You are on page 1of 5

La manifiesta proliferación injustificada de incidentes “ad infinitum”:

¿indicio de falta de razón en lo sustancial?


Por Jorge W. Peyrano

Ante todo, es preciso recordar en qué consiste una situación de incidente “ad
infinitum”. “Su composición, claro está, puede ser variopinta, pero de
ordinario se tratará de una seguidilla de actuaciones heterogéneas
(recusaciones, pedidos de suspensión de términos, postulaciones de toda
laya carentes del mínimo sustento y generalmente traducibles en
paralizaciones del trámite principal, interposición de recursos
ostensiblemente improcedentes, planteos de incidentes notoriamente
inviables, etc.). Cabe acotar que habitualmente la situación de incidente ad
infinitum es protagonizada por la demandada, pero nada obsta a que pueda
serlo la actora temerosa de que su pretensión principal sea desestimada con
las concomitancias correspondientes, razón por lo que se procura postergar
el momento de la derrota” (1). Dicha situación, repetidamente acaecida en el
seno de procesos civiles, ha sido objeto de previsiones legales, tal como la
contenida en el art. 45 CPN (2).
Ahora bien: ¿qué hacer frente a la referida situación? Pues, rechazar in
limine el incidente último, no notificar dicho rechazo del postrero incidente
notoriamente inviable (para evitar nuevas postulaciones inadmisibles) e
impulsar oficiosamente el trámite del principal (3).
Visualicemos a qué apuntan las soluciones propuestas para dar respuestas
adecuadas al incidentista ad infinitum. Centralmente, a dar pronto y
expedito finiquito a la situación planteada: es decir resolver el incidente
(rechazándolo in limine) y hacer lo necesario para impulsar el proceso hacia
el momento del dictado de la sentencia de fondo, y nada más. Y no está mal
que los efectos de la calificación judicial de un incidente como ad infinitum
se circunscriban a considerar a la conducta de su autor como abusiva y
tendiente a dar largas a la emisión de la sentencia final. Es que sucede que
no siempre la perpetración de un solitario incidente ad infinitum constituye
una demostración inequívoca respecto de que el incidentista malicioso tiene
conciencia de que no le asiste razón en lo sustancial del debate. Pensemos,

1
por ejemplo, en la inminencia de un cambio legislativo o en un más o
menos anunciado quiebre jurisprudencial que podrían mejorar sus
expectativas de resultar vencedor en lo sustancial. Entonces la valoración de
la conducta en juicio adoptada por el incidentista del caso no puede, en
principio, alcanzar más allá de lo que primariamente denota: interés en
demorar el pronunciamiento de mérito. Es que, como se ha visto, puede ser
en cierta forma, a veces justificada la conducta procesal obstructiva (4)
registrada.
Ahora bien: ¿qué sucede cuando ya es plural la promoción de incidentes ad
infinitum? Creemos que cuando ello ocurre se puede y se debe ir más allá y
así extraer de tal conducta procesal repetidamente maliciosa elementos de
juicio para considerar, indiciariamente, que no le asiste razón sobre el fondo
del asunto a tan obstinado litigante desleal.
Sin duda que ya no se discute (5) que la conducta procesal constituye un
elemento de juicio computable que debe influir en el devenir del proceso
civil. Existen pautas legales que contemplan ello expresamente (6), y por
más que algunos códigos procesales civiles provinciales no incluyan
disposiciones legales expresas, igualmente la circunstancia de ser la
conducta en juicio un indicio es suficiente para reconocer que también
aceptan dicha influencia.
¿Por qué no ponderar la susodicha conducta procesal repetidamente desleal
como un indicio grave acerca de que el incidentista cuenta con la convicción
de que se le avecina un resultado judicial en lo principal desfavorable? No
creemos que ello implique resucitar la malhadada institución del perjurio de
origen hispano, conforme al cual la mínima falta a la verdad acarreaba
automáticamente la pérdida del pleito. Sobre el particular, informa
Reimundín, “Los juramentos preliminares (en la legislación hispánica)
exigidos a los litigantes al comienzo del pleito después de la contestación de
la demanda, por el que prometían litigar de buena fe, el actor creyendo que
tiene justo derecho para pedir y el demandado que ante el vencimiento del
término legal quisiese oponer alguno excepción, debe jurar que no lo hace
por causar dilaciones, sino porque no ha llegado antes a su noticia, y no sólo
las partes han de prestar este juramento, sino también los abogados y

2
procuradores. A tal extremo se llegó, que se sintió movido a intervenir el
Papado para poner coto al uso abusivo de que era objeto el juramento” (7).
Ya hemos aportado nuestra opinión en la materia: “Desde una perspectiva
histórica únicamente puede concebirse la aplicabilidad de la institución
estudiada dentro de un ordenamiento ritual poco evolucionado. No
queremos con ello menoscabar las excelencias, singulares para la época,
propias del derecho hispánico medieval, que, como es sabido, acogió la
institución del perjurio. Pero es evidente que en el caso la preocupación por
asegurar el predominio de la Ética hizo preterir las inconveniencias teórico-
prácticas que tal acogimiento implicaba” (8). En la especie, nada de
“perjurio” hay porque no se legitima un vencimiento como derivación de
una mínima transgresión del deber de veracidad procesal. No se propugna
aquí un máximo de Ética procesal, sino un mínimo.
El principio de moralidad procesal tantas veces invocado y otras tantas
ignorado (9) representa un fuerte respaldo para proporcionar una respuesta
afirmativa, sin reservas, respecto de la pregunta del epígrafe.
Cierto es que el bacilo de la mentira está siempre presente en el proceso
civil, pero hay que aprender a convivir con tal insoslayable circunstancia.
Ello dista mucho de aceptar, sin consecuencias mayores para el malicioso,
de repetidos procederes desleales en juicio.

NOTAS
(1) Peyrano, Jorge W., “El incidente ad infinitum” en LL 2014-D, pág.
1198.
(2) Art. 45 CPN “Temeridad o malicia… Sin perjuicio de considerar
otras circunstancias que estime corresponder, el juez deberá ponderar
la deducción de pretensiones, defensas, excepciones o interposición
de recursos que resulten inadmisibles, o cuya falta de fundamento no
se pueda ignorar de acuerdo con una mínima pauta de razonabilidad o
encuentre sustento en hechos ficticios o irreales o que
manifiestamente conduzcan a dilatar el proceso”.
(3) Peyrano, Jorge W., ob. cit., pág. 1198.

3
(4) Cornero, Guillermina, “Valor probatorio de la conducta procesal”,
obra colectiva del Ateneo de Estudios del Proceso Civil de Rosario,
Editorial Rubinzal – Culzoni, pág. 214. “Pero aún falta una etapa
negativa que consiste en chequear la existencia de circunstancias que
obsten a la aplicación de la regla de experiencia. En primer lugar hay
que excluir que la conducta se encuentre legítimamente justificada o
que se trate del ejercicio regular de un derecho. Tampoco debe
descartarse la existencia de explicaciones o circunstancias
excepcionales. Por ejemplo, la actitud reticente que tiene por móvil
proteger a un tercero o pone de manifiesto la aprensión por el
proceso, u obedece a traumas o fobias del sujeto, o a desórdenes
mentales o alteraciones de la memoria”.
(5) Es realmente seductor el instituto bajo la lupa que torna factible
extraer argumentos de prueba desfavorables –aunque también
excepcionalmente puede generar favorables- para el autor de ciertas
conductas procesales. ¿Cuáles? Pues el elenco es difícil de abarcar. Es
el caso, por ejemplo, de una conducta errática por ser
autocontradictoria, dando así lugar a la llamada prueba de
intercadencia donde se juzga desfavorablemente a la parte que aporta
dos versiones fácticas distintas del mismo hecho… Puede, asimismo,
ser una conducta mendaz de una parte, que se erige en un elemento de
juicio desfavorable para su autor. Puede, igualmente, consistir en una
conducta omisiva al ocultar intencionalmente una parte la existencia
de hechos de vital importancia para la suerte de la litis. Puede,
finalmente, radicar en una conducta procesal jurídicamente
incoherente, configurada por una demanda en juicio civil precedida
por una conducta de la hoy actora que no presagiaba dicha actitud, lo
que ha encontrado regulación y solución en la llamada doctrina de los
propios actos.
(6) Art. 163 inc. 5 CPN: “La conducta observada por las partes durante
la sustanciación del proceso podrá constituir un elemento de
convicción corroborante de las pruebas, para juzgar la procedencia de
las respectivas pretensiones”.

4
(7) Reimundín, Ricardo, “Derecho Procesal Civil”, Editorial Viracocha
T. 1, pág. 149.
(8) Peyrano, Jorge W., “El proceso civil. Principios y fundamentos”,
Editorial Astrea, pág. 245.
(9) Ibidem, pág. 171 y siguientes.

You might also like