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Escribir es como morir, aunque ya has muerto muchas otras veces y no

llegaste a la escritura como una forma de violentarse y profundizarse las


hendiduras en el cuerpo, la cuchilla penetrada en la espalda, como en
la pesadilla donde el barrio de los Castillanos me atravesaban con sus
sables y yo mismo me las arrancaba, escribir es una pesadilla dentro de
un cuadrilátero oscuro, es un arma peligrosa, estarás solo como
buscando algunas luces en el espacio solidificado, de glaciares eternos,
no puedes moverte, desolado y vacío como las océanos de la luna, los
cantos de la luna, aplastado por ese infeccioso viento de cenizas.. escribir
es morir, por eso me encanta escribir y no dejaré de hacerlo, lo haré
aunque me cueste la vida, aunque deba pagar como a los pecados
debemos deudas. El delito, el pecado, las cenizas, el hielo, la soledad, la
muerte de la luna morada aullando una noche sin estrellas, sin retorno.
Me encanta morir..
Hace cinco días Pochi me dijo para asaltar un banco, pensé muchas
variantes para hallar mi propia ecuación, mi dilema personal, entiendo a
la muerte como el paso consecutivo a la vida, y como desear vivir,
también deseo morir en la misma intensidad. Faltaba una moto, un
conductor y un arma. Conseguí los tres requisitos, tres personas me harán
el seguimiento de la mentira. “Mentira”, recuerdo esa palabra, como
aquella vez cuando discutía con Celeste, todo empezaba desde el inicio
otra vez, todo volvía a la luna morada; “toda nuestra vida, nuestros
sueños, nuestros objetivos, todo nuestro pasado, nuestra construcción de
vida, nuestros criterios también han sido una gran mentira, Celeste. Todo
lo que hagamos, dentro de la civilización bastarda no generará vida,
estamos muertos, Celeste..” Ella no comprendía el eterno retorno, las
cenizas asifixiándome, la pólvora escondida en el jardín, entre flores,
entre pistolas, entre animales y sus espíritus. Celeste no era parte de mi
mundo que quería crear. Lo pude hacer, impulsé dos bandas de ladrones
en menor grado, allané asaltos más complejos, aprendí a usar armas y lo
más importante, entrené mi mente para tales objetivos, incluso
exageradamente, me rehúso a placeres antes que el delito, así sea
pequeño, así sea solo mental, aunque no esté en las reglas del Estado,
inventaba delitos. Asaltar un banco es aceptar más de un 50% la muerte
te llevará a la claustrofobia. La muerte será el muro gigante de maracuyá
de mi infancia. Volvería a la nada, con mi muerte pagaría mi deuda y mi
odio a esta abusiva civilización. Mi novia y mi familia se alejaron de mí, y
no me importa, yo atacaré, yo gozaré el placer armado, la estética, la
poesía hasta convertirme en un cadáver de lobezno.
Siempre quise asaltar un banco, era de mis sueños más lujuriosos. Morir
asaltando un banco, me lo imagino, y no puedo creerlo que llegué tan
lejos. El único problema era que podía morir, en un porcentaje temible.
La muerte, la mentira. La lucha desigual donde la primera triunfa, contra
todo espejismo e idealización. Celeste no aceptaba mi deseo de muerte,
no entiendo por qué pienso en ella ahora, la migraña me aterrorizó hasta
el medio día, quizá en esto tenga algo que ver Pochi, es un tipo duro, lo
comprendo, querrá ver lo mismo en mi, él está diez pasos adelante mío,
debo ser sincero, nada más, me está estudiando, incluso me estudia
ahora mismo, aunque no me mire. ¿Cuántos días tuve que pensar en dar
el paso siguiente? Cinco, ahora compraré el arma antes de gastarme mi
dinero.
Trato de contactarlo a Pochi y venga a mi casa, le invite unas cervezas o
un buen trago. Temo que me descarte, no sé qué me haría falta, creo
que solo él y sus amigos conocen las respuestas. Me hice muy amigo,
ahora, de la mafia callejera. Delincuentes de experiencia, con
proyección política y emprendimiento económico. Hay que verlo de
ambas formas. Me gané un espacio entre ellos, Victor una ocasión me
dijo: “Daniel, tienes problemas con alguien, vamos para allá a castrarlos,
pero antes endulza a la gente, una caja de chelas primero”. Estoy en otra
crisis personal, muy profunda, intento no pensar, intento pensar. Una
dicotomía que busca revivir la tragedia griega. Un poema que asesine la
razón. Puedo saborear un golpe certero. “Antes de dormir abrazo el
caos..”
Me parecía una mentira, una ficción que justificase la realidad, toda
nuestra autenticidad como individuos en plena construcción, una
mentira, bajeza de pasiones, espíritu famélico, animal rastrero; no podía
vivir así, despertar, bañarme, estudiar, acomodarme a la simple
obediencia a la sociedad, alcanzar un puesto laboral, quizá, reproducir
la misma barbaridad. Me dolía el estómago, me daba infecciones,
gastritis, enfermé del hígado, migrañas por horas, daño a mi sistema
digestivo. Síntomas colaterales, ocho meses no pude beber alcohol por
el estrés que hacía daño a mi sistema vital. La caminata de la avenida
Wilson a la universidad, sentía que en cada paso yo escapaba de mí
mismo, que algo muy profundo de mi vida se iba de mis manos, las caras
diarias de gente sin corazón, abatidos, como discos reproductibles con
la misma tonada de mierda. Sabio Benjamin: ““la humanidad, que antaño,
en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha
convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado
un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de
primer orden”; estamos cagados y mantenemos esperanza con la plena
conciencia frases de pensadores, artículos, ensayos, Foucault, la
normalización, la destrucción de la metafísica, el mito de Sísifo, las
añoranzas anarquistas, el individualismo, liberación animal, Deleuze,
Derrida, incomprensión; acercándome al nihilismo.. No podía vivir así, me
siento amargo de todos el tiempo que he perdido y perderé. No
disfrutaba de mis lecturas favoritas de algún tiempo, no disfrutaba de la
literatura, a menos que se recree en una ambiente de desesperanza
corrompida por el crimen. Mi cuerpo pedía a gritos salir de ese universo
donde nada gravita por orden primitivo, nada se resolvía, problema tras
problema; era una vida de mierda donde todo parecía tener sentido. Me
rebelé a mí mismo, luego contra la civilización humana y su beneplático
antropocentrismo asqueroso. Respiré otros aires. El caos llenó mi vida de
temporadas infernales con Rimbaud, con Digiovanni, con la delincuencia
que reivindiqué como nihilista.
Pochi se llama Juan Carlos, Josué en su primera impresión lo describió
como cualquier persona que pasara desapercibida en la calle. Pochi me
comentó un asalto de una ganancia de 50 mil soles, él en el teatro de
chófer. Lo capturaron a las semanas, los policías exigían un pago, nada
más. “Así es el hampa, una mierda, Daniel, por eso debes tu dinero
guardado, sino, una mierda, no hagas nada, quédate en casa”, me
daba consejos. Piel trigueña, casi de mi misma estatura, no parece tener
una gran fuerza física como Pedro, pero era inteligente, tenía control. El
papá de Carolina era chófer en sus años jóvenes, con Rolando
coincidieron que el más bravo en una operación de asalto debe ser el
chofer. Pochi tenía un gran entrenamiento mental que me hacía sentir un
insecto entre bestias. No comprendo aún por qué me insinuó la idea. Me
alcoholicé, estábamos también Oscar y Victor. Todos estábamos aún
intrigados por la conducta disidente de David.
—Nosotros tres

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