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Quedó para la memoria colectiva que en lo que ha sido llamado “Iglesia primitiva”, no
cualquiera podía ser considerado como «cristiano» por un otro previamente reconocido
cristiano, al interior de una asamblea, auténtica organización comunitaria, ecclesia.
Se recuerda de un cierto tipo de ejercicio, camino de pasaje, proceso con inicio y fin;
metanoia, “conversión”, cambio de mentalidad. Un cierto nacer de nuevo, otro
entendimiento sobre la vida, algo que los niños tienen y que es dable re-encontrar como
adulto desde eso denominado “espíritu”.
Decir que una cosa es lo mismo sólo porque se enuncia como parte del mismo proceso,
impide que se aprecien las diferencias, y principalmente esos rasgos externos a una visión
que se tiene ya como “autorizada” sobre una “realidad”. Así pues, lo que se ve en los
hechos, como esa gran institución actual que es la “Iglesia Católica” (sin por otro lado
afirmar por ello que las otras formas de “cristianismo” queden por fuera de una pregunta
semejante), abre la cuestión sobre qué relación tenga con esa asamblea cristiana, tal y como
se entendió a sí misma en tanto consenso de una comunidad viviente de otro tiempo
humano, de otra producción de subjetividad: algo que no puede darse por sentado.
¿Desde dónde entender, y dar respuesta, al hecho (proceso), de que la Iglesia Católica,
manifiestamente, ha negado con sus actos, la forma de “entendimiento” inter-humano que
ha usado como discurso expreso? Una forma de “episteme” de origen, viviente en tanto
proceso de metanoia, de conversión, por el que alguien podía transformar su vida, y
convertirse en parte de una comunidad, compartiendo una “visión”, una forma de “sentir”,
y ciertos “efectos”, alegría, salud, convivencia profunda. «Amor al prójimo».
No desde lo que ha sido hasta ahora considerado como “interpretación religiosa” (de la
“iglesia” u otras “iglesias”); es decir, la “Iglesia Católica” en tanto una religión entre otras,
primeramente dando con ello por supuesta la existencia de las religiones como tales; pero
además de ello, esa forma de aproximación implica partir de lo que quiere ser observado de
acuerdo a como ello quiere ser entendido, perdiéndose de aquello que queda por fuera de la
imagen que se tiene de sí mismo (Si algo produce con sumo cuidado la Iglesia Católica, es
la imagen que tiene de sí misma y que quiere que “se” tenga de ella).
Por otro lado, algún tipo de aproximación que ha buscado entender el fenómeno humano
que es la Iglesia Católica, lo ha pretendido hacer desde el ejercicio de una oposición
directa, hasta militante (el “ateísmo” confeso de las ciencias por ejemplo, en el “siglo de las
luces”). Y lo que podemos observar desde el punto de vista psicodinámico de diversos
procesos históricos que han cargado con esa marca opositora hasta ahora, es que terminan
realizando, a partir de su lucha “a muerte” y en tanto “poder rival”, la misma estructura en
sí mismas que atacaron como “Iglesia”; se tornan una forma de calco de aquello a lo que se
oponen. La “ciencia” en tanto “religión” (o actualmente el “mercado”).
Tomar entonces la cuestión desde un «acto analítico» que dé con el sentido histórico-
emocional / colectivo-cultural de la serie de procesos que por su configuración
institucional, constituyen la actualidad de la Iglesia Católica, en sus efectos reales para las
subjetividades atravesadas por ella, entendido todo ello en el contexto de la «matriz
colonial del poder».
Respecto de esto último, parte de ese acto analítico se propone también como la reflexión
de lo que ha significado la historia de la Iglesia Católica para esa matriz colonial del poder,
específicamente desde la dinámica somato-afectiva (psicodinamia) de su ejercicio de
constitución en las subjetividades y en las distintas formas de relación intersubjetiva, en las
que los síntomas se dejan ver como desgarres de la “razón” disciplinaria, colonial.
Ahora bien, ¿qué podría obtenerse de una operación semejante, de ese «acto analítico»
como una manera de tomar de la iglesia católica, eso que siempre ha sido de nosotros?,
¿Cuál sería su valor en el contexto de múltiples ejercicios decoloniales en que nos
encontramos?
Obsérvese muy bien que a lo que se apunta nace de una experiencia cotidiana para
cualquier católico “regular”, de distintas generaciones
(Señalar aquí la experiencia común para muchos católicos, de experimentar el serlo como
algo que “no se vive realmente”, participando a “medias” en lo que sería el rito común, el
“guardar las apariencias”, la desconexión entre la vida emocional realmente vivida, y lo que
se muestra en el mismo contexto “católico”, y lo que se puede elaborar de ello. Los efectos
en las subjetividades)
- El proceso de la “metanoia” como aquello que daba pie a que alguien pudiera
denominarse “cristiano”: qué implicaba, en términos estructurales, históricos,
humanos. ¿Es “equivalente” el “cristiano” contemporáneo? ¿Qué implicaba de frente a
lo “sintomático”?, ¿qué es lo sintomático para una “razón”, “episteme”? Relación entre
lo patológico y la “conversión”; qué implicaciones tenía la “episteme cristiana” a
través de su proceso práctico de ponerse en ejercicio, la metanoia, desde el punto de
vista “clínico”, dinámico, metapsicológico.
- Significado del “campo clínico” y del “síntoma”, para las construcciones históricas,
para el análisis de lo que esas rupturas epistémicas, hipócritas, divisoras, que
fundamentan en sus inicios lo que se desplegará como modernidad/colonialidad han
generado como consecuencias en la carne, en la vida emocional profunda, en la marca
de los destinos culturales.
- Distorsión de la vida sexual; razones por las que la “Iglesia Católica” vive de una
distorsión de la sexualidad / desde dónde leer esos efectos que son “perversión”. Qué
sucede detrás de la máscara de “castidad”, a qué responden los hechos; invitación a
confesarse públicamente y trabajar por la caída de las grandes mentiras institucionales
desde el “aparato de la iglesia”, a partir de la confrontación con su propia episteme
fundacional. Que confiesen que tienen una vida sexual oculta, la cual niegan
públicamente, pero en esa negación yace la perversión de su propia “episteme
ético/moral”.
Ver a la iglesia desde su propio discurso pero sin defensas argumentativas, sino desde
sus prácticas, de sus realidades humanas, desde lo que no dice, desde lo que oculta,
desde las vidas “privadas” de sus miembros, desde los “frutos” de éstos en sus propias
vidas, desde sus estados emocionales, desde sus historias no contadas.
De primera instancia, puede señalarse algo así como una extraña viscosidad en nuestras
amadas identidades; mismas en las que lo pegajoso reside en la capacidad de hacernos
olvidar que son en realidad meros juegos, del mismo calibre que cualquier buen juego
infantil, con la salvedad de que el apego excesivo a cualquiera de ellas pervierte el
juego y hace como que no se está ya jugando para obtener así algún tipo de beneficio
permanente.
Es fácil observar que las identidades guardan el secreto de su construcción y del intento
de hacerlas pasar por realidades fijas, en las historias, pensamientos, vivencias,
emociones secretas, no dichas, no expresadas en el rostro visible de la identidad, en
tanto la identidad está diseñada para mostrarse, y por tanto, justo para no mostrar eso
de lo que parte y nace.
Son en realidad algo más parecido a una burbuja teórica, una burbuja de “ideas”,
palabras que se afirman una y otra vez y que repiten escenas también. Un soliloquio de
continua autoafirmación: yo estoy bien, siempre tengo razón en como soy, si sigo
siendo como soy es porque así soy y seré. Sobre todo por lo que esas burbujas implican
a la hora de entrar en relación unos con otros. El conflicto es monótono, ríspido,
aburrido, siempre alguna forma de dualismo, algún enfrentamiento en el que sólo
sobresalen las frases repetidas, los temas autorizados a ser los del momento, las mismas
polarizaciones de la opinión, las mismas autoafirmaciones, autoconsuelos, el
enfrentamiento inútil. Berrinches.
Y lo que se hace pasar por una forma de “resolver los conflictos”, deja intacta la ilusión
de las identidades, en tanto de ellas no se sale, sino que todo se vuelve a jugar en la
misma escena en donde se encuentra la mentira de vida, y es en la de las palabras
autorizadas a decirse en el espacio “público”, dejando para lo “privado”, la serie de
movimientos emocionales, de vida, que realmente determinan las “actitudes”, las
“decisiones”, el “carácter”, las “identidades” mismas. Lo que hay detrás de los teatros
del ego, lo que sólo se atreven algunos a contar cuando los síntomas ya han desbordado
en crisis y le han tirado lo que se creía ser y no queda otro remedio sino acudir con un
“psicoterapeuta”.
Allí se escuchan declaraciones que nunca han sido dichas, ni siquiera al compañero de
vida, al familiar más cercano. ¡Menos a ellos!, paradójicamente, pues son los más
interesados en lo que tendría que ser contado.
Todos esos trapitos que no salen al sol son lo que nos tienen atrapados en la identidad.
Esas burbujas en que vivimos son exactamente el paralelo de lo que puede observarse
en cualquier psiquiátrico. Muchos individuos aislados entre sí, fundamentalmente
aislados y no en el espacio, en tanto cada uno sólo puede darle vueltas a su propio
delirio.
Ahora bien, lo que aquí se propone es que aunque el teatro de la identidad ha tenido ya
en muchas manifestaciones culturales ese rasgo de ficción esclavizadora y
perversamente vuelta real a base de fuerza, castigo, persecución, violencia, etc., las
características que presenta actualmente sobresalen por el daño al lazo comunitario
progresivo, crónico, en aumento del deterioro familiar, social, que tales identidades
están promoviendo. Cuando en el fondo lo que hacen es enmascarar las auténticas
problemáticas que están en juego precisamente para cada uno de los miembros de las
comunidades, familias y grupos afectados. Es decir que el daño que ocasiona el fijar
viscosamente las identidades como realidades autónomas, dadas de por sí, va
principalmente contra el que así lo ejerce. En tanto el “paso de los años”, por así
decirlo, se encarga de desmentir de una o de otra manera, esas identidades en otro
tiempo tan altaneras.
¿Y cómo se hace delante de ese teatro de la identidad? En tanto convertirlo en algo así
como un axioma de acción, y de enunciarlo frente a otro: “Tu identidad es un teatro”,
se tornaría así mismo en una forma de agresión en el mismo plano en el que se mueve
aquello que estaría pretendiendo “cambiar”. Justo eso es lo que permanentemente
hacen las identidades-burbuja: A sabiendas o “inconscientemente”, su mera existencia
es un programa de reclutamiento, un sistema de autovalidación por sobre cualquier otra
afirmación equivalente. Y cuando hacen “crítica”, de lo que menos se hace crítica es de
la misma posición desde la que se habla. Es invisible la red en la que se encuentra uno
atrapado. Todo parece tan sólido, tan como se ha creído y valorado.
Pero por otro lado, detrás de las identidades están las “personas de carne y hueso”, los
seres humanos hechos de historias entrelazadas, de historias interdependientes, de
interacciones múltiples y con consecuencias, los que sufren por las decisiones de otros,
los que están en otro lado pero están muy cerca por lo que hacen, por lo que llevan al
acto o deciden no llevar al acto. Por tanto no es entonces un asunto indiferente la
realidad a la que nos llevan las identidades. Agregando en ello la experiencia humana
que representan todas esas máscaras caídas y asumidas de los que han experimentado
el trabajo psicoterapéutico.
Es lo mismo irle a las chivas o al américa, que al pri, pan, morena, o cualquier otro
grupo que pretende configurar una identidad…
Lo común: el síntoma, los sufrimientos, las patologías, los trastornos, los dolores, las
desdichas, las incongruencias, los múltiples no decires, silencios, secretos lacerantes.
Pero también común: los territorios, los alimentos, la vida, los recursos, la
responsabilidad histórica, por las generaciones que vienen.
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