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Capítulo II

¿Cómo pasas de un estado pacífico bajo los circuitos reproductibles por la


infinitud de valores sumisos del ciudadanismo y la mansa plebe-cristiandad-
democratica a un estado de ataque contra la civilización? Cuál es el camino
agujereado y vidrioso de la monotonía obediencia, la industria de la
“normalidad” de cuerpos y mentes a la desobediencia, a declararle guerra a
esta sociedad sádica y maligna. Cómo se pasa de ser víctima del monopolio
de la violencia (Estado) a ser un individuo criminal, a ver la belleza del fuego
quemando la ciudad. Primero uno empieza a cuestionarse, ¿para qué vivir?
¿qué es todo lo que nos rodea? ¿hacia dónde vamos? uno no cree en nada
al nacer, crece y se impone la familia, la educación, la calle, los padres
morales de la patria, los dueños de la verdad con sus bastardas túnicas y
biblias. Uno se hostiga de la barbaridad cotidiana. Y yo me sigo preguntado,
volveré a esta vida por la eternidad una y otra vez sin poder recordar todo
mi andar irreparable. Artaud no metía bombas al Estado francés pero dejó
arte: “Vivir no es otra cosa que arder en preguntas”.

Mi tía dejó el almuerzo hecho y se retiró a su trabajo. Las azucenas en la


mesa me hacían compañía, mis canes, el cuadro de mis abuelos. -Otro día
en la universidad, que fatídico- Me pregunté si todo esto era real o un
sueño, o el capricho de algún gusano leviathan. Este era el horario que más
me hacía palidecer: observar el sol iluminar mi día a día, las voces
estridentes de los vecinos, los meticulosos cobradores de buses, la vocina de
la estación del tren, las caras mancilladas de miles de obedientes ciudadanos
y el olor del tráfico, la mascarilla invisible que me ponía por la repulsión que
me estremecía cada hora perdida, cada día regalado a la sociedad. -Todo se
hundía a pedazos-
La caminata de la avenida wilson hacia veintiocho de julio, cigarrillo en la
mano, mi visturí en el bolsillo. El monumento de piedra empolvado, la muca,
el gentío impotente, los garabatos sobre el castillo del Mali. La atmósfera
húmeda y gris, las casas y negocios en cada paralela que debía caminar, los
orgullosos estudiantes y los trabajadores como máquinas automáticas
mirándote con sus ojos de cazadores. -Por aquí marchamos la última vez
con Diego y los muchachos- La esperanza rebotando en el aire, alimentando
el mal.

Estás bien jodido cuando nace miles de deseos muy profundos para cometer
delitos. Estás bien jodido cuando, de igual manera, quisieras quemarlo todo
como un acto artístico. Uno es consciente que el resto del mundo no te
volverá a ver igual. Oscar, cuando conversábamos en casa sobre los delitos,
opinaba igual que yo, “cuando vendes droga, así sea solo por una vez, nadie
te volverá a ver igual”. Cuando robas, es lo mismo, así sea comida enlatada.
Es el júbilo del humano moderno hipercivilizado: menospreciar el delito y
sacralizar su podrida moral humanista.

Aldo me llamó muy temprano. Llevaba un par de horas despierto, bebiendo


café, repasando algo de la exposición que debíamos presentar. Me levanté
un poco angustiado, pensando semanas atrás en abandonarlo. Debía tener
todas las notas aprobadas al final del ciclo. Y si me quedase, pasar un
verano sin pensar en los estudios era muy alentador para finalizar bien. Dejar
en casa constancia de buen desempeño. Me despedí de Bobby y Rina.
Pueblos como hechos de barro, áridos pasadizos de conexiones arbitrarias,
hacia algún lugar; criaturas con ropas, con ojos, rapiñando cuencas de otros.
Ladrillos descompuestos sobre techos, alambres viejos como manivelas,
gatos sobre paredes lluviosas, un gran surco donde atraviesa cajas de
transporte. Pueblos jóvenes, señoras desconfiadas, ancianos en desidia. En
cada calle el peligro disipando la asfixia. La luz del bajo fondo alumbrando el
bajo mundo. Una gran pantalla de esperanza. Una película del cine negro
viendo con Celeste desnudos y abrigados. Afuera animales a la interperie,
robots parlantes socavando el arte. Madrugadas de mayo del dos mil
dieciocho. Contaba el tiempo, entonces, me desesperaba el tiempo perdido.
Una angustia permanente, oía voces en mi interior.
—Llega temprano, carajo. No te vamos a esperar, harás la exposición
principal.

Aldo no tenía la agudeza de análisis que yo pretendía en el grupo. El era


más de acatar y memorizar. Pero tenía presencia y buen desenvolvimiento,
encantaba a los profesores y a los compañeros, en especial a las chicas. En
las borracheras solía decir que su mamá es colombiana y su padre respetado
en su barrio. Era insistente como Celeste, me exigía puntualidad, algo que
no existía en mi. Aldo era tres años menor que yo, le gustaba escuchar mis
historias en las protestas, las peleas con la policía, algunas citas de
escritores, mi querer rebelde, en general. Le di unos tips para aprender
temas que pareciesen aburridos, le añadía unas historias a las teorías. Hacer
de la práctica más lúdica. El otro miembro de la pandilla es Martín, un chico
que se podía ver su inteligencia, de mi misma edad, talentoso en rap,
conocía el ambiente político social donde me desenvolví. También leía a
Nietzsche, fue nuestra primera conversación en el aula, en las clases de
filosofía, yo como siempre, intervení a la tesis de la profesora, una
colombiana católica confesa, vestida de monja, cabello corto perfectamente
limpio, anticipé que nadie había escuchado tal apellido pero Martin, a seis
compañeros delante mío apoyado sus brazos a su banca apostillada a la
barra de madera me miró con esos ojos cuando quiere hacer un “trance”. Su
pelaje de moreno y cabello color negro y cara blanca le daban brillo a sus
ojos que parecían siempre estar delineados con ese maquillaje que mamá
solía usar. Ahora pienso que Martín, un año mayor que yo, más callejero,
más listo, vio algo en mi aquel momento. No puedo suponer con exactitud,
creo él también deseaba lo mismo que yo, tener una conversación de
verdad y poco perezosa a la mente.

En la universidad le vendíamos algunas drogas a muchachos de otras


carreras, Martin no era un dealer como mis amigos que conocería despues,
tenía amigos del oficio, como él decía: “manito, tengo todas las cremas.”
Acidos, lsd, extasis, pastillas multicolores, cocaína, anfetaminas y la mejor
marihuana de su barrio.
Nos retirábamos angustiados por ser los primeros en hacer los trabajos,
competíamos entre nosotros dos porque era evidente, éramos los más listos
en clases y a la vez lectores de Nietzsche, Schopenhauer, y algún otro
maldito desahuciado por la normalidad pestilente. Solíamos tener
conversaciones reflexivas luego de las clases, me invitaba un trozo de
marihuana y divagábamos, en el Mali, en las sombras, en los jirones de Plaza
San Martín: teoría del derecho, recientes leyes en el diario “El Peruano”,
algunas leyes del pasado, una futura tesis, sobre cárceles, drogas, robos y
anarquismo individualista, el punto clipsal del nihilismo. Disfrutaba su
compañía. Las tiendas atosigadas, el cuadro de las calles acosadas de
transeúntes ausentes, emborrachar a los compañeritos tranquilos y nuestras
amigas simpáticas. Una puta vida tranquila, pensaba, caminando, fumando
un cigarro luego de la hierba, sentía más delicioso, la hierba me creaba un
estado de consciencia y reflexión superlativa, como escuchar Chopine y Bach,
meditar, observar el pantano oscuro antes del baño en el manantial rodeado
de vegetación ancestral, y una angustia también, puta angustia.. Algo
andaba mal desde hace mucho en mi y lo sentía en la garganta, como la
sensación de llevar un muerto en mi espalda oloroso de moral, un buitre
comiendo carne envenenada, pútrida, en un gran desierdo deshabitado toda
hermosa naturaleza.
—Dile a Martín que imprima los textos, llegaré a la hora exacta, men, me
siento perturbado.—Le dije a Aldo, cambiándome de ropa, derecho civil,
romano, matemáticas, derecho constitucional, putos cursos malolientes.

Uno al nacer no elige sus padres, la sociedad ni toda su corrompida moral y


costumbres que nos moldean a su antojo, a las fauces del monstruo
civilizatorio. Nos moldean, nos educan, nos imponen roles laborales y
emocionales, vomitan y cagan para caer en ruinas que llamamos progreso,
bienestar, humanismo. Estoy a pocas semanas de estar en requisitoriado en
términos policiales. Me veo a mi mismo de niño, mi instinto abismal y
animal secundaba mi trauma al ver la degeneración. Me espantaba la
violencia, a diario las pandillas arrasaban la vida civil con sus guerreos
callejeros, saqueos a tiendas, sieranas policiales, las lunas rotas de los
vecinos, grupúsculos de pandilleros en las esquinas, gente escondiéndose
tras las mesas; con mi madre nos escondíamos en un restaurante de la
avenida de casa, el dueño al verme niño, nos abrió espacio en la cocina..
cenábamos un riquísimo arroz chaufa. Siempre guardaba pedazos de carne
para dárselo a los pobres perros flacuchos de hambre desahuciados, como
yo y como mis camaradas. Me moría de pena, los acariciaba y me seguían
hasta casa, no podía hacerles pasar.

No tenía problema alguno para exponer en grupo, era sencillo. Sacaba


buenas calificaciones al final de cada exposición, los demás compañeros me
veían con admiración, dirían "ese irresponsable con apariencia de hippie
cómo podría ser capaz de aprenderse todo ello”. Así la pasé por casi dos
años. Para mi siempre fue fácil aprender y repetirlo. Lo que me era difícil era
adaptarme a cada horario, norma, lenguaje, aspecto, metodología
relacionado al estudio. Prácticamente no me agradaba nada, ni las aulas, los
pasillos, los hombres de seguridad, profesores, directores ni los alumnos.
Debía tolerar la rutina de espera, de escucha, de obediencia, modelos de
aprendizaje y un gran agotamiento mental.
A diario asistiendo a mi centro de domesticación, miraba la Universidad
donde estudia Viviana en camino al aburrimiento, -espero se encuentre bien
luego de la denuncia- imaginándola ingresando, su cabello azul, su nariz
respingada, su sonrisa que expresa tanta vitalidad, ella siempre optimista,
cuánto me gustaba esa chica hace años.. pude ver la sombra de campo de
marte. El proyecto del ex alcalde de Castañeda de agregar un Bypass en
veintiocho de julio, -aqui conocí a Diana, Eddy y los demás, como estarán
que estará haciendo no sé nada de ellos- recordé cuando me uní a la toma
organizada por los vecinos y promovida por algunos partidos de izquierda.
Algunos anarquistas se unieron y me uní a esa algarabía. Los vecinos nos
llevaban desayunos por las mañanas, montaron una acampada de carpas y
casitas de plastico en Plaza Belgica. Los policías hostigaban, grababan,
difamaban.

Aldo estaba en la puerta, vestido con su casaca de cuerina, su cabello con


gel, limpiecito y su cara de inseguridad.
—Habla, mano. ¿De verdad vas abandonar la universidad?
—Sí, no tolero muchas cosas.
—¿Y qué vas hacer?
—No sé, no tengo planes. No tengo ni puta idea que hacer pero no quiero
seguir aqui.—Recordé a Diego, recorriendo las batallas contra la policía, en
Abancay, en Lampa, en Colmena, en el cruce de PLaza San Martin y jirón de
la unión desplazándose como una fiera salvaje.
—No te vayas, Daniel, haremos todo lo que quieras. Quién va joder a los
profesores.

Caminábamos hacia nuestra aula, sacos y corbatas haciendo cola en los


ascensores, los empleados saludando con respeto a las autoridades,
nosotros siendo parte de esta máquina educativa. Los estudiantes de
ingeniería se encontraba al lado de nuestra aula. Algunos conversaban con
nuestra compañeras, nos saludaban. Nosotros tres eramos como los que
tomabamos las iniciativas. La semana pasada salimos a una discoteca en
Petit Thuoars, un reducto austero de dos pisos, música, un pequeño estante
de cervecería, y algunos baños. Suelen venir aqui los estudiantes de las
universidades cercanas, mis iguales asistían religiosamente los fines de
semana. Martin les hizo gastar en trago a estos muchachos, nosotros
estábamos acompañados de chicas y ellos no. Solo en eso pensaban todos
aqui, en aprobar lo más fácil, ligar chicas, engatuzar chicos.

En los pocos días que restaban, Aldo seguía increpándome por mi decisión
mientras miré el cuadro del aula de estos ciclos, las mismas caras, los gestos
sumisos ante los profesores. Pensé en Diego, me lo imaginé en sus clases de
ciencias políticas. Se alegró cuando le conté que empezaría a estudiar, me
decía que mueva gente, que expanda el discurso de la anarquía en tierras
desconocidas. En la universidad no había muchas mentes inconformes, todos
aspiraban a terminar sus estudios, ser parte de ese sector progresista-
profesional, alcanzar una estabilidad y no ver más allá de lo que nuestros
flujos mentales nos limitan. -Habría que tener mucho valor para hacer lo que
hizo Diego todas las comisarías del centro y norte lo conocían-.

Siempre quise ser un escritor. “Mediante la poesía, llegar a lo desconocido”,


escribió el chico poeta, Rimbaud, tenía la capacidad de empuñar un arma y
empuñar un lapiz de carboncillo. Y en esta inmenso dolor de cerebro,
asequias y plomo, pasillos directos a la muerte del individuo, costumbres
que hacen de la carne y del espíritu una masa carente de alma. ¿Dónde está
Rimbaud? Mejor dicho, dónde hay poesía, si ella se trata de expresar la vida
obra, arte como vida, crimen como arte: y donde hay armas. En los policías
paseando deportivamente nuestro territorio, veo alguno y recuerdo mis
denuncias por hurto. Pienso en poesía, miro al suelo, cuento las horas, mi
aspecto no es el mismo.. ella me dijo, paseando en San Borja, cómo puedes
vivir así, luego me besaba con una pasión cerca a la locura.. yo respondí,
hace mucho busco poesía y una magnum automática, limpia, que no tenga
ningún “frío”. Me transformo en tigre, en lobo, en elefante y volveremos
caos, estampidas a esta pobredumbre mediocre de esclavos y su insolente
moral del bastardo totalmente consumido por el poder.

Mi mente se movilizaba entre expedientes, teorías, casos específicos que


aprender, volvía mi mente a Diego huyendo como un antílope ante los
leones. Las horas, los días morían. El tiempo moría y volvía a mi el eterno
retorno, me pregunté, y la insurrección, y el arte.. Volvía a escribir
resúmenes, en la punta de mi lapiz vi una pequeña flor, me sentí por un
momento dentro del jardín de la casona de mi abuelita, jugando con mi
padre y mi madre esperándonos para viajar a Cora Cora. Me infligí el daño
de eliminar esas imágenes. Debía destinar otra hora a Economía. El modo de
producción creaba la riqueza para algunos y la miseria para otros. Principios
básicos, un manual para poder hacerme propio estas lecturas. Tenía hambre,
dejé de lado todos los detalles. Lo peor de todo era que la gran mayoría de
los estudiantes hacían propios este punto de vista. Ellos creían que de
verdad hacía falta el Estado, creían que la competencia entre individuos era
saludable, creían que hacía falta leyes para una normal vida colectiva. Me
daba asco recordar todo el tiempo que perdí y que voy a perder solo por
ocupar un puesto digno de trabajo y recoger cada fin de mes un salario.
¿Debía sentirme orgulloso? Finalmente cogí mi bus, sentí que sería el último
día en esta cárcel mental.

El bus tardó dos horas y media en llegar a casa por el embotellamiento. Ya


eran las ocho de la noche, los pobrecillos perros se hacinaban a esas horas
en la avenida buscando restos, basura o algún alma que se apiade. Me
incrementaba la repulsa y la hostilidad. Diego era un chapucero, también
trabajo cuidando mascotas. No quería ver este cuadro occiso. Cené con
Bobby y Cata que me saludaron con ecos de ladridos; por algún impulso
interior irracional busqué mis cartas de años atrás que le escribía a Viviana,
Celeste o sobre política. Algunos fragmentos que guardaba en bloc de
notas, con la idea de juntarlos algún día.

Me pesaba la languidez, no sabía qué hacer exactamente. Al releer recordé


que hace años gané un concurso de cuentos en mi anterior academia.
Algunos profesores me dijeron que tenía talento, que debía desarrollarlo.
Mis amigos me veían con otros ojos, yo era un vagabundo, andaba
alcoholizado a todo horario y no respondía a las exigencias de la academia.
Sonreí al recordar mi astucia pero estaba solo, con la guerra de sobrevivir en
la mierda de la vida ciudadana:

"..Convoqué a mis ex y compañeros de estudio. Tuvimos 2 reuniones previas a la


marcha del 15, con debates, porque es necesario discutir y comprender el tema
antes de la acción directa revolucionaria. <La palabra “revolucionaria” me es densa
y una gélida sensación casi vergonzosa, como si no la mereciera, atraviesa mi
garganta hasta el estómago, supongo>. Entre la desorganización de las zonas, los
dirigentes reunidos aisladamente no sé para qué decisiones tomar. Contacté con
compañeros del frente de choque <entre anarquistas, punks y diferentes tendencias
ideológicas> y nos sumamos a ellos. Me parecía más justo y seguro. En las
reuniones de aquellos veo su incentivo a la horizontalidad y organización y
solidaridad. Éramos alrededor de 30 a 40 estudiantes. Todos conocían mis impulsos
en las iniciativas politicas, la ley del nuevo régimen laboral juvenil: me parece
absurdo creer que las posibilidades de los jóvenes crecerán reduciendo sus
beneficios y no aumentando el sueldo <el Perú es el 4to más bajo del mundo, en
sueldo mínimo, la mano de obra aquí es baratísima>. Es un retroceso histórico
creer que de esa manera “saldrán adelante” como lo publican los medios de
información oficiales.."

Ilusamente Alonso decía en algunas conversaciones sobre política, que las

marchas de la ley pulpín era analogamente nuestro Mayo del 68 (lo que fue
para Francia).

"..Te conocí cuando leía los diarios de Kafka. En año nuevo te vi, a mi descripción,
algo menuda, vulnerable no sé, una mirada aveces pensativa. Recuerdo poco
también estaba ebrio, jodiendo como imbécil. No sabía quién rayos era esta
persona.. luego en la marcha te vi de nuevo.. los días inciertos. Escucho música..
tengo un carácter depresivo. Mucho he pensado estos meses sobre mi. Mis
profesores de cuando estaba en la academia me hicieron pensarlo. (me siento algo
con vergüenza, ridículo, absurdo al escribir todo esto). Ya había en cierta parte
madurado temas como literatura absurda. (Camus por ejemplo) y luego veo tus
fotos de Sartre, de otras personalidades. (eso encanta). No sé si te dije que mi
curso favorito primero es filosofía. Conocerte me fue algo con aires y remolinos
vitales. -Todo es absurdo- Al carecer de valores universales. En ese vacío existencial,
qué puedes hacer. Elegir, subjetivamente elegir el camino y certeza y sentido que le
atribuyas a todo. Porque todo carece de sentido. No te pregunté si eres atea. Me
pongo algo nervioso cuando estás cerca. Hace mucho no tenía sensaciones así.
Solo pasaron circunstancias, sonidos en la nada. Recuerdo cuando leí a Cioran a mis
dieciseis años. “La gente tiene vergüenza de aceptar el sinsentido de su vida”. Hoy
me buscó un viejo compañero de clases, me hablaba de Dios, me invitó a su culto.
Me molesta las seguridades divinas de las personas. Como si encajara las cosas en
una sórdida imagen a colores…”
Conocí a Viviana, Diego y los demás muchachos del grupo anarquista. Mis
ojos decayeron. Precipité con imágenes mentales en mi cabeza.

Salí a caminar y pasear a mis chicos. Al salir por mi portón viejo veo a
Kenny, fuera de su casa, botella en mano, con su amigo el Gordo. Me
reconoció, dejó la botella, a Gordo también, olía a ron, y al oído: “Gordo
tiene varios cox de marihuana. ¿podemos hacerla en tu casa?” Kenny tenía
poco de una ruptura. Estaba devastado, buscando algún lugar donde beber,
fumar, pasarla vacán. Yo quería conversar con él pero no tenía ganas de ver
a nadie.
—Quisiera hablar contigo, Daniel.
—Hoy no, manito. Me siento cagado. —Me amarraba el cabello largo. No
reconocí que estaba desordenado. —Mañana. Necesito estudiar algunos
cursos, mañana tengo examen. Cuidate huevon. Cualquier cosa avisame.

Volví a aquel día, luego de las marchas contra las leyes laborales juveniles,
cenamos en una salchipapería decrépita, juntamos ripios entre nosotros que
nos contábamos como diez. Alonso ya iba a ser padre, reía a cada momento
bromeando a los otros, los estudiaba quizá. Diego era el mayor de todos,
vestía de buzo, nariz aguileña, se le veía los tatuajes en los brazos, nos
recomendaba hacer ejercicio y practicar algun deporte de lucha. Nos contó
sobre su barrio y algunas locuras en su adolescencia delictiva, y que
innumerables veces terminó dentro de los barrotes de las comisarías por
agudizar la violencia en las protestas sociales.

Volví a casa, me recosté en la cama, leí algunos fragmentos de Burroughs, El


yonqui. Mañana a la rutina, pero podía leer algo auténtico entre todo esto
de falso.

Cuando miro el despertar del día, los salones atestados de gente que no
piensan, en el tránsito de bultos que no tienen corazón, la fila de espera,
escuchando las palabras del profesor, sentado trabajando o simplemente
buscando trabajo, la publicidad cansina, mentalizarme la idea de esperanza,
progreso, una casa segura, un futuro prometedor.. todo esto me daba ganas
de vomitar. Eran en esas aulas de domesticación mental cuando viajaba en
algún otro lugar, no quería estar allí. De niño fui un sujeto extraño, no del
mismo modo que ahora; al principio solía ser tímido cuando conocía un
ambiente nuevo, luego de entablar contacto ya era parte de la manada,
debilucho, enamoradizo, hiperactivo. No había mucha diferencia entre mis
colegas, además que yo tenía gustos particulares, me gustaba leer. Mi tía
Felícita me obsequió un juego completo de historia, geografía y mundo
animal para niños de Snoopy, los personajes de las historietas me orientaban
en conocimientos básicos sobre el mundo. Desde muy niño miraba
programas sobre la vida salvaje animal, la destrucción de la naturaleza me
preocupaba. Yo era bueno cuando se requerían una concentración
abrumante. Mi soledad me lo permitía. Puedo deducirlo ahora, pasaba horas
a solas mirando programas enviciado. En el colegio mi actitud pícara era
castigada. Solía estar en el aula de disciplina escuchando reproches y a veces
sin ningún gramo de arrepentimiento. Pensaba en todo esto sentado en la
vitrina de las clases. Sinceramente no quería estar allí..

Celeste me llamó.
—¿Más tarde te veo, cariño?
—No. Estoy sin ánimos, nena. Lo siento. Mañana te invito una cena en la
hamburguesería vegana, ya nena.

Sinceramente no quería estar allí. Toda la realidad me daba asco, me


producía náuseas. No lo podía evitar. Conversaba con Diego algunas
angustias personales, su mayor consejo era la lucha, en la lucha encontraba
la felicidad, ciertas razones más. Pero yo era debilucho para el concepto de
lucha que leía en Maria Alfredo Bonanno, Feral Faun, los anarco nihilistas,
individualistas. Pensar en Diego, eligió atacar o morir. Mi padre en cambio,
aceptó el castigo de la cárcel, no huyó, no peleó antes de ser atrapado. El
pueblo ataca a la delincuencia y defienden la represión. Aman sus cadenas,
aman su ignorancia, señalan y soplan a la policía. Prefieren mendigar que
usar las armas contra el enemigo. Se tragan la mierda que vapulea la prensa.

Quisiera escribir poesías de ataque, una última noche danzando con los
espíritus del pasado, una última gota de sangre emanada por la aspereza de
las armas, agotar todas balas, acabar todo sentimiento de compasión. Una
última guerra hasta el fin de esta sociedad de mierda. Cuantos compañeros
presos alrededor del mundo. Cuantas horas pasé pensando en el absurdo de
lo contidiano, en la necedad, el menosprecio y la soledad. Hay un momento
cuando la chispa hace explotar todos los espacios existentes y desconocidos
de nuestra profundo individuo.

Veintitrés de marzo del presente año, fecha que nuestra manada lobezna
nunca olvidará. Odio, tristeza y demencia, nuestros indómitos corazones
apuñalados observaron su cuerpo acribillado tirado en la casa de cambio
ubicada en Lince, cuadra dieciseis, 1793; lloramos al ver su foto mostrado en
los noticieros, investigaron sus antecedentes, muchos años antes múltiples
veces fue retenido en los calabozos por asirse de gasolina y destruir las
pistas en las manifestaciones, luchando puntualmente contra la policía
bastarda y los ciudadanos pacifistas. Bastardo policía que andaba de civil,
abaleó a mi maestro, Diego Zavala, veintiseis años; en cada fuego y pistola
veré tu rostro, hermano, aún no puedo creer que ya no vuelva a verte en los
conciertos con tu banda, en las marchas, en los debates, fumando hierba,
contándome alguna historia que desprendía tu voz ténue. Maldita sea,
pensaba, como pasó, tenías dos hijos, no debías ser tú. Bastardo policía. -
Bastardos hijos de puta- Lloraba y sangraba de la rabia, los periodistas
mostraban su rostro como un trofeo, y el asqueroso terna orgulloso de
haberlo asesinado. Tomé foto a su rostro del repudiable imaginando que
algún día pudiese encontrarlo y torturarlo.

Permanecí echado oculto del mundo exterior con mi Bobby, secándome las
lágrimas, hoy se cumplía un mes de su asesinato. No pude ayudar a mi
padre, Diego asesinado, y el exilio que deseaba en lo profundo de mi ser.
Me incorporé amargo, debía ir a estudiar. Celeste volvía a llamarme.
—Abandonaré la universidad. No te molestes, sabes, no debe afectarte. Ya
no lo tolero.
—¿Y qué vas a hacer? ¿A qué te vas a dedicar? ¿Por qué nunca acabas lo
que empiezas? Me haces renegar.
—Reniega, es mi problema. Yo no te cuestiono tus decisiones, ¿o sí?.
—¿Por qué me estás tratando así?
—No te estoy tratando mal, nena, oye, mis sentimientos no van a cambiar.
Necesito unos meses para mi mismo.
—Más tarde te llamo —su voz decaía.

Dice un filósofo argelino que todos somos cómplices de la sociedad en la


que vivimos, las ideologías necesitan aniquilar a otras ideologías para
sostenerse en el tiempo, lo que significa que se necesitaría eliminarnos unos
a otros para vivir en “bienestar común”. Según éste, podíamos elegir en
rebelarnos a todas las ideologías o el suicidio. Todos somos parte del
pasado, presente, futuro; nadie se puede sentir inocente, nadie está limpio,
nadie puede ser una víctima y no parte del engranaje. Pensé que yo también
era parte de lo que ocurría. Yo no quiero retozar en nubes y esperanza. Aún
cuando era miserable el proceso del abismo..

La esperaba en los muros de la lado de la boletería del Cinemark de


Megaplaza de Los Olivos, estudiaba periodismo en la UPC, una
incomprendida e impredecible niña de instintos a flor de piel, Celeste era mi
cómplice de canciones, dulce, delgada, recordé por meses su cintura, su
sonrisa, y sus brazos apoyados en mi, sus labios finos humedecidos, sus ojos
decaídos. Yo quería ser un revolucionario de cuerpo entero, mover
proyectos sociales, sabotear el discurso del capitalismo, difundir la
solidaridad anarquista, yo también quería que el pueblo reconozca valores
de un humanismo liberador, racional, fraterna y colectiva..

Las cajas rectangulares parlotean homicidios, atracos, violaciones y demás


aberraciones muy temprano. Me producía náusea el discurso democrático de
los periodistas despotricando vilmente toda actividad ilícita, de alguna forma
era necesario romper con la tiranía de la normalidad, ya lo tenía claro. Un
poco de alcohol en el cuerpo, unas irremediables ganas de abandonar la
universidad. Esa naturalidad mía me deprimía. Me deslicé al cuarto de baño,
sentir el agua fría e incorporarme automáticamente a lo que debía hacer;
desayunar, alimentar a mis perros, guardar un par de libros, unos lapices
viejos. Pensaba en los mensajes de Celeste de anoche, y mis leves
sospechas. Pareciese que Celeste se obligara a un hábito bastante común
previo al inevitable eclipse.

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