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La del alcohol es una adicción que puede ahogar tu vida, ya que no sólo tiene múltiples
consecuencias físicas, sino también psicológicas. Salir de este problema es posible con
voluntad y ayuda.
Existen una serie de factores de riesgo que influyen para que una persona
desarrolle una adicción al alcohol. Los más importantes son:
La herencia
Los estudios indican que las personas que han vivido con un familiar alcohólico
tienen más probabilidades de desarrollar ellos mismos esta adicción. Aunque
hasta ahora este dato se apoyaba en las teorías de aprendizaje/educación los
últimos estudios parecen apuntar más a la hipótesis genética, que sostiene que
la presencia de ciertos genes aumentaría la predisposición de un individuo a
desarrollar conductas adictivas como el alcoholismo.
Los factores psicológicos
Las emociones negativas como la ansiedad, la tristeza, la soledad, la baja
autoestima o la ira muchas veces se encuentran en el origen y mantenimiento
de esta enfermedad, ya que el paciente utiliza el alcohol para huir de ellas. El
consumo de alcohol proporciona al paciente una sensación placentera que
debería conseguir realizando actividades de su agrado como leer un libro o ver
una película, disfrutar de la compañía de familiares y amigos, practicar su afición
favorita… En el otro extremo están aquellas personas que emplean el alcohol con
frecuencia para acompañar las emociones positivas (como celebraciones,
reuniones con amigos, salir de fiesta, etcétera). La tolerancia social ante el
consumo excesivo de alcohol en estas situaciones refuerza estos
comportamientos inadecuados y, a la larga, el “bebedor ocasional” corre un
riesgo importante de convertirse en un alcohólico.
Las relaciones sociales y el consumo de alcohol
Las malas relaciones con la pareja o la familia, los problemas económicos, la
presión de los amigos para que beba, etcétera, pueden actuar también como
precipitantes o mantenedores de la dependencia alcohólica. En este sentido,
algunas personas también comienzan su patrón de consumo para superar los
problemas que tienen al relacionarse con los demás, como la timidez o la falta
de habilidades sociales (por ejemplo, beben para desinhibirse o para sentirse
más simpáticos a la hora de conocer a una persona o integrarse en un nuevo
grupo), así como para enfrentarse a alguien a quien no saben cómo expresar algo
que les molesta.
Las primeras manifestaciones del alcoholismo son las respuestas físicas que aparecen
durante la abstinencia (temblores, sudoración, dolor de cabeza, náuseas, ansiedad o
aumento de la frecuencia cardiaca y de la presión sanguínea). Estos síntomas se
acompañan por un fuerte deseo de consumir más alcohol. Sin embargo, no es frecuente
que un alcohólico reconozca en un primer momento que tiene un problema con el
alcohol. Este hecho dificulta enormemente el diagnóstico médico, mientras que el
alcohólico continúa bebiendo y desarrollando una mayor tolerancia al alcohol.
Desde el punto de vista analítico existen algunos indicadores en sangre que permiten al
médico saber si existe un consumo excesivo y habitual de alcohol. Concretamente, el
volumen de los glóbulos rojos o hematíes aumenta considerablemente (VCM)
presentando cifras por encima de 94-95, e incluso por encima de 100. Además, la
gamma glutamil transpeptidasa (GGT) suele elevarse en esta situación, incluso con las
transaminasas normales.
La determinación de etanol en sangre no es muy útil dado que tan solo indica la
presencia de esta sustancia en sangre en el momento de la extracción, y puede
detectarse no solo en consumos crónicos, sino en intoxicaciones agudas o en consumos
esporádicos. Se estima que más de 60 gramos de etanol al día para el varón y más de 40
g de etanol diario para la mujer son cifras a partir de las cuales se entra en riesgo de
daño visceral en el consumo crónico de alcohol (una cerveza o un vino son 10 gramos).
Alcohol y hepatitis son una combinación peligrosa, y es que, el abuso de estas bebidas
puede originar una hepatitis alcohólica, que generalmente se manifiesta tras una
temporada en la que el afectado ha ingerido una cantidad de alcohol superior a la
habitual. Los síntomas más frecuentes en estos casos son: fatiga, apatía, inapetencia,
ictericia, pérdida de peso, fiebre, y dolor en la zona superior derecha del abdomen. Si se
trata de una hepatitis alcohólica grave el paciente puede presentar
además ascitis (líquido en la cavidad abdominal), signos de malnutrición y encefalopatía
hepática (alteración de la función cerebral que se produce cuando el hígado no puede
eliminar sustancias tóxicas adecuadamente y estas se acumulan en la sangre).
Cuando la enfermedad hepática ha sido causada por el alcohol la medida inicial y más
efectiva es la supresión de su consumo de forma inmediata. Una equilibrada es también
muy importante para la recuperación del paciente, que puede requerir suplementos
nutricionales en determinados casos. En el caso de que el enfermo retenga líquidos será
necesario que suprima la sal de la dieta y tome diuréticos, siempre bajo consejo médico.
En las personas que padecen hepatitis C crónica el daño hepático se agrava y acelera en
el caso de que consuman alcohol, además de aumentar el riesgo de desarrollar cirrosis,
que es un proceso irreversible que se puede detener o ralentizar si se suprime el alcohol,
pero que una vez establecido impide que el hígado recupere la normalidad, y puede
desembocar en cuadros graves como una insuficiencia hepática severa o un cáncer. Por
lo tanto, es imprescindible que los pacientes con hepatitis C eliminen completamente el
alcohol de su dieta.
En segundo lugar, es preciso informar al adolescente sobre las consecuencias reales del
alcohol. Afortunadamente cada vez son más los jóvenes que conocen los efectos del
alcohol y las graves consecuencias que puede tener sobre su salud y su calidad de vida,
pero si no se acompaña de medidas efectivas de prevención, la información no es
suficiente.
Por eso, un tercer pilar fundamental para evitar la adicción, será dotar al adolescente de
las estrategias necesarias para eliminar los factores de riesgo que le pueden inducir a
consumir alcohol, como mejorar su autoestima y sus habilidades sociales. En este
sentido, será fundamental también ayudar al joven a soportar la presión del grupo y
mostrarle formas alternativas de diversión.