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Por Mariana Incarnato

mariana.incarnato@amartya-ar.net

Según el último informe publicado por la Secretaria de Derechos Humamos de la Nación y UNICEF1,
existen en la República Argentina más de 20 mil niños, niñas y jóvenes que residen en Instituciones,
es decir Institutos u Hogares.

En nuestro país estas Instituciones están divididas en dos categorías: las de régimen cerrado, que
albergan jóvenes que han cometido algún tipo de delito, y las de régimen abierto o de tipo
asistencial, es decir aquellas que albergan niños y jóvenes cuyas familias no pueden garantizar su
cuidado ni el desarrollo saludable de sus capacidades. Estas últimas, albergan más del 87 %, del
total de niños, niñas y adolescentes institucionalizados en el país, lo cual invita a pensar en la
incidencia de cuestiones en torno a la pobreza y marginación de las propias familias cuyos niños y
jóvenes deben residir en una Institución.

Durante los años de residencia en una Institución “de tipo asistencial”, tanto la educación formal como
la alimentación y la vestimenta son garantizadas por el Estado Nacional. Sin embargo sabemos que el
desarrollo pleno de las capacidades de una persona no está dado solamente por la satisfacción de sus
necesidades básicas, sino que éste es el punto de partida esencial para este desarrollo.

Al cumplir los 21 años, edad en la que se adquiere la mayoría de edad en Argentina, estos jóvenes están
obligados a egresar de la Institución2. A partir de aquí comienzan a recorrer un camino de reinserción
social, generalmente enmarcado en un contexto de gran soledad y aislamiento. Los motivos principales de
este difícil contexto son la falta de referentes familiares y de grupos de amistades estables y el fuerte
aislamiento social, consecuencia de los extensos periodos que han transcurrido viviendo en estas
Instituciones.

La ausencia de acciones tendientes a preparar a los jóvenes para el momento en que deben
enfrentar la salida de la Institución y su acceso al mercado laboral deja al descubierto la necesidad
de generar políticas y programas de gobierno que aborden la institucionalización como un recurso
transitorio de tutela y oportuno para fortalecer a estos jóvenes en cuanto la generación de un
proyecto de vida apoyado en la cultura del trabajo.

En este sentido, la interacción con otros actores sociales es una de las actividades básicas a promover,
a fin de generar redes sólidas que puedan funcionar como sostén al momento en que estos jóvenes
deban egresar de los Hogares.

1 Privados de libertad. 2006 Acá pondría los datos del informe (nombre, año, etc.)
1 Esto se ha modificado pero aun no implementado, a partir de la sanción de la nueva Ley de Protección Integral 26.061,
a través de la cual el límite de permanencia será de 18 años.

1
Al contrario, lo que encontramos actualmente son políticas que retroalimentan el circuito de
marginación del cual ya eran víctimas estos jóvenes antes de ingresar a la Institución. Esta
retroalimentación de la que hablamos se explica por dos razones: la primera, porque las capacitaciones
que reciben los jóvenes son de muy baja calidad y no están acorde con los requerimientos actuales del
mercado laboral; y la segunda, porque en la mayoría de los casos los jóvenes no tienen la oportunidad
de elegir qué es lo que quieren hacer o estudiar, razón por la cual no capitalizan el aprendizaje recibido
como relevante en sus vidas.

De esta manera, el momento del egreso plantea una encrucijada difícil de resolver, ya que no sólo
deben sortear las consecuencias derivadas del aislamiento social del cual son víctimas, sino que,
además, quedan expuestos a situaciones de explotación laboral o a prácticas ilegales, como puede
ser el ingreso a grupos delictivos, a raíz de la falta de herramientas efectivas para enfrentarse con las
exigencias propias del mercado laboral. Al mismo tiempo, no debemos olvidar que la salida del
Hogar trae como consecuencia la necesidad inmediata de generarse un ingreso económico que les
permita auto valerse.

No obstante la difícil situación por la que atraviesan los jóvenes institucionalizados, ellos mismos dan
muestras constantes de que son capaces de “revertir” estos efectos y de comprometerse con un
proyecto de vida autónomo. Como condición para que esto suceda es imprescindible que otros
sectores de la sociedad, además del Estado, puedan reconocerse como inclusores en el proceso de
integración social.

Por este motivo, es fundamental una actitud proactiva, comprometida y responsable de las Instituciones
del sector público, privado y social que son las que están en condiciones de promover la inclusión de
estos jóvenes, es decir, el Estado, en su rol tutelar, los Hogares, en el sostenimiento del joven durante el
proceso de egreso, las organizaciones de la sociedad civil articulando y acercando a las partes y las
empresas en su capacidad de brindar oportunidades genuinas de trabajo que produzcan experiencias
laborales positivas.

Las empresas están hoy en condiciones privilegiadas para realizar una transición que las lleve de la
generación de acciones sociales aisladas o filantrópicas a transformarse en poderosos agentes de
inclusión social. De esta manera, la transferencia de know how al momento de formar a los jóvenes y su
capacidad para otorgar posibilidades concretas de empleo digno son herramientas fundamentales para
lograr la inclusión real de esta población.

Sólo la articulación de estos tres sectores -público, privado y sociedad civil- en el cumplimiento de la
responsabilidad social que les compete por el lugar que ocupan en la sociedad permitirá encontrar
la solución a ésta problemática específica, la cual está, al mismo tiempo, íntimamente ligada a otra,
estructural, y de gran incidencia para el desarrollo del país: la exclusión del mercado laboral de la
población joven en su conjunto.

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