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Efecto Mozart

Conocemos como “efecto Mozart” a la hipótesis que propone que escuchar la música de
Mozart aumenta la inteligencia y tiene beneficios cognitivos en bebés y en niños pequeños,
aunque también hay quien dice que estos efectos también se dan en adultos.
La mayoría de estudios que han investigado la existencia de este fenómeno se han centrado
en la sonata K448. Se atribuyen propiedades similares a otras composiciones en cuanto a
estructura, melodía, armonía y tempo. De un modo más amplio, este concepto puede
utilizarse para hacer referencia a la idea de que la música, especialmente la clásica, resulta
terapéutica para las personas y/o aumenta sus capacidades intelectuales. Los efectos
beneficiosos más claros de la música se relacionan con la salud emocional.
El efecto Mozart se empezó a popularizar en los años 90 con la aparición del libro “Pourquoi
Mozart?” (“¿Por qué Mozart?”), del otorrinolaringólogo francés Alfred Tomatis, que acuñó
el término. Este investigador afirmó que escuchar la música de Mozart podía tener efectos
terapéuticos en el cerebro y promover su desarrollo.
No obstante, fue Don Campbell quien popularizó el concepto de Tomatis mediante su libro
“The Mozart Effect”. Campbell atribuyó a la música de Mozart propiedades beneficiosas para
curar el cuerpo, fortalecer la mente y liberar el espíritu creativo. Este estudio mostró sólo una
leve mejora del razonamiento espacial hasta un máximo de 15 minutos después de escuchar
la sonata K448.
Las afirmaciones hechas por Campbell y por los artículos mencionados exageraron
claramente las conclusiones del estudio de Rauscher que encontró sólo pruebas leves de una
posible mejora a corto plazo del razonamiento espacial. En general, los expertos afirman que
el efecto Mozart es un artefacto experimental que quedaría explicado por los efectos
euforizantes de algunas obras musicales y por el aumento en la activación cerebral que
provocan. Por tanto, los beneficios del efecto Mozart, que es real en cierto modo, no son
específicos de la obra de este autor ni de la música clásica, sino que son compartidos por
muchas otras composiciones e incluso por actividades muy diferentes, como pueden ser la
lectura o el deporte. Por otro lado, y
aunque no se ha demostrado que
escuchar música clásica durante el
desarrollo temprano sea necesariamente
beneficioso, la práctica de un instrumento
musical puede favorecer el bienestar
emocional y el desarrollo cognitivo de los
niños si ello les motiva y estimula
intelectualmente. Algo similar sucede con
otras formas de arte y creatividad.

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