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La palabra sofista (viene de “sophistés”, perito, experto, que tiene conocimientos) no tenía al
principio un sentido peyorativo; significaba lo que nosotros hoy día entendemos por profesor.
Un sofista era alguien que se ganaba la vida enseñando a los jóvenes lo que les sería útil para
la vida práctica. Como no existía una enseñanza del Estado, los sofistas enseñaron solamente
a los particulares que poseían medios o cuyos padres estaban bien situados. Esto les dio
cierto matiz de clase, además de las circunstancias políticas de la época. Teniendo en cuenta
el hecho de las continuas luchas por el poder en el seno del régimen democrático ateniense y
la reconocida hostilidad de los habitantes pobres hacia los ricos (se consideraba a los sofistas
como impíos e inmorales que habían derrocado las antiguas creencias y que, probablemente,
pensaban destruir la democracia), teniendo todo esto en cuenta se explica la popularidad de
que gozaron los sofistas por parte de la clase rica, a la que ayudaba a educar, y la hostilidad
por parte de los ciudadanos pobres. Pero en realidad, servían a fines menos personales, y es
evidente que muchos sofistas se interesaban auténticamente por la filosofía. Platón se dedicó
a caricaturizarlos y envilecerlos, pero no podemos enjuiciarlos por sus polémicas.
Hasta cierto punto, el odio que suscitaron los sofistas no sólo en la gente en general, sino en
Platón y en los filósofos posteriores, se debía a su mérito intelectual. La búsqueda de la
verdad, cuando es auténtica, debe ignorar las consideraciones morales. Los sofistas estaban
preparados para seguir un argumento a donde quiera les pudiese llevar, frecuentemente al
escepticismo. Uno de ellos, Gorgias, sostuvo que nada existía, que si algo existiese es
incognoscible. Y aun garantizando que existe y que pudiera ser conocido por alguien, nunca
podría comunicarlo a los demás. No sabemos cuáles fueron sus argumentos, pero debieron
ser muy consistentes dado que obligaba a sus adversarios a refugiarse en lo edificante. El
mismo Platón siempre “busca” un fin virtuoso en sus investigaciones, pero sus búsquedas
éticas siempre parten de la suposición de que ya conoce las conclusiones a las que debe
llegar. Todos los que lo han seguido han actuado de forma parecida.
Según estos pensadores, son las leyes pactadas las que han de asegurar la protección de los
ciudadanos y garantizar la igualdad de derechos entre los hombres, haciendo imposible el
advenimiento de las tiranías.
Gorgias.
Otros sofistas, como Trasímaco o Calicles, sostuvieron doctrinas inmorales para sus
contemporáneos, en este caso en el terreno político. Así, que no hay justicia, sino el dominio
del más fuerte, y que las leyes se hacen por los Gobiernos para su propia ventaja
(Trasímaco). Como se ve ideas muy alejadas de las del virtuoso Platón. Veamos.
Hipias, contemporáneo de Sócrates, hizo una defensa altruista de la physis, frente al
nómos, que dio origen a la idea de la unidad de la especie humana: por naturaleza somos
iguales. Son los nómoi, las convenciones sociales, los causantes de las distinciones por raza,
riqueza, nacimiento o status social. Las leyes positivas causan desigualdad entre los hombres.
Las leyes son convenciones hechas por los hombres para otorgar lo que debe hacerse y lo que
no. Al ser su origen un contrato social, no pueden pretender su universalidad, pudiendo ser
continuamente modificadas.
Antifonte (411 a. C. - 480 a. C.), respecto al problema de la relación entre nomos y physis
propio de la sofística, defendió la physis frente al nomos. La ley es un acuerdo
antinatural, artificial, que es respetado únicamente cuando tenemos miedo a las
consecuencias de su violación. Las leyes no se fundan en la naturaleza, son convenciones
sujetas al cambio continuo. Hay cosa buenas por naturaleza y cosas buenas por nomos.
Los seres humanos debemos seguir los preceptos de la naturaleza antes que los de las
leyes.
Trasímaco 450 a. C.-399 a. C.) mantuvo una postura realista que afirmaba que la justicia es
el interés del más fuerte. Las leyes son dictaminadas por los que ejercen el poder con vistas a
su propio beneficio o conveniencia. La justicia es aquello que beneficia, interesa y conviene al
gobierno establecido, y, por lo tanto, beneficia al más fuerte. Los Estados justifican sus
abusos de poder a través de las leyes, de tal manera que en nombre de la justicia se termina
justificando dicho abuso.
A este sofista no le interesa lo que debería ser la justicia sino lo que realmente es. En este
sentido, su desenmascaramiento de la hipocresía hace patente la pérdida de sentido de un
ideal de justicia que vaya más allá de los egoísmos e intereses particulares y mezquinos. Por
lo tanto, lo que denuncia este sofista es que, debajo de todo el tejemaneje del poder nos
encontramos siempre con el dominio del fuerte sobre el débil.