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Lidia Girola
Departamento de Sociología
Universidad Autónoma Metropolitana
Azcapotzalco
Vamos a resumir brevemente las principales ideas de cada una de estas propuestas
teóricas.
A) Sociologías de la modernización. 1
Sin tener expectativas optimistas, sino en ocasiones justamente lo contrario,
Germani se dedicó a estudiar los procesos de modernización en AL y constató no sólo que
se habían generalizado, sino que promovieron cambios profundos en la estructura
económica, social, política y cultural de los distintos países, aunque con grandes diferencias
entre ellos.
1
Científicos sociales como Aldo Solari, Helio Jaguaribe, Jorge Graciarena comparten aspectos de estas
propuestas.
3
2
Cita Germani, 1985.
3
Para una discusión detallada de los diferentes enfoques dentro de las teorías desarrollistas, consultar la
revista Desarrollo Económico (1950 -2006); para un comentario acerca de los cambios en cuanto al concepto
de desarrollo, consultar: Cuéllar, 2006.
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4
Para una muestra de los clichés más comunes : Cfr. Krauze, 2007.
5
En ciertos autores, sobre todo de las primeras décadas, hay puntos de contacto con la “ideología de la
carencia” sostenida por algunos miembros de las elites político intelectuales de AL. (Cfr. Paz, 2000 y )
6
Destacados teóricos que se abocaron a desarrollar el concepto de dependencia, son, por ejemplo, Theotonio
Dos Santos, Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto, Ruy Mauro Marini, Vania Banbirra, Aníbal Quijano,
Celso Furtado, y otros. No es posible en este reducido espacio comentar las ideas de cada uno de ellos, pero
6
sus aportaciones fueron cruciales para la construcción de una nueva concepción acerca de la realidad
latinoamericana, y también para una profunda reformulación de las consecuencias de los procesos de
modernización en la región.
7
Esto se sumó en los países del cono sur, a la situación política de represión de
movimientos populares y el surgimiento de dictaduras en los 70.
Los procesos de modernización entonces no fueron vistos por los teóricos de la
dependencia. de una manera simple ni lineal: el imaginario de la modernidad ( lo que ahora
llamamos así) se modificó profundamente con la teoría de la dependencia porque se
intentó romper con los modelos y parámetros europeos: la modernización debía incluir la
superación de la dependencia económica, pero también de la dependencia epistemológica y
cultural con las metrópolis.
D) La posición de la CEPAL.7
Con la conducción de Raúl Prebisch, la Comisión Económica para América Latina y
el Caribe, la CEPAL, oficina dependiente de Naciones Unidas, generó desde la década de
los 50´s (y hasta ahora), una visión específica acerca de los condicionantes del desarrollo
en América latina, y unió en sus propuestas tanto los conocimientos provistos por las
teorías económicas en boga como una visión propiamente latinoamericana del problema.
Asoció las posibilidades de la modernización con las políticas de fomento del
desarrollo interno de las economías latinoamericanas. Prebisch incluyó en sus análisis la
noción de Centro / Periferia, en la cual los centros en sus intercambios de manufacturas por
materias primas provenientes de los países periféricos, resultaban siempre beneficiados.
Los términos del intercambio entre unos y otros se deterioraban a favor de los primeros, y
por lo tanto el intercambio era desigual, lo que generaba un desarrollo desigual. Esto
afectaba no sólo a las relaciones entre países sino a la propia conformación regional y a la
estructura económica y social dentro de cada país, en los que había bolsones de pobreza, o
sea, regiones que eran mucho más pobres que otras y donde la población sufría
condiciones de explotación por parte de sus propios con-nacionales. La CEPAL adoptó
entonces nociones provenientes del marxismo, como “colonialismo interno” o “desarrollo
desigual y combinado”. Las políticas que proponían para superar estas situaciones tenían
que ver con la sustitución de importaciones, y el desarrollo del mercado interno en cada
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Destacados miembros y colaboradores de la Cepal fueron: el que fue su primer director, Raúl Prebisch, José
Medina Echavarría (director del Ilpes, Instituto Latinoamericano de Planeación Económico social), Pedro
Vuskovic, Carlos Matus, Fernando Fanjnzylber, Aníbal Pinto, Oswaldo Sunkel, Pedro Paz, Aldo Ferrer,
Carmen Miró y otros.
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A partir de la década de los 80´s, y por influencia directa del debate sobre la
modernidad y la posmodernidad que se originó en las metrópolis culturales de Occidente, el
interés por los procesos de modernización en AL por una parte se profundizó y se
especializó, y por otra, incorporó un interés más teórico y de reflexión acerca de lo que
algunos autores han denominado “la experiencia vital de la modernidad”.
Las consideraciones acerca de los procesos de modernización se especializaron
porque hay un cúmulo de trabajos, publicados en libros pero también en las revistas de
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¿Por qué se hablaba de una “década perdida”? Porque el modelo cepalino de industrialización sustitutiva,
que había sido adoptado por muchos países latinoamericanos, había encontrado su límite: el reacomodo de las
economías mundiales implicó también la necesidad de cambios profundos en las políticas latinoamericanas,
que redundó en incremento de la deuda, desempleo, y un decremento en los PIB de la mayoría de las
naciones del continente. También, se hace referencia a la “crisis” teórico epistémica que vivieron las ciencias
sociales en Latinoamérica, al abandonar paradigmas pan-explicativos que hasta ese momento las habían
provisto de una cierta “seguridad ontológica”, decaer las matrículas en las carreras universitarias en las
disciplinas respectivas y no contar con financiamientos públicos ni privados para seguir desarrollándose.
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ciencias sociales más importantes del continente, donde se habla de los diversos aspectos de
la modernización, y sus ámbitos: agrícola, educativa, cultural, en los públicos, en los
mercados, etcLa modernidad por su parte, se debatió en gran medida glosando a los autores
extranjeros que plantearon el tema ( Marshall Berman, Jürgen Habermas, Anthony
Giddens, Perry Anderson, Alain Touraine; recientemente Zygmunt Bauman), y analizando
y comparando a los posmodernos (Jean Francois Lyotard, Gianni Vattimo, Jacques
Derrida) con los anteriores. También se elaboraron propuestas críticas al respecto.
Los científicos sociales latinoamericanos se sintieron interpelados por los discursos
de europeos y estadounidenses. Incluso se realizaron seminarios y se publicaron libros
donde se retomaba el debate acerca de las condiciones, utopías y proyectos de la
modernidad y las rupturas y las desilusiones de la posmodernidad. Así, con motivo del XX
aniversario del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) apareció en 1988
un texto que sintetiza en buena medida, el pensamiento latinoamericano acerca de las
difíciles relaciones entre la modernización de América Latina (trunca y corta, pero fuerte y
brutal, al decir de Fernando Calderón), con la modernidad y la postulada post-modernidad
(Calderón, 1988:12), reconociendo, en primer término, la diferencia entre dichos procesos
tal como se desarrollaron en las metrópolis, y sus formas locales.
Este libro es ilustrativo de las divergencias que los autores que en él participan
tienen acerca de lo que se concibe como “el imaginario de la modernidad”.
Por una parte, se encuentran los que, como el destacado sociólogo peruano Aníbal
Quijano, plantean que la modernización latinoamericana es fallida o deficitaria, aunque la
modernidad europea fue co-producida por América Latina; en el siglo XVIII, Quijano
sostiene (y en esto se opone a la opinión de Octavio Paz), que “los frutos de la Ilustración
fueron saboreados al mismo tiempo en Europa y Latinoamérica”, e incluso, el combate
contra el oscurantismo, contra la arbitrariedad e inequidad de las relaciones de poder social,
contra el despotismo incorporado al Estado, era aun mucho más profundamente sentido en
América que en Europa. El problema fue que, mientras en el Viejo Continente el
mercantilismo se transformó en capitalismo industrial, y las nuevas relaciones y la nueva
manera de ver el mundo implicaron una transformación cualitativa y cuantitativa de la vida
material, abarcarcando al conjunto de la sociedad, en América Latina la política colonial
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Hopenhayn define a los metarrelatos como aquellas categorías trascendentales que la modernidad se ha
forjado para interpretar y normar la realidad. Por ejemplo: “la progresión de la razón, la emancipación del
hombre, el autoconocimiento progresivo o la autonomía de la voluntad. Todas ellas tienen como supuesto una
glorificación de la idea de progreso, es decir, la convicción de que la historia marcha en una direccionalidad
determinada en la que el futuro es, por definición, superación del presente. Los metarrelatos sonstituyen, en
suma, categorías que tornan la realidad inteligible, racional y predecible”. (Hopenhayn, 1988:61)
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pone en tela de juicio la idea moderna del progreso. Los procesos de modernización no han
producido una homogeneidad progresiva de las sociedades, ni logrado un mundo
integrado. Pero por otra parte, el autor desenmascara los usos que el neoliberalismo le ha
dado a la retórica post-moderna: se la ha aprovechado como mecanismo de legitimación de
la ofensiva del mercado, al hacer coincidir los gustos de la gente con la promoción de las
políticas pro-mercado y con la consolidación de un sistema capitalista transnacional.
(Hopenhayn, op.cit.: 63). El “individualismo lúdico” que pregona el discurso postmoderno,
es el correlato de la expansión del consumo a través de las estrategias de marketing, la
desregulación y las privatizaciones y la flexibilidad laboral impuesta por las estrategias
globales. Se escamotean las asimetrías del poder, la desigualdad social y la heterogeneidad
estructural; si esto es así en las metrópolis, cuanto más en zonas desfavorecidas del
planeta, como Latinoamérica. Hopenhayn denuncia el esteticismo del discurso
postmoderno, a través del cual se oculta el proyecto de hegemonía cultural del capitalismo
globalizado. Lo que para este autor es evidente, es que los paradigmas de la modernización
en América Latina estaban en crisis en la década de los años 80, y que por lo tanto se
estaban generando nuevas reflexiones, que daban prioridad a la democracia, a los
movimientos sociales y a la dimensión cultural de los cambios en curso. ( Cfr. Hopenhayn,
1988: 67)
En este mismo sentido, José I. Casar enfatiza el cambio que la llamada “década
perdida” para el desarrollo de América Latina (la de los años 80) ha producido en las
maneras de entender los procesos de modernización en la región, y sobre todo, señala que si
se pensó en la industrialización como eje del desarrollo, después de los 80´s. lo prioritario
es la eficiencia. “Las viejas verdades compartidas acerca de la existencia de sectores
estratégicos son desechadas como pre-modernas: si es más barato importar acero,
producirlo no tiene sentido. Este es un argumento que se aplica potencialmente a cualquier
cosa” (por ejemplo, al desarrollo científico y tecnológico). (Casar, 1988:108). Se produce el
pasaje de un proyecto de nación con una clara definición acerca de los medios económicos
que debían emplearse para alcanzar la meta de la modernización, a un esquema neo-liberal
centrado en la apertura de las economías y en el mercado. Se dice que ya que los proyectos
modernizadores proteccionistas e intervencionistas fracasaron, entonces hay que confiar en
que el capitalismo cumpla su función modernizadora abriendo los mercados nacionales a la
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competencia foránea. Casar pone en duda la validez de la cadena causal que va del mercado
a la eficiencia y de ésta a la modernización, y enfatiza el hecho de que los países
latinoamericanos parecen haber perdido su capacidad para forjar un nuevo proyecto
nacional y regional.
Para Norbert Lechner, lo que caracteriza a la situación política de los países
latinoamericanos en los años 80´s., es un cierto desencanto con la modernización, con el
papel del Estado y principalmente con un estilo de hacer política. En la agenda democrática
de América Latina comienzan a aparecer, dice, la preocupación por los costos y logros de
la democracia, por los derechos humanos, y por la re-interpretación de la heterogeneidad
cultural, que brindarían a la propia modernidad una perspectiva de futuro. (Cfr. Lechner,
1988: 134 – 137).
Como se puede observar, los científicos sociales latinoamericanos eran concientes,
al finalizar la penúltima década del siglo XX, no sólo de las diferencias en términos de
desarrollo, sino de las dificultades de conceptualizar correctamente los propios procesos de
modernización; la complejidad no sólo de las realidades peculiares sino también la
dificultad que implica haber sido formados en determinadas ideas y paradigmas, y
constatar que no sirven o no son suficientes para entender la propia realidad.
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El llamado Consenso de Washington fue una propuesta inicial, en 1989, de John Williamson del Institute
for International Economics, que pretendió ser un modelo de políticas para América Latina y luego se
convirtió en un programa general. Sus indicaciones se referían a 1) disciplina fiscal, 2) reordenamiento de las
prioridades del gasto público, 3) liberalización de las tasas de interés, 4) una tasa de cambio competitiva, 5)
reforma impositiva, 6)liberalización del comercio internacional, 7) liberalización de la entrada de inversiones
extranjeras directas, 8) privatización de empresas estatales, 9) desregulación económica y 10) modificaciones
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caracterizó por los cambios políticos derivados de la caída de las dictaduras en el cono sur
y la transición democrática en prácticamente todo el continente. Las nuevas realidades
plantearon a los estudiosos, entonces, nuevos desafíos, que llevaron a un replanteamiento
de las nociones de modernización y también, de modernidad, en un contexto que se podría
caracterizar como de neo-liberalismo en lo económico más transición a la democracia en lo
político.
Al inicio de la década de los años noventa, José Nun, un sociólogo ampliamente
conocido en la región, sostuvo que la relación entre modernización y democracia se había
invertido. Y señalaba que en los años 60´s. “la literatura sobre la modernización y el
desarrollo político postulaban una secuencia que pocos discutían y que podría resumirse en
la siguiente fórmula: primero la modernización y, luego, la democracia.11 Hoy [1991), los
cambios políticos que vienen ocurriendo en América Latina [y en otros lugares del mundo]
parten de la convicción inversa: sólo la democracia está en condiciones de producir la
modernización”. (Nun, 1991:393)
“La idea de la modernización primero, y la democratización después, estuvo
históricamente ligada a la primacía del Estado en el proceso de cambio; mientras que la
secuencia inversa tiende a asociarse con la función determinante que se le asigna ahora al
mercado en el marco constitucional de la democracia representativa”. (Nun, 1991:380).
Nun señalaba que muchos analistas idealizaron la modernización al identificarla con
el progreso, lo bueno y lo justo, al punto de decir, como fue el caso de Friedrich von Hayek,
que, obligado a elegir, prefería un régimen autoritario que defendiese la economía de
mercado a un gobierno democrático que le pusiera trabas. 12(Cfr. Nun, op.cit. 380-382)
en cuanto a los derechos de propiedad. Un crítico importante han sido el premio Nobel Joseph Stiglitz, ex
vicepresidente del Banco Mundial . (Cfr. Williamson, 2004)
11
Nun señala que “la literatura predominante en la segunda posguerra mundial operaba con el modelo
dicotómico ‘tradicional / moderno’ y postulaba una secuencia de ‘desarrollo político’ que básicamente puede
sintetizarse así: 1)modernización de la sociedad (crecimiento económico con incorporación al mercado
mundial; urbanización; desarrollo de la educación y de los medios masivos de comunicación; movilidad
geográfica, etcétera); 2) difusión de los valores modernos (universalismo; logro; orientación hacia el futuro;
confianza social; etcétera), y 3) instalación de un régimen político de democracia representativa”. (Nun,
1991:378)
12
Esto podía implicar por lo tanto el apoyo a las dictaduras latinoamericanas de Videla, Pinochet y los
militares brasileños, que, sobre todo en el caso de los últimos, tenían un proyecto modernizador en lo
macroeconómico, aunque claramente sin igualdad ni libertad ni derechos políticos ni humandos ni civiles.
16
13
Los casos abundan y no se circunscribieron a los años 90: Alfonsín, Menem y De la Rúa en Argentina;
Collor de Melo en Brasil; Fujimori en Perú; son tan sólo ejemplos, pero no son los únicos.
14
Por ejemplo, O´Donnell.
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Una muestra que permite ver la dimensión de la desigualdad: mientras que en Estados Unidos o Francia, la
diferencia de ingresos entre el 20 % más rico y el 20 % más pobre de la población era de 10 a 1, en Brasil en
la década de los 90´s, era de 35 a 1. (Cfr. Touraine, 1991:10, citado por Nun, 1991:387)
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las relaciones de poder, la necesidad de la participación de sectores cada vez más amplios,
de lo imperioso que es combatir las fuentes de la corrupción y venalidad de los gobiernos y
las elites del poder en general. Sin un cambio fuerte en el tipo de Estado y en la necesidad
de constitución y consolidación de asociaciones de la sociedad civil que interpelen a, y
sean reconocidas como interlocutores válidos por, el Estado. Factores relativamente nuevos
(el poder aparentemente incontenible e indestructible del narcotráfico) vinieron a frenar
este cambio necesario.
Ya en el inicio del nuevo siglo, Enrique Iglesias, un economista que ha sido un
importante funcionario latinoamericano en la Cepal y el Banco Interamericano de
Desarrollo, ha sostenido, en la misma línea planteada por Nun, O´Donnell y otros, que en
la actualidad la democracia es primero. Frente a la sucesiva caducidad de los paradigmas
económicos del desarrollo (el de la Cepal y el llamado Consenso de Washington), es
imperativo en América Latina un nuevo tipo de Estado, que cumpla con ciertas funciones
básicas, como el funcionamiento eficaz de los mercados, pero sobre todo, trabaje para la
disminución de la desigualdad social imperante y creciente en la región. El nuevo Estado
no tiene que ser sólo liberal y democrático, sino fundamentalmente, republicano. (Cfr.
Iglesias, 2006)
16
Ortiz señala que durante el siglo XIX se sucedieron ideas que valoraban el legado de la Ilustración, la
Revolución Francesa y la Constitución Americana, y resaltaban por un lado la necesidad de una
Hispanoamérica unida, como fue el caso de Bolívar, y en otros casos enfatizaban la importancia de la
educación para sacar a Latinoamérica de la barbarie, “sustituyendo la sangre indígena con las ideas
modernas”, como sostenía Sarmiento. (Cfr. Ortiz, 2000: 251)
17
Cfr. Lorenzo de Zavala, citado por Krauze, 2007.
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modernidad fue vista ante todo como un proyecto, algo a lograr en el futuro.18 Pero a partir
de los decenios de los años 70 y 80, se llegó a sostener que ya había sido lograda. En
varios países, como Argentina, Brasil y México, la creación de mercados nacionales cobró
gran prominencia, y los cambios estructurales, no sólo en el terreno económico sino
también en lo político y la educación, implicaron el acceso de las masas a la modernidad.
(Cfr. Ortiz, 2000: 253-256)
Una conclusión que puede extraerse del sugerente texto de Renato Ortiz, es que en
América Latina, la construcción de las representaciones de la modernidad ha estado
siempre influida por la consciencia de las diferencias entre la propia situación y la de los
países tomados como modelos, primeramente Francia e Inglaterra y luego los Estados
Unidos. La auto-percepción de muchos intelectuales latinoamericanos algunas veces
resaltó la impotencia e imposibilidad de las propias culturas, para ser tan racionales,
industriosas y eficientes como la de los “otros” civilizados cuyo modelo de sociedad era
siempre una meta a alcanzar. Pero en otros casos, intentó sobreponerse a la diferencia, ya
sea concibiendo al desarrollo económico como motor del cambio estructural, como a
mediados del siglo XX, o recuperando las propias tradiciones y cultura, como una forma de
construir una identidad latinoamericana moderna, en medio de los múltiples desafíos
generados por la globalización cultural y económica.
Por su parte, José Joaquín Brunner, en un texto de 1986 señalaba que la sociología y
el pensamiento crítico latinoamericano se habían dedicado a estudiar sobre todo los
procesos de modernización, algo se habían ocupado del modernismo, pero escasamente de
la modernidad, porque ésta aparecía como una experiencia vital extraña, extranjera. Sin
embargo, para Brunner, AL hace ya rato que vive su modernidad, pero ésta ha introducido
una radical heterogeneidad en la cultura de las sociedades marginales periféricas.
Los procesos de modernización tratan de imponerse en el marco de civilizaciones
superpuestas, lo cual introduce una doble artificialidad: por un lado, no responde en la
cultura hispanoamericana a las transformaciones de la propia base económica, a un
verdadero proceso de modernización, sino a las ideologías de grupos intelectuales que lo
18
Aunque Ortiz no lo menciona, creo que podemos tomar como ejemplos de esta posición los artículos y
libros publicados por la CEPAL. (Cfr. Revista de la CEPAL, 1950-2006)
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introducen como imitación y anhelo en la cultura. Por otro lado, como una negación del
mundo católico. En tanto que en las sociedades modelo de la modernidad, por el contrario,
existió afinidad entre puritanismo, democracia y capitalismo.
En este texto temprano, Brunner se hace eco de un imaginario con respecto a la
modernidad que ha sido muy frecuente, incluso ha sido parte del sentido común, vulgar,
con respecto a nuestras debilidades y deficiencias; este imaginario se basa en supuestos que
configuran una “ideología de la carencia” sumada a una “teoría de la imitación” que
produce tan sólo un simulacro de modernidad. Estos eran los supuestos que estaban por
detrás de las formulaciones tanto de W. W. Rostow con su teoría del despegue y los
factores que lo impiden o facilitan, como de las elites dominantes que ven en los sectores
populares una incapacidad, un abandono, una pereza, que provienen del catolicismo o de lo
indígena, o de vaya a saber qué, pero que constituyen obstáculos para la vida civilizada,
moderna, productiva, etc. Brunner sostiene que en las ideas que acerca de la modernidad se
plantean en AL, sobre todo literatos y ensayistas diversos, existe, primero, la convicción de
que uno de los impedimentos para alcanzar la modernidad radica en que las bases ético
intelectuales y los comportamientos estratégicos requeridos para el desarrollo capitalista y
de la democracia, la ética protestante y el temperamento puritano, no se hallan presentes
entre nosotros. Segundo, que la modernidad habría aparecido entre nosotros más como una
fascinación ideológica con un modelo externo que como el producto de dinámicas
endógenas. Brunner cita reiteradamente a Octavio Paz, para quien faltarían aquí las bases
más profundas sobre las que se asentaría la modernidad: no hubo crítica filosófica de la
religión; en esas condiciones la ideología liberal no pudo ofrecer una verdadera solución,
no resultó en la implantación de la democracia ni el nacimiento de un capitalismo nacional
Resultó, dice Brunner siguiendo a Paz, una modernidad toda mezclada, una caricatura de
modernidad. Paz dice: “México siguió siendo lo que había sido pero ya sin creer en lo que
era. Los viejos valores se derrumbaron, no las viejas realidades. Pronto las recubrieron los
nuevos valores progresistas y liberales. Realidades enmascaradas: comienzo de la
inautenticidad y la mentira, males endémicos de los países latinoamericanos.” ¿Cómo
fundar una modernidad que no estuviera desgarrada por estas contradicciones de la cultura?
La propia cultura moderna nace en AL falsificada en su razón de ser. Como un producto
21
(Cfr. Brunner, 2002). De cualquier manera, señala Brunner, existe en la actualidad algo que
podríamos llamar la “versión estándar” de la modernidad en latinoamérica, que consiste en
verla “desde los dispositivos –la ciudad, el mercado, la escuela, la esfera privada, el
consumo, los mass media; en general, por lo tanto, desde las mediaciones- como una
experiencia de heterogeneidad cultural, que se constituye pro vía de múltiples hibridaciones
de significados”. (Brunner, 2002)
Por su parte, uno de los analistas más destacados y críticos de los últimos años,
Néstor García Canclini, en su libro Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la
modernidad, de 1989, sostiene que las sociedades latinoamericanas siempre han sido
heterogéneas; mestizaje, sincretismo religioso, diversidad étnica y cultural, y coexistencia
de formas aparentemente contradictorias de organización política y económica, han sido
ingredientes constitutivos de nuestras sociedades. Si las ideologías modernizadoras, como
el liberalismo del siglo XIX y el desarrollismo, imaginaron que la modernización
terminaría con las formas de producción, las creencias y las formas de relación
interpersonal tradicionales, hoy debemos reconocer por una parte, que la oposición tajante
entre lo tradicional y lo moderno no permite explicar una realidad que se percibe como
mucho más compleja y poco susceptible de ser explicada y comprendida en términos de
dualidades incompatibles. (Cfr. García Canclini, 1989:13-17) Por otra, que necesitamos
entender a la modernización latinoamericana no como un conjunto de procesos impuestos
por una fuerza ajena y dominante, que operan sustituyendo lo tradicional y lo propio, sino
como intentos de renovación y cambio encarados por sectores diversos. García Canclini
rechaza ciertos elementos que han estado presentes en los debates latinoamericanos sobre la
modernidad: para él, no son válidos ni el paradigma de la imitación, ni el de la
originalidad, ni la teoría que todo lo atribuye a la dependencia, ni la que perezosamente
quiere explicarnos por “lo real maravilloso”, sino que las ciencias sociales deben asumir el
carácter híbrido, multicultural y complejo de nuestras realidades.
García Canclini señala que han existido en América Latina, diversas narrativas o
interpretaciones acerca del significado de lo moderno y posteriormente, de la modernidad.
Desde los que plantean a la modernidad latinoamericana como una máscara, un simulacro
urdido por las elites y los aparatos estatales, a los que la piensan en estrecha conexión con
el desencantamiento del mundo, la organización racionalista de las empresas y aparatos
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globalización como por reivindicar y mantener sus peculiaridades societales más allá del
folclore.
La discusión acerca de los procesos de modernización en su relación o como
contrapartida necesaria de la globalización en ámbitos locales, se produce en el marco de
un debate acerca de la relación global / local, la diversa construcción de los marcos de
confianza en las distintas sociedades, las posibilidades de globalizaciones alternativas y la
viabilidad de procesos de modernización sin occidentalización. En AL la sociología y las
ciencias sociales en general están dedicadas a analizar los efectos de la globalización, y los
cambios culturales profundos que esta provoca. Lo que sí es un efecto de las nuevas
condiciones en las ciencias sociales, es que para realizar los análisis que se requieren, los
límites entre las disciplinas tienden a flexibilizarse, como una manera de afrontar la
complejidad creciente.
También, se ha generalizado el interés por problemas que durante mucho tiempo
nos fueron ajenos: los derechos de género, de las minorías, los procesos migratorios.
Los procesos de modernización se han profundizado y acelerado en la mayoría de
los países de AL. Han cambiado contenidos (un mayor énfasis en la democracia, y en la
inserción en el mercado internacional).
A la vez, el debate sobre el multiculturalismo ha traído nuevamente a la palestra el
debate sobre los usos y costumbres, el derecho de los indígenas, y la posibilidad de
adecuar la organización democrática a las necesidades de una sociedad heterogénea y
multicultural.
Obviamente, esto traerá modificaciones en cuanto a las interpretaciones que las
ciencias sociales propondrán con respecto a las condiciones e idealizaciones de la
modernidad.
Consideraciones finales
En los discursos acerca de la modernidad, que son elementos cruciales para los
imaginarios que de la misma han propuesto las ciencias sociales latinoamericans, es posible
encontrar, esquemas de interpretación recurrentes. Por una parte, lo que en el cuerpo del
trabajo he llamado “la ideología de la carencia”, que sule venir acompañada en mayor o
menor grado, por la “teoría de la imitación”, y que consisten como se intentó mostrar, en la
creencia de que algo falta en Latinoamérica, de que no podemos ser como aquellos que
tomamos como modelos, porque nos falta ilustración, o no tenemos la raza adecuada, o la
religión necesaria. La “teoría de la imitación” sostiene que la copia de los modelos
extranjeros, por parte de las elites gobernantes o de los intelectuales, produce una
modernidad bizarra que genera un continuo simulacro e inautenticidad en todo lo que
emprende. Si bien es entendible que Octavio Paz, o cualquier otro literato sobre todo si
proviene de las clases dominantes latinoamericanas sostengan esa visión, debiera ser
evidente para cualuier estudioso del tema, que una perspectiva que permita explicar la
realidad de América latina tiene que tomar en cuenta una multiplicidad de factores y
debiera tratar de romper con la visión idealizada de los modelos de desarrollo societal
propuestos y aplicados a veces incluso por la fuerza por las metrópolis.
Otra versión recurrente es la que asocia a América Latina con una esencia profunda,
más o menos mágica, más o menos maravillosa, pero sin duda ininteligible y sobre todo
inconstreñible a los marcos racionalizadores y secularizadores de la modernidad. Esta
perspectiva de la esencia vernácula, telúrica, romántica y a veces bien intencionada pero
ineficaz, es tan sesgada como la anterior: la primera ignora los factores políticos u
culturales de la dominación que garantizan la reproducción de la dependencia; la segunda
encuentra en la dependencia la excusa para ignorar la necesidad de implantación de un
Estado de Derecho con contenidos universalistas como requisito de la inclusión.
¿Qué es lo que se impone? La reformulación de los problemas, la duda con
respecto a las bondades de los modelos, la asunción del carácter híbrido y complejo de
nuestras realidades, y la apertura mental con respecto a los cambios que el nuevo siglo nos
presenta. El imaginario de la modernidad que las ciencias sociales propongan para los
inicios del siglo XXI, puede ser un instrumento útil para entender nuestra realidad o un
conjunto de ideas y estereotipos que conduzcan a la modernidad de la región a un
mausoleo. (Cfr. Whitehead, 2002)
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