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Pájaro Carpintero
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EL PERSONAJE
Primera Parte
-Don Elio, ¿me arregla las patas de esta mesa?
-Sí, señor
-Don Elio, necesito que me haga una gruesa de
flores de sotol para le novenario del señor San Juanito.
-Si señor, haber si no le quedo mal, porque ya
faltan cuarenta y cinco días y mire: tengo que dejar
listos estos arados de Don José; lo malo que ya me pagó
las composturas y no puedo fallarle. Usted sabe, El todo
el año me trae trabajitos. -Ya veremos, ya veremos lo de
sus flores.
-Don Elio, dice mi mamá Pachita que por favor le
traiga hoy mismo cinco docenas de nopalitos chaveños
de allá del cerro verde.
-Si, niña, en la tarde tiene su encargo.
-Don Elio, quiero que le vaya a poner unas trabas a
la puerta que me arregló el año pasado.
-Don Elio, dice mi papá que haga la cruz para
Doña Ramona porque mañana la sepultan al medio día.
- ¡Buenas le de Dios!
- A sus órdenes.
- Dígame, señor,
-Ya, ya Elio, basta de tanto saludo y, gracias por
tus deseos. Mira, vengo, porque quiero que vayas al
Rancho del Ahuizote. allá con el señor Chéstor Valdez.
Me va a mandar cuarenta y siete cochinos gordos, y
tu los vas a trair por el Camino Real para que no se te
joguién. Mira, Elio, mucho cuidado, quiero aquí los
cuarenta y siete bien enteritos, eh?
-Te voy a pagar un tostón por puerco; así que aquí
tienes veintitrés pesos y cincuenta centavos toma
hombre, ¡Agárralos!
- Oiga Don Antagónico; estaría bien, pero,… mire;
corretear su liebre me va a llevar cuando menos tres
días y... pos, yo tengo muchos quehaceres pendientes,
tengo muchos encargos… ¿Cómo le haremos señor?
-Mira, Elio, ¡Arréglatelas! Tu ve como le haces; yo
quiero mis cochinos aquí el sábado de gloria. Solo te
puedo dar uno cincuenta más y que sean veinticinco
pesos.
Y sin añadir palabra, jala la rienda de su garañón
que sale al trote por la calle de abajo.
“PRIMERA HISTORIA”
Capitulo Segundo
¡Ah!, Allí esta la respuesta: una silueta masculina
recargada en el lienzo observa el enorme acantilado
como haciéndose mil preguntas, sin poder contestar
ninguna. Se escuchan los pasos arrastrados entre las
piedras y la tierra suelta del camino. Él hombre
recargado, voltea bruscamente y clava su mirada en el
personaje que lentamente se va acercando. Él tiene
muchos años viendo pasar gentes por aquel camino; les
conoce a todos; de día o de noche, él sabe quien va o
viene de Tepetongo para los ranchos que están por el
rumbo de la sierra. Su rostro, aunque no se puede ver,
dibuja una leve sonrisa y mueve la cabeza para uno y
otro lado como diciéndose: ¡Ah que buen hombre!
-¿Qué negocio le traerá por estos caminos a las
diez de la noche?
-¡Don Elio! Gusto en verlo, señor
“PRIMER VIAJE”
Capitulo Cuarto
Entre nubes y borrascas de bruma, Don Elio va
trepando por enormes peñascos y acantilados que
habitan allá por el pilarillo. Cada año le encomiendan a
este señor cortar las hojas maduras del sotol, para tejer
las flores y adornos que lucirán en el altar y la iglesia;
también largos pasacalles para el Atrio, las torres del
templo y las calles que lo circundan.
Va como gato montés aferrándose a las piedras y a
los matorrales. Allí abundan las plantas del sotol, pues
solamente cada año por estas fechas Don Elio las
cosecha para su artístico trabajo de ornamentación. En
esos años, nada más Él conoce ese oficio; sus hijos le
ayudan a desespinar las orillas verdes y correosas de
las hojas, cuyo nacimiento es una penca blanca y
redonda. Entretejiendo estas penquitas y tejiendo las
hojas, Don Elio hace verdaderas obras de arte, que
luego lucirán por más de 15 días en ese pueblo de San
Juan y sus fiestas patronales…
Cortaba Don Elio las ultimas piñas de sotol,
cuando sintió en su pie izquierdo un dolor agudo y tan
“LA HERENCIA”
Capitulo Quinto
Alza su mirada de frente como para medir
distancias; a menos de ochocientos metros se dejan ver,
saliendo de la penumbra madrugadora, las enormes
fincas de La Cuadrilla, patrimonio histórico de alguna
de las Ex haciendas que florecieron en el siglo XIX aquí
en Tepetongo. Ahora, esas fantásticas casonas
pertenecen a Don Juan Muro, a Pancho Gutiérrez y Don
Carlos Gutiérrez son las únicas familias que habitan la
comunidad.
El camino que va a tomar Don Elio no es el que
todo mundo usa; El dará vuelta a la derecha,
justamente en la esquina de la casa de Don Juan Muro
y agarrará el Camino Real o Callejón Ancho que va a
dar al Marecito, La Lechuguilla y ahí se va hasta llegar
a Jerez.
En el campo y en los Ranchos de toda la comarca
todavía se conservan las costumbres de los
antepasados: madrugar todos los días y hacer las
labores diarias a buena hora porque “Al que madruga,
Dios le ayuda”, decían ellos.
Por esa razón, a estas horas, cinco de la mañana,
ya se escuchan voces y retozar de animales en algunos
“EL POETA”
Capitulo Sexto
-Y como si sus pasos fueran al compás de sus
pensamientos, ya cuando cobró conciencia de su
recorrido, estaba encumbrando la Cuesta de Jesús
Durán. Se veían humear los primeros chimales de las
Casas que estaban en la Loma del Rancho del Marecito.
Echó un suspiro largo y profundo; disipó sus añoranzas
y quiso buscar un mezquite para hacer campamento y
calentar su almuerzo. Hizo otro alto en su camino;
descargó sus aperos y comenzó a buscar leña para
poner una lumbrita. Sus pasos, al buscarla, lo llevan
hasta unas peñas desde donde se divisa todo el
panorama del Marecito; y sin más, Elio se trepa a la
más alta y empieza a recorrer cada una de las
“SEGUNDO VIAJE”
Capitulo Septimo
El sol ha alcanzado un cuarto de su diario
recorrido; las tierras se van calentando y grises
remolinos se forman en los desiertos barbechos,
simulando demonios que danzan y se burlan de quienes
les toca convivir con ellos. A Don Elio le toca uno que
terco le acompaña por segundos arrebatándole su
ancho sombrero, llevándoselo como si fuera una rueda
de carretilla hasta que lo aplasta contra las piedras de
la cerca. Molesto por la jugarreta del remolino Don Elio
trota con los pelos de su cabeza enredados como nido
de zopilotes y maldiciendo se agacha para recoger su
gorra:
-¡Infeliz Demonio!
-¿Por qué te quieres llevar mi gorra?
“EL REGRESO”
Capitulo Octavo
-Nuevamente la azarosa vida de Elio el carpintero
cobraba conciencia al comenzar a sentir una fuerte
punzada en su cabeza. Lleva su mano a la sien de
donde provenía el dolor; siente en sus dedos una costra
dura y rasposa que cubre su frente y su mejilla.
¿Qué me pasó, Dios mío? ¿Qué es esto? Y su ágil
pensamiento retrocedió hasta encontrar respuestas en
un torbellino de confusiones y ansiedades por recordar.
¡Ah! Ya sé. El demonio me atacó en forma de
remolino. Si, recuerdo que me arrebató mi sombrero
luego me dio con su lanza candente aquí en la sien.
¿Cuánto tiempo perdí la conciencia? ¿Qué horas serán?
Ya mero llego con Don Chéstor para que me entregue
los puercos que le debo llevar a Don Antagónico pero,
Dios mío ¡Como me pones pruebas a diario! Mi fe, todos
los días es más grande a tu gran Omnipotencia;
abajo casi a las orillas del río que nace en esa sierra,
está la capilla del lugar; es diferente a todas las
construcciones del Rancho. La capilla está pintada de
blanco y está orientada de poniente a oriente; al frente
le hicieron un par de gárgolas con ladrillos y luego unos
palos de cedro rojo sostienen dos campanas de cobre.
Hay viviendas a los costados y al frente de la capilla,
pero la mayor parte de las casas están diseminadas en
todas las laderas que circundan al río. Angostas veredas
y callejones marcan las entradas a las casas que están
rodeadas por altos cercos de piedras bolas que los
hombres fueron recogiendo del río y pegándolas con
barro negro. Así es el rancho de El Ahuizote, allá donde
las mujeres hacen los quesos frescos más sabrosos de
toda la región, y las panelas más vendidas. Don Chéstor
es uno de los que más quesos fabrican con su mujer y
sus hijas.
-Al añorar los quesos de Don Chéstor, Elio sintió
un vacío en la boca de su estómago. Hacía casi
veinticuatro horas que no probaba alimento fresco,
calientito, acabado de cocinar, pues. Ese fue el acicate
que lo llevó a imprimirle más fuerza a su caminar. Tenía
hambre; pero no podía sentarse otra vez a prender
“AL FINAL”
Capitulo Nono
Allá van otra vez Elio y sus cochinos; el primero,
con su vara larga, caminando de un lado para otro; al
frente, o en medio, siempre cuidando que ninguno de
los segundos se aparte del montón. A lo mejor dos
horas de caminar y llegará a la Cuesta para descansar.
Todo es monotonía en esos rumbos; el sol comienza
a calentar fuerte y con ello el canto de las chicharras se
va multiplicando a lo largo del camino. Llaneras y
lagartijos de asoman entre las piedras calientes y
permanecen atentos al paso de los cochinos que dejan
tras de si una gigantesca nube de polvo gris que vuela
por encima de los mezquites y los sauces que al mover
sus ramas hacen que se aleje de ellos y no les cubra sus
tiernos retoños.
EPILOGO
Es la madrugada del Jueves Santo; las campanas
de la Iglesia doblan con melancólicos tañidos. Llaman a
duelo; alguien en Tepetongo ha muerto.
Los vecinos del pueblo se apretujan en la puerta de
la casa de Don Elio, dejando escapar a medias voces y
con miradas de azoro compungido, diversos
comentarios del suceso.
Allá adentro, gritos desgarradores y llantos de
dolor.
Niños que asustados corren y gritan desesperados
-¡Papá¡ ¡apá! ¡amá!
-Cállese, mijo, su papá está en el cielo. Su apá no
lo oye.
-Pos dicen que Don Antagónico le encomendó ayer
traerle unos cochinos gordos del Ahuizote.