrario,
desestructura la estructura orgánica; los cuerpos explícitos serán, entonces, la parte
maldita de la anatomía. Lo informe, nos dirá Bataille, “no es sólo un adjetivo con
determinado sentido sino un término que sirve para desubicar, exigiendo generalmente
que cada cosa tenga su forma.”(5) O bien, podemos agregar, que cada cuerpo tenga sus
órganos. Lo informe corporal nos remitirá a la noción de cuerpo sin órganos, entendida
como un conjunto de prácticas corporales que tienden hacia lo informe. En palabras de
Deleuze y Guattari, el cuerpo sin órganos “ya está en marcha desde el momento en que
el cuerpo está harto de los órganos y quiere deshacerse de ellos, o bien los pierde.”(6)
Obviamente, esta afánisis corporal no es física sino metafísica, deconstrucción de la
propia idea de organismo como organización formal de los órganos del cuerpo. Más allá
de lo anatómico, episteme (saber) que funciona como parergon (marco) del body art, el
cuerpo explícito, en su condición informe, será un cuerpo posmetafísico, es decir,
anatómicamente incorrecto. De la metáfora a la metonimia, deconstrucciones y
descuartizamientos, toda una retórica carnal, plagada de elipses, aliteraciones,
hipérboles y sinécdoques de lo corporal, traza el plano de inmanencia de una anatomía
imposible.
Elijo, como Barthes, un orden absolutamente insignificante para estas imágenes, que
darán cuenta, alfabéticamente, de algunas figuras de la corporalidad explicita. El cuerpo
amplificado de Stelarc en The Third Hand (1976-1980), el cuerpo amputado de Mike
Parr en Cathartic Action: Social Gestus No. 5 (1977), el cuerpo anal de Keith Boadwee
en Untitled (Purple Squirt) (1995), el cuerpo autolacerado de Gina Pane en Le Lait
Chaud (1972), el cuerpo baleado de Chris Burden en Shoot (1971), el cuerpo clausurado
de Heli Rekula en Hyperventilation (1993), el cuerpo drogado de Marina Abramovic en
Rhythm 2 (1974), el cuerpo eléctrico de Atsuko Tanaka en Electric Dress (1956), el
cuerpo endoscópico de Mona Hatoum en Corps étranger (1994), el cuerpo
esquizofrénico de David Nebreda en 23.6.89 (1989), el cuerpo estéril de John Duncan
en Blind Date (1980), el cuerpo eyaculatorio de Andrés Serrano en Untitled VII
(Ejaculate in Trajectory) (1989), el cuerpo ginecológico de Annie Sprinkle en The
Public Cervix Announcement (1992), el cuerpo HIV positivo de Ron Athey en Four
Scenes in a Harsh Life (1994), el cuerpo masoquista de Bob Flanagan en You Always
Hurt the One You Love (1991), el cuerpo materno de Mary Kelly en Post-Partum
Document (1973-79), el cuerpo masturbatorio de Vito Acconci en Seedbed (1970), el
cuerpo menstrual de Judy Chicago en Red Flag (1971), el cuerpo musical de Nam June
Paik en Human Cello (1965), el cuerpo orgásmico de Elke Krystufek en Satisfaction
(1996), el cuerpo orgiástico de Carolee Schneemann en Meat Joy (1964), el cuerpo
pornográfico de Cosey Fanni Tutti en Prostitution (1976), el cuerpo queer de Jurgen
Klauke en Transformer (1973), el cuerpo quirúrgico de Orlan en Omnipresence (1993),
el cuerpo terminal de Hanna Wilke en Intra-Venus (1993), el cuerpo vaginal de Shigeko
Kubota en Vagina Painting (1965), el cuerpo violado de Ana Mendieta en Rape Scene
(1973).
Esta suerte de traumática taxonomía corporal parece surgida de “El idioma analítico de
John Wilkins” de Borges. Cabe recordar el inicio de Las palabras y las cosas; entre risas
Foucault se preguntaba “¿A partir de qué a priori histórico ha sido posible definir el
gran tablero de las identidades claras y distintas que se establece sobre el fondo
revuelto, indefinido, sin rostro y como indiferente, de las diferencias?”(8) Paradoja de
una anatomía de la abyección que, con su delirante recuento de erecciones,
eyaculaciones y exhibiciones (Bukowsky dixit), se ubica en el espacio discursivo de lo
heterológico, en una textualidad heterotópica más o menos inquietante e incierta. Esta
heteróclita lista de cuerpos explícitos podría, en una especie de gimnástico
empecinamiento poético, prolongarse ad infinitum. Pero basta ya de obsesivas e
interminables clasificaciones horizontales, centrémonos en tres figuras particulares de la
transgresión anatómica —construcciones ginecológicas, masoquistas y quirúrgicas del
cuerpo— presentes en ciertos performances de Sprinkle, Flanagan y Orlan. Quizás,
estos artistas han encontrado, no desde la tristeza de un fantasma sino desde la alegría
de un programa, su cuerpo sin órganos.
Una ducha vaginal seguida por una breve lección de anatomía femenina sirven de
preámbulo a The Public Cervix Announcement, performance que cierra el primer acto
del show Post-Porn Modernist (1990-1995) de Annie Sprinkle. Antes de insertar un
espéculo en su vagina e invitar al público a ver su cuello uterino, la artista, adoptando
un aire escolar similar al empleado en Nurse Sprinkle’s Sex Education Class (otro de
sus divertidos performances pospornográficos), parodiará el saber ginecológico
reduciéndolo a un par de esquemas que ilustran, con la claridad de un manual de
secundaria, el sistema reproductivo femenino y el cuello uterino. Luego de un breve
recorrido por la terminología médica, señalando, didácticamente, la anatomía femenina,
deletreando y repitiendo las palabras útero, ovarios, trompas de Falopio y cérvix,
Sprinkle nos revelará un espacio que es, al decir de Terri Kapsalis, “a la vez interior al
cuerpo y exterior a la representación”.(9) La estrategia de Sprinkle no se limita, por
tanto, a la parodia, sino que nos empujará, en términos escópicos, de la representación a
la presentación, a partir de la apropiación y uso performático del instrumento por
excelencia de la mirada clínica sobre el cuerpo femenino: el espéculo. Puesta en escena
de un cuerpo explícito que es sinónimo, aquí, de un sexo abierto, especulóptico,
resultado del encabalgamiento de una tecnología médica —el espéculo— y de un gesto
pornográfico —el split beaver.
Todo se reduce a una cuestión de devenir. “Por qué no caminar con la cabeza, cantar
con los senos nasales, ver con la piel, respirar con el vientre”,(11) se preguntaban,
intuyendo las infinitas posibilidades del cuerpo sin órganos, Deleuze y Guattari. “Por
qué no danzar con los senos o escribir poesía con las nalgas” parece contestar Sprinkle,
desde la alegría de un programa de experimentación orientado a insuflar humor en cada
centímetro de su piel, en una especie de poética metonímica del significante corporal.
The Bosom Ballet es un performance mamario donde los senos de Sprinkle danzan
melodiosamente al compás del vals El Danubio Azul de Johann Strauss, sus manos,
enfundadas en largos guantes negros, estiran, comprimen, pellizcan, suben, bajan,
balancean, exprimen, envuelven, juntan y separan sus senos en una coreografía que
conjuga, en un devenir musical del cuerpo, las delicias del gesto autoerótico y del ballet.
En Poem By My Ass, Annie Sprinkle lleva hasta las últimas consecuencias la
afirmación barthesiana de que uno escribe con su cuerpo. El poema, heredero de la
tradición surrealista y de su escritura automática, fue escrito por sus nalgas desnudas al
momento de sentarse sobre el teclado de una máquina de escribir eléctrica; el gesto
esquizoanalítico de Sprinkle sustituye, sabiamente, a su inconsciente por su trasero,
poesía erógena de una corpor(e)alidad que no nos remite al fantasma psicoanalítico,
sino al carácter productivo y asignificante de su funcionamiento maquínico. El
feminismo pospornográfico de Annie Sprinkle no es esencialista sino metonímico, no es
una ontología, es una retórica: el despliegue salvaje de una discursividad prostitulógica.
Construirse un cuerpo masoquista será la estrategia que Flanagan utilizará para combatir
su enfermedad. Pareciera que en sus experimentaciones corporales resuenan las palabras
de Deleuze y Guattari: “Encontrad vuestro cuerpo sin órganos, sed capaces de hacerlo,
es una cuestión de vida o de muerte, de juventud o de vejez, de tristeza o de alegría.
Todo se juega a ese nivel.”(12) Frente a la fibrosis quística, Bob elegirá la vida, la
juventud y la alegría; esta figura emblemática de la escena masoquista fue, también, el
poster boy de la National Cystic Fibrosis Research Foundation en Orange County,
convirtiéndose, a lo largo de los años y ante la mirada atónita de los médicos, en una de
las personas más longevas que han padecido dicha enfermedad. A pesar de todas las
predicciones y prognosis, Bob vivió cuarenta y tres años, su muerte, el 4 de enero de
1996, marca el fin de una vida atravesada, paralelamente, por la tristeza de la
enfermedad y por el humor del masoquismo.
La pieza Alphabet Block Wall ilustra este encabalgamiento, una pared de mil
cuatrocientos bloques alfabéticos que articula, pornológicamente, cuatro letras y dos
siglas: CF (fibrosis quística) y SM (sadomasoquismo). Este despliegue sintagmático que
hermana, metalépticamente, a la fibrosis quística con el sadomasoquismo está
acompañado de una serie de imágenes intercambiables que nos remiten a una especie de
iconografía de las consecuencias: tanques de oxígeno, látigos, doctores, dominatrixes,
enemas, máscaras, sueros, cadenas, estetoscopios, clavos, escalpelos, candados,
jeringas. Una parafernalia propia de lo que algunos han llamado “sadomedicina”
articula, iterativamente, lo que podríamos considerar, sin más, un pornograma: CF/SM.
Esta es, creo yo, la fórmula encontrada por Flanagan para hacer de su cuerpo patológico
un cuerpo masoquista.
Un cuerpo poblado por ondas de dolor, por intensidades doloríficas, es lo que nos ofrece
The Wall of Pain, una pieza compuesta por quinientas fotografías que registran,
clínicamente, el rostro de Flanagan en el preciso momento de recibir algún tipo de
castigo físico. Esta bella agonía capturada en la emulsión fotográfica revela, con la
precisión de un cirujano, flujos de intensidad que recorren, como en un lienzo de
Francis Bacon, la corporalidad de Flanagan. El cuerpo explícito, ya lo dijimos, no es
más que una superficie por la que pasan, sin estratificarse, flujos de distinta naturaleza.
En este sentido, Sheree Rose inscribe, látigo en mano, ondas doloríficas en el cuerpo de
su amante, el dolor es su escritura sobre su cuerpo sin órganos.
Veamos este cuerpo explícito a la luz de lo que hemos llamado una anatomía de la
abyección. The Visible Man es una pieza que presenta uno de los múltiples rostros de la
abyección: lo patológico. Potenciación sintomatológica, en una especie de incontinencia
flemática, espermática y excrementicia, la organización de los órganos se deconstruye,
primacía de los flujos sobre la codificación anatómica. Flujos de mierda, flemas y
semen no cesan de salir del cuerpo, corporalidad convertida en una máquina excretora,
boca, pene y ano transformados en los agujeros por donde el cuerpo se escapa de sí
mismo. El cuerpo convaleciente de Flanagan no cesa de ser evacuado, flujos CF/SM
indiferenciados. Convalecencia y evacuación continua, desde este punto paradójico
Flanagan traza sus líneas de fuga. “Patafísicamente”, Deleuze describió este proceso
veinte años antes, en una clase del 14 de diciembre de 1971:
El flujo de aire y saliva tienden a entremezclarse el uno con el otro, de tal manera que
ya no hay matices. Aún más, cada vez que respira y babea hay a la vez un ansia vaga de
defecación, una vaga erección, el cuerpo sin órganos huye por todos los extremos. Es
triste, pero por otra parte, tiene momentos muy alegres, mezclando todos los códigos se
tienen grandes momentos.(15)
Estos grandes momentos se vinculan al encuentro con lo real; en este sentido, la alegría
como “un modo de reconciliación con la muerte y la insignificancia”(16) orienta la
estrategia de Flanagan, la producción intensiva de un cuerpo masoquista que se erige,
alegremente, por encima de toda patología. Bob Flanagan es lo más cercano a un
superhéroe en medio de “esta cohorte lúgubre de cuerpos cosidos, vidriosos,
catatonizados, aspirados”,(17) este super-masoquista se eleva heroicamente sobre la
miserable escena del arte abyecto.
Puedo observar mi cuerpo cortado y abierto sin ningún sufrimiento. Puedo verme
hasta la profundidad de mis vísceras, un nuevo yo, una nueva escena. Puedo ver el
corazón de mi amante y su espléndido diseño no tiene nada que ver con los símbolos
cursis trazados usualmente. “Querido, amo tu bazo, amo tu hígado, adoro tu páncreas y
la línea de tu fémur me excita”(24)
Ligas en Internet
Annie Sprinkle
http://www.anniesprinkle.org/
Bob Flanagan
http://en.wikipedia.org/wiki/Bob_Flanagan
Orlan
http://www.orlan.net/
Bibliografía
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Juno, A., Vale, V. (eds.), Bob Flanagan: Super-Masochist, Hong Kong, Re/Search,
1993.
Kapsalis, Terri, Public Privates. Performing Gynecology from Both Ends of the
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Lacan, Jaques, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires,
Paidós, 2001.
O’Dell, Kathy, Contract with the Skin, Minneapolis, University of Minnesota Press,
1998.
Ramírez, Juan Antonio, Corpus Solus, Madrid, Ediciones Siruela, 2003.
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Warr, T., Jones, A. (eds.), The Artist’s Body, Hong Kong, Phaidon, 2000.
Williams, Linda, Hard Core. Power, Pleasure, and the “Frenzy of the Visible”,
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Notas
2. Véase Antonin Artaud, Para acabar con el juicio de Dios, México, Arsenal, 2004.
4. Ibid., p. 11.
8. Michel Foucault, Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 1995, p. 9.
9. Terri Kapsalis, Public Privates. Performing Gynecology from Both Ends of the
Speculum, Durham, Duke University Press, 1997, p. 132.
10. Véase Fabián Giménez, “Prostitulogías: cartografías de la escena pospornográfica”,
Memorias del III Congreso Internacional de Ciencias, Artes y Humanidades “El
Cuerpo Descifrado”, México, UAM, 2007.
13. Bob Flanagan, en Juno, A., Vale, V. (eds.), Bob Flanagan: Super-Masochist, Hong
Kong, Re/Search, 1993, p. 94. (La traducción es mía.)
http://discursovisual.cenart.gob.mx/dvwebne9/numero9.htm
La subversión de la náusea
Es abyecto lo que nos provoca náusea, desagrado, horror… Este malestar es generado
porque lo abyecto cuestiona violentamente al yo, sus límites, su estabilidad. En palabras
de Julia Kristeva:
No es por lo tanto la ausencia de limpieza o de salud lo que vuelve abyecto, sino aquello
que perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los
lugares, las reglas. La complicidad, lo ambiguo, lo mixto. El traidor, el mentiroso, el
criminal con la conciencia limpia, el violador desvergonzado, el asesino que pretende
salvar… Todo crimen, porque señala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero el crimen
premeditado, la muerte solapada, la venganza hipócrita lo son aun más porque
aumentan está exhibición de la fragilidad legal. (Kristeva, 2004: 11)
Según explica Julia Kristeva a partir de las contribuciones de Georges Bataille y Mary
Douglas, lo abyecto está en el principio de toda religión. La interdicción religiosa, al
considerar algo como impuro, lo vuelve tabú, lo separa del mundo profano y lo integra
al mundo de lo sagrado.
Lo abyecto también está estrechamente relacionado con lo sublime. “Lo abyecto está
rodeado de sublime. No es el mismo momento del trayecto, pero es el mismo sujeto y el
mismo discurso. Pues lo sublime tampoco tiene objeto.” (Ibíd.: 20) Lo sublime y lo
abyecto son las dos caras de una misma moneda, las dos formas de un mismo proceso
que suspende al sujeto, que lo desborda, al mismo tiempo que rebasa el orden
simbólico.
El modelo usual en las fotografías de Cindy Sherman, es ella misma. Sin embargo, no
se trata de retratos en sentido estricto, pues para que una obra sea considerada como un
retrato, el artista debe tener la intención de representar a una persona real y específica.
Esto puede ser logrado a través de estrategias tales como nombrar a la persona en el
título del trabajo o crear una imagen en la cual el parecido físico transmita una
individualidad emocional única, propia de la persona retratada. Nada de esto ocurre en
la fotografías de Cindy Sherman. Ella las nombra con la palabra Untitled y un número
en una serie sucesiva, con lo que las despersonaliza. Además, poco o nada de la
verdadera personalidad de Cindy Sherman está en esas imágenes; lo que vemos en cada
una de ellas es una puesta en escena donde la artista encarna a un personaje.
Al mostrar a lo femenino como un como una mascarada, Sherman sigue las propuestas
de los estudios feministas y queer, especialmente de teóricos como Judith Butler, quien
propone que la identidad de género es un constructo cultural, propio de un tiempo y un
espacio determinados; un producto de la performatividad, es decir, que devenimos
hombres o mujeres al actuar compulsivamente como tales, como lo que en el imaginario
colectivo son tales. Así, en las fotografías de Sherman se desestabiliza el concepto
mismo de identidad, que ya no es concebida como algo dado, acabado, estable, sino
como un constante devenir, un proceso, una construcción siempre inacabada,
contingente, precaria.
Además, Julia Kristeva afirma que “en última instancia, si hay alguien que personifica
la abyección sin promesa de purificación, es una mujer, ‘toda mujer’, la ‘mujer toda’”
(Kristeva, 2004: 2004), pues posee en ella los poderes de la procreación, de la
maternidad, que escapan al orden simbólico, patriarcal. Por eso, la sangre menstrual es
una de las sustancias abyectas y tabú por excelencia.
Las fotografías que integran la serie llamada Fairy tales nos presentan lo abyecto de una
manera más directa. En ellas, utilizando disfraces, Cindy Sherman encarna seres
monstruosos, que parecen salidos de nuestras más terribles pesadillas infantiles. Lo
monstruoso es aquello que el orden social segrega, “lo anormal sólo existe en relación a
lo que se ha constituido o instaurado como normal”. (Cortés, 1997: 20) Además, “el ser
humano occidental considera la fealdad […] como el equivalente visible del mal” (Ibíd.:
25) Así, el monstruo encarna nuestros deseos reprimidos, las energías más oscuras de
nuestro inconsciente, que amenazan continuamente con aflorar y tomar el control de
nuestras acciones.
En las Sex pictures, Sherman cuestiona la sexualidad considerada como "normal" por el
orden social. Utilizando maniquíes, prótesis y juguetes sexuales, nos muestra cuerpos en
los que los dos sexos conviven, que se abren y se penetran; prácticas que "no deberían
ser".
En la más reciente serie de Cindy Sherman, llamada Clowns, lo abyecto aparece bajo
los rasgos de lo siniestro: hay algo oscuro y reprimido que retorna bajo las caras
pintarrajeadas de estos payasos, tras los disfraces chillones y las luces de colores. ¿El
payaso como objeto fóbico, donde se encuentran el miedo y la fascinación? Finalmente,
los payasos como sujetos intersticiales, ambivalentes, indefinidos: esas caras largas mas
sonrientes, esos símbolos de la inocencia infantil mostrando descaradamente los
atributos de una sexualidad adulta.
Las fotografías de Joel-Peter Witkin pueden resultar más perturbadoras porque sus
monstruos, a diferencia de los de Sherman, no son fabricados mediante prótesis y
maquillaje, sino personas reales con malformaciones. Recordemos que, como se dijo,
más arriba, los monstruos representan las energías negativas reprimidas de nuestro
inconsciente, y que, al menos en la cultura occidental, la fealdad es considerada "como
el equivalente visible del mal". (Córtes, 1997: 25) Así, a la deformidad física
correspondería la maldad espiritual, moral. Pero, por supuesto, a estos seres ya no los
llamamos monstruos ni fenómenos; sólo queda preguntarnos si ello es un avance en
cuanto a derechos humanos se refiere o una mayor hipocresía; el hecho de que los
excluyamos socialmente, que evitemos tocarlos e incluso apartemos la vista, puede
sugerirnos una respuesta.
Los personajes de Witkin son odiosamente sexuales. Sus cuerpos mutilados ostentan
descaradamente órganos de ambos sexos –otra vez la indefinición, lo intersticial, lo
mixto... lo abyecto. Incluso, en algunas fotografías se muestran prácticas sexuales no
heterodoxas, fetichistas o sadomasoquistas.
Sin embargo, en la obra de Witkin, mucho más que en la de Sherman, podemos apreciar
la relación que lo abyecto mantiene con lo sagrado. Y es que el fotógrafo toma muchos
elementos iconográficos de modelos canónicos dentro de la historia del arte, incluso del
arte religioso, y de la mitología. Ello es explícito desde los títulos que les da, por
ejemplo Santo oscuro o Queer saint, donde parodia la representación de San Sebastián y
las connotaciones homosexuales que se le han atribuido.
Pero no olvidemos que Cindy Sherman es una de las artistas más afamadas de la
segunda mitad del siglo XX, y que sus fotografías alcanzan precios exhorbitantes.
Tampoco olvidemos que en varias ocasiones Joel-Peter Witkin se ha referido a sí mismo
como un sacerdote estético (Navarro, 2002: 381) y ha destacado el carácter moral, o
moralizante, de sus obras. Nada más alejado a una verdadera subversión.
Fuentes:
Cortés, José Miguel G. (1997) Orden y caos. Un estudio cultural sobre lo monstruoso en
las artes. Barcelona: Anagrama.
D'Angelo, Rinty, Eduardo Carbajal, Alberto Marchilli (1988) Una introducción a Lacan.
Buenos Aires: Lugar Editorial.
Foster, Hal (s. d.) The return of the real. Massachusetts: The MIT Press
http://estonoesliteratura.blogspot.com/
omentarios sobre El Erotismo, de Georges Bataille
La obra de Georges Bataille es sumamente compleja. Sus inquietudes filosóficas y
búsqueda personal lo llevaron a profundizar en áreas como la antropología, la
sociología, el arte, la literatura, la economía, el erotismo y el estudio de las religiones.
Redacción Anodis
1. Para Bataille, el erotismo es la sexualidad propia del ser humano, en tanto se aleja de
la sexualidad animal, sobre la que, no obstante, Bataille vuelve una y otra vez: la plétora
de los órganos de la generación.
2. Bataille desestima muy rápidamente el valor de los estudios del Instituto Kinsey
sobre la sexualidad, porque no siguen el mismo paradigma ni el mismo método de su
análisis. En verdad, se trata de dos paradigmas y métodos distintos: el uno cuantitativo y
el otro cualitativo; el uno averigua los qués y los cuántos, y el otro indaga sobre los
porqués y los cómos; el uno se fundamenta en la estadística y la probabilidad, y el otro
en el análisis introspectivo. Pero ambos son igualmente valiosos y más valiosos si
complementarios.
3. Indudablemente, entre lo más estimable del libro de Bataille, se encuentran sus dos
estudios sobre Sade, donde la claridad analítica del teórico ilumina la profundidad del
literato y filósofo, la penumbra del Divino Marqués.
Porque no puede existir una ética sin el Otro. El Otro es el principio y fundamento de la
ética, como bien lo vieron Lévinas y Mounier. Y el tercero es el principio y fundamento
de la política.
4. Bataille ilumina de una manera que no puede ser más clara, las intrincadas relaciones
entre la experiencia erótica y la experiencia mística, de las cuales, podemos afirmar que,
en el fondo, comparten una misma naturaleza, pues ambas son una puesta a prueba de
los límites del ser, de los límites del yo y del lenguaje. En ambas, el hombre entra en
contacto simultáneo con lo que lo violenta y transporta: lo sublime y lo abyecto; los
gemelos inseparables: Eros y Tánatos.
Ambas no son experiencias solitarias, sino experiencias sin sujeto, experiencias donde
ya no podemos referirnos a un sujeto, porque éste se diluye en la totalidad del Todo, en
la totalidad de la Nada.
http://anodis.com/nota/8485.asp
El mal y el placer
Ya entrado el nuevo milenio es urgente revisar el mal, mito mayor del quehacer artístico
y literario.
En Occidente ha dejado de ser alegoría, ficción, símbolo.
El mal se despide de su aureola romántica e invade la acción cotidiana a través de
negociaciones oscuras.
De la antigua y sublimada perversión las nuevas generaciones sólo tendrán un vestigio
arqueológico en bibliotecas y archivos, toda vez que el terror y la violencia se han
instaurado en nuestras vidas como redivivo Holofernes.
Es un lugar común asociar la perversión con algún propósito malévolo que sirva a
fines diabólicos y destructivos. Idea que tiene más de maquiavelismo que de
transgresión, propia de una mente calculadora, fría y no apasionada.
Pero el ser perverso en un sentido moderno, neorromántico, quería la abyección por sí
misma, por una propensión vertiginosa a la abyección. Se perdía en ella tanto como el
místico se pierde en Dios durante su éxtasis, decía hace varias décadas Georges Bataille
con algo de inocencia. (Bataille 1971, 212). Inocencia en la que quiero instalarme
también a lo largo de este ensayo.
La noche
Siempre me he preguntado por qué la noche es símbolo del deseo. Hay algo en ella que
atrae al vampiro. La leyenda de Drácula es una metáfora del erotismo. El príncipe Vlad
Tepes vive en función de encontrar a la dulce Mina. Sus crímenes y crueldades están en
función de su pasión. Nada más romántico que los castillos lóbregos o la catedral de
Nuestra Señora de París.
El romanticismo tiene sus bemoles. Tanto el arcediano enamorado de la gitana en
Nuestra Señora de París de Víctor Hugo, como el poema de Keats "La belle Dame sans
merci", contradicen el platonismo de Heine y nos entronizan en lo gótico, en la
profundidad de la noche infinita del vampiro. La juventud eterna de Drácula es el
ofrecimiento del cuerpo al amor-deseo, y su lucha contra el bien significa la revuelta
frente a la definición cristiana del amor como goce divino. La sensualidad en el vampiro
está más cerca de nosotros, hijos bastardos del cristianismo.
Ernst Fischer en El artista y su época nos dice que la balada de Keats evoca el aspecto
vampírico, destructor, devorador de la naturaleza: "Venus diabólica, Diana cazadora y
sanguinaria...El Yo se pierde en la sombra de Helena, de la femme fatale anatemizada
por el cristianismo, de la mujer endiablada, de la sensualidad interpretada como pecado.
La reina de los elfos convertida en vampiro, la naturaleza presa, según la concepción
cristiana, de la maldición del pecado original, se funde con la amante muerta, la "belle
Dame sans merci". ( Fischer 1972, 53-54)
En la nostalgia por la Nada hay un tufo metafísico. Mientras que la atracción por el
abismo significa la conquista de realidades desconocidas:
occidental nos impone. La voluptuosidad nos exige, nos demanda otro cuerpo del
placer.
Las partes húmedas de los cuerpos, las oquedades oscuras son puertas de entrada que
no se limitan a una mirada solamente, son para el otro el viaje hacia lo desconocido.
En un breve relato de Georges Bataille, titulado El pequeño, el ano sirve para sublimar
la abyección. La humedad atrae, como la bruma.
Desde Baudelaire y sus Flores del mal (1857), entendimos la presencia del mal, de lo
grotesco, de lo horrible como un signo invertido de la belleza, principio de la
modernidad.
El volumen de los cuerpos, la sinuosidad de las formas que nos atraen tienen muy poco
que ver con los moldes establecidos por la moda. El cuerpo del amor está encerrado en
la piel esperando el momento para escapar de su prisión.
Solitarias e inocentes
No saber qué es el amor, he ahí la inocencia.
La relación lesbiana está condenada a la tortura porque
ésta es un desafío. La tortura construye un cerco
alrededor de la pareja, cerco que una de las dos amenaza
con saltar constantemente para apreciar mejor
la fortaleza en la que quiere guardar a su amor,
sometiéndola al tormento de la eterna huida, de la pérdida.
Como no puede enfrentar la intensidad de su pasión,
que es a la vez el gran desafío ante la mirada del otro,
declara para sí misma, que saltará el cerco de nuevo.
El llanto y la desesperación la incitan al salto pero,
simultáneamente, la obligan a quedarse.
Este tira y afloja es el eje tensivo, necesario
a la pasión lesbiana.
Hay en la autodegradación una fascinación por el sufrimiento ante la mirada del otro. El
masoquismo necesita testigos.
Estoy en un bar con mi amante, dice el masoquista. Para saborear mi entrega necesito
ser golpeado, humillado.
La propensión vertiginosa a la abyección, que Bataille descubre en Genet y que éste
quiere por sí misma, incita a la bestia a inclinarse ante el abismo. Temor a la falta, a la
carencia de atributos masculinos.
La amante lésbica es sadiana, de naturaleza vampírica. Succiona la energía de la otra y
la vuelve su vasalla. La traición que imagina es la trampa que se crea a sí misma para
autoflagelarse porque odia su entrega, odia su fidelidad. Sólo volviéndose salvaje se
recupera íntegra.
La mujer masoch necesita de la negación para embromarse a sí misma.
En los cantos de Beuern (Carmina Burana) del siglo XII y XIII, en las Contradicciones
del amor, se lee:
Quod mihi datur
expaveo
quodque negatur,
hoc aveo
mente sereno
Bataille dice que la causa de esa atracción proviene de la tragedia griega:"El autor de la
tragedia griega estaba de acuerdo con la ley cuya transgresión describía, pero fundaba
Para algunos la diferencia entre lo erótico y lo obsceno tiene una perspectiva moral.
Alexandrian sostiene que todo lo que es erótico es pornográfico, y opone lo obsceno a
lo erótico: "La pornografía es la descripción pura y simple de los placeres carnales; el
erotismo es la misma descripción revalorizada, en función de una idea del amor o de la
vida social...Es mucho más importante distinguir entre lo erótico y lo obsceno. En este
caso se considera que erotismo es todo aquello que vuelve la carne deseable, la muestra
en su esplendor o florecimiento, inspira una impresión de salud, de belleza, de juego
placentero; mientras que la obscenidad devalúa la carne, que así se asocia con la
suciedad, las imperfecciones, los chistes escatológicos, las palabras sucias."
(Alexandrian 1990, 8)
En la suciedad e imperfecciones de los cuerpos hay goce.
En el volumen, las líneas sinuosas trazan la historia de los cuerpos. Cuerpos de Rubens,
de Fellini en 8 y 1/2, las gordas desnudas del peruano Eduardo Moll, las exuberancias
del colombiano Fernando Botero golpean en lo inefable de las top models.
Los mass media exaltan la delgadez de las modelos de pasarela, los artistas como Moll
la desechan. Estas pinturas constituyen un peligro para las profusas dietas a domicilio.
Y un alivio para la anorexia de las jovencitas que a toda costa quieren alcanzar la
delgadez absoluta.
Contra la hybris, contra la lujuria se orientan los nuevos mercaderes de productos light,
no colesterol. Dejan así libre el terreno a la única desmesura posible en esta época: la
avaricia y la especulación ganancial.
Baudrillard recuerda en "lo obeso" la pérdida de la forma de los cuerpos por
acumulación. Propia de una sociedad como la norteamericana.
No es en ese sentido que hablo de la sinuosidad de las formas, ni del volumen de los
cuerpos. No me interesa rescatar lo obeso, ni la obesidad.
Lo obeso ha perdido la forma, el cuerpo se pierde en una montaña de carne, lo
voluptuoso tiene otra forma: caderas como bahías apacibles, muslos como troncos
firmes, la cintura permanece. Este cuerpo es como una tempestad, y en él los ojos
lánguidos o desdeñosos muestran el deseo del otro. En lo obeso de Baudrillard los ojos
ya no hablan, el rostro no se transfigura en voyeur, no desea. Es un cuerpo caído, sin
deseo. Un cadáver que no vive la muerte del vampiro, paso necesario para alcanzar el
gozo. En la balada de Keats, la belle dame sans merci extiende los brazos con la codicia
de un fantasma que necesita renacer en otro cuerpo.
Para quien se imagina que sólo es un cadáver, cuyo rostro putrefacto ha de ver
finalmente, no significa un impedimento. La necesidad de alcanzar el placer efímero de
poseerla es más fuerte, esa necesidad se afianza en el horror que también es romántico.
De la misma manera, Mina (en Bram Stocker's Drácula de Francis Ford Copolla)
sucumbe ante la figura del príncipe, cuya presencia terrenal es tan fulminante como el
deseo.
¿Qué hacer entonces para verte desnuda, para verte real, para hacer de él, de ella, el
objeto que perseguimos en la oscuridad de nuestro universo infantil, pulverizado por las
normas, las modas, por lo "obeso?”
Quien ama a uno no ama a todos, dice Buda. Pero la amada, en un poema de Borges
("Al triste") es, en el fondo, la misma mujer que todos amaron. El poema de Borges
explica bien el morir de amor. Y morir también porque hemos perdido el amor.
Sin deseo, sin pasión, atravesamos el desierto en una vieja carcocha; calcinados por el
sol volvemos a ser el desconocido que retorna al punto de partida. La persona que
dejamos atrás extiende su débil sombra, olvidada.
Finalmente estamos otra vez ante el reino de la noche que, para los poetas románticos es
el reino del ser, para Novalis el sueño. La noche mística de San Juan, de Meister
Eckhart. Octavio Paz habla de la noche precristiana y para los surrealistas era el lugar de
los encuentros misteriosos.
Bibliografía citada:
Alexandrian. Historia de la literatura erótica. Editorial Planeta, Argentina, 1990.
Arias y Arias, Ricardo. La poesía de los Goliardos, Gredos, España.
Bataille, Georges. La literatura y el mal, Taurus, España, 1971.
Baudrillard, Jean.. Las estrategias fatales. Editorial Anagrama, España, 1984-
Bonnefo, Ivey. "La invención de Balthus". En Plural 42, revista de crítica, arte,
literatura. México 1975, pp.47-55
Carmen Ollé
Los ojos del búho son grandes y redondos, pero no tan inteligentes como los de la
lechuza (inteligencia mitológica, claro), ni tan escrutadores. No sé si los del buho tienen
como los de la lechuza un lado sabio, clarividente y otro terrorífico, anunciador de los
siniestro. Las dos aves andan siempre confundiéndose como si fuesen una sola.
El amor antes y después, se me ocurre, podría ser representando por estos dos animales
nocturnos y rapaces.
El grito estridente de la lechuza y sus ojos brillantes anuncian el deseo. Los del buho,
cambiantes, su extinción.
La afición por coleccionar figuras de lechuza explica la inclinación permanente y
positiva de reencontrarnos con el amor.
El buho: la fatiga, la declinación, el no va más...
http://www.demus.org.pe/BoletinVirtual/mujeres_en_busqueda/index4.html