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El presente texto es un comentario sobre la segunda parte del libro Fundamentos del Lenguaje
de Roman Jakobson, en donde el autor intenta distinguir cuales son los aspectos alterados del
lenguaje en las diversas clases de afasia y poniendo el acento en la investigación de la afasia
como problema lingüístico y no sólo como un trastorno cerebral orgánico.
Jakobson propone dos tipos de afasias que se distinguen según su relación con las dos
operaciones principales del signo lingüístico, la selección y la combinación: En primer lugar
tenemos lo que Jakobson llama el trastorno de la semejanza y en segundo, el trastorno de la
contigüidad. Cada tipo de afasia tiene sus características particulares que se detallan en el
presente trabajo.
Por último, encontraremos en este texto, una breve referencia en relación a la metáfora y la
metonimia en su relación con la afasia.
Introducción.
Este comentario trata de resumir el texto de Roman Jakobson,” Dos aspectos del lenguaje y dos
tipos de trastornos afásicos”, de 1956. Dicho texto corresponde a la segunda parte del libro
Fundamentos del lenguaje que Jakobson publica conjuntamente con Morris Halle. Lacan hace
referencia a esta segunda parte del libro de Jakobson en el capítulo XVII de su Seminario 3, Las
Psicosis 2. Es entonces que Lacan nombra a su contemporáneo Jakobson como a un lingüista
amigo suyo al que se le ocurrió “que la distribución de determinados trastornos denominados
afasias, debe reverse a la luz de la oposición entre, por una parte, las relaciones de similitud, o
de sustitución, o de elección y también de selección o de competencia, en suma, de todo lo que
es del orden del sinónimo y, por otra, las relaciones de contigüidad, de alienación, de
articulación significante, de coordinación sintáctica” (Lacan, 1955-56: 314).
La pregunta que atraviesa el texto de Jacobson de 1956 tiene relación con cuáles son los
aspectos alterados del lenguaje en las diversas clases de afasia. Para estudiar la ruptura en la
comunicación que encontramos en los síndromes afásicos, Jacobson nos invita a considerar la
contribución de profesionales familiarizados con la estructura y el funcionamiento del
lenguaje, e investigar la afasia también como problema lingüístico y no sólo como un trastorno
cerebral orgánico. Por lo tanto, nos lleva a indagar el modo particular de estructura lingüística
que ha dejado de funcionar.
El acto de hablar requiere para ser eficaz que aquellos que intervienen en él utilicen un código
común. Hablar supone seleccionar determinadas entidades lingüísticas y combinarlas en
unidades de un nivel de complejidad más elevado. Por ejemplo, cuando el hablante selecciona
palabras y las combina formando frases o cuando las oraciones las combina en enunciados. El
hablante no está en modo alguno totalmente libre en su elección de palabras: ha de escoger de
entre las que le ofrece el repertorio léxico que tiene en común con la persona a quien se dirige,
menos en el caso infrecuente de la formación de neologismos. Lo mismo sucede en la selección
y combinación de los rasgos elementales distintivos que llamamos fonemas.
El código limita las posibilidades combinatorias. El hablante es un usuario del repertorio léxico
acordado en una lengua dada, no es un usuario de todas las combinatorias teóricamente
posibles. Por lo tanto, al hablar utilizamos determinadas unidades codificadas acordadas. La
combinatoria posible de las unidades lingüísticas sigue una escala de libertad creciente. En la
combinación de rasgos distintivos para construir fonemas, la libertad del hablante individual
es nula; el código tiene ya establecidas todas las posibilidades utilizables en un lenguaje dado.
Pero dicha libertad se incrementa cuando se trata de formar frases con palabras y enunciados
con frases. Es decir, a nivel de discurso hay mucha más libertad de elección que a nivel
fonemático.
Por lo tanto, decimos que en todo signo lingüístico distinguimos dos modos de relación:
En primer lugar tenemos la selección, en donde la opción entre dos posibilidades implica que
se puede sustituir una de ellas por la otra. Establecemos que selección y sustitución son las
dos caras de la misma operación.
Estas dos operaciones nos indican que cada signo lingüístico lo podemos interpretar en dos
direcciones distintas: una en relación al código y otra en relación al contexto. En el primer caso
tenemos una relación de alternancia y en el segundo una relación de yuxtaposición. Sería lo
que Saussure refería en términos de ausencia y de presencia. Es decir, Jakobson nos dice que
“el receptor percibe que el enunciado (el mensaje) es una combinación de partes constitutivas
(frases, palabras, fonemas, etc.) seleccionadas de entre el repertorio de todas las
partes constitutivas posibles (el código). Los elementos de un contexto se encuentran en
situación de contigüidad, mientras que en un grupo de sustitución los signos están ligados
entre sí por diversos grados de similaridad, que fluctúan entre la equivalencia de los sinónimos
y el núcleo común de los antónimos” (Jakobson, 1956: 78-79). La relación externa o de
contigüidad es la que une entre sí los componentes de un contexto en su estructura gramatical,
mientras que la relación interna de semejanza es la que permite el juego de las sustituciones.
La palabra menos afectada por la enfermedad es la que más depende del contexto sintáctico
(como serian pronombres o partículas auxiliares de conexión) y la más afectada es el sujeto de
la oración que tiende a omitirse. Suelen reemplazar palabras específicas por sustitutos
genéricos. Por ejemplo, “cosa” para referirse a objetos inanimados, o “realizar” para referirse a
una acción inespecífica.
Son pacientes que tienen dificultad para nombrar un objeto cuando se les enseña o señala. Por
ejemplo, nos explica Jakobson, cuando se les enseña “un lápiz”, en lugar de decir “eso es un
lápiz”, realizan una observación elíptica en relación a su uso y dicen “escribir”. Para los
afásicos con trastorno de la semejanza, ambos signos siguen una distribución complementaria.
La simple repetición de la palabra les resulta una redundancia innecesaria, y son incapaces de
repetirla aunque se les den instrucciones específicas para ello. No pueden expresar la forma
más pura de predicación ecuacional, la tautología a=a. Por ello, esa ausencia en la capacidad
para nombrar supone también una pérdida de metalenguaje.
De los tropos que constituyen los polos de la figuración retórica, la metáfora y la metonimia,
esta última basada en la contigüidad, es la empleada con frecuencia por los afásicos con
deficiencias selectivas. Un signo (como tenedor, por ejemplo) suele aparecer junto con otro
signo (cuchillo) y entonces puede usarse en su lugar. Es decir, tenedor puede reemplazar a
cuchillo, mesa reemplazar a lámpara, fumar reemplazar a pipa, o utilizar el signo “muerto”
para referirse al color negro. La contigüidad determina la totalidad de la conducta verbal del
paciente.
Un rasgo típico del agramatismo en este segundo tipo de afasias aparece, por ejemplo, en la
abolición de la flexión: aparecen categorías no marcadas, como el infinitivo, en lugar de las
diversas formas verbales. Otros defectos se deben a la eliminación del régimen y la
concordancia y, en parte, a la pérdida de la capacidad de escindir las palabras en tema y
desinencia. Son enfermos que tienden a abandonar los derivados o son incapaces de reducir un
compuesto de dos palabras. Es decir, el afásico se vuelve incapaz de reducir la palabra a sus
componentes fonemáticos y a diferenciar la jerarquía de las unidades lingüísticas, por ello
recae en las fases iniciales del desarrollo lingüístico infantil.
En resumen, la afasia presenta numerosas variedades muy dispares, pero todas ellas oscilan
entre uno y otro de los dos polos que acabamos de describir, nos dice Jakobson. La metáfora
es ajena al trastorno de la semejanza y la metonimia al trastorno de la contigüidad.
Por ejemplo, encontramos una primacía clara del proceso metafórico en las escuelas del
romanticismo y del simbolismo, mientras que en la corriente literaria realista rige el
predominio de la metonimia y un especial gusto por la sinécdoque. En la escena del suicidio de
Anna Karenina, por ejemplo, la atención artística de Tolstoi se centra en el bolso de la heroína;
y, en Guerra y Paz, el mismo autor emplea las sinécdoques “pelo en el labio superior” y
“hombros desnudos” para referirse a los personajes femeninos a quienes pertenecen tales
rasgos. A grandes líneas, se dice que el principio de la semejanza rige la poesía y, en cambio, la
prosa se desarrolla ante todo por contigüidad.
En todo proceso simbólico, tanto intrapersonal como social, se manifiesta la competencia entre
el modelo metafórico y el metonímico. Por ello, nos dice Jakobson para acabar, que en una
investigación acerca de la estructura de los sueños, es decisivo saber si los símbolos y las
secuencias temporales se basan en la contigüidad (que son para Freud, el “desplazamiento”
como metonimia y la “condensación” como una sinécdoque) o en la semejanza (que para Freud
son “la identificación” y “el simbolismo”).