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Los soldados reparten pan a la población. Una imagen que contrarresta Imágenes eufóricas con los rusos como protagonistas. Moscú se quitaba una espina que no
otras bastante más oscuras de la «liberación» ocultaba sus terribles pérdidas en la guerra: 47 millones de víctimas soviéticas
Españoles en Berlín
Vencedores y vencidos
Hubo españoles en aquellas horas agónicas en que se hundió el III Reich. Al final de la guerra
Gerardo liberó un pueblo alemán, la «Nueve» tomó el Nido del Águila, Palomo estaba preso en Bakú y
la Falange en Berlín mutaba del franquismo al vasquismo. RAMIRO VILLAPADIERNA Lugau/Bonn
a Ezkerra Einheit de la campo en Lugau, donde ha vivido Hergueta les aseguró que él mis-
El cabo Juan Palomo, de la División Azul, a su regreso de un campo de prisioneros de Rusia, en 1946
Imágenes de soldados soviéticos en las fechas anteriores a la caída de la capital Una muchacha soldado soviética. Muchos rostros femeninos, sonrientes, frescos
alemana. Estos días se recuerda la gesta en Rusia por todo lo alto y saludables componen la propaganda más amable del momento
Palomo, rebautizado
De tercer infarto anda a su vez
Juan Palomo en Bonn, un divisio-
nario de Zarautz pero nacido en
Ceuta: «De la primera expedición.
Entramos en Leningrado pero nos
echaron pronto», dice. Entre los
que echaron a Palomo y a los su-
yos figuraban, combatiendo con el
Ejército Rojo, también españoles
como el curtidísimo Ramón Morei-
ra, Luis Fernández Álvarez, Car-
men Marón Fernández, Celestino
Fernández-Miranda o Ermelina
Llana, luego condecorados.
Hubo miles de españoles más en
una guerra en que España no esta-
ba: de Dunquerque a la Resisten-
cia, escribe Secundino Serrano en
«La última gesta», porque la mayo-
ría combatió con los aliados excep-
tuando la División Azul. De ésta y
al margen de la primera expedi-
ción —tan estudiantil e ideologiza-
da— parece probado tanto el arro-
jo como la escasa seriedad de mu-
chos combatientes españoles. El
historiador Xavier Moreno ha cali-
ficado la División como «hija de
nuestra guerra» y muchos la vie-
ron continuación de la misma y
una oportunidad para devolver la
visita a los soviéticos. Iban, ve-
nían, «dormíamos en los nichos de
los cementerios por el frío», cuen-
ta en Bonn Palomo; cuando en
1942 conoció a su mujer en el Rin y
en un baile la dejó embarazada, es-
taba con un permiso de un mes,
«pero me quedé cuatro, eran las
fiestas. Creí que me sancionarían,
pero no». Una noche un cura rena-
no los «rebautizó y casó» a un tiem-
po, ya que no tenían partidas de
bautismo.
Palomo habla de su «aventura»
y sus «amigos: con el gitano éra-
mos siete», del robo en una pastele-
ría polaca y del tabaco que le sacó
a un guardia soviético a cambio de
un agua de colonia, «diciéndole
que era coñac español». A últimos
del 43, cuando iba a ser disuelta la
División, «en una trinchera hela-
da» lo apresaron. Estuvo en un
campo de trabajo y dice que un día
FOTOS: NOVOSTI
Un soldado ruso coloca la bandera soviética en el Reichstag. La acción se repitió para la foto en un «posado»
posterior al momento real a fin de que adquiriera la calidad dramática que exigía la propaganda soviética. (Pasa a la página siguiente)