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Palabras sobre Amado Nervo

El Universal
Sábado 28 de julio de 2012
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Este texto, hasta hoy inédito en nuestro país, forma parte del libro
Borges y México, editado por Miguel Capistrán y publicado por
Lumen, que será presentado en el Palacio de Bellas Artes el martes
31 de julio, a las 19:00 horas
El siguiente discurso, hasta hoy desconocido en México, fue pronunciado
por Jorge Luis Borges el 24 de mayo de 1969 en el Teatro Nacional
Cervantes de Buenos Aires, Argentina, para conmemorar el
cincuentenario de la muerte de Amado Nervo.
En ese acto, realizado por iniciativa del gobierno mexicano, Borges fue
el orador principal, y estuvo acompañado por Berta Singerman, quien
declamó poemas del bardo nayarita.
Javier Wimer, a la sazón agregado cultural de México en ese país,
rescató la intervención y la entregó a este semanario, con este
recuerdo: “Después de las felicitaciones y de los autógrafos, acompañé
a Borges y a su esposa Elsa al automóvil. Mientras lo ayudaba a subir,
ella le dijo: ‘¿Te acuerdas, Georgie, cuando me recitabas versos de
Nervo?’”
Señoras y señores:
Creo que lo esencial sobre el destino y la obra de Amado Nervo ha sido
dicho ya por quienes me han precedido. Sin embargo, quiero agregar
algunas palabras o, mejor dicho, quiero subrayar y modestamente
confirmar lo que se ha dicho. Pensar en Amado Nervo es pensar, ante
todo, en el modernismo, y entiendo que ese movimiento, el más
importante de cuantos han movido las diversas literaturas cuyo
instrumento es la lengua castellana de éste y del otro lado del
Atlántico, ha sido juzgado mal. Creo que no debemos pensar en él como
en algo pasado, creo que todavía vivimos dentro del modernismo,
porque el modernismo fue, ante todo, una libertad, y en esa libertad
respiramos y vivimos todos los poetas contemporáneos. AMADO NERVO. Borges leyó este texto en un homenaje el
poeta mexicano en el Teatro Nacional Cervantes de Buenos
Una voz mexicana, la voz de Javier Wimer, nos ha recordado queenese
Aires, 1969. (Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL )
movimiento surge en América, y surge aquí porque, contrariamente a lo
que sucede en la geografía, nosotros los latinoamericanos estábamos
más cerca de Francia y más cerca de Edgar Allan Poe que los españoles.
España había declinado. La literatura del siglo XVIII y del siglo XIX es
asombrosamente pobre, ya que tenemos una imitación de los clásicos, una imitación involuntariamente paródica a
veces del refranero de Sancho o, si no, de lo que podríamos llamar una prosa desmayada, de sobremesa. Y todo
eso fue renovado por el modernismo y ocurrió de este lado del Atlántico, y luego atravesó el mar y llegó a España y
allí inspiró a ilustres poetas, o grandes poetas como, digamos, los dos Machado y Juan Ramón Jiménez. El propio
Juan Ramón Jiménez me ha hablado a mí personalmente de la emoción con la cual leyó, por ejemplo, “Las
montañas del oro”, de Lugones, en 1897, o “Yo soy aquél…”, de Rubén Darío, a quien Lugones se complacía en
llamar, con toda justicia, “mi amigo y maestro”.
Estamos pues antes del modernismo, estamos antes del descubrimiento del romanticismo, del Parnaso, del
simbolismo, de algunos poetas que Amado Nervo conoció personalmente; por ejemplo, el griego Jean Moréas; por
ejemplo, Verlaine, que para mí es uno de los mayores poetas de la literatura francesa y aun de la literatura sin
adjetivos, de la poesía sin restricciones geográficas; y de Oscar Wilde, cuya vida y cuya doctrina, acaso, fueron
más importantes que su verso.
Pues bien, pensemos en ese descubrimiento del modernismo, pensemos en el deslumbramiento que significó; y
esto nos trae a la memoria los nombres, desde luego, de Rubén Darío, de Lugones, de Jaime Freyre, de Valencia y
de tantos otros.
Sin embargo, hay algo que distingue a Amado Nervo, y es que a este fenómeno, a este hecho del modernismo,
debemos agregar otro: la existencia de una figura y también de un arquetipo que acaso se ha perdido ahora: la
idea del poeta. Es verdad que de la extensa obra que ha dejado Amado Nervo, y que fue editada por Alfonso
Reyes, una buena mitad está en prosa y en una prosa a veces generalmente más limpia que la prosa barroca de
Lugones o que la prosa a veces meramente decorativa de Rubén Darío, pero al pensar en Amado Nervo pensamos
en el poeta. Del poeta como un tipo especial de individuo, que más allá de sus virtudes o no virtudes personales,
es un miembro de la sociedad y un arquetipo aceptado por la sociedad. Y, sin duda, Amado Nervo representó tanto
como cualquiera, quizá tanto como el mismo Darío, el tipo del poeta.
Hay, además, dos obras. Una es la obra escrita que deja el escritor y la otra es la obra que, por sus escritos,
componen la imagen que deja de sí mismo. En el caso de Amado Nervo, esa imagen de poeta doliente, ansioso,
aficionado a la melancolía, buscador de la noche, acquainted with the night, conocedor de la noche como dice
Robert Frost, esa imagen perdura más allá de su poesía. Amado Nervo representó y sigue todavía representando el
tipo del poeta.
La obra de Amado Nervo es múltiple. Lo vemos agitado por las pasiones, y en cuanto al título de místico que le ha
sido negado y que algunos atribuyen al nombre de Místicas, uno de sus primeros libros, creo que no podemos
negárselo. Se le ha reprochado también el hecho de que su dirección variara. He sabido que pensó profesar la
carrera sacerdotal, he sabido que renunció a este propósito y también nos queda testimonio de que vio en el
cristianismo la melancolía de los pasajeros de la vida.
Recordemos aquellos versos suyos traducidos de La imitación de Cristo, de Kempis: “el hombre pasa como las
naves, como las nubes, como las sombras…”, donde vio bien lo efímero de nuestra vida humana y vio en algún
momento la eternidad, no como una vasta promesa, sino como una suerte de amenaza sombría. En ese mismo
poema “A Kempis”, tenemos aquellos versos:
Huyo de todo terreno lazo,ningún camino mi mente alegra y con tu libro bajo del brazo voy recorriendo la noche
negra...
y luego:
¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo, pálido asceta, qué mal me hiciste, ha muchos años que estoy enfermo, y es por
el libro que tú escribiste!
Y eso nos llevó a indagar otras doctrinas, nos llevó del oriente bíblico a otro oriente, al oriente indostánico del
Buda.
He sabido que también sintió curiosidad científica, y Alfonso Reyes habla, creo que en Reloj de sol, de las
preocupaciones a que puede llevar el estudio del microscopio.
Hay poemas de Amado Nervo que son panteístas. Tenemos aquella invocación al agua, aquella en la cual parece
identificarse con el agua, con el agua subterránea, con el agua de los caminos que pasan, según la imagen de
Pascal, con el agua tumultuosa del Niágara y con las vastas aguas de los océanos. El panteísmo es una doctrina
antigua, la encontramos entre los griegos, la encontramos en el Indostán, la encontramos entre los místicos
persas, la encontramos razonada, more geometricum a la manera euclidiana, por Spinoza. Pero creo que en poesía
no se trata de presentar ideas nuevas, se trata de sentir las ideas eternas, creo que eso es lo que el hombre busca,
lo que buscamos en la poesía. No buscamos asombros, los asombros se gastan, los asombros son momentáneos, la
sorpresa no es realmente una emoción muy noble, buscamos la expresión cabal de lo que sentimos. Y más allá de
las bibliotecas del panteísmo, de lo que dijeron los griegos y los hindúes, de la ética de Spinoza, hay un verso de
Nervo, que yo quería recordar:
Dios sí existe, nosotros somos los que no existimos.
Es decir, lo que Spinoza había razonado rigurosamente llega a Amado Nervo. Y por eso Amado Nervo sigue viviendo.
Naturalmente los hábitos literarios se han modificado, hay palabras del vocabulario de Nervo que han perdido la
virtud que tuvieron, pero es natural que eso ocurra con el lenguaje. Ya Horacio sabía que el lenguaje cambia
continuamente. Sin duda, yo no hablo ahora como hablaba cuando era niño; sin duda, mi vocabulario y mi
sensibilidad han cambiado y, sin duda, ya que la poesía es una suerte de magia, cada época tiene palabras cuya
virtud es la de una encantación, la virtud de un conjuro, y esos conjuros se gastan y no basta las palabras ábrete
sésamo para que se abra la montaña que encierra el oro.
Cada generación necesita palabras nuevas, pero felizmente Amado Nervo buscó las palabras que no envejecen;
buscó, sobre todo en sus últimos libros, las palabras sencillas, las palabras que no parecen imágenes de las cosas,
sino que forman, ya Platón lo sospechó, otro universo. Es decir, hay dos universos, uno el de las percepciones, y
otro el de las palabras. Esos universos conviven y el universo de las palabras es el que rige al otro.
He estado hablando de un poeta, un poeta que está más allá de esas comodidades que son las clasificaciones
literarias, de todo aquello que sirve para escribir una historia de la literatura; hablar por ejemplo del Parnaso, del
simbolismo, del modernismo, como yo mismo acabo de hacerlo, sabiendo muy bien que toda palabra es
aproximativa y que nos cerca y que nosotros mismos somos misteriosos. Pues bien, más allá de todo eso está la
palabra del poeta y esas palabras que vamos a escuchar ahora, dichas por Berta Singerman, serán, sin duda, mucho
más elocuentes que las glosas que acabo de balbucear.
Muchas gracias.
Publicado en Cultura, núm. 1190, 23 de agosto de 1999, Jorge Luis Borges. Texto inédito en México

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