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La política económica y la competencia anglo-norteamericana.

El pacto Roca-Runciman, por su importancia y repercusiones, ha impedido


analizar adecuadamente la política de los gobiernos conservadores de ese
periodo. Es cierto que el primer efecto del pacto fue favorecer a las
importaciones de origen británico, perjudicando las de otros países,
fundamentalmente las norteamericanas. Las exportaciones británicas a la
Argentina se mantuvieron constantemente en todo el periodo porque los
industriales ingleses, no estaban en condiciones de aprovechar al máximo el
mercado argentino, y porque se había comenzado a desarrollar una industria
local que empezaba a competir seriamente con los productos de origen
británico, sobre todo en la rama textil.
El trato preferencial que se le dispensaba a Inglaterra respondía, sobre todo, a
necesidades coyunturales. La política económica global trazada por Pinedo y
sus colaboradores se hizo eco de las dificultades estructurales de las relaciones
económicas con el Reino Unido y, consecuentemente, su sesgo no fue tan “pro
británico” como habitualmente se sugiere. Por el contrario, abrió un espacio
para mejorar las relaciones con otras naciones, en especial con los EE.UU.
Aunque el control de cambios y el otorgamiento discrecional de las divisas
discriminaban a las importaciones provenientes de los EE.UU, estimulaban
paradójicamente la radicación de nuevas inversiones de ese origen, que se
veían atraídas por la rápida expansión del mercado interno y por un tipo de
cambio muy favorable. El flujo de inversiones norteamericanas en la Argentina,
iniciado en la década del ’20 continuo entonces sin muchas alteraciones en los
años ’30: de esa época data la radicación de grandes establecimientos textiles,
de empresas dedicadas a la producción de electrodomésticos, artefactos
eléctricos y diversos tipos de bienes de consumo duradero y, sobre todo, de
algunas de las principales firmas farmacéuticas y químicas.
La rivalidad anglo-norteamericana en el país es el que se refiere al sistema de
transporte. El desarrollo del transporte automotor y de la construcción de
caminos y depresión de los años ’30 deterioraron las finanzas de las compañías
ferroviarias inglesas. A este se sumo la depreciación del peso argentino, que
disminuyo sus ganancias en libras esterlinas y la implantación del control de
caminos que obstaculizo el giro normal de las ya escasos envíos.
La principal fuente de reclamos de la compañías británicas se centraba en la
competencia de los automotores, cuya producción e importaciones estaba
ligada, sobre todo, a intereses estadounidenses. Los empresarios británicos no
querían perder el monopolio del sistema de transportes. El transporte urbano,
particularmente en Buenos Aires, estaba siendo dominado por el ómnibus y
colectivos. Además, el transporte automotor operaba sin estar sujeto a
obligaciones financieras, ni bajo un control gubernamental similar al de las
compañías ferroviarias, por lo que tenia costos operativos menores. Ante tales
circunstancias los intereses británicos comenzaron a sostener la conveniencia
de contar con una política de coordinación de transporte por parte del gobierno
nacional.
La negociación del Pacto Roca-Runcimann facilito a las empresas ferroviarias la
gestión en defensa de sus intereses y la aprobación de la ley de Coordinación
de Transportes. Su primer artículo establecía la creación de una Comisión
Nacional para implementar sus disposiciones. Otros de sus artículos se referían
a como debían actuar las compañías de transporte automotor que debían
requerir, para entrar en actividad, los servicios de transporte automotor debían
circular a velocidad determinadas y cobrando tarifas previamente aprobadas
por el ente centralización futura del transporte automotor y proteger a los
ferrocarriles contra una competencia desleal. Finalmente, la ley creaba la
Corporación de transportes, monopolio controlado por las empresas de
transporte británicas, a la cual debían incorporarse compulsivamente todas las
empresas del rubro, subordinado al transporte automotor urbano de pasajeros.
Pese a que el gobierno argentino atendió en general los reclamos de las
compañías ferroviarias y varias veces les dio oportunidad, existían elementos
prácticos que no permitieron concretar las apariciones de esas empresas. El
estallido de la guerra mundial, es septiembre de 1939, será otro factor adverso
para mencionadas compañías, del cual ya no se repondrán. No es casual que a
partir de 1940 las mismas empresas hayan comenzado a sugerir planes de
nacionalización, como el que el ministro Pinedo propondrá acompañado su plan
de Reactivación Económica. Por eso no resulta casual que a fines de la década
de 1930 algunos dirigentes o gerentes de compañías británicas en la Argentina
se quejasen del tratamiento incorrecto que les dispensaba el régimen
conservador, o que, durante el gobierno del general Justo, la expansión de la
red vial, impulsada por ese gobierno, haya asestado un duro golpe a los
intereses ferroviarios ingleses.
En esta cuestión se mostraba la aludida dualidad de la política económica pues
mientras se atendían algunas demandas de las compañías ferroviarias, se
impulso un importante plan vial con características poco favorables a dichas
empresas. El desarrollo del transporte automotor no complementaba al
ferrocarril, sino que representaba una competencia directa en la cual los
caminos eran construidos por el Estado y no por las empresas de transporte.
A pesar de las discordancias de intereses entre diversos grupos económicos
ingleses y norteamericanos, en algunos terrenos hubo espacio para el trabajo
conjunto, incluyendo, además, a empresas alemanas, las cuales trataban
también de ganar posiciones en América Latina.
La disputa entre las potencias influía también en las posiciones adoptadas por
la dirigencia política local. La llegada del equipo económico encabezado por
Federico Pinedo, en 1933, constituye un elemento clave para poder
comprender los términos del debate que se desarrollaban en aquel momento
en el seno de la clase dirigente con respecto a la posición económica
internacional del país, discusión que se agudizo con el estallido de la guerra,
que a partir, de 1940 se produce circunstancialmente una situación similar a la
de fines del ’20. Las importaciones desde los EE.UU se incrementaron y el
déficit del balance de pagos argentino con ese país reapareció, para entonces,
resultaba un nuevo estrechamiento de las relaciones comerciales con
Inglaterra, ya que esta no estaba en condiciones de sostener el flujo de
inversiones ni el comercio bilateral. La relación triangular en la que había
participado Argentina en el primer tercio del siglo no era estática; la
importancia de los EE.UU tendía a crecer, mientras que la británica, a
disminuir, conforme a la evolución de las propias condiciones económicas
internas. Por lo tanto, en los años ’30 aparecieron importantes desequilibrios
que no podían compensarse entre si.
Esos desequilibrios imponían la necesidad de las políticas apropiadas para
solucionarlos. Para una fracción, más conservadora, la estrategia adecuada
consistía en recomponer las relaciones con el Reino Unido. Para otro grupo, las
nuevas condiciones eran irreversibles y el mejor camino pasaba por vincularse
más estrechamente a los EE.UU, apostando a fortalecer el mercado interno
para sustituir el destino de las exportaciones declinantes y compensar con
producción local, la simultánea reducción de las importaciones.
El plan Pinedo de 1940 era el proyecto mas acabado de la segunda posición y
por eso no es casual que fuera muy elogiado en Norteamérica. El mencionado
plan económico, y el acuerdo político que lo acompañaba, fue como vimos,
resistido por un sector de las elites tradicionales y el Congreso no lo aprobó. El
hecho de que su autor formara parte de aquellas elites es bastante ilustrativo
del cambio de mentalidad que se había ido operando en algunos políticos y
funcionarios económicos al influjo de las nuevas circunstancias. La ausencia de
un verdadero sistema democrático impedía, un debate de fondo sobre las
políticas economías, a través del cual hubieran podido manifestare otros
sectores económicos y sociales. Por eso, la fractura de la elite gobernante
cobrara una importancia particular.
Una de las soluciones era, quizás, estimular la industrialización del país, lo que
podía ser compartido por ciertos intereses extranjeros. Sin embargo, el drama
de la Argentina para sus sectores dirigentes consistió, justamente, en que ese
acoplamiento no podía lograrse, pues la producción argentina no era
complementaria a la de norteamericana, lo cual conducía indefectiblemente a
un desequilibrio comercial crónico sobre el que seria muy difícil construir una
relación estable y duradera.
La ruptura del sistema multilateral de comercio y pagos elimino toda
posibilidad de una solución intermedia. Cuando ese sistema se restableció, al
finalizar la Segunda Guerra Mundial, la posibilidad de la Argentina de
replantear las relaciones internacionales sobre nuevas bases ya no era posible,
pues no constituía mas, un centro principal de interés de los países
industrializados y, fundamentalmente, de la nueva potencia que lideraba el
mundo occidental. Las disputas diplomáticas de la década de 1930 con los
gobiernos estadounidenses, el Pacto Roca-Runcimann, y el largo y estrecho
vinculo que todavía existía entre la Argentina y Gran Bretaña dificultando aun
más la posibilidad de que las relaciones argentino-norteamericanas retomaron
el camino emprendido en los años ’20.

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