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Las Ciencias Sociales y los imaginarios de la modernidad en América Latina

Lidia Girola
Departamento de Sociología
Universidad Autónoma Metropolitana
Azcapotzalco

Las aportaciones de las ciencias sociales latinoamericanas al imaginario de la


modernidad en AL en el período 50-70.

A partir del momento en que las ciencias sociales se institucionalizan y


profesionalizan en Latinoamérica, esto es, desde mediados del siglo XX, empezaron a
hablar de los procesos de modernización que impactaban fuertemente en la región, en unos
países antes y en otros después, como la industrialización, urbanización, secularización, etc.
La literatura al respecto comienza a ser muy abundante desde los años 50, con escasas
diferencias entre los países más avanzados del continente. Los elementos distintivos de la
modernidad occidental se toman como parámetro contra el cual medir los avatares de la
realidad latinoamericana, que se define en términos de “subdesarrollo”.
Algo que vale la pena destacar es que después de la primera década de
institucionalización e inicios de la profesionalización de las ciencias sociales en AL, las
dos décadas siguientes, las de los años 60 y 70 pueden ser consideradas, si bien con
diferencias entre los distintos países, como la era de oro de las disciplinas en AL. No sólo
porque se fundaron carreras e institutos, y la matrícula de estudiantes creció notoriamente,
sino porque se multiplicaron las interpretaciones acerca de la realidad latinoamericana y,
entre otras cosas, se produjeron aportes sustantivos a la construcción de los imaginarios de
la modernidad, que si bien compartían a veces vocabularios y problemas, proponían
visiones muchas veces contrapuestas para la definición de esa realidad.
2

Se pueden señalar las siguientes, como las principales líneas interpretativas en


relación con los procesos de modernización en América Latina:

A) Las sociologías de la modernización, con base en las teorías


estructural funcionalistas acerca de la transición, de las sociedades tradicionales a
las sociedades de masas. Un ejemplo importante es la propuesta por Gino Germani.
B) Las teorías del desarrollo, que fundaban sus formulaciones
inicialmente en las ideas del economista estadounidense Walter Rostow, describían
las diversas etapas por las que los países en situación de atraso deberían pasar y
superar, y cuáles eran los elementos necesarios para que el desarrollo se produjera.
C) Las teorías de la dependencia, que fueron desarrolladas por varios de
los más destacados científicos sociales latinoamericanos y que centraban su
diagnóstico en las asimetrías del poder entre países metropolitanos y países
subdesarrollados.
D) La interpretación de la CEPAL, que combinaba elementos de las
anteriores y que entre otras cosas introdujo en el debate nociones como Centro /
Periferia, desarrollo desigual y combinado, deterioro de los términos del
intercambio, sustitución de importaciones.

Vamos a resumir brevemente las principales ideas de cada una de estas propuestas
teóricas.

A) Sociologías de la modernización. 1
Sin tener expectativas optimistas, sino en ocasiones justamente lo contrario,
Germani se dedicó a estudiar los procesos de modernización en AL y constató no sólo que
se habían generalizado, sino que promovieron cambios profundos en la estructura
económica, social, política y cultural de los distintos países, aunque con grandes diferencias
entre ellos.

1
Científicos sociales como Aldo Solari, Helio Jaguaribe, Jorge Graciarena comparten aspectos de estas
propuestas.
3

Germani analizó la situación de AL y tuvo insights geniales: vio la contradicción


entre zonas desarrolladas y zonas que parecían vivir en la edad de piedra; entre elites
progresistas y sectores atrasados y conservadores; entre países desarrollados beneficiados
por los términos del intercambio económico y países que a pesar de sus riquezas naturales
no podían sobreponerse a esa situación de expoliación. Se refirió al carácter asincrónico del
cambio, las actitudes y valores anclados en la tradición; la imposición de la modernización
desde arriba; la no emergencia de los sectores medios como motores del desarrollo; la
participación espontánea y por lo tanto no institucional de los sectores populares; los
deficits democráticos y el nacionalismo mal entendido.
Su marco teórico en gran medida (aunque no exclusivamente) parsoniano generó
suspicacias y rechazos por parte de muchos de los intelectuales que viendo los mismos
problemas, los analizaron con perspectivas teóricas divergentes. Muchas de sus
aportaciones fueron cruciales para la comprensión de los obstáculos y lo que ahora
llamaríamos las consecuencias perversas de los procesos de modernización; incluso porque
planteó elementos para entender que si bien AL podía ser considerada una región con
significativas características en común, sin embargo por su historia y condiciones
específicas de sus distintas estructuras sociales, los países que la conforman tienen
expectativas diferentes en cuanto a sus posibilidades de salir del subdesarrollo. Lo que
ahora llamaríamos las diferentes vías de acceso a la modernidad. Germani fue en ciertos
momentos considerado un teórico del cual había que apartarse, incluso por los propios
estudiantes que fueron sus alumnos. Pero fue en gran medida a través de su obra, como se
inició el estudio de los procesos de modernización de una manera sistemática,
multidimensional y rigurosa.
El punto crítico es desde dónde evaluaba la situación: como concebía a la
modernización como un conjunto de procesos que pueden o no darse, pero que si se
producen debieran conducir hacia un estadio previamente definido como ideal; y tomaba
como modelo al de los países industrializados, su perspectiva era hasta cierto punto
evolucionista, aunque no lineal.
4

En sus últimos años su preocupación central fueron las dificultades para la


consolidación democrática y los riesgos del populismo siempre al acecho en países con una
democracia incipiente. 2 (Germani, 1985)
Los textos de Germani han incidido, de una manera muchas veces no reconocida, en
la caracterización de los rasgos distintivos de la modernidad en AL: el carácter dual -
desigual de las sociedades, la propensión a las autocracias demagógicas, la relación de las
burguesías nacionales con el capital extranjero que permiten la expoliación de los países,
los rasgos culturales tradicionales y hasta barrocos en el trato cotidiano; la dificultad para
la construcción de instituciones que si bien están amparadas en las leyes existentes, no
tienen plena vigencia en la realidad.

B) Las teorías del Desarrollo3


Lo primero que se proponían los científicos sociales desarrollistas, principalmente
economistas, y que tenían como uno de sus órganos privilegiados de expresión revistas
como Desarrollo Económico, fue diferenciar por una parte el desarrollo, entendido como
un conjunto de factores, que implicaban crecimiento económico pero también incremento
en otros rubros, del mero crecimiento económico. Se dedicaron a estudiar los determinantes
exógenos (difusión de elementos culturales originados en países desarrollados en los países
subdesarrollados) y los determinantes endógenos (revolución industrial); si el impulso al
despegue (take off) provenía de la propia sociedad o del capital extranjero. Sostenían que el
desarrollo económico de AL implicaba cambios en diversas dimensiones: inversión, pero
también innovaciones, cambios en las instituciones políticas, financieras y educativas. Sus
frenos eran por ejemplo la carencia de un cuerpo legal acorde con el objetivo del desarrollo,
y la falta de un mercado de capitales. El principal obstáculo radicaba en las elites que
podían promover o no el cambio, según estuvieran más o menos ancladas en la cultura
tradicional. El discurso de esta corriente menciona a las sociedades tradicionales ( sin
diferenciar entre ellas) y la necesidad de superar las limitantes que su estructura presenta;

2
Cita Germani, 1985.
3
Para una discusión detallada de los diferentes enfoques dentro de las teorías desarrollistas, consultar la
revista Desarrollo Económico (1950 -2006); para un comentario acerca de los cambios en cuanto al concepto
de desarrollo, consultar: Cuéllar, 2006.
5

los términos utilizados son desarrollo y subdesarrollo, no modernidad ni modernización,


en principio.
Tratan de proporcionar índices de subdesarrollo y atraso, que estarían condicionados
tanto por una explotación insuficiente o ineficaz de los recursos, como por el fracaso en
proporcionar a la población un nivel de vida aceptable.
Estas teorías no criticaban el papel de las potencias extranjeras como condicionantes
y orientadoras de determinados tipos de crecimiento. Tenían un modelo atenido al
parámetro europeo, y es frecuente, sobre todo en los artículos de los años 60, que hablen de
los países metropolitanos poniéndolos como ejemplos, sin considerar las situaciones
geopolíticas adversas para AL.
Los teóricos del desarrollo no son exclusivamente latinoamericanos; más bien son
estudiosos europeos y estadounidenses los que plantean el asunto y en AL se retoman sus
ideas y se reformulan. Fue frecuente la utilización de clichés: AL no puede desarrollarse
porque no tiene una racionalidad derivada de una ética religiosa protestante, o porque las
clases medias son débiles o poco numerosas o porque el clima tropical es estupidizante, o
por el trasfondo cultural católico español, o porque la inestabilidad y división políticas son
fuente de retardo. El desarrollo de estratos medios se tomó como un índice importante de
avance. Las causas más importantes del subdesarrollo de AL se identificaron en su
estructura social: los migrantes vinieron a hacer la América, no a construir una nueva
sociedad. El prototipo del colonizador de América Latina era ostentoso, arrojado, avaro,
inestable, en cambio los de América del Norte eran frugales, trabajadores, racionales y
emprendedores.4 Si bien estos clichés fueron abandonados más adelante, influyeron en la
conformación del imaginario latinoamericano con respecto a su propia cultura: el supuesto
era siempre un “quiero y no puedo, porque soy vago, porque nunca voy a poder ser como
“ellos”, hay algo en mi, y en mi vida que me jala para atrás”.5

C) Las teorías de la dependencia 6

4
Para una muestra de los clichés más comunes : Cfr. Krauze, 2007.
5
En ciertos autores, sobre todo de las primeras décadas, hay puntos de contacto con la “ideología de la
carencia” sostenida por algunos miembros de las elites político intelectuales de AL. (Cfr. Paz, 2000 y )
6
Destacados teóricos que se abocaron a desarrollar el concepto de dependencia, son, por ejemplo, Theotonio
Dos Santos, Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto, Ruy Mauro Marini, Vania Banbirra, Aníbal Quijano,
Celso Furtado, y otros. No es posible en este reducido espacio comentar las ideas de cada uno de ellos, pero
6

Conocemos como teorías de la dependencia a las propuestas por científicos sociales


latinoamericanos que en las décadas de los años 60 y 70 cuestionaron las explicaciones de
las teorías del desarrollo económico en cuanto a las dificultades que encuentran algunos
países para el despegue y el crecimiento. La situación de los países latinoamericanos (y del
llamado tercer mundo en general) era de dependencia porque las relaciones económicas y
políticas que mantenían con otros (los llamados países centrales, poseedores de
conocimientos, tecnologías y productividad mayores) implicaban poca capacidad para
decidir sus propias políticas, y sometimiento a las decisiones de los más poderosos. Las
economías centrales eran prósperas, y las economías periféricas eran pobres, débiles y
aisladas entres sí. El comercio internacional favorecía a los países centrales y condenaba a
los países periféricos a reproducir su pobreza. En palabras de André Gunder Frank, el
subdesarrollo de los países latinoamericanos ha sido generado por el mismo proceso
histórico que generó el desarrollo económico del capitalismo en los países centrales.
Sin embargo, las primeras formulaciones de la teoría de la dependencia no tenían
suficientemente en cuenta la participación y responsabilidad de los gobernantes y
ciudadanos de los propios países latinoamericanos en el mantenimiento de las condiciones
de explotación que vivían. Esto se incluyó posteriormente, y se tuvo especialmente en
cuenta el papel de las burguesías nacionales y los gobiernos, en la dependencia.
Por ejemplo, en su famoso libro La democracia en México, de 1965, Pablo
González Casanova señalaba que al hablar de desarrollo económico, implícita o
explícitamente, se pensaba no sólo en un incremento del producto nacional o del producto
per capita, sino en una distribución más equitativa del mismo. Cuestiones tales como un
aumento en los niveles de vida de la población, una mejoría en la nutrición, la salud, la
indumentaria, la educación, iban ligadas con cuestiones de orden moral y político. Por lo
tanto, sostenía que los problemas del desarrollo tenían relación con la estructura del poder
y la formulación de políticas democratizadoras. González Casanova afirmaba que si bien en
todos los países era fácil advertir grandes diferencias y contrastes entre las normas
ideológicas o jurídicas, y la realidad política, en nuestros países las diferencias eran mucho
mayores y tenían una densidad especial. Por un proceso de imitación, típico de la

sus aportaciones fueron cruciales para la construcción de una nueva concepción acerca de la realidad
latinoamericana, y también para una profunda reformulación de las consecuencias de los procesos de
modernización en la región.
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universalización de Occidente, las elites de nuestras sociedades importaron desde el siglo


XIX modelos y constituciones políticas, y los impusieron en una realidad no europea, de lo
cual ha resultado una modernidad bizarra, por imitación o copia.
Mientras en Europa los modelos teóricos y legislativos habían sido el resultado de
un contacto directo, creador, entre la experiencia y el pensamiento político, de donde
resultaron instrumentos y técnicas propios, en nuestros países nos habíamos apropiado por
imitación de un pensar ajeno. De allí que las instituciones tuvieran una vida simbólica
“civilizada – salvaje”, “occidental – tropical”; las instituciones creadas en otras latitudes e
importadas tenían una función programática, utópica y ritual, y se enlazaban con las
instituciones vernáculas y la política realista.
Desde su advenimiento a la vida independiente, los países de AL habían vivido la
expansión, penetración y dominio de las grandes potencias. Esto redundó en una dinámica
política de desigualdad que afectaba el complejo total de las economías nacionales y que las
ponía en riesgo de ser sólo economías aparentemente autónomas.
Lo que González Casanova proponía era “romper con la utopía del parámetro”,
como una manera de superar la dualidad entre modelo y realidad, una realidad que debía ser
pensada con categorías propias; esta era la única manera de superar el “colonialismo
cultural” de nuestros intelectuales. (González Casanova, 1983:13-19)
Una aportación sustantiva es la idea que el autor sostiene con respecto a que la
estructura del poder, al menos en el caso de México (pero es algo que podía extenderse en
cierto grado al resto de América Latina) condicionaba y limitaba las decisiones en materia
de desarrollo económico, e impedía al concentrar el poder en pocas manos (el Presidente,
que gozaba de un poder ilimitado; los caciques y caudillos regionales y locales; los grandes
empresarios; el clero), que se desarrollaran las instituciones republicanas y claras e
institucionalizadas formas de participación política de los ciudadanos. Las demandas
populares todavía asumían la forma de súplica y petición a las agencias gubernamentales, y
predominaba el paternalismo, el clientelismo y la importancia de las relaciones personales.
González Casanova es pionero en señalar que la modernización de México, que implicaría
romper con la dinámica de la desigualdad, sólo sería posible si se lograra la
democratización, en todas las dimensiones: política pero también social, educativa y
cultural.
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La respuesta de los dependentistas a las propuestas de los teóricos del desarrollo,


modificó sustancialmente la visión que se tenía de la propia situación en AL, introdujo en
esa visión la noción de un mundo interconectado, rompió con la idea de causas naturales
del subdesarrollo y con la visión etapista y paternalista de los teóricos europeos y
norteamericanos. Fue quizá la primera propuesta que consideró al mundo como un sistema
global ( anticipando las formulaciones de Wallerstein y las de los teóricos de la
globalización de muchos años después). El mundo era uno, y la riqueza de los ricos era
generada en gran medida por los pobres del mundo. La pobreza de algunos países no era
fruto de su propia incapacidad sino de las relaciones de poder por las cuales otros países los
sometían y expoliaban.
Los mecanismos mediante los que el comercio internacional agravaba la pobreza de
los países periféricos eran diversos.
La especialización internacional asignaba a las economías periféricas el papel de
productores-exportadores de materias primas y productos agrícolas y consumidores -
importadores de productos industriales y tecnológicamente avanzados.
La monopolización de las economías centrales permitía que los desarrollos
tecnológicos se tradujeran en aumentos salariales y de precios mientras que en la periferia
se traducían en disminuciones de precios de los productos nativos y bajos salarios.
La expansión económica tenía efectos diferentes sobre la demanda de productos
industriales y la de productos agrícolas ya que su elasticidad respecto a las rentas era
diferente. Cuando los países de la periferia crecían económicamente sus importaciones
tendían a aumentar más rápidamente que sus exportaciones.
En los años setenta los países latinoamericanos aplicaron una estrategia de
desarrollo basada en el proteccionismo comercial y la sustitución de importaciones. A la
vez, los bancos centrales latinoamericanos sobre-valoraron sus propias monedas para
abaratar sus importaciones de tecnología. La estrategia funcionó satisfactoriamente durante
esa década y se produjo un aumento generalizado del precio de las materias primas (sobre
todo del petróleo) que influyó negativamente en las economías centrales. Pero finalmente la
contracción de la demanda internacional y el aumento de los tipos de interés desembocó en
la década de los años 80 en la crisis de la deuda externa, lo que exigió profundas
modificaciones en la estrategia del desarrollo.
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Esto se sumó en los países del cono sur, a la situación política de represión de
movimientos populares y el surgimiento de dictaduras en los 70.
Los procesos de modernización entonces no fueron vistos por los teóricos de la
dependencia. de una manera simple ni lineal: el imaginario de la modernidad ( lo que ahora
llamamos así) se modificó profundamente con la teoría de la dependencia porque se
intentó romper con los modelos y parámetros europeos: la modernización debía incluir la
superación de la dependencia económica, pero también de la dependencia epistemológica y
cultural con las metrópolis.

D) La posición de la CEPAL.7
Con la conducción de Raúl Prebisch, la Comisión Económica para América Latina y
el Caribe, la CEPAL, oficina dependiente de Naciones Unidas, generó desde la década de
los 50´s (y hasta ahora), una visión específica acerca de los condicionantes del desarrollo
en América latina, y unió en sus propuestas tanto los conocimientos provistos por las
teorías económicas en boga como una visión propiamente latinoamericana del problema.
Asoció las posibilidades de la modernización con las políticas de fomento del
desarrollo interno de las economías latinoamericanas. Prebisch incluyó en sus análisis la
noción de Centro / Periferia, en la cual los centros en sus intercambios de manufacturas por
materias primas provenientes de los países periféricos, resultaban siempre beneficiados.
Los términos del intercambio entre unos y otros se deterioraban a favor de los primeros, y
por lo tanto el intercambio era desigual, lo que generaba un desarrollo desigual. Esto
afectaba no sólo a las relaciones entre países sino a la propia conformación regional y a la
estructura económica y social dentro de cada país, en los que había bolsones de pobreza, o
sea, regiones que eran mucho más pobres que otras y donde la población sufría
condiciones de explotación por parte de sus propios con-nacionales. La CEPAL adoptó
entonces nociones provenientes del marxismo, como “colonialismo interno” o “desarrollo
desigual y combinado”. Las políticas que proponían para superar estas situaciones tenían
que ver con la sustitución de importaciones, y el desarrollo del mercado interno en cada

7
Destacados miembros y colaboradores de la Cepal fueron: el que fue su primer director, Raúl Prebisch, José
Medina Echavarría (director del Ilpes, Instituto Latinoamericano de Planeación Económico social), Pedro
Vuskovic, Carlos Matus, Fernando Fanjnzylber, Aníbal Pinto, Oswaldo Sunkel, Pedro Paz, Aldo Ferrer,
Carmen Miró y otros.
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país latinoamericano. La mayoría de los Estados latinoamericanos adoptaron las propuestas


de políticas públicas que la Cepal señalaba como conducentes para el desarrollo de la
región. Posteriormente, se impulsó la “transformación productiva con equidad”, y la
formación de acuerdos entre países latinoamericanos para hacer frente al mercado mundial.
Los actuales MERCOSUR, pacto Andino y demás tratados de libre comercio regionales
son una muestra de lo propuesto por la CEPAL para mejorar las condiciones de
negociación con Estados Unidos y la UE. ¿Cuál es entonces el impacto que teorías como
las de la CEPAL han tenido en la configuración del imaginario acerca de la modernidad en
Latinoamérica? Básicamente, la CEPAL impulsó la idea de que las relaciones asimétricas
entre AL y el resto del mundo desarrollado eran modificables por la unión y acuerdos entre
los países de la región, y que los procesos de modernización no eran sólo un problema
económico, pero sobre todo, al asumir algunas de las aportaciones de las teorías
dependentistas pudo criticar fundadamente las ideas de las teorías desarrollistas, y además,
cuestionó la visión sometida y culpable de los latinoamericanos y centró su interés en los
aspectos sociales y políticos de la modernización.

Modernización y modernidad: las ciencias sociales latinoamericanas en la


“década perdida”. 8

A partir de la década de los 80´s, y por influencia directa del debate sobre la
modernidad y la posmodernidad que se originó en las metrópolis culturales de Occidente, el
interés por los procesos de modernización en AL por una parte se profundizó y se
especializó, y por otra, incorporó un interés más teórico y de reflexión acerca de lo que
algunos autores han denominado “la experiencia vital de la modernidad”.
Las consideraciones acerca de los procesos de modernización se especializaron
porque hay un cúmulo de trabajos, publicados en libros pero también en las revistas de

8
¿Por qué se hablaba de una “década perdida”? Porque el modelo cepalino de industrialización sustitutiva,
que había sido adoptado por muchos países latinoamericanos, había encontrado su límite: el reacomodo de las
economías mundiales implicó también la necesidad de cambios profundos en las políticas latinoamericanas,
que redundó en incremento de la deuda, desempleo, y un decremento en los PIB de la mayoría de las
naciones del continente. También, se hace referencia a la “crisis” teórico epistémica que vivieron las ciencias
sociales en Latinoamérica, al abandonar paradigmas pan-explicativos que hasta ese momento las habían
provisto de una cierta “seguridad ontológica”, decaer las matrículas en las carreras universitarias en las
disciplinas respectivas y no contar con financiamientos públicos ni privados para seguir desarrollándose.
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ciencias sociales más importantes del continente, donde se habla de los diversos aspectos de
la modernización, y sus ámbitos: agrícola, educativa, cultural, en los públicos, en los
mercados, etcLa modernidad por su parte, se debatió en gran medida glosando a los autores
extranjeros que plantearon el tema ( Marshall Berman, Jürgen Habermas, Anthony
Giddens, Perry Anderson, Alain Touraine; recientemente Zygmunt Bauman), y analizando
y comparando a los posmodernos (Jean Francois Lyotard, Gianni Vattimo, Jacques
Derrida) con los anteriores. También se elaboraron propuestas críticas al respecto.
Los científicos sociales latinoamericanos se sintieron interpelados por los discursos
de europeos y estadounidenses. Incluso se realizaron seminarios y se publicaron libros
donde se retomaba el debate acerca de las condiciones, utopías y proyectos de la
modernidad y las rupturas y las desilusiones de la posmodernidad. Así, con motivo del XX
aniversario del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) apareció en 1988
un texto que sintetiza en buena medida, el pensamiento latinoamericano acerca de las
difíciles relaciones entre la modernización de América Latina (trunca y corta, pero fuerte y
brutal, al decir de Fernando Calderón), con la modernidad y la postulada post-modernidad
(Calderón, 1988:12), reconociendo, en primer término, la diferencia entre dichos procesos
tal como se desarrollaron en las metrópolis, y sus formas locales.
Este libro es ilustrativo de las divergencias que los autores que en él participan
tienen acerca de lo que se concibe como “el imaginario de la modernidad”.
Por una parte, se encuentran los que, como el destacado sociólogo peruano Aníbal
Quijano, plantean que la modernización latinoamericana es fallida o deficitaria, aunque la
modernidad europea fue co-producida por América Latina; en el siglo XVIII, Quijano
sostiene (y en esto se opone a la opinión de Octavio Paz), que “los frutos de la Ilustración
fueron saboreados al mismo tiempo en Europa y Latinoamérica”, e incluso, el combate
contra el oscurantismo, contra la arbitrariedad e inequidad de las relaciones de poder social,
contra el despotismo incorporado al Estado, era aun mucho más profundamente sentido en
América que en Europa. El problema fue que, mientras en el Viejo Continente el
mercantilismo se transformó en capitalismo industrial, y las nuevas relaciones y la nueva
manera de ver el mundo implicaron una transformación cualitativa y cuantitativa de la vida
material, abarcarcando al conjunto de la sociedad, en América Latina la política colonial
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condujo al estancamiento económico, y luego, al aislamiento de las elites intelectuales


ilustradas, lo que fue no sólo decisivo sino catastrófico. (Quijano, 1988:19)
Esto produjo una situación paradójica: mientras que la inteligencia latinoamericana
ha estado siempre conectada con las corrientes más avanzadas del pensamiento moderno,
su realidad cotidiana permaneció en el atraso. Esto llevó, según Quijano, a una peculiar
relación entre tiempo e historia: lo que en Europa y Estados Unidos es secuencia, en
América Latina es simultaneidad. La acumulación originaria con la acumulación
competitiva, la acumulación monopólica y la transnacional. Nuestra identidad ha sido un
cúmulo de perplejidades y paradojas. Quijano se pregunta: “¿de qué modo, sino estético –
místico, se puede dar cuenta de esta simultaneidad de todos los tiempos históricos en un
mismo tiempo?” (Quijano, 1988:22). Esta explicación, que recurre a lo “real maravilloso”
como un componente esencial de la identidad latinoamericana, será muy criticada
posteriormente.
Una forma recurrente de analizar los avatares del “proyecto moderno” en América
Latina, es entenderlos, como ya se vió más arriba, como los intentos por copiar, sin éxito,
un original de dudosa existencia y factura, lo que conduce a itinerarios tortuosos, a
simulacros, y finalmente a terribles fracasos. La “teoría de la imitación” es muchas veces
un complemento de la “teoría de la carencia”, y los que la sostienen (aunque sea
implícitamente), como es el caso de Juan Enrique Vega, hablan de una “modernidad
ornitorrinco”: como el animalito australiano, tiene algunos elementos parecidos a la original
pero es distinta; no radicalmente diferente, pero lo suficientemente específica como para
no poder ser definida como “una modernidad verdadera” (Cfr. Vega, 1988:25).
Una posición más novedosa, que recurre a las críticas propias de las formulaciones
post-modernas para entender la modernidad en América Latina, fue la planteada por el
sociólogo chileno Martin Hopenhayn. En primer lugar, proponía recuperar los
cuestionamientos a los metarrelatos9: la marcha discontinua de la historia, preñada de
múltiples direcciones y con márgenes crecientes de incertidumbre con respecto al futuro,

9
Hopenhayn define a los metarrelatos como aquellas categorías trascendentales que la modernidad se ha
forjado para interpretar y normar la realidad. Por ejemplo: “la progresión de la razón, la emancipación del
hombre, el autoconocimiento progresivo o la autonomía de la voluntad. Todas ellas tienen como supuesto una
glorificación de la idea de progreso, es decir, la convicción de que la historia marcha en una direccionalidad
determinada en la que el futuro es, por definición, superación del presente. Los metarrelatos sonstituyen, en
suma, categorías que tornan la realidad inteligible, racional y predecible”. (Hopenhayn, 1988:61)
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pone en tela de juicio la idea moderna del progreso. Los procesos de modernización no han
producido una homogeneidad progresiva de las sociedades, ni logrado un mundo
integrado. Pero por otra parte, el autor desenmascara los usos que el neoliberalismo le ha
dado a la retórica post-moderna: se la ha aprovechado como mecanismo de legitimación de
la ofensiva del mercado, al hacer coincidir los gustos de la gente con la promoción de las
políticas pro-mercado y con la consolidación de un sistema capitalista transnacional.
(Hopenhayn, op.cit.: 63). El “individualismo lúdico” que pregona el discurso postmoderno,
es el correlato de la expansión del consumo a través de las estrategias de marketing, la
desregulación y las privatizaciones y la flexibilidad laboral impuesta por las estrategias
globales. Se escamotean las asimetrías del poder, la desigualdad social y la heterogeneidad
estructural; si esto es así en las metrópolis, cuanto más en zonas desfavorecidas del
planeta, como Latinoamérica. Hopenhayn denuncia el esteticismo del discurso
postmoderno, a través del cual se oculta el proyecto de hegemonía cultural del capitalismo
globalizado. Lo que para este autor es evidente, es que los paradigmas de la modernización
en América Latina estaban en crisis en la década de los años 80, y que por lo tanto se
estaban generando nuevas reflexiones, que daban prioridad a la democracia, a los
movimientos sociales y a la dimensión cultural de los cambios en curso. ( Cfr. Hopenhayn,
1988: 67)
En este mismo sentido, José I. Casar enfatiza el cambio que la llamada “década
perdida” para el desarrollo de América Latina (la de los años 80) ha producido en las
maneras de entender los procesos de modernización en la región, y sobre todo, señala que si
se pensó en la industrialización como eje del desarrollo, después de los 80´s. lo prioritario
es la eficiencia. “Las viejas verdades compartidas acerca de la existencia de sectores
estratégicos son desechadas como pre-modernas: si es más barato importar acero,
producirlo no tiene sentido. Este es un argumento que se aplica potencialmente a cualquier
cosa” (por ejemplo, al desarrollo científico y tecnológico). (Casar, 1988:108). Se produce el
pasaje de un proyecto de nación con una clara definición acerca de los medios económicos
que debían emplearse para alcanzar la meta de la modernización, a un esquema neo-liberal
centrado en la apertura de las economías y en el mercado. Se dice que ya que los proyectos
modernizadores proteccionistas e intervencionistas fracasaron, entonces hay que confiar en
que el capitalismo cumpla su función modernizadora abriendo los mercados nacionales a la
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competencia foránea. Casar pone en duda la validez de la cadena causal que va del mercado
a la eficiencia y de ésta a la modernización, y enfatiza el hecho de que los países
latinoamericanos parecen haber perdido su capacidad para forjar un nuevo proyecto
nacional y regional.
Para Norbert Lechner, lo que caracteriza a la situación política de los países
latinoamericanos en los años 80´s., es un cierto desencanto con la modernización, con el
papel del Estado y principalmente con un estilo de hacer política. En la agenda democrática
de América Latina comienzan a aparecer, dice, la preocupación por los costos y logros de
la democracia, por los derechos humanos, y por la re-interpretación de la heterogeneidad
cultural, que brindarían a la propia modernidad una perspectiva de futuro. (Cfr. Lechner,
1988: 134 – 137).
Como se puede observar, los científicos sociales latinoamericanos eran concientes,
al finalizar la penúltima década del siglo XX, no sólo de las diferencias en términos de
desarrollo, sino de las dificultades de conceptualizar correctamente los propios procesos de
modernización; la complejidad no sólo de las realidades peculiares sino también la
dificultad que implica haber sido formados en determinadas ideas y paradigmas, y
constatar que no sirven o no son suficientes para entender la propia realidad.

Repensando la democracia: las ciencias sociales en Latinoamérica consideran la


transición democrática como requisito para la modernización.

En la década de los años noventa, las preocupaciones de los estudiosos de América


Latina, van a orientarse ya no sólo al desarrollo (económico, social, cultural; sustentable;
con equidad), ni a la modernización, sino a re-pensar la democracia como condición de la
modernidad. Debemos recordar que, como una manera de paliar el desastre económico de
la “década perdida” de los años 80, el modelo económico imperante fue el surgido del
llamado “Consenso de Washington”10 y que la situación política general de la región se

10
El llamado Consenso de Washington fue una propuesta inicial, en 1989, de John Williamson del Institute
for International Economics, que pretendió ser un modelo de políticas para América Latina y luego se
convirtió en un programa general. Sus indicaciones se referían a 1) disciplina fiscal, 2) reordenamiento de las
prioridades del gasto público, 3) liberalización de las tasas de interés, 4) una tasa de cambio competitiva, 5)
reforma impositiva, 6)liberalización del comercio internacional, 7) liberalización de la entrada de inversiones
extranjeras directas, 8) privatización de empresas estatales, 9) desregulación económica y 10) modificaciones
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caracterizó por los cambios políticos derivados de la caída de las dictaduras en el cono sur
y la transición democrática en prácticamente todo el continente. Las nuevas realidades
plantearon a los estudiosos, entonces, nuevos desafíos, que llevaron a un replanteamiento
de las nociones de modernización y también, de modernidad, en un contexto que se podría
caracterizar como de neo-liberalismo en lo económico más transición a la democracia en lo
político.
Al inicio de la década de los años noventa, José Nun, un sociólogo ampliamente
conocido en la región, sostuvo que la relación entre modernización y democracia se había
invertido. Y señalaba que en los años 60´s. “la literatura sobre la modernización y el
desarrollo político postulaban una secuencia que pocos discutían y que podría resumirse en
la siguiente fórmula: primero la modernización y, luego, la democracia.11 Hoy [1991), los
cambios políticos que vienen ocurriendo en América Latina [y en otros lugares del mundo]
parten de la convicción inversa: sólo la democracia está en condiciones de producir la
modernización”. (Nun, 1991:393)
“La idea de la modernización primero, y la democratización después, estuvo
históricamente ligada a la primacía del Estado en el proceso de cambio; mientras que la
secuencia inversa tiende a asociarse con la función determinante que se le asigna ahora al
mercado en el marco constitucional de la democracia representativa”. (Nun, 1991:380).
Nun señalaba que muchos analistas idealizaron la modernización al identificarla con
el progreso, lo bueno y lo justo, al punto de decir, como fue el caso de Friedrich von Hayek,
que, obligado a elegir, prefería un régimen autoritario que defendiese la economía de
mercado a un gobierno democrático que le pusiera trabas. 12(Cfr. Nun, op.cit. 380-382)

en cuanto a los derechos de propiedad. Un crítico importante han sido el premio Nobel Joseph Stiglitz, ex
vicepresidente del Banco Mundial . (Cfr. Williamson, 2004)
11
Nun señala que “la literatura predominante en la segunda posguerra mundial operaba con el modelo
dicotómico ‘tradicional / moderno’ y postulaba una secuencia de ‘desarrollo político’ que básicamente puede
sintetizarse así: 1)modernización de la sociedad (crecimiento económico con incorporación al mercado
mundial; urbanización; desarrollo de la educación y de los medios masivos de comunicación; movilidad
geográfica, etcétera); 2) difusión de los valores modernos (universalismo; logro; orientación hacia el futuro;
confianza social; etcétera), y 3) instalación de un régimen político de democracia representativa”. (Nun,
1991:378)
12
Esto podía implicar por lo tanto el apoyo a las dictaduras latinoamericanas de Videla, Pinochet y los
militares brasileños, que, sobre todo en el caso de los últimos, tenían un proyecto modernizador en lo
macroeconómico, aunque claramente sin igualdad ni libertad ni derechos políticos ni humandos ni civiles.
16

Modernización económica, no política, porque el supuesto de muchos autores, era


que América Latina aun no estaba lista para la democracia. (Cfr. Apter,1965: 452, citado
por Nun, op.cit.: 378; Parsons, 1966: cap. 5)
La posición que prevaleció a partir de la caída de las dictaduras y los procesos de
transición democrática en muchos países de América Latina, implicó, por el contrario, la
consideración de que la democracia era una prioridad, y condición imprescindible de la
modernización. Pero se enfrentaba con varios problemas, uno de los más importantes es lo
que Nun denominaba “espiral de la deslegitimación”, que caracterizaba a la situación
imperante en muchos países latinoamericanos, y que consistía en que gobiernos formados
por políticos elegidos con base en sus grandes promesas de campaña, se encontraban al
llegar al gobierno con una crisis de tal magnitud, que tendían a centralizar las decisiones en
el ejecutivo, a debilitar al parlamento, y esto tenía, como consecuencia, que se fomentaban
las expectativas populares en liderazgos providenciales, y la pérdida de toda credibilidad
por parte de las elites políticas.13 De allí que el autor sostuviera que había que entender a la
democracia como algo más que el ejercicio de la representación política, como la extensión
de la democracia al ámbito económico y social y por lo tanto, que la democracia en
América Latina, para consolidarse tenía que tener un componente participativo y
republicano. Había que abandonar la idea de una sola modernización posible y advertir que
el liberalismo democrático, aunque predominante en el imaginario político de la época, no
agotaba de ninguna manera el significado de la palabra democracia.
Muchas obras compartían esta visión 14, en el sentido de que si bien la democracia
se veía como un requisito ineludible de la modernidad latinoamericana, había que
especificar claramente qué se entendía por democracia y sobre todo, tener en cuenta que la
modernización de Latinoamérica implicaba atender a uno de los problemas acuciantes: la
desigualdad, que crecía en lugar de disminuir15.
La mayoría de los autores latinoamericanos reconocieron la importancia, ya
señalada anteriormente por algunos teóricos de la dependencia, de la re-estructuración de

13
Los casos abundan y no se circunscribieron a los años 90: Alfonsín, Menem y De la Rúa en Argentina;
Collor de Melo en Brasil; Fujimori en Perú; son tan sólo ejemplos, pero no son los únicos.
14
Por ejemplo, O´Donnell.
15
Una muestra que permite ver la dimensión de la desigualdad: mientras que en Estados Unidos o Francia, la
diferencia de ingresos entre el 20 % más rico y el 20 % más pobre de la población era de 10 a 1, en Brasil en
la década de los 90´s, era de 35 a 1. (Cfr. Touraine, 1991:10, citado por Nun, 1991:387)
17

las relaciones de poder, la necesidad de la participación de sectores cada vez más amplios,
de lo imperioso que es combatir las fuentes de la corrupción y venalidad de los gobiernos y
las elites del poder en general. Sin un cambio fuerte en el tipo de Estado y en la necesidad
de constitución y consolidación de asociaciones de la sociedad civil que interpelen a, y
sean reconocidas como interlocutores válidos por, el Estado. Factores relativamente nuevos
(el poder aparentemente incontenible e indestructible del narcotráfico) vinieron a frenar
este cambio necesario.
Ya en el inicio del nuevo siglo, Enrique Iglesias, un economista que ha sido un
importante funcionario latinoamericano en la Cepal y el Banco Interamericano de
Desarrollo, ha sostenido, en la misma línea planteada por Nun, O´Donnell y otros, que en
la actualidad la democracia es primero. Frente a la sucesiva caducidad de los paradigmas
económicos del desarrollo (el de la Cepal y el llamado Consenso de Washington), es
imperativo en América Latina un nuevo tipo de Estado, que cumpla con ciertas funciones
básicas, como el funcionamiento eficaz de los mercados, pero sobre todo, trabaje para la
disminución de la desigualdad social imperante y creciente en la región. El nuevo Estado
no tiene que ser sólo liberal y democrático, sino fundamentalmente, republicano. (Cfr.
Iglesias, 2006)

La modernidad y después: el auge de los estudios culturales en el contexto de la


globalización.

La modernidad, como utopía, como modelo, como cúmulo de experiencias


existenciales, se comenzó a debatir en AL en la década de los 80´s, ya no por los
economistas, ni tan siquiera mayoritariamente por los sociólogos, sino por los especialistas
en estudios culturales y de la comunicación, básicamente antropólogos de origen, que
operan en los bordes de las disciplinas y que por lo tanto sustentan muchas veces un
enfoque basado en estudios de vida cotidiana, y el impacto de los medios de comunicación
masiva. En la última década del siglo XX y en lo que va de la actual al inicio del siglo XXI,
han proliferado los estudios de este tipo, que intentan captar la complejidad creciente de
una situación que se caracteriza como de globalización de la economía, pero también de la
cultura sobre todo a través de los medios electrónicos de información, y de crecientes flujos
18

internacionales de personas (migrantes económicos, políticos, religiosos), lo cual ha


modificado sustantivamente la representación que dicha situación y dichos actores tienen
del mundo y de su posición en él.
Quizás los autores más representativos de este nuevo enfoque son José Joaquín
Brunner, Néstor García Canclini, Jesús Martin Barbero, Claudio Lomnitz, Renato Ortiz y
algunos más. Los que voy a citar son tan sólo ejemplos, no hay pretensiones de
exhaustividad, y pido disculpas a los que no son mencionados.
En el marco del debate sobre las modernidades múltiples, Renato Ortiz señala que
en la consideración con respecto a los imaginarios de la modernidad, en América Latina es
posible reconocer diversos momentos, en relación con los sucesivos discursos o narrativas a
través de los cuales los latinoamericanos cobraron consciencia de lo que los cambios
organizativos, políticos y económicos significaban. 16
En los inicios de la vida independiente, el acceso a la modernidad se veía en
estrecha relación con el legado libertario, emancipador e ilustrado. Era una tarea que los
pueblos de Latinoamérica realizarían en el marco de la liberación del yugo español (o
portugués), y el rechazo a toda forma de esclavitud. Pero en la segunda mitad del siglo
XIX, y comienzos del XX, es posible constatar un cierto pesimismo acerca de la posibilidad
de alcanzar la modernidad. Se pensaba a las culturas autóctonas como rémoras que
implicaban atraso, y se produjeron interpretaciones raciales, e incluso racistas, de los
obstáculos que impedían la modernización de América Latina.17 A la vez, existía otra
corriente que postulaba la “superioridad de la raza cósmica” producto del mestizaje, y su
potencialidad a futuro, como sería el caso de las formulaciones de Vasconcelos.
A mediados del siglo XX, se comenzó a ver el desarrollo económico como una
meta. La noción de desarrollo rompió el pesimismo existente. Las manifestaciones de la
cultura popular, vistas anteriormente como barbáricas, fueron redefinidas como raíces,
valoradas como símbolos potenciales en la construcción de la identidad nacional. La

16
Ortiz señala que durante el siglo XIX se sucedieron ideas que valoraban el legado de la Ilustración, la
Revolución Francesa y la Constitución Americana, y resaltaban por un lado la necesidad de una
Hispanoamérica unida, como fue el caso de Bolívar, y en otros casos enfatizaban la importancia de la
educación para sacar a Latinoamérica de la barbarie, “sustituyendo la sangre indígena con las ideas
modernas”, como sostenía Sarmiento. (Cfr. Ortiz, 2000: 251)
17
Cfr. Lorenzo de Zavala, citado por Krauze, 2007.
19

modernidad fue vista ante todo como un proyecto, algo a lograr en el futuro.18 Pero a partir
de los decenios de los años 70 y 80, se llegó a sostener que ya había sido lograda. En
varios países, como Argentina, Brasil y México, la creación de mercados nacionales cobró
gran prominencia, y los cambios estructurales, no sólo en el terreno económico sino
también en lo político y la educación, implicaron el acceso de las masas a la modernidad.
(Cfr. Ortiz, 2000: 253-256)
Una conclusión que puede extraerse del sugerente texto de Renato Ortiz, es que en
América Latina, la construcción de las representaciones de la modernidad ha estado
siempre influida por la consciencia de las diferencias entre la propia situación y la de los
países tomados como modelos, primeramente Francia e Inglaterra y luego los Estados
Unidos. La auto-percepción de muchos intelectuales latinoamericanos algunas veces
resaltó la impotencia e imposibilidad de las propias culturas, para ser tan racionales,
industriosas y eficientes como la de los “otros” civilizados cuyo modelo de sociedad era
siempre una meta a alcanzar. Pero en otros casos, intentó sobreponerse a la diferencia, ya
sea concibiendo al desarrollo económico como motor del cambio estructural, como a
mediados del siglo XX, o recuperando las propias tradiciones y cultura, como una forma de
construir una identidad latinoamericana moderna, en medio de los múltiples desafíos
generados por la globalización cultural y económica.

Por su parte, José Joaquín Brunner, en un texto de 1986 señalaba que la sociología y
el pensamiento crítico latinoamericano se habían dedicado a estudiar sobre todo los
procesos de modernización, algo se habían ocupado del modernismo, pero escasamente de
la modernidad, porque ésta aparecía como una experiencia vital extraña, extranjera. Sin
embargo, para Brunner, AL hace ya rato que vive su modernidad, pero ésta ha introducido
una radical heterogeneidad en la cultura de las sociedades marginales periféricas.
Los procesos de modernización tratan de imponerse en el marco de civilizaciones
superpuestas, lo cual introduce una doble artificialidad: por un lado, no responde en la
cultura hispanoamericana a las transformaciones de la propia base económica, a un
verdadero proceso de modernización, sino a las ideologías de grupos intelectuales que lo

18
Aunque Ortiz no lo menciona, creo que podemos tomar como ejemplos de esta posición los artículos y
libros publicados por la CEPAL. (Cfr. Revista de la CEPAL, 1950-2006)
20

introducen como imitación y anhelo en la cultura. Por otro lado, como una negación del
mundo católico. En tanto que en las sociedades modelo de la modernidad, por el contrario,
existió afinidad entre puritanismo, democracia y capitalismo.
En este texto temprano, Brunner se hace eco de un imaginario con respecto a la
modernidad que ha sido muy frecuente, incluso ha sido parte del sentido común, vulgar,
con respecto a nuestras debilidades y deficiencias; este imaginario se basa en supuestos que
configuran una “ideología de la carencia” sumada a una “teoría de la imitación” que
produce tan sólo un simulacro de modernidad. Estos eran los supuestos que estaban por
detrás de las formulaciones tanto de W. W. Rostow con su teoría del despegue y los
factores que lo impiden o facilitan, como de las elites dominantes que ven en los sectores
populares una incapacidad, un abandono, una pereza, que provienen del catolicismo o de lo
indígena, o de vaya a saber qué, pero que constituyen obstáculos para la vida civilizada,
moderna, productiva, etc. Brunner sostiene que en las ideas que acerca de la modernidad se
plantean en AL, sobre todo literatos y ensayistas diversos, existe, primero, la convicción de
que uno de los impedimentos para alcanzar la modernidad radica en que las bases ético
intelectuales y los comportamientos estratégicos requeridos para el desarrollo capitalista y
de la democracia, la ética protestante y el temperamento puritano, no se hallan presentes
entre nosotros. Segundo, que la modernidad habría aparecido entre nosotros más como una
fascinación ideológica con un modelo externo que como el producto de dinámicas
endógenas. Brunner cita reiteradamente a Octavio Paz, para quien faltarían aquí las bases
más profundas sobre las que se asentaría la modernidad: no hubo crítica filosófica de la
religión; en esas condiciones la ideología liberal no pudo ofrecer una verdadera solución,
no resultó en la implantación de la democracia ni el nacimiento de un capitalismo nacional
Resultó, dice Brunner siguiendo a Paz, una modernidad toda mezclada, una caricatura de
modernidad. Paz dice: “México siguió siendo lo que había sido pero ya sin creer en lo que
era. Los viejos valores se derrumbaron, no las viejas realidades. Pronto las recubrieron los
nuevos valores progresistas y liberales. Realidades enmascaradas: comienzo de la
inautenticidad y la mentira, males endémicos de los países latinoamericanos.” ¿Cómo
fundar una modernidad que no estuviera desgarrada por estas contradicciones de la cultura?
La propia cultura moderna nace en AL falsificada en su razón de ser. Como un producto
21

intelectual de imitación y consumo, donde el discurso modernista es extraño a las creencias


profundas que determinan el inconsciente colectivo. (Cfr. Brunner, 1986)
En un texto posterior, de inicios del siglo XXI, Brunner sostiene que la modernidad
necesita ser analizada, simultáneamente, desde cuatro dimensiones diferentes: como
época, como estructura institucional, como experiencia vital y como discurso.
Tanto en los países desarrollados (considerados como un Centro a partir del cual la
modernidad se difunde) como los subdesarrollados ( la llamada Periferia, de la cual forma
parte América Latina) la construcción de la modernidad adopta una variedad de formas en
lo tocante a ideas, estructura institucional y agentes sociales que la impulsan. Los procesos
de difusión / adopción / adaptación de la modernidad en la Periferia configuran
inevitablemente constelaciones culturales que son mezcla de elementos culturales
heterogéneos. Pero hay que tener en cuenta que la modernidad se constituyó, también en el
Centro, a través de mezclas y contradictorias superposiciones de pautas de vida, tecnologías
y valoraciones. Asimismo, hay que considerar que las transformaciones en un ámbito (la
economía por ejemplo) no se traspasan automáticamente a otro (como la cultura, o la
psiquis individual). No hay algo así como una única vivencia prototípica de la modernidad;
más bien existen modalidades y vivencias diversas para agentes diversos. Brunner sostiene
que para entender la modernidad y el significado que tiene, en este caso, para los
latinoamericanos, hay que estudiar la cuestión a través de diferentes discursos: los de los
intelectuales y los de ciudadanos y personas privadas, “de la calle y del alma”, como él
dice. Esto nos permite encontrar distintas versiones del imaginario de la modernidad: los
que sostienen, como Octavio Paz, que América Latina no puede tener una verdadera
modernidad porque le faltan los antecedentes intelectuales y las instituciones que le dieron
origen en Europa, y que por lo tanto la modernidad latinoamericana es un simulacro, una
pura imitación distorsionada. Y los que retoman los temas de la modernidad central como
propios, y re-significan los elementos de lo que podría denominarse el núcleo duro de la
modernidad para el contexto latinoamericano. Entre ambos extremos, hay una gran
variedad de interpretaciones, como las que reivindican el carácter “profundo” de la esencia
latinoamericana, que es por lo tanto inasible con los parámetros de la modernidad
occidental, y que se presenta, en sus versiones más radicales, como “macondismo”, que es
la forma de expresar “lo misterioso, lo real mágico” de la identidad de América Latina.
22

(Cfr. Brunner, 2002). De cualquier manera, señala Brunner, existe en la actualidad algo que
podríamos llamar la “versión estándar” de la modernidad en latinoamérica, que consiste en
verla “desde los dispositivos –la ciudad, el mercado, la escuela, la esfera privada, el
consumo, los mass media; en general, por lo tanto, desde las mediaciones- como una
experiencia de heterogeneidad cultural, que se constituye pro vía de múltiples hibridaciones
de significados”. (Brunner, 2002)
Por su parte, uno de los analistas más destacados y críticos de los últimos años,
Néstor García Canclini, en su libro Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la
modernidad, de 1989, sostiene que las sociedades latinoamericanas siempre han sido
heterogéneas; mestizaje, sincretismo religioso, diversidad étnica y cultural, y coexistencia
de formas aparentemente contradictorias de organización política y económica, han sido
ingredientes constitutivos de nuestras sociedades. Si las ideologías modernizadoras, como
el liberalismo del siglo XIX y el desarrollismo, imaginaron que la modernización
terminaría con las formas de producción, las creencias y las formas de relación
interpersonal tradicionales, hoy debemos reconocer por una parte, que la oposición tajante
entre lo tradicional y lo moderno no permite explicar una realidad que se percibe como
mucho más compleja y poco susceptible de ser explicada y comprendida en términos de
dualidades incompatibles. (Cfr. García Canclini, 1989:13-17) Por otra, que necesitamos
entender a la modernización latinoamericana no como un conjunto de procesos impuestos
por una fuerza ajena y dominante, que operan sustituyendo lo tradicional y lo propio, sino
como intentos de renovación y cambio encarados por sectores diversos. García Canclini
rechaza ciertos elementos que han estado presentes en los debates latinoamericanos sobre la
modernidad: para él, no son válidos ni el paradigma de la imitación, ni el de la
originalidad, ni la teoría que todo lo atribuye a la dependencia, ni la que perezosamente
quiere explicarnos por “lo real maravilloso”, sino que las ciencias sociales deben asumir el
carácter híbrido, multicultural y complejo de nuestras realidades.
García Canclini señala que han existido en América Latina, diversas narrativas o
interpretaciones acerca del significado de lo moderno y posteriormente, de la modernidad.
Desde los que plantean a la modernidad latinoamericana como una máscara, un simulacro
urdido por las elites y los aparatos estatales, a los que la piensan en estrecha conexión con
el desencantamiento del mundo, la organización racionalista de las empresas y aparatos
23

estatales y el desarrollo creativo de la ciencia y la tecnología. Pero si introducimos el


tiempo y los cambios que éste comporta, debemos reconocer que no sólo las realidades
cambian sino también las ideas y representaciones que las sociedades y sus actores tienen
de ellas. La pregunta que se hace García Canclini es ¿por qué nuestros países cumplen mal
y tarde con el modelo metropolitano de modernización? E inmediatamente, dice que quizá
estamos planteando mal la pregunta, que quizá lo que debemos hacer es cuestionar la
supuesta homogeneidad de la modernidad europea. Y que si bien la modernización de
América Latina no resultó exactamente como los sucesivos agentes modernizadores la
esperaban, es innegable que se ha producido. (García Canclini, 1989:93)
Pero además, que para entender el mundo actual, en el que la modernidad es una
condición que nos envuelve, en las ciudades y en el campo, en las metrópolis y en los
países subdesarrollados, hay que considerar el horizonte de la globalización, donde se
intensifican las dependencias recíprocas, el crecimiento y la aceleración de redes
económicas y culturales que operan en una escala mundial y sobre una base mundial en la
que aumentan los flujos migratorios. La modernidad puede ser pensada entonces como una
condición donde las experiencias vitales están en continuo proceso de cambio, donde la
hibridación (mezcla de conocimientos y técnicas, de tecnologías y usos ancestrales, de
formas de interacción y socialización de diverso origen, de identidades y preferencias)
borra fronteras y las reconstruye permanentemente. (cfr. García Canclini, 1999:33-63)

A partir de lo dicho hasta ahora, podemos ver que en AL la pregunta sobre la


modernidad se estratificó en varios niveles: primero, en qué consistía la modernidad;
segundo si la modernidad latinoamericana era igual o no a la modernidad originaria o
europeo estadounidense; tercero, constatadas las profundas diferencias, si alguna vez los
latinoamericanos habíamos sido o si alguna vez seríamos modernos, o en qué consiste
nuestra peculiar modernidad.
A partir de la década de los 90´s, y cada vez más en lo que va del nuevo siglo, el
tema relevante ha sido la globalización. Los teóricos de AL han visto entonces a la
modernidad y a los procesos de modernización directamente imbricados en el panorama
internacional y transnacional, como afirmaciones locales de procesos mundiales y a la vez,
como la lucha de sociedades periféricas tanto por insertarse en la corriente imparable de la
24

globalización como por reivindicar y mantener sus peculiaridades societales más allá del
folclore.
La discusión acerca de los procesos de modernización en su relación o como
contrapartida necesaria de la globalización en ámbitos locales, se produce en el marco de
un debate acerca de la relación global / local, la diversa construcción de los marcos de
confianza en las distintas sociedades, las posibilidades de globalizaciones alternativas y la
viabilidad de procesos de modernización sin occidentalización. En AL la sociología y las
ciencias sociales en general están dedicadas a analizar los efectos de la globalización, y los
cambios culturales profundos que esta provoca. Lo que sí es un efecto de las nuevas
condiciones en las ciencias sociales, es que para realizar los análisis que se requieren, los
límites entre las disciplinas tienden a flexibilizarse, como una manera de afrontar la
complejidad creciente.
También, se ha generalizado el interés por problemas que durante mucho tiempo
nos fueron ajenos: los derechos de género, de las minorías, los procesos migratorios.
Los procesos de modernización se han profundizado y acelerado en la mayoría de
los países de AL. Han cambiado contenidos (un mayor énfasis en la democracia, y en la
inserción en el mercado internacional).
A la vez, el debate sobre el multiculturalismo ha traído nuevamente a la palestra el
debate sobre los usos y costumbres, el derecho de los indígenas, y la posibilidad de
adecuar la organización democrática a las necesidades de una sociedad heterogénea y
multicultural.
Obviamente, esto traerá modificaciones en cuanto a las interpretaciones que las
ciencias sociales propondrán con respecto a las condiciones e idealizaciones de la
modernidad.

Consideraciones finales

En el subtítulo de este trabajo, se dejaba asentado que su intención es proponer una


serie de notas para el debate acerca de los contenidos cambiantes de los imaginarios de la
modernidad en América Latina, específicamente, en las ideas, conceptos y representaciones
25

que acerca de los procesos de modernización y la modernidad (concebida de múltiples


maneras) han ido proponiendo las ciencias sociales latinoamericanas.
Podríamos señalar suscintamente que en los “años dorados” de las disciplinas en
Latinoamérica, los decenios de los años 50, 60 y parte de los 70, el debate se centraba sobre
todo en los problemas del desarrollo, y los mecanismos y consecuencias de los procesos de
modernización. En ese período se realizaron estudios y se hicieron propuestas de
interpretación (que muchas veces derivaron en políticas de los gobiernos de la región) que
constituyeron hitos sustantivos en el tratamiento del tema. Más allá de que las
caracterizaciones propuestas ya hayan perdido validez, o de que las críticas posteriores
hayan supuesto modificaciones importantes en la manera de percibir la situación de
América Latina, lo cierto es que muchas de las aportaciones realizadas en esos años, fueron
no sólo indicadores de la madurez del pensamiento latinoamericano, sino de su potencial de
creatividad y agudeza para analizar críticamente la propia realidad.
En la década de los años 80, la llamada crisis de paradigmas ( importada del
horizonte cultural de las metrópolis, pero también reflejo de la caducidad de las
interpretaciones de décadas anteriores, a la vez que muestra del impacto que el deterioro
económico de las finanzas públicas tuvo sobre las universidades y centros de
investigación), agobió en un principio a la mayoría de los intelectuales. Sin embargo,
tanto el panorama intelectual mundial, implicado en el debate crítico de la modernidad y las
propuestas de los postmodernos por una parte, y la caída de las dictaduras o al menos los
procesos de reformas políticas que tenían como objetivo la transición democrática, fueron
un aliciente para que el pensamiento latinoamericano imprimiera un nuevo giro a la
caracterización de la modernidad en la región. Si en los años dorados la apuesta era por la
modernización, en este período se considera a la democratización en diversas dimensiones,
como una prioridad. Y se discute acerca de las formas que la democracia puede tener y las
que sería necesario incluir en un proyecto de nación coherente y estable. Se estudian los
procesos de inclusión / exclusión, tanto de las mayorías como de las minorías, las formas
liberal y republicana de la democracia, los conculcamientos constantes de los derechos
ciudadanos en la mayoría de los países, y se aboga por un nuevo modelo de Estado. La
modernidad latinoamericana será democrática, o no será.
26

Nuevos procesos tienen influencia en las construcciones del imaginario de la


modernidad a partir de los años 90. La necesidad de inserción en los mercados mundiales,
donde América Latina como región, y cada país latinoamericano en particular deben
mostrar al mundo sus capacidades de adaptación a los requerimientos del mundo
globalizado, al par que una visión crítica de las consecuencias de los procesos de
modernización globalizadora, generan el surgimiento de una pluralidad de enfoques entre
los que destacan los de los llamados “estudios culturales”. Se propone una nueva
conceptualización acerca de la modernidad en AL; la heterogenidad cultural es vista como
una forma peculiar de hibridación, donde situaciones que anteriormente se veían como
incompatibles con la modernidad, le dan su propia forma y contenido. Identidades
complejas, fronteras porosas, migraciones, mezclas, conforman no sólo la realidad
latinoamericana, sino mundial. La fluidez de los contactos, la inestabilidad en los trabajos,
las búsquedas (de productos, y también de afectos y de oportunidades, de conocimiento y
de perversión) en internet, las familias divididas, la recuperación y también la invención de
tradiciones como modos de construir identidades fragmentarias pero a la vez
complejamente enriquecidas por todas estas experiencias, son parte de una situación que
obviamente impacta de manera diferenciada a los distintos sectores y clases de cada
sociedad, y donde los más pobres son como siempre desfavorecidos, pero es algo con lo
que aparentemente debemos vivir. Las ciencias sociales en AL no sólo se hacen eco de las
nuevas problemáticas sino que intentan explicar con rigor, este mundo cambiante. La
globalización, más allá de que reconocemos, siguiendo a García Canclini, que no es un
paradigma económico sino un horizonte de posibilidades y un marco de posible
construcción de sentido, al par que una nueva forma de construcción del espacio y el
tiempo, donde las relaciones asimétricas de poder y dominación juegan de manera diversa,
ha venido a impactar el pensamiento sociológico latinoamericano de manera muy
importante. No podemos pensar a la modernidad de la misma manera. Las cuestiones de
género, de construcción de identidades, de democratización de las relaciones
interpersonales, y no sólo de la política; las nuevas formas de acceder al conocimiento, la
polémica sobre los transgénicos; el debate sobre el multiculturalismo, el pluralismo y las
formas liberal – republicanas de la ciudadanía, son los temas acuciantes del debate sobre la
modernidad en América Latina, hoy.
27

En los discursos acerca de la modernidad, que son elementos cruciales para los
imaginarios que de la misma han propuesto las ciencias sociales latinoamericans, es posible
encontrar, esquemas de interpretación recurrentes. Por una parte, lo que en el cuerpo del
trabajo he llamado “la ideología de la carencia”, que sule venir acompañada en mayor o
menor grado, por la “teoría de la imitación”, y que consisten como se intentó mostrar, en la
creencia de que algo falta en Latinoamérica, de que no podemos ser como aquellos que
tomamos como modelos, porque nos falta ilustración, o no tenemos la raza adecuada, o la
religión necesaria. La “teoría de la imitación” sostiene que la copia de los modelos
extranjeros, por parte de las elites gobernantes o de los intelectuales, produce una
modernidad bizarra que genera un continuo simulacro e inautenticidad en todo lo que
emprende. Si bien es entendible que Octavio Paz, o cualquier otro literato sobre todo si
proviene de las clases dominantes latinoamericanas sostengan esa visión, debiera ser
evidente para cualuier estudioso del tema, que una perspectiva que permita explicar la
realidad de América latina tiene que tomar en cuenta una multiplicidad de factores y
debiera tratar de romper con la visión idealizada de los modelos de desarrollo societal
propuestos y aplicados a veces incluso por la fuerza por las metrópolis.
Otra versión recurrente es la que asocia a América Latina con una esencia profunda,
más o menos mágica, más o menos maravillosa, pero sin duda ininteligible y sobre todo
inconstreñible a los marcos racionalizadores y secularizadores de la modernidad. Esta
perspectiva de la esencia vernácula, telúrica, romántica y a veces bien intencionada pero
ineficaz, es tan sesgada como la anterior: la primera ignora los factores políticos u
culturales de la dominación que garantizan la reproducción de la dependencia; la segunda
encuentra en la dependencia la excusa para ignorar la necesidad de implantación de un
Estado de Derecho con contenidos universalistas como requisito de la inclusión.
¿Qué es lo que se impone? La reformulación de los problemas, la duda con
respecto a las bondades de los modelos, la asunción del carácter híbrido y complejo de
nuestras realidades, y la apertura mental con respecto a los cambios que el nuevo siglo nos
presenta. El imaginario de la modernidad que las ciencias sociales propongan para los
inicios del siglo XXI, puede ser un instrumento útil para entender nuestra realidad o un
conjunto de ideas y estereotipos que conduzcan a la modernidad de la región a un
mausoleo. (Cfr. Whitehead, 2002)
28

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