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Resume exposición “violencia de izquierda: el M 19”

YESID ROLANDO RODRIGUEZ CASTRO

COD: 200711690

Antecedente Histórico Del M19

En los inicios de la década del setenta Colombia vivía una etapa de lucha
social y política muy intensa. Protestas callejeras, cientos de tomas de tierras
por parte de campesinos, coincidían con una fuerte crisis política, producto de
divisiones provocadas por altos grados de sectarismo. La izquierda colombiana
no estaba exenta de esta dinámica, mostrando una fuerte división entre los
partidarios de la vía pacífica y la vía armada como metodologías de acceso al
poder.

En medio de este escenario un grupo de antiguos miembros de las Fuerzas


Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC), del Ejército de Liberación
Nacional (ELN), miembros de la ANAPO y dirigentes sociales deciden crear
una organización de nuevo tipo, que supere los evidentes fracasos de modelos
guerrilleros previos, rompa con el abismo que separaba a los grupos armados
de las masas, y encabece las luchas sociales que ocurrían en esos años en
Colombia.

Como señala Israel Santamaría, oficial superior del M-19, con la creación del
movimiento “se trataba de dotar al movimiento de masas de fuerzas armada, y
al movimiento armado de dotarlo de fuerzas de masas, porque las masas eran
grandes, pero desarmadas y débiles y ponían los muertos en las calles y el
movimiento armado era fuerte y con las armas pero no tenía pueblo que
respaldara su accionar”. Luego de discutir la concepción del nuevo movimiento
se decide que la consigna que lo representa mejor es “con el pueblo, con las
armas, al poder”, para la cual buscan un nombre distinto a los ya existentes y
repetidos en la mayoría de los países: Juventudes Revolucionarias, Ejército de
los Pobres, Ejército de Liberación Nacional, Bandera Roja, etc. Como señala el
dirigente Israel Santamaría consideraban que no era suficiente tener las armas
y esconderse en la selva hasta que el ejército los aniquilara, “y tampoco era
lógico el pueblo sin armas, esa era la experiencia histórica del 19 de abril de
1970, cuando el pueblo ganó las elecciones pero no obtuvo el poder y no tuvo
la estructura militar que le permitiera defender su desarrollo político”. Por eso
toman el nombre de Movimiento 19 de abril (M-19) con una manera de
conmemorar la fecha en que el candidato presidencial de la Alianza Popular
(ANAPO), el general Gustavo Rojas Pinilla, un caudillo populista que gobernó
el país con mano de hierro de 1953 a 1957, fue objeto de un supuesto fraude
electoral en las elecciones presidenciales.

Su principal dirigente y fundador, Jaime Bateman, era quien mejor


representaba la nueva cultura guerrillera alejada del mesianismo y del
militarismo predominante en otros grupos. Bateman había sido miembro de las
juventudes comunistas y más tarde de las FARC, el brazo armado. Bateman se
definía así mismo como nacionalista, demócrata y revolucionario, y dedicado
simultáneamente a la lucha armada. Para Bateman era necesario para
acercarse al pueblo colombiano nacionalizar la revolución, “ponerla bajo los
pies de Colombia, darle sabor de pachanga, hacerla con bambucos, vallenatos
y cumbia y cantando el himno nacional”.

Caracteristicas Del M-19

Eduardo Pizarro, hermano del asesinado candidato presidencial del M-19, y


uno de los principales expertos colombianos en el movimiento guerrillero,
destaca seis diferencias principales con los grupos guerrilleros de los sesenta,
que permiten caracterizar al M-19:

1. Los grupos de la “segunda generación” han buscado consolidar su presencia


en núcleos de la población (sindicatos, barrios, veredas) con mayor eficacia y
amplitud que sus antecesores.

2. Frente a las tácticas tradicionales de la guerrilla de los sesenta, fundadas en


las tesis del foco guerrillero, estos nuevos grupos insurgentes se fundan en la
perspectiva de la guerra prolongada y la conformación de frentes populares de
masas (tales como el Frente Sandinista o el Farabundo Martí) que desborda la
concepción de vanguardia leninista.

3. A la amplitud de su influencia interna se añaden redes de relaciones


“diplomáticas” que se extienden en el contexto internacional.

4. Una amplia gama de actores internacionales le brindan su apoyo en distintos


planos (propagandístico, financiero, político, logístico): partidos, iglesias,
sindicatos.

5. Estos movimientos han vivido un proceso progresivo de “latino


americanización”, simultáneamente con una visión crítica de los polos de poder
comunista (Moscú y Pekín) y ligan sus estrategias más al conflicto
centroamericano y caribeño que las disputas en el bloque socialista.

6. “Igualmente, presentan una ruptura con el marxismo hirsuto y con un


internacionalismo que los hace simples peones de ajedrez global que los
desborda, para asumirse como parte de una historia nacional: Bolívar, los
símbolos patrios, las tradiciones culturales no son concebidas como símbolos
burgueses, sino como patrimonio de la revolución

De manera similar el ex miembro de la Dirección Nacional y ex parlamentario


del M-19, Gustavo Petro, señala que en el horizonte ideológico de las FARC, el
ELN, incluso del maoísta EPL, no se concebía otro tipo de sociedad para
Colombia que el construido en la Unión Soviética y más exactamente en su
espejo latinoamericano: la revolución cubana. “Solamente en el M-19, se
intentó confusa y espontáneamente pensar en un camino propio de corte
latinoamericano, recuperar nuestra historia y nuestra cultura para pensar en
una democracia también propia, de ahí que los intelectuales europeos al
unísono del resto de la guerrilla colombiana hayan siempre observado al
Movimiento 19 de abril como una especie de “populismo armado”, por algo el
populismo es el precursor de la modernidad latinoamericana y por algo el M-19,
es en realidad un precursor de la modernidad colombiana, en vías de fracaso”.

Para Arturo Navarro Wolff la diferencia entre el M-19 y la guerrillas venezolanas


de los sesenta estaba situada en la forma en que se accedió a la mesa de
negociaciones: en el primer caso, derrotadas y sin la influencia política y social
que consiguió el movimiento guerrillero colombiano.

El M-19 desde sus orígenes hasta su incorporación al sistema político como


una organización sistémica, vivió una continua pugna por erradicar las
profundas huellas que la praxis guerrillera y la forma en que el marxismo se
había aplicado en América Latina tenían en sus militantes. El accionar político
militar del M-19 trato de ir acorde a esta nueva concepción política, asumiendo
de forma distinta a sus antecesores el concepto de guerra, los hechos de
propaganda armada, la propaganda, el lenguaje y el diálogo con el país. Como
señala Carlos Pizarro así fueron creando las condiciones para que la
organización expresara más claramente sus pensamientos, “lo que quiere en
verdad como lo expresaba Bateman en 1980 cuando la toma de la embajada
Dominicana, en este momento el M-19 deja de tener ese lenguaje común, ese
lenguaje esquizofrénico, para tener un lenguaje único dentro de la
comunicación con el país”.

Accionar Del M19

El M-19 irrumpió en el escenario político colombiano en enero de 1974, cuando


robó la espada de Simón Bolívar y proclamó “Bolívar, tu espada vuelve a la
lucha”. “Ese golpe espectacular y en cierto sentido quijotesco simbolizaba la
ruptura táctica e ideológica del M-19 con los grupos de los sesenta y los
cubanos”.

La idea había surgido durante una reunión del aparato militar de las FARC,
cuando Luis Otero (muerto el 7 de noviembre de 1985 durante la toma del
Palacio de Justicia) recordó como los tupamaros había robado la bandera de
Artigas y propuso el robo de la espada de Bolívar, pero fue rechaza por
considerarla un aparato de museo, sin ningún contenido político. Años después
la idea resurgió durante una reunión del Comando Superior del M-19.

Como señala el ex Comandante General del movimiento, Alvaro Fayad,


“entonces pensamos en Bolívar...y cuando pensamos en Bolívar, ¿que
imaginamos para fundamentar el nacionalismo que íbamos a sostener como un
cordón básico del M-19? Comenzamos a pensar en el tipo de operación
político-militar que se relacionara con Bolívar, para reivindicarlo, para alejarlo
de los libros de historia de Henao y Arrubla, para que Bolívar no fuera
simplemente la conmemoración de cada 7 de agosto y de cada 17 de
diciembre”.

El M-19 se caracterizó durante todo el período de vida antisistémica por realizar


acciones llamativas y en golpes de audacia espectaculares, como el
anteriormente descrito robo de la espada de Bolívar; el secuestro y asesinato
de José Raquel Mercado (que incluso incluya una consulta nacional a través de
rayados murales para decidir si se asesinaba o no al dirigentes); el robo de
cerca de cinco mil armas del Cantón Norte del Ejército en Bogotá; la toma de la
embajada de la República Dominicana; el desembarco de guerrilleros por el
Pacífico; y la toma del Palacio de Justicia en 1985.

Desde 1988, el M-19 suspendió sus acciones militares y entró en un franco


diálogo con el gobierno de Virgilio Barco, para incorporarse al sistema político
sistémico. “Encabezado por el M-19, el movimiento guerrillero parece
converger actualmente hacia un proceso esperanzador de tregua armada,
nuevo diálogo e incorporación a la vida democrática, que responde a la
apertura prudente del sistema político colombiano, tal como lo está expresando
la administración Barco en sus dos últimos años y su convocatoria a un
plebiscito nacional, que agilice las grandes reformas económicas, sociales y
políticas que necesita el país”.

NEGOCIACIONES DE PAZ

En general en nuestro continente, que ha sido tradicionalmente foco de


tensiones nacionales, regionales e internacionales, salvo notables excepciones
históricas, la negociación de conflictos es un fenómeno reciente. La
negociación geopolítica más importante de América Latina, que enfrentó dos
partes con una gran asimetría de poder, fue la negociación sobre el Tratado de
Panamá. En cuanto a negociaciones de conflictos en el interior de las naciones,
sólo existe un antecedente previo: Venezuela.

En ese país hubo un proceso de pacificación en la mitad de los sesenta, que


brinda un ejemplo notorio de voluntad de las partes por alcanzar la paz. La
guerrilla venezolana, al igual que en el resto de los países, tuvo un momento de
auge de los factores insurreccionales casi al momento de su nacimiento a
principios de la década. Posteriormente su acción militar urbana se estancó y
se trasladó a las zonas rurales.

“Entre 1965 y 1966 sus máximos dirigentes inician una reflexión sobre el futuro
de la lucha armada bajo el siguiente razonamiento: la guerrilla no ha sido
derrotada y, por las estrategias de supervivencia, difícilmente lo será en
términos militares, pero tampoco es muy probable un avance militar sustantivo
que planteara a corto plazo la posibilidad de derrota con el ejército.

Por su parte, el gobierno en vez de plantear como salida la represión


indiscriminada, inteligentemente abrió los espacios políticos. Ante esta
situación de mutuas concesiones, la guerrilla fue desmantelando sus
estructuras militares e insertándose en el proceso democrático y el gobierno
respetó la vida de los dirigentes y militantes. “Entre 1967 1969 se dio una
apertura política donde, aun existiendo comandos militares guerrilleros, el
gobierno aceptó su participación electoral en 1968. A finales de 1968 se puede
considerar que en el país ya existían condiciones de paz armada”.

La experiencia de negociación venezolana, prácticamente quedó en el olvido


durante los tormentosos años setenta, sólo a mediados de los ochenta
comenzó a gestarse un nuevo proceso de negociación, esta vez en Colombia.
Lo que en los convulsionados años sesenta y setenta se veía como una
quimera: negociaciones de paz entre guerrilleros y el Estado, tuvo en el M-19 a
uno de sus principales detractores. Porque el M- 19 bajo de la sierra, depuso
las armas, y contribuyó a formar un nuevo sistema político en Colombia, con
una nueva constitución e indirectamente contribuyendo al término del
monopolio del poder que los liberales y conservadores habían gozado durante
treinta años. Una de las explicaciones de esta transición excepcional se
encuentra en los orígenes del M-19, como señalamos anteriormente, “fundado
con la furia y la desesperación provocada por el fraude electoral, tomó las
armas para conquistar el derecho a participar en las elecciones y no para hacer
la revolución, a pesar de que se autodefinía como movimiento revolucionario

El proceso de paz colombiano desde sus comienzos captó la atención de


cientistas sociales, politólogos y políticos. Prácticamente sin mediación
internacional, desde principios de la década del ochenta se esforzaron intentos
de diálogo y pacificación. Desde 1983 a 1986, tiempo en que se realizó el
Diálogo de contadora, del cual Colombia fue parte, el presidente Belisario
Betancur utilizó a la política exterior como medida de política interior, y se
iniciaron los altos al fuego parciales con las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC), el M-19, y el Ejército Popular de Liberación (EPL).

Como señaló el comandante Carlos Pizarro en enero de 1988: “Tenemos la


convicción de que estamos frente a un proceso en el que debemos ser
creativos sobre las bases de lo que se ha conseguido en este país en todos
estos años de lucha, conquistando la posibilidad real de la paz, de la
democracia, de la justicia social, entonces quienes están angustiados por la
aparición del M-19 es la oligarquía y quienes están a la expectativa es el país
entero y quienes estamos trabajando por el nuevo reconocimiento del M- 19 en
las jornadas de libertad y democracia, somos nosotros”. (Pizarro Carlos; Guerra
a la Guerra; Editorial Tiempo Presente; Bogotá, Colombia; 1988, pág. 137)

Estas iniciativas tuvieron grandes altibajos, no lográndose acuerdos definitivos.


En 1984 los altos al fuego son bastante limitados, no obstante, las FARC crean
la Unión Patriótica (UP) y decide participar de forma abierta y legal en la lucha
política. “En noviembre de 1985, con el asalto al Palacio de Justicia por el M-
19, y la consecuente represión desatada después de este acontecimiento, se
cerró el clima de distensión. Entre 1985 y 1988 son asesinados por grupos
paramilitares más de mil dirigentes políticos populares, tanto los vinculados a
los grupos armados como los independientes, lo que genera un clima de
desconfianza posterior que se incorpora como un obstáculo importante para
lograr la paz”.

Lo anterior sirve como testimonio elocuente tanto del carácter sumamente


violento de la política colombiana como de los enormes riesgos que asumió el
M-19 cuando a principios de los ochenta inició las negociaciones de paz con el
gobierno del Presidente Belisario Betancur. Debido a las características
especiales de este movimiento, muy distintas a la de sus congéneres
lationoamericanos, el M-19 resistió lo que fue sin duda el peor aniquilamiento
que una dirigencia ha sufrido por una organización latinoamericana.
De sus fundadores, Jaime Bateman, Iván Marino Ospina, Alvaro Fayad y
Carlos Pizarro, murieron, todos en acción o en combate entre 1983 y 1989. Si
se les agrega el nombre de Bernardo Jaramillo, el candidato presidencial de la
Unión Patriótica, una coalición política promovida por el Partido comunista,
también asesinado a tiros en 1989, la lista es abrumadora. “El costo en
dirigentes es un reflejo de un costo mucho mayor que se pagó entre simples
militantes: unos 30 mil activistas y simpatizantes de izquierda murieron
asesinados, más que en El Salvador y muchos más que en Argentina, Chile o
Uruguay en las guerras sucias de los años setenta. La represión de la izquierda
colombiana y la magnitud de sus pérdidas no tienen parangón en la historia
moderna de América Latina”. (Castañeda Jorge; La Utopía Desarmada;
Editorial Joaquín Mortiz; México, 1993, pág. 136)

Los resultados alcanzados en las elecciones de 1990 para la presidencia y la


asamblea constituyente por el M-19 permiten afirmar que el tránsito de la lucha
armada a la representación parlamentaria fue exitoso. A pesar de que su
candidato presidencial fue asesinado semanas antes del día de los comicios el
M-19 obtuvo 750 mil votos y el 13% en la primera votación, y un millón de
votos, más del 20% y el mayor número de escaños de cualquiera de las listas
en la segunda vuelta. “Encuestas realizadas en Colombia a principios de 1991
revelaban que un gran número de colombianos (58,5%) creía que el M-19
llegaría al poder y que su dirigente y antiguo candidato Antonio Navarro Wolff,
era considerado el político colombiano con mayores probabilidades de llegar a
la presidencia en la década de los noventa”.

Sin embargo, las primeras elecciones legislativas y comunales bajo la nueva


constitución, en octubre de 1991, mostraron a un M-19 desperfilado y con una
considerable baja en el apoyo popular. Este retroceso no fue bien comprendido
ni asimilado por sus dirigentes. En su interior surgieron sectores que culparon a
la conducción que le dio al nuevo partido político su líder carismático, Arturo
Navarro Wolff y al tipo de partido que concibieron: idéntico a otros grupos por
su moderación, responsabilidad y madurez (sinónimo de no revolucionario).
“Otros opinaban que si el M-19 hubiera seguido apegado a la izquierda y al
radicalismo, le hubiera ido aún peor, dado el conservadurismo imperante en
Colombia y en todo el hemisferio. En todo caso, una cosa estaba clara: el M-19
perdió el contacto con los movimientos populares que le habían proporcionado
el contexto para prosperar después de deponer las armas”. el M-19 ejemplificó
un tránsito inicialmente afortunado de la lucha armada castrista de los años
sesenta a la competencia electoral casi socialdemócrata de los noventa. Pero
en vez de contribuir al cambio de la democracia colombiana haciéndola más
representativa y legitimada en todos los sectores de la sociedad, cayó en los
mismos vicios que criticaba en los partidos tradicionales. De cierta manera fue
un nuevo partido, con viejos vicios, que formó parte de un sistema político
anquilosado y desprestigiado, por lo que también entró a compartir el
descrédito que lo rodea.
BIBLIOGRAFIA:

BEHAR Olga; Las Guerras de la Paz; Editorial Planeta, Bogotá, 1985, pág. 86-
138

PIZARRO Eduardo, en Jorge Castañeda; La Utopía Desarmada, Editorial


Planeta, México D.F., 1993, pág. 134

PETRO Gustavo; De la Guerra y de la Paz en Colombia.


(http://www.algonet.se/~demos/pazcol.html).11 de enero de 1996.

ARTURO Navarro Wolff en Castañeda Jorge; La Utopía Desarmada; Editorial


Joaquín Mortiz; México, 1993, pág. 138

Pizarro Carlos; Guerra a la Guerra; Editorial Tiempo Presente; Bogotá,


Colombia; 1988, pág. 42

Neira Enrique; Un caso intrincado de violencia: Colombia; Revista Nueva


Sociedad Nº105; Venezuela, Enero-febrero de 1990, pág. 141

http://www.algonet.se/~demos/pazcol.html.11 de enero de 1996

Benítez Raúl; Negociaciones de paz en el Tercer Mundo:análisis comparativo;


http ://www.cidob.es/ castellano/ publicaciones/ afers/ benitez.html

Castañeda Jorge; La Utopía Desarmada; Editorial Joaquín Mortiz; México,


1993

Lara Patricia; Siembra vientos y recogerás tempestades; Editorial Planeta,


Bogotá 1986

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