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Estás bien jodido cuando nace miles de deseos muy profundos para cometer
delitos. Estás bien jodido cuando, de igual manera, quisieras quemarlo todo
como un acto artístico. Uno es consciente que el resto del mundo no te
volverá a ver igual. Oscar, cuando conversábamos en casa sobre los delitos,
opinaba igual que yo, “cuando vendes droga, así sea solo por una vez, nadie
te volverá a ver igual”. Cuando robas, es lo mismo, así sea comida enlatada.
Es el júbilo del humano moderno hipercivilizado: menospreciar el delito y
sacralizar su podrida moral humanista.
En los pocos días que restaban, Aldo seguía increpándome por mi decisión
mientras miré el cuadro del aula de estos ciclos, las mismas caras, los gestos
sumisos ante los profesores. Pensé en Diego, me lo imaginé en sus clases de
ciencias políticas. Se alegró cuando le conté que empezaría a estudiar, me
decía que mueva gente, que expanda el discurso de la anarquía en tierras
desconocidas. En la universidad no había muchas mentes inconformes, todos
aspiraban a terminar sus estudios, ser parte de ese sector progresista-
profesional, alcanzar una estabilidad y no ver más allá de lo que nuestros
flujos mentales nos limitan. -Habría que tener mucho valor para hacer lo que
hizo Diego todas las comisarías del centro y norte lo conocían-.
marchas de la ley pulpín era analogamente nuestro Mayo del 68 (lo que fue
para Francia).
"..Te conocí cuando leía los diarios de Kafka. En año nuevo te vi, a mi descripción,
algo menuda, vulnerable no sé, una mirada aveces pensativa. Recuerdo poco
también estaba ebrio, jodiendo como imbécil. No sabía quién rayos era esta
persona.. luego en la marcha te vi de nuevo.. los días inciertos. Escucho música..
tengo un carácter depresivo. Mucho he pensado estos meses sobre mi. Mis
profesores de cuando estaba en la academia me hicieron pensarlo. (me siento algo
con vergüenza, ridículo, absurdo al escribir todo esto). Ya había en cierta parte
madurado temas como literatura absurda. (Camus por ejemplo) y luego veo tus
fotos de Sartre, de otras personalidades. (eso encanta). No sé si te dije que mi
curso favorito primero es filosofía. Conocerte me fue algo con aires y remolinos
vitales. -Todo es absurdo- Al carecer de valores universales. En ese vacío existencial,
qué puedes hacer. Elegir, subjetivamente elegir el camino y certeza y sentido que le
atribuyas a todo. Porque todo carece de sentido. No te pregunté si eres atea. Me
pongo algo nervioso cuando estás cerca. Hace mucho no tenía sensaciones así.
Solo pasaron circunstancias, sonidos en la nada. Recuerdo cuando leí a Cioran a mis
dieciseis años. “La gente tiene vergüenza de aceptar el sinsentido de su vida”. Hoy
me buscó un viejo compañero de clases, me hablaba de Dios, me invitó a su culto.
Me molesta las seguridades divinas de las personas. Como si encajara las cosas en
una sórdida imagen a colores…”
Conocí a Viviana, Diego y los demás muchachos del grupo anarquista. Mis
ojos decayeron. Precipité con imágenes mentales en mi cabeza.
Salí a caminar y pasear a mis chicos. Al salir por mi portón viejo veo a
Kenny, fuera de su casa, botella en mano, con su amigo el Gordo. Me
reconoció, dejó la botella, a Gordo también, olía a ron, y al oído: “Gordo
tiene varios cox de marihuana. ¿podemos hacerla en tu casa?” Kenny tenía
poco de una ruptura. Estaba devastado, buscando algún lugar donde beber,
fumar, pasarla vacán. Yo quería conversar con él pero no tenía ganas de ver
a nadie.
—Quisiera hablar contigo, Daniel.
—Hoy no, manito. Me siento cagado. —Me amarraba el cabello largo. No
reconocí que estaba desordenado. —Mañana. Necesito estudiar algunos
cursos, mañana tengo examen. Cuidate huevon. Cualquier cosa avisame.
Volví a aquel día, luego de las marchas contra las leyes laborales juveniles,
cenamos en una salchipapería decrépita, juntamos ripios entre nosotros que
nos contábamos como diez. Alonso ya iba a ser padre, reía a cada momento
bromeando a los otros, los estudiaba quizá. Diego era el mayor de todos,
vestía de buzo, nariz aguileña, se le veía los tatuajes en los brazos, nos
recomendaba hacer ejercicio y practicar algun deporte de lucha. Nos contó
sobre su barrio y algunas locuras en su adolescencia delictiva, y que
innumerables veces terminó dentro de los barrotes de las comisarías por
agudizar la violencia en las protestas sociales.
Cuando miro el despertar del día, los salones atestados de gente que no
piensan, en el tránsito de bultos que no tienen corazón, la fila de espera,
escuchando las palabras del profesor, sentado trabajando o simplemente
buscando trabajo, la publicidad cansina, mentalizarme la idea de esperanza,
progreso, una casa segura, un futuro prometedor.. todo esto me daba ganas
de vomitar. Eran en esas aulas de domesticación mental cuando viajaba en
algún otro lugar, no quería estar allí. De niño fui un sujeto extraño, no del
mismo modo que ahora; al principio solía ser tímido cuando conocía un
ambiente nuevo, luego de entablar contacto ya era parte de la manada,
debilucho, enamoradizo, hiperactivo. No había mucha diferencia entre mis
colegas, además que yo tenía gustos particulares, me gustaba leer. Mi tía
Felícita me obsequió un juego completo de historia, geografía y mundo
animal para niños de Snoopy, los personajes de las historietas me orientaban
en conocimientos básicos sobre el mundo. Desde muy niño miraba
programas sobre la vida salvaje animal, la destrucción de la naturaleza me
preocupaba. Yo era bueno cuando se requerían una concentración
abrumante. Mi soledad me lo permitía. Puedo deducirlo ahora, pasaba horas
a solas mirando programas enviciado. En el colegio mi actitud pícara era
castigada. Solía estar en el aula de disciplina escuchando reproches y a veces
sin ningún gramo de arrepentimiento. Pensaba en todo esto sentado en la
vitrina de las clases. Sinceramente no quería estar allí..
Celeste me llamó.
—¿Más tarde te veo, cariño?
—No. Estoy sin ánimos, nena. Lo siento. Mañana te invito una cena en la
hamburguesería vegana, ya nena.
Quisiera escribir poesías de ataque, una última noche danzando con los
espíritus del pasado, una última gota de sangre emanada por la aspereza de
las armas, agotar todas balas, acabar todo sentimiento de compasión. Una
última guerra hasta el fin de esta sociedad de mierda. Cuantos compañeros
presos alrededor del mundo. Cuantas horas pasé pensando en el absurdo de
lo contidiano, en la necedad, el menosprecio y la soledad. Hay un momento
cuando la chispa hace explotar todos los espacios existentes y desconocidos
de nuestra profundo individuo.
Veintitrés de marzo del presente año, fecha que nuestra manada lobezna
nunca olvidará. Odio, tristeza y demencia, nuestros indómitos corazones
apuñalados observaron su cuerpo acribillado tirado en la casa de cambio
ubicada en Lince, cuadra dieciseis, 1793; lloramos al ver su foto mostrado en
los noticieros, investigaron sus antecedentes, muchos años antes múltiples
veces fue retenido en los calabozos por asirse de gasolina y destruir las
pistas en las manifestaciones, luchando puntualmente contra la policía
bastarda y los ciudadanos pacifistas. Bastardo policía que andaba de civil,
abaleó a mi maestro, Diego Zavala, veintiseis años; en cada fuego y pistola
veré tu rostro, hermano, aún no puedo creer que ya no vuelva a verte en los
conciertos con tu banda, en las marchas, en los debates, fumando hierba,
contándome alguna historia que desprendía tu voz ténue. Maldita sea,
pensaba, como pasó, tenías dos hijos, no debías ser tú. Bastardo policía. -
Bastardos hijos de puta- Lloraba y sangraba de la rabia, los periodistas
mostraban su rostro como un trofeo, y el asqueroso terna orgulloso de
haberlo asesinado. Tomé foto a su rostro del repudiable imaginando que
algún día pudiese encontrarlo y torturarlo.
Permanecí echado oculto del mundo exterior con mi Bobby, secándome las
lágrimas, hoy se cumplía un mes de su asesinato. No pude ayudar a mi
padre, Diego asesinado, y el exilio que deseaba en lo profundo de mi ser.
Me incorporé amargo, debía ir a estudiar. Celeste volvía a llamarme.
—Abandonaré la universidad. No te molestes, sabes, no debe afectarte. Ya
no lo tolero.
—¿Y qué vas a hacer? ¿A qué te vas a dedicar? ¿Por qué nunca acabas lo
que empiezas? Me haces renegar.
—Reniega, es mi problema. Yo no te cuestiono tus decisiones, ¿o sí?.
—¿Por qué me estás tratando así?
—No te estoy tratando mal, nena, oye, mis sentimientos no van a cambiar.
Necesito unos meses para mi mismo.
—Más tarde te llamo —su voz decaía.