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Anti-anti

Una aproximación a Exégesis de los lugares comunes

Por Hernán I. Menno

No piensen que vine a traer la paz a la


tierra; no vine a traer la paz, sino la
espada.
MATEO 10, 34

Dios ha muerto
FRIEDRICH NIETZSCHE

-¿Por qué le gusta llevar siempre la contraria?


-Yo nunca llevo la contraria.
ROBERTO BOLAÑO

-Algunos apuntes biográficos.


Léon Bloy nació en el Périgueux en 1846 . Hijo de burgueses, emigró a París de joven donde
desempeñó distintos trabajos, todos humildes. Se convirtió al catolicismo con veintiún años por su
amigo el también escritor Barvey d'Aurevilly, quien, a su vez, le instó a escribir y le ayudó a
ingresar en un periódico cristiano del que salió tras una pelea con el director. De Barvey legó,
también, la acidez en la escritura: la palabra como dardo. En París comenzó a codearse con la
intelligentzia (Verlaine, Hello, Villiers, Bourget o Huysmans entre otros). Se enamoró de una
prostituta que, en un exceso de catolicismo, tuvo demasiadas visiones y terminó loca. Más adelante
se casó con una mujer protestante a la que también convirtió al catolicismo. Vivió la mayor parte de
su vida al borde de la pobreza, teniendo incluso que pedir limosna (aunque lo hacía encima de un
caballo, según la leyenda) e intentó la vida ascética. Murió en 1917 después de haber dejado dos
novelas -Le Désespéré y La Femme pauvre-, dos libros de relatos -Sueur de sang e Histoires
désobligeantes-, numerosos ensayos de temas diversos (religión, política, sociedad...) y unos
diarios. Su obra es el reflejo de su vida: intensa, extrema, altiva y genial.

Exégesis de los lugares comunes

El libro se plantea como una exposición de diferentes lugares comunes o dichos que Bloy analiza.
Según la Real Academia Española de la Lengua exégesis es sinónimo de explicación e
interpretación. Bloy no pretende buscar los orígenes de estos lugares comunes, realmente ni siquiera
explicarlos, darles sentido. Lo que pretende es justamente lo contrario: mostrar el sinsentido de
todos ellos. Más que constructivo es destructivo. Sus armas principales son el humor, la mordacidad
y el uso de relatos, antífrasis o parábolas. Nosotros analizaremos la primera serie de 1903 que se
compone de 183 exégesis.
Antes de esto, un prólogo nos advierte de sus intenciones: callar al burgués. Aunque no solo lo
quiere callar, quiere ridiculizarlo. “De qué se trata, de hecho, sino de arrancar la lengua a los

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imbéciles, a los temibles y definitivos idiotas de este siglo [...]”. Para el autor, la clase dominante
solo maneja un lenguaje carente de significado y que se resume a una serie de tópicos que no hacen
sino perpetuar su insignificancia. A la hora de exponer esta crítica deja ver toda su inteligencia, el
brillo de una prosa que se acusó de barroca y una ironía tremenda que cae en el riesgo de resultar
excesiva, redundante y obsesiva.
El único desencanto de la obra, tal vez sea su principal característica. Como decía Borges:
“Desdichadamente para su suerte y venturosamente para el arte de la retórica, se hizo un
especialista de la injuria. Escribió que Inglaterra era la isla infame, que Italia se distingue por la
perfidia, que conoció al barón de Rothschild y tuvo que estrechar “lo que se ha convenido en llamar
su mano”, que el genio está severamente prohibido a todo prusiano, que Émile Zola era el cretino de
los Pirineos, que Francia era el pueblo elegido y que las demás naciones del orbe debían contentarse
con las migajas que caen de su plato. Deliberadamente inolvidables y trabajadas con esmero, borran
al profeta y al visionario que se llamó Léon Bloy”.

Léon Bloy vs. la sociedad.

La base del libro es el conflicto entre el autor y la sociedad. La posición de Bloy es radical,
minoritaria. Está en contra del modelo de sociedad en la que vive: es un ferviente católico, es pobre,
es anti demócrata, es chovinista, es anti burgués y, sin embargo, es un autor excelente que fascinó a
gente como Jünger o Borges. La figura de Bloy ha sido pintada frecuentemente como anacrónica,
ya que mientras a muchos autores se les ha considerado como adelantados a su época, él parecía
arrancado del siglo anterior. Rechaza el progreso, la Ilustración, cita constantemente los textos
sagrados y reniega constantemente del panorama cultural de su época.
En la época de la muerte de Dios, del triunfo de la burguesía, de la disipación de la fe, el auge de las
Luces, está claro que se modifica buena parte de la sociedad. En un gesto cargado de romanticismo,
Léon Bloy se eleva como un Quijote violento, como un detective que sabe que todo está perdido. A
este tema se puede responder con un fragmento de un poema de Bolaño que, aunque
contemporáneo, parece adaptarse a nuestro francés decimonónico.

"De lo perdido, de lo irremediablemente perdido, sólo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana


de mi escritura, líneas capaces de recogerme del pelo y levantarme cuando mi cuerpo ya no quiera
aguantar más"

Hay un tránsito entre la mística y la violenta realidad, unos tiempos cambiantes. Pero los ataques de
Bloy no son tan dispersos: en el centro de la diana están los burgueses. Después de la muerte de
Dios, la mayor parte de la sociedad burguesa sigue practicando una religión superficial e hipócrita,
una sociedad basada en falsas apariencias y que ha elevado al trono al dinero y que ha colocado
como nuevo dios al mismo burgués. Lo único que le interesa es su negocio y él mismo. El
desinterés por el prójimo, el egoísmo, la ignorancia, la arrogancia, la avaricia o la inmoralidad son
solo algunos de los vicios retratados en al obra.
A propósito de la ignorancia, en la exégesis LXXV ironiza sobre la cultura burguesa al referirse a
Molière, un autor al que los burgueses consideran como cumbre de la cultura francesa a pesar de
que, de hecho, no lo conozcan en absoluto. “Se adora a Molière como los atenienses adoraban al
Dios desconocido”. En la CLII titulada “Un libro de cabecera” se refiere también al analfabetismo
burgués y deja entrever su pasado socialista (pre-católico) al referirse a los obreros y los pocos

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libros que difícilmente leen. “ Los obreros leen más. Leen, por supuesto, lo que pueden, pero leen”.
También se nota el anti modernismo del que hablaba Antoine Compagnon cuando, con añoranza,
Bloy afirma que antes se tenía por libro de cabecera la Imitación de Cristo, sentencia bastante
discutible. En la CXXXVII, Yo no soy más tonto que cualquiera, también se refiere a este aspecto y
muestra -pocas veces lo hace- sus afinidades. “Dad a leer a vuestro médico, a vuestro dentista, a
vuestro empresario de pomas fúnebres, a vuestro tapicero, a vuestro notario, una magnífica frase
de Barvey d'Aurevilly, de Villiers de l'Isle Adam, un pensamiento ingenioso de Ernest Hello, una
animada estrofa de Paul Verlaine. ¿Qué responderán esos hombres? Sencillamente esto: no
entendemos qué quieren decir. No obstante, no somos más tontos que cualquiera. Y al instante, sin
que siquiera un ángel sepa decir por qué, Verlaine, Hello, Villiers y Barvey e incluso, si
queréis,Napoleón y todos los grandes personajes de la historia aparecerán a sus pies...”. En la CII,
Fomentar las bellas artes, se refiere al burgués que, una vez jubilado, decide hacerse con obras de
arte sin, obviamente, ningún tipo de criterio artístico y fomentando el negocio de vagos y timadores.
Como ejemplo del ataque de Bloy a los negocios y al dinero tenemos unas cuantas decenas de
ejemplos. En la exégesis X, No se puede vivir sin dinero, ataca la usura y argumenta que vivir sin
dinero es, para un burgués, como para un anacoreta vivir sin Dios. En la XI se refiere a la gente que
“se revienta trabajando en las fábricas o en negras catacumbas para aterciopelar los cuellos de las
vírgenes engendradas por capitalistas superfinos”. En la siguiente, la XII titulada “Los negocios son
los negocios” es, probablemente, donde más se escandalice y afirme que ésta es la frase que resume
el siglo. Los negocios son la perfección, algo que, naturalmente, no entenderían ni los místicos ni
los héroes ni los poetas. Esta actitud se extiende a otros varios fragmentos en los que se afirma que
hay que morir rico, que hay que ser práctico, que el tiempo es oro, que el dinero no da la felicidad...
Todas estas frases hechas resumen la deshumanización de la burguesía que proclama Bloy y por la
que los principales perjudicados son los pobres: estas son las principales víctimas y los héroes,
menospreciados y humillados constantemente para que el negociante no pierda su capital.
Otra característica común de Léon Bloy es su profundo anti modernismo. Si tenemos en cuenta su
particular visión del mundo, esta caracerística es bastante consecuente con su línea de pensamiento
ya que reniega totalmente de la democracia burguesa, añora a Napoleón, quiere retornar a unos
valores cristianos (que tal vez nunca existieran de forma generalizada en ninguna sociedad, la
sensación es que Bloy es un ser hecho para dar la contra). De esta forma nos explicamos su aversión
a la Ilustración, a los escritores burgueses y a gente como Voltaire en particular del que dice en la
exégesis CVI que es el orificio excrementicio de la burguesía. También en las CXXIII a la CXXVI
se despacha contra la naturaleza, la ciencia, la razón, el positivismo y el azar, y aquí salen
salpicados desde Kant, Malebranche o Pasteur hasta Zola, este último, la víctima favorita de los
ataques de nuestro escritor. El adjetivo más benévolo que le adjudicó fue el de imbécil. La
naturaleza se ha convertido en un “prodigio de gansadas y pedantería que la brevedad de la vida
no permite explicar”. Sobre la ciencia y Pasteur dice lo siguiente: “La putrefacción se lamentaba
de no tener su profeta. Entonces apareció Pasteur, nombre agradable y melibeo, y el Microbio, con
un retraso de sesenta siglos respecto a la creación […] La búsqueda del bichito sustituyó al
antiguo espíritu de las Cruzadas”. Sobre la razón (CXXV) su juicio resulta más sangrante cuando
dice que se la considera como el antónimo de Fe pero sugiere, a su vez, que estos acérrimos
racionalistas son unos imbéciles supersticiosos. Sobre el azar ironiza reconvirtiéndolo en un
trasunto de la Fortuna para acabar llamando “cerdos” a los burgueses.
Es curioso que no deja ni siquiera al clero al que acusa de expulsar de sus propiedades a los
desheredados de la tierra y a los pobres (exégesis XIII, La ley está de mi parte). En otra también
ridiculiza al clero secular parisino, acusándolo de impío e ignorante. Llevan una vida excesivamente
relajada y ridiculizan la liturgia con su moral débil y su ligereza.
Los novelistas realistas tampoco escaparon. Antes habíamos mencionado a Zola

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No es necesario -pero lo haremos- mencionarla crítica que realiza sobre la falta de fe. En la
exégesis XCI, Enterrarse en un monasterio, reflexiona sobre lo ajena que resulta la devoción
cristiana en la sociedad actual hasta el punto de resultar irrisoria. La conclusión que se extrae al
analizar la mayoría de sentencias es que el burgués es dios, es el origen y final de todo, el centro del
universo. Asimismo, en la CXV ironiza sobre el momento en el que pueda llegar un zapatero que
reajuste el evangelio al gusto del burgués. La blasfemia también la podríamos incluir en este
apartado en el que, cómo no, aparece Zola paciendo vacas y gritando “¡mi buen Dios!” o en “Dios
ya no hace milagros” donde, de una forma magistral, ante un caballero que afirma tal frase, Léon
Bloy responde: “Caballero, debe ser usted un poco distraído o bien un ingrato, ya que ha elegido
para decirme eso el moment en que precisamente le sucede algo inaudito, […] ha tenido usted el
placer de conocerme”. En la XC también observamos la ligereza con la que se emplean términos
religiosos como el de “Sufrir un calvario” o en el CLXI, “Hay un dios de los borrachos” donde
vuelve a mostrar otra vez la intención del burgués de “ensuciar todo lo posible la palabra del
Evangelio”.
Otro aspecto de la sociedad que solía sacar a la luz, también, era el de la hipocresía, las falsas
apariencias. Vemos en la exégesis XXII “Yo me lavo las manos como Pilatos” en la que demuestra
cómo no sólo vuelven otra vez a pasar por encima del evangelio sino que muestran una total
indeferencia hacia todo lo que no sean sus intereses privados. Más adelante, en la XXVII se habla
de cabalgar sobre los principios, uno de los deportes más practicados por los burgueses. “Género de
equitación exclusivo del burgués” dice Bloy. Sobre la verdad y la apariencia también escribe: en las
XXXIII y XXXVIII habla sobre cómo poco importa la verdad y lo que ofende, ya que lo único que
desean es la mentira, la verdad les ofende. También habla sobre la decencia, el honor y las
obligaciones ejempllificándolas en familias aparentemente perfectas o más bien, perfectas en su
fachada pero podridas en su interior. Estos valores tienen un significado únicamente aplicable de
cara a la fama. Así se relaciona con le tema de la verdad y el silencio: mientras la verdad esté
silenciada, los valores burgueses se preservarán, ya que la decencia consiste en “escapar de la
policía”.
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