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Revista Domingo

Los nuevos trillos

Siempre hubo flores frescas en la tumba de mi bisabuelo. No


importa el día ni la hora, en cada visita al cementerio, me
sorprendía la cantidad y la lozanía de las flores dedicadas por un
amor a su recuerdo. Grande debía ser el amor y tenaz la El mundo ha cambiado
aceleradamente, al igual que el
ausencia, para que décadas después de fallecido, el recuerdo
país y la propia metrópolis
materializado en flores constituyera la ocupación cotidiana de su estadounidense, pero nosotros
amada. Pasados los años y ya anciana la benefactora, las flores seguimos debatiendo tres
pasaron a ser de plástico, más mustias y decoloradas, pero fórmulas congeladas en el
revestidas del mismo empeño y voluntad. tiempo, irreales, anacrónicas e
inoportunas.
Ante el incesante debate del status puertorriqueño, no puedo
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evitar evocar el sepulcro de don Rafa. Mucho ruido, mucha
Maestra de
retórica, mucha emotividad, pero poca sustancia. Una veneración
comunidades
cotidiana a la remembranza de tres fórmulas de status fallecidas
¿Qué hay?
hace mucho tiempo. Nuestro santuario nacional a la estadidad
JAZZ
asimilista, a la independencia retórica y al ELA expirado deriva
Pelota
toda una procesión de intensas devociones. Pero en el fondo, no
La conservación
es más que adornos frescos en una tumba arruinada y venida a
de nuestras
menos.
tierras
A medio siglo de la última y única asamblea constituyente, el país
aún maneja las mismas recetas de status que discutieron
nuestros abuelos. El mundo ha cambiado aceleradamente, al igual que el país y la propia metrópolis
estadounidense, pero nosotros seguimos debatiendo tres fórmulas congeladas en el tiempo. Irreales,
anacrónicas e inoportunas, persisten como la evocación perenne de la amada, tal y como eran cuando
aún estaban vigentes.

Un mundo globalizado y una juventud crecientemente americanizada no resisten el ya vetusto


discurso de la gallarda independencia retórica. Siempre exalta el idealismo, siempre enardece los
fueros, pero la instrumentación de la bravía independencia de Matienzo Cintrón, de De Diego, de
Albizu o de Concepción de Gracia ya no es viable en nuestro siglo XXI. Ni hablar de la independencia
socialista de los sesenta y setenta, ante el desgaste del discurso de los que la añoran en negación a
la realidad inefable e irreversible de la historia, y la incorporación de sus números a la economía de
mercado, a riesgo del total aislamiento. Ha pasado un siglo y ya una quinta parte de la historia de
Puerto Rico ha transcurrido como parte de Estados Unidos. La influencia estadounidense es palpable
e inseparable de nuestros hijos, que crecieron y socializaron en la espiral de su cultura de medios de
comunicación.

El desarrollo y la afirmación de las poblaciones hispanas en Estados Unidos hace de la estadidad


asimilista una traición trapera a sus mejores intereses. El sueño americano ha cambiado y ser hispano
en Estados Unidos ya no implica subordinar la cultura, el idioma y la identidad. ¡Qué patético
espectáculo hacen nuestros estadistas absorbidos ante sus congéneres hispanos que luchan
cotidianamente por la afirmación de lo hispano y por sus espacios políticos correspondientes! El
servilismo que proyectan en Washington, aparte de ser sospechoso, es agriamente rechazado y
abominado por los colectivos hispanos en las principales ciudades estadounidenses. Ante el desfase
de unos que en la Isla lo quieren entregar todo, y otros que en el continente quieren afirmarlo todo, no
hay terreno común para coaliciones. Y sin coalición, no habrá avance posible en los foros políticos de
la metrópoli. Es que en la solidaridad dinámica de los sectores emergentes hispanos en Estados
Unidos está la verdadera potencia política para la autodeterminación de nuestro país.

El mito del pacto y de la bilateralidad concertada entre Puerto Rico y Estados Unidos bajo el ELA
murió terminantemente con la guerra fría. Son otros tiempos y ante la prepotencia internacionalista de
Bush, es absurdo imaginar a un imperio avasallador y atropellante negociar de iguales con una isla
caribeña. Los supuestos políticos que hicieron posible el Estado Libre Asociado han expirado, y
Puerto Rico no es estado, ni libre, ni asociado. Es una ficción operativa que sobrevive más por default
que por mérito, ante la ausencia de algo que lo sustituya. Es el statu quo, y como tal, no enciende
pasiones en los jóvenes, con precarias lealtades más de tradición y reacción, que de convicción. A los
jóvenes, el ELA resulta tan anacrónico como la insignia de un hombre con una pava. Una vieja muralla
esperando el embiste externo final que la acabe de hacer sucumbir. Sin futuro, sin proyecto, sin
horizonte.

El país necesita nuevas fórmulas para replantear su futuro. Sin ellas, seguiremos como el proverbial
pueblo judío, girando en el desierto, sin hallar la tierra prometida. Es tiempo de romper viejos moldes,
de desdeñar convenciones anacrónicas, de poner las opciones en la mesa, y reconfigurarlas con
valentía y con conciencia de lo que sucede en el resto del mundo.

La única estadidad posible es la estadidad radical. Una que en vez de propulsar la incorporación
sumisa y asimilada de Puerto Rico a Estados Unidos, proponga osadamente la creación del primer
estado hispano en una nación estadounidense crecientemente hispanizada. Un estado puertorriqueño,
hispanoparlante, de identidad y cultura propia, afín a la prédica de diversidad estadounidense, que sea
el orgullo y la emblemática afirmación de la creciente conciencia hispana en el continente. Un estado
que elija a ocho congresistas puertorriqueños que multipliquen la influencia y el alcance del
crecientemente prominente caucus hispano, y que le brinde a la nación hispana estadounidense sus
dos primeros senadores.

Un estado que defienda valerosamente el derecho y la potestad de ser puertorriqueño aun dentro de
Estados Unidos, y que asuma con dignidad las causas democráticas más pluralistas. Seguramente, la
afirmación del deseo de Puerto Rico de ser un estado radical puertorriqueño dentro de Estados
Unidos generará grandes oposiciones y resistencias entre aquellos que asumen la americanización
defensiva de Estados Unidos, pero también generará múltiples apoyos solidarios entre todos los
grupos llamados minoritarios, en los compañeros hispanos del continente, y entre amplios sectores de
la opinión pública mundial. ¿Podrá negarse a estas alturas a Puerto Rico el derecho de ser hispano
dentro una nación que en varios lustros será predominantemente hispana y afroamericana? Sería una
gran contradicción a la esencial noción de una nación que incorporó como suyas las expresiones
culturales de las etnias y nacionalidades que se fundieron en su territorio.

Por otra parte, la única soberanía posible es también una radical. Una afirmación de la nación
puertorriqueña en vínculo con el Caribe y con los millones de hermanos puertorriqueños e hispanos en
el continente. Una nueva fórmula de alianza sin ambigüedades, con derechos y responsabilidades
compartidas en términos equitativos. Sin jaiberías, sin limbos, sin dame sin dar, sin oportunismos. Con
mecanismos implícitos para incubar la soberanía plena como meta compartida de la nación
puertorriqueña y la metrópolis estadounidense. La plataforma para privarnos de las cargas y los
privilegios del ELA, y abrirnos a los beneficios y responsabilidades de la interacción infinita y sin
cortapisas con el Caribe, el hemisferio y el mundo. Cesar la prédica de la soberanía de resistencia y
advenir a una soberanía en acción y afirmación. Las oposiciones son también previsibles, pero
pueden ser neutralizadas con las solidaridades hispanas, estadounidenses y mundiales implícitas en
el deseo soberano de una nación madura con pleno, innegable e inalienable derecho internacional a la
autodeterminación.

Éstos son los nuevos trillos del status puertorriqueño. Es alejarnos de los viejos caminos que no van a
ningún sitio, porque no tienen a dónde llevarnos, y abrir una nueva senda en línea recta a nuestro
destino. Es terminar con la ceguera voluntaria y captar las posibilidades en toda su amplitud. Es dejar
de tirar piedras a la luna, de cantar boleros al mar, y no colocar más ofrendas en la tumba de las
extintas opciones de status. Es que no hay flores suficientes para resucitar a los difuntos. Y en el
proceso, nos arriesgamos a marchitar a nuestras nuevas generaciones en el marasmo de la inacción y
el inmovilismo.

Y al cabo, ambos trillos son paralelos y tienen amplias plataformas compartidas. El fracaso de uno nos
llevará inexorablemente al otro. Sólo el rechazo de una oferta de estadidad radical nos puede llevar a
negociar una verdadera soberanía plena. Y sólo el rechazo de una soberanía radical nos puede llevar
a negociar una estadidad con verdadera identidad puertorriqueña. RD

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