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china

Durante el año pasado también se ha producido una escalada de la vigilancia en las universidades,
donde las ideas liberales y neoliberales han tenido durante mucho tiempo más atracción de lo que
piensan muchos en Occidente, verificándose el control de los planes de estudio y del contenido de
las clases y esgrimiéndose la amenaza de informes sobre mala conducta del profesorado
realizados por informantes voluntarios del servicio de seguridad presentes en casi todos los
órganos estudiantiles. Wang Hui y algunos otros izquierdistas vieron en algún momento en el
régimen de Xi presagios del ascenso «del pueblo», que señalaban un abandono del neoliberalismo
que parecía haberse afianzado desde mediados de la década de 1990. Esta posición resulta más
difícil de mantener actualmente, después de los recientes ataques contra la izquierda –cierre de
páginas web, detención de feministas y militantes obreros, e incluso la amenaza de cierre de la
Sociedad Marxista de la Universidad de Pekín–, así como el abandono de Xi de anteriores
promesas de una protección social cada vez más sólida, a la vista de los desfavorables vientos
económicos. Aun así, si bien criticado por su tosquedad y sus extralimitaciones, Xi ha tenido
verdadero éxito en promover el neoautoritarismo en el país, apretando las tuercas tanto a la
derecha como a la izquierda al mismo tiempo que trata de presentarse en el escenario global
como el protector del libre comercio y de un armonioso orden económico internacional. No
sorprende que la crítica cultural feminista Dai Jinhua describa el actual panorama político-cultural
como «falto de coordenadas»1

Evidentemente, en China el Estado sigue interviniendo en la economía y su trayectoria reciente


parece contradecir las predicciones de economistas de todo el espectro –desde neoliberales y
especialistas en política industrial hasta keynesianos declarados– de una gradual reducción del
papel de las empresas públicas o, por lo menos, de una mayor racionalización de su acceso al
crédito. Pero el neoliberalismo como doctrina ha atravesado numerosas mutaciones históricas –la
ortodoxia antimonopolista de los ordoliberales dio paso a la ortodoxia tolerante con los
monopolios de la Escuela de Chicago, por ejemplo– coincidentes con las correspondientes
alteraciones registradas en el fundamental pero sorprendentemente fungible concepto de
competencia. En un periodo como el actual, cuando el régimen «ordoglobalista» que describe
Quinn Slobodian entra en un periodo de eclipse (¿temporal?), podemos esperar una proliferación
de variantes nacionales del neoliberalismo dominante3 . Y de todos los intelectuales del panteón
neoliberal, quizá el más abierto a múltiples y variables versiones de la gobernanza neoliberal fue
Ronald Coase

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