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Nacionalismo e Islamismo en el mundo árabe contemporáneo*

PEDRO MARTÍNEZ MONTÁVEZ.


Catedrático del Departamento de Estudios Árabes e Islámicos y Estudios orientales de la
Universidad Autónoma de Madrid. Licenciado en Historia y en Filología Semítica. Director del
Centro Cultural Hispánico de El Cairo y profesor en la facultad de Lengua de la Universidad de
El Cairo, Ayn Shams (1957-1962). 13 Rector de la Universidad Autónoma de Madrid (1978-
1982).

Arabismo e islamismo** constituyen seguramente las dos propuestas ideológicas


básicas, y además autóctonas, presentes y actuantes en el mundo árabe durante los
siglos XIX y XX, con diferentes grados de antigüedad, duración e intensidad. Como
resulta natural, ambas son tanto construcciones teóricas como aplicaciones políticas,
más o menos relacionadas y coherentes.

Desde Occidente se ha solido prestar atención, cuando ha interesado hacerlo,


a algunas aplicaciones políticas concretas derivadas de dichas opciones ideológicas.
Toda la elaboración teórica y conceptual que constituye su argumentación y
fundamento ha interesado bastante menos, y cuando ha sido objeto de consideración,
han predominado en las exposiciones y valoraciones el desdén, el prejuicio y hasta el
escaso conocimiento directo y fiable del material textual.

El arabismo –que podría denominarse también arabidad, término que traduciría


seguramente de forma más ajustada el árabe uruba– constituía el elemento
fundamental y esencial de la identidad árabe. El islamismo, o islamidad, lo sería de la
identidad islámica, el arabismo, en consecuencia, se manifiesta como un
supernacionalismo, como un nacionalismo global que aglutinaría a todos los árabes,
por encima de sus posibles nacionalismos locales menores. Al tener el Islam una
vocación universal, el islamismo aparece también como una peculiar opción
internacionalista, al menos potencialmente. En cualquier caso, lo que parece claro
desde un principio es que el arabismo, el nacionalismo árabe, se mueve en un amplio
terreno medio entre dos extremos: el nacionalismo local, cualquier nacionalismo local,
de un lado, y el islamismo, desde otro. En consecuencia, y por esa su inevitable
situación a horcajadas, estará obligado a buscar y establecer tramas de relación
diversas y complicadas con cada una de esas opciones extremas.

El complejo entramado de relaciones que se produce entre estas tres opciones


constituye una de las claves y características principales en el desarrollo del mundo
árabe. Las cuestiones y problemas que se derivan son múltiples y diversos. Todo ello
queda bien reflejado en los tres fragmentos que a continuación incluimos. El de la
islamóloga italiana Bianca María Scarcia-Amoretti se sitúa en un marco general y más
vasto:

"Si se quisiera caracterizar del modo más sintético posible el nudo político
dentro del cual se debate todo el mundo musulmán, desde Marruecos a Pakistán, se
podría decir que está representado por la cuestión nacional, dondequiera aún por

*
Revista Hermes, Fundación Sabino Arana Kultur Elkargoa, nº: 4, febrero 2002, pp. 2-10.
http://www.sabinoarana.org/es/hermes-pdf/hermes4.pdf

**
Islamismo: Se emplea este término como paralelo lingüístico a arabismo y nacionalismo. Por
consiguiente, no se corresponde en esta acepción con la que tiene en la actualidad: cualquier
movimiento extremista y que hace una lectura rígida y radicalmente integrista de la doctrina
islámica.

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resolver, aunque sea en formas y niveles diversos. Pero, ¿qué puede entenderse, en
el ámbito islámico, por "cuestión nacional"? La respuesta no es simple y se articula de
manera diversa, según la específica vivencia histórica experimentada por los distintos
países y según las áreas en las que tradicionalmente se divide el mundo islámico:
Magreb, Maxreq, área turco-iránica e indopakistaní".

El texto del politólogo estadounidense Morroe Berger se centra en el espacio


propiamente árabe:

"Si bien el nacionalismo árabe y la lealtad islámica se alimentan


recíprocamente en el plano ideológico, sus intereses específicamente políticos han
enarbolado dos banderas diferentes: la del panarabismo y la del panislamismo. Ambos
son reacciones contra la dominación occidental, así como contra su despliegue
científico, económico y cultural en las últimas centurias, pero uno y otro miran de modo
distinto al pasado y tienen una visión diferente del futuro. El panarabismo es sobre
todo un movimiento político de los pueblos de habla árabe enderezado a desterrar la
influencia extranjera y alcanzar cierto grado de unidad entre los Estados árabes, sobre
una base secular. El panislamismo es una reafirmación categórica de la unidad política
de todos los musulmanes [...]. Políticamente, apunta a detener la marea de
secularización dentro de cada país musulmán y a promover la unidad entre todos ellos
a fin de restablecer una única comunidad de musulmanes".

Lo esencial de la relación lo sintetiza admirablemente el pensador y político


egipcio Ismat Saifeddaula en estas pocas líneas: "En el mundo árabe hay dos taifas, a
la vez divergentes y coincidentes. Una de ellas antepone el arabismo al Islam,
mientras la otra antepone el Islam al arabismo. En eso están en desacuerdo. Pero
ambas desconocen tanto el arabismo como el Islam. En esto concuerdan".

Queda así suficientemente resumido y trazado, en mi opinión, el marco general


de aproximaciones y distanciamientos, de encuentros y desencuentros, de
convergencias y divergencias, el amplio marco dialéctico total en el que "la opción
islámica" y la "opción nacional" van actuando en el contexto del mundo árabe
contemporáneo.

Colonización y descolonización

Este mundo es fundamentalmente, en su configuración y en su comportamiento, el


resultado de un complejo proceso histórico desarrollado a lo largo de dos grandes
períodos trabados y sucesivos: la colonización y la descolonización. Se trata de un
hecho que lo marca y determina de forma indeleble, visible y apreciable todavía en
numerosos aspectos, aunque tratemos ya de minimizarlo con frecuencia, de rebajarlo
en importancia e influencia, y hasta en no pocas ocasiones inexplicablemente,
actuando desde la conciencia o desde la inconsciencia, de marginarlo u olvidarlo.
Obviamente, ese proceso en dos fases no se produjo en los diversos territorios árabes
de forma absolutamente igual y sincrónica; en cada uno de ellos siguió trayectorias en
buena parte particulares y diferenciadas, tanto en la primera fase: la de colonización,
como en la segunda: la de descolonización. Estas evidentes diferencias de ritmo y
contenido en cada caso no niegan, en modo alguno, que todos ellos se inscriban en un
mismo proceso global. La historia de los últimos doscientos años en el mundo árabe,
en líneas generales y predominantes, es la manifestación coherente de esta realidad.

El mundo árabe se sitúa en un espacio afro-asiático que es un espacio


agredido por otro agresor: el espacio europeo occidental. Este es un hecho irrebatible
y absolutamente comprobable, al margen de que en épocas históricas anteriores la
cuestión se planteara de otra manera. No se trata de entrar aquí en una polémica

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prácticamente interminable de represalias, acusaciones y reivindicaciones recíprocas,
que no conduciría a nada, sino sencillamente de recordar y dejar claramente
establecida una larga realidad histórica contemporánea casi oculta, escamoteada u
olvidada ya, lamentablemente. Conviene asimismo advertir que la parte agresora se
ampliará en una fase posterior, y poco antes del final de primera mitad del siglo XX en
concreto, con la incorporación de un nuevo elemento que irá adquiriendo de forma
inmediata un protagonismo cada vez más decisivo, predominante, y finalmente casi
unilateral: el "americano".

Desposeídos de soberanía nacional y en la circunstancia irrenunciable de


luchar por obtenerla, los países árabes "no podían seguir viviendo en un sistema
estable y autosuficiente de cultura heredada; necesitaban ahora generar la energía
para sobrevivir en un mundo dominado por los otros", recordando aquí lo que Albert
Hourani afirma refiriéndose a los Estados y sociedades musulmanes en general. Para
este mismo historiador, hacia 1939 concluye "La edad de los imperios europeos" y
comienza "la edad de las naciones-estados". En cuarenta años poco más o menos,
entre la década de los años treinta y la de los años setenta del siglo XX, queda
constituido el mapa político del mundo árabe actual con sus Estados independientes.
Bastantes de ellos, sin embargo, son antiquísimos como "países", como realidades
sociales, culturales, antropológicas propias; algunos, de los más antiguos e influyentes
en la existencia toda de la Humanidad. ¿Resultaría exagerado, rematadamente cursi,
pueril, definirlos como "cuerpos jóvenes en almas viejas"? El colmo de la paradoja, del
absurdo, es el que no pudo constituirse, sin embargo, pudiendo también haber sido
así: Palestina, y sí su excluyente: Israel. Tanto ese aborto cuanto ese nacimiento
resultan antinaturales y forzados. El error cometido entonces tendrá consecuencias
funestas y no se sabrá repararlo, hasta ahora mismo, o no se tendrá, por parte de la
llamada comunidad internacional, la voluntad política suficiente para hacerlo así.

Cabe reconocer con suficiente fundamento y objetividad que la fase


independentista, de recuperación de las diversas soberanías nacionales, fue
formalmente un éxito casi total, logró cumplir con sus objetivos, aunque no siguiera en
todos los casos las mismas trayectorias y, junto a bastantes aspectos comunes y
compartidos, hubiera también otros diferenciados y hasta opuestos a veces. El
satisfactorio resultado final puede provocar el legítimo y explicable entusiasmo. Los
problemas mayores vendrían, sin embargo, inmediatamente después, como lo deja
bien claro la rápida evocación que de ello hizo el pensador marroquí Muhámmad Abed
Al-Yabri, alertando además hacia el futuro inmediato:

"Las cuestiones que hoy se nos plantean –y que seguirán siendo posiblemente las
mismas que se nos plantearán mañana– son, con toda certeza, mayores y más graves
que las que se nos planteaban ayer. Porque ayer nos enfrentábamos a un
colonialismo directo y era posible, por consiguiente, resistirlo, echarlo fuera de una y
otra manera. La resistencia al colonialismo se producía en el contexto de un
movimiento de liberación mundial, en conexión con la corriente socialista
anticolonialista y rival del capitalismo. De otra parte, la discrepancia era limitadísima.
No había partido alguno, por ejemplo, que pidiera que el colonialismo permaneciera.
Más aún, cuando algunos Estados árabes recuperaron su independencia, los
problemas eran bastante más fáciles de resolver, menor el número de habitantes. Esta
situación general la contempla tanto en Egipto como en Siria o en Marruecos".

Nacionalismo unitario, nacionalismos locales e islamismo.

El panorama político árabe contemporáneo puede resumirse y distribuirse,


esencialmente, sin menoscabo importante de la realidad, en las cuatro tendencias u
opciones principales siguientes: arabismo, islamismo, marxismo y liberalismo. No es

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cuestión de entrar aquí en la particularización de cada una de ellas, ni en las
complejas y diferenciadas relaciones que establecen entre sí, ni en su jerarquización o
valoración. Me interesa precisar solamente que dos de estas cuatro tendencias son
esencialmente autóctonas, propias de la realidad árabe, en ella se originan y están
arraigadas. Es indiscutible que cuentan con numerosas y fundamentales zonas
comunes o compartidas, aunque también tenga cada una de ellas sus zonas
diferenciadas y particulares. Se trata, obviamente, del arabismo y del islamismo. Las
otras dos: marxismo y liberalismo, son claramente de procedencia foránea,
importadas, aunque ello no merme en absoluto su posible importancia, extensión e
influencia. Las dos primeras pertenecen plenamente a la que podemos considerar
cultura política histórica del mundo árabe islámico; las otras dos se introducen en él.
En principio, por consiguiente, las dos primeras pueden ser con seguridad más
fácilmente reconocibles y asumidas.

La configuración en diversos Estados independizados, y de entidad nacional


diferenciada por múltiples razones –históricas, sociales, culturales, económicas, hasta
de población–, irá propiciando las diversas opciones nacionalistas locales. Al margen
de que cada uno de esos nacionalismos locales cuente con variables ingredientes de
arabismo, o los vaya elaborando e incorporando a su manera, lo cierto es que su
implantación predominante y ascendente no favorece a la opción nacionalista unitaria
–lo que acertada y significativamente puede llamarse nacionalismo árabe,
panarabismo– y va en detrimento de ella.

A principios de los años setenta escribía el pensador tunecino Hichem Djaït:

"El problema capital que tendría que resolver el pensamiento político árabe
actuales, indudablemente, el de encontrar una conciliación entre el hecho nacional
restringido y la vocación unitaria. En el caso contrario, y ante la posibilidad de una
prolongación indefinida de la situación actual; entraremos fatalmente en una era de
regresión y de mediocridad, donde los elementos dirigentes podrían blandir la idea de
unidad árabe como un fantasma cuya función sería la de alimentar un sueño útil pero
imposible". Unos años después, el ya citado al-Yabri se expresaba de forma parecida,
aunque haya quizá en sus juicios una inclinación algo más favorable hacia la posible
opción unitaria: "El Estado local es una realidad árabe en el tiempo presente, fuera de
la cual no cabe pensar ni actuar. Por tanto, hay que contar con ella. Pero hay otra
realidad árabe, importantísima en el presente y que se hará aún más importante y
grave en el futuro próximo y lejano. Porque el Estado local resulta ya una frivolidad en
sí mismo, incapaz, sea grande o pequeño, petrolero o no, de seguir marchando".

En todo esto radica el auténtico meollo de la cuestión, el marco de discusión


esencial. Los ejemplos y referencias susceptibles de ser traídos a colación y citados
serían innumerables, y añadirían matices, detalles, particularidades, pero no alterarían
en absoluto el marco general de discusión. Por añadir alguna otra voz a las ya
inmediatamente citadas, pertenecientes al subespacio magrebí, véase lo que opina el
jordano Ibrahim Badrán, perteneciente en su caso al subespacio maxrequí o próximo-
oriental: "A pesar de que la patria árabe no forma una unidad política única, sí
constituye no obstante un bloque cultural, geográfico y poblacional trabado y
complementario. Lleva consigo las posibilidades de progresar o fracasar en su
realización, aunque es cierto que no ha podido desarrollar todavía los elementos de
unificación en la dirección correcta".

La breve y concentrada exposición que hemos hecho de la "cuestión


nacionalista" en el mundo árabe contemporáneo nos permite establecer las siguientes
conclusiones principales:

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1.– La opción auténticamente nacionalista árabe, la que legítimamente debe
ser denominada y calificada así, es en realidad la que tiene una vocación unitaria, trata
de elaborar una teoría unitaria congruente, y de ponerla en práctica. En ella, el fondo
es permanente y plenamente entitivo, aunque caben en principio modalidades
formales diversas que respondan a circunstancias, situaciones, estrategias,
matizadamente diferenciadas.

2.– Los nacionalismos locales son, ante todo, eso: locales, y reflejan también
congruentemente la naturaleza y situación de cada Estado-nación. No deben ni
pueden ser calificados, por consiguiente, de otra manera. Les corresponde sólo el
calificativo nacional particular correspondiente: egipcio, marroquí, libanés, palestino,
etc., aunque puedan incorporar también un porcentaje variable en cada caso, o en
cada circunstancia concreta, de contenido nacional árabe unitario, de panarabismo.

3.– Las propuestas auténticamente nacionalistas árabes producidas hasta


ahora en el mundo árabe contemporáneo han sido simplemente dos: la naserista y la
baazista. Al margen de cualquier otra consideración, y teniendo en cuenta
principalmente su realización práctica y resultados, se trata de dos experiencias
mayoritariamente frustradas, y la situación de arrinconamiento, olvido, inutilidad o
renuncia que marca a la opción nacionalista árabe a lo largo de las décadas finales del
siglo XX, y que sigue marcándola todavía de forma para muchos insuperable, tiene su
origen y explicación precisamente en esa frustración. Todo esto no significa sin
embargo, en nuestra opinión particular, que no cuenta aún con posibilidades realistas
de reformulación, resueltamente incompatibles con las idealizaciones exageradas,
vanas y en última instancia irrealizables, que la han caracterizado y castrado hasta
ahora. En realidad, la opción nacionalista árabe, el panarabismo global, posee algunos
elementos estructurales y constitutivos básicos que, sensata e históricamente
elaborados y aplicados, pueden contribuir a sacarla del terreno de la utopía en el que
se ha situado hasta ahora mayoritariamente, de ese marco dual y contradictorio en el
que se ha movido hasta ahora: inalcanzable en la realidad y existente sólo en el
campo de la aspiración y del sentimiento. Si la opción panarabista no logra superar
ese cerco, seguirá marginada y recluida, para desaparecer al final sin remedio.

4.– El término único "nacionalismo", de curso habitual y normal entre nosotros,


suele resultar impreciso y ambiguo al aplicarlo a la realidad árabe. Conviene recordar y
tener presente que este término unívoco puede contar con dos correspondientes en
árabe: wataniyya y qawmiyya. El primero, que equivale también en muchos casos a
"patriotismo", es el de uso común para referirse a los nacionalismos locales o
particulares; el segundo, qawmiyya, es el que se reserva y se emplea en concreto para
referirse al nacionalismo árabe total, al panarabismo. Cierto es, sin embargo, que
cuando se trata de algún nacionalismo local que, a juicio de algunos analistas, y en
determinados aspectos o circunstancias, se considera más elaborado y de mayor
espectro –caso egipcio, por ejemplo–, se utiliza también ese segundo término.

Nacionalismo Árabe e Islamismo.

Se trata de las dos vías y opciones, por consiguiente, que trascienden por vocación y
naturaleza lo local y se proponen abarcar el espacio árabe común. La primera tiene en
él sus fronteras propias y no aspira en realidad a ir más allá; la segunda, en teoría,
podría superar esos límites y llegar ocasionalmente a otras partes del mundo islámico,
no árabes. Afirmo esto con el único propósito de puntualización pertinente, y hasta
quizá obligada.

No vamos a entrar aquí en una exposición relativamente pormenorizada del


proceso de elaboración de cada una de estas corrientes en época contemporánea. Me

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interesa solamente señalar que los antecedentes más claros y destacables, en ambos
casos, las que cabe considerar primeras manifestaciones tempranas de las mismas,
se sitúan en la época a caballo entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX; se
enmarcan plenamente, por consiguiente, en el contexto de la expansión colonialista
europea que cubre el mundo árabe.

Ninguna de las dos opciones llega a ser en realidad el resultado coherente de


una teoría política propiamente dicha y al menos aceptablemente elaborada y
desarrollada; se van constituyendo y produciendo preferentemente en términos de
acción ideológica. Han de buscar y definir sus elementos conformantes y señas de
identidad, para fijar los contenidos y propósitos que las caractericen. A mi entender, la
ideología nacionalista árabe sigue en líneas generales un proceso de elaboración y
formación más continuo y trabado, y aunque está más relacionada, por naturaleza, con
lo temporal, se ve también menos sometida al posible imperativo del azar y de la
exigencia circunstancial y transitoria. Por naturaleza, busca unas posibles señas de
identidad que son, en realidad, una combinación de valores espirituales y materiales:
la lengua, el patrimonio histórico y civilizador común, aunque se impongan
seguramente en la mayoría de los casos interpretaciones que potencien en mayor
medida finalmente la dimensión espiritual que la material. Lo que queda claro es que el
factor religioso, es decir, el Islam como doctrina no es la única seña de identidad
fundamental para la opción nacionalista árabe, y ni siquiera en algunos casos la
primera. En este pensamiento nacionalista árabe la presencia y actuación de la
tendencia secularizante está prácticamente presente siempre, aunque actúe se
concreta en los diversos casos de forma diferente y con distinto grado de evidencia y
de realización. Esto constituye seguramente el principal punto de confrontación con el
islamismo, el reproche fundamental que éste le hace, lo que en última instancia puede
llegar a enfrentarlos de forma insuperable, como ha sucedido en no pocos casos y
ocasiones. Para el islamismo hay una seña de identidad primera y fundamental, hasta
única en algunas de sus formulaciones y versiones: la religión islámica.

El pensamiento nacionalista árabe se elabora principalmente a lo largo de los


años cuarenta y cincuenta del siglo XX, recogiendo múltiples y variados esfuerzos
anteriores y antecedentes desde finales del XIX al menos, como se ha indicado. Es el
esfuerzo intelectual que se recoge esencialmente en el naserismo y en el baazismo,
aunque con matices y aún diferencias notables en cada caso, al margen de las duras
confrontaciones personales y disputas de liderazgo que se produjeron.

Al margen de otras consideraciones, lo que queda claro es su propósito de


deslindar la religión de la doctrina nacionalista –como precisa la Profesora Carmen
Ruiz Bravo– en lo que coincide con la mayoría de los nacionalismos locales. Todo esto
constituye la formulación más estricta y ortodoxa del nacionalismo árabe. Territorio y
población son elementos sometidos a esa visión radicalmente integradora. Algunos
otros elementos, como la raza, o la cohesión económica, tienen una intervención
secundaria, reducida o coyuntural, insignificante en bastantes ocasiones y hasta
inexistentes. En algunas modalidades concretas de nacionalismos locales, sin
embargo, el factor raza alcanza mayor importancia y atención. Es evidente que las
relaciones entre nacionalismo árabe e islamismo han tenido un proceso algo más
azaroso y cambiante que lo que cabía suponer en un principio y hasta lo que se
quería. No siempre se ha encontrado la zona de armonización y confluencia, si no
total, sí ampliamente mayoritaria, que se pretendía y que resulta por muchos motivos
necesaria. Esta aspiración ha sido prácticamente unánime, y casi con total unanimidad
lo han postulado así pensadores y analistas directa y profundamente interesados en la
cuestión. Pero no siempre, como digo, se ha conseguido, y es una simple prueba de
objetividad reconocer que la separación entre ambas opciones ha ido seguramente
afirmándose y agrandándose.

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Hay una comprobación fácil e indiscutible: el declinar de la opción nacionalista
árabe es rigurosamente contemporáneo de la reaparición de la opción islámica. Esto
puede ser aplicado también a la relación entre el islamismo y los nacionalismos
locales, pero en bastante menor grado y con mayor diferenciación particular según las
modalidades y formas de esos diversos nacionalismos. En todo caso, la bisagra de
finales de los años sesenta y comienzos de los setenta constituye el tiempo general de
inflexión, de cambio en la relación entre nacionalismo árabe e islamismo y en la
actuación y trayectoria que cada una de estas opciones siga. Hay que insistir una y
otra vez en la excepcional importancia que, por una parte, tiene ese gozne cronológico
de años a horcajadas entre la década de los sesenta y la de los setenta, y, por otra, el
escenario espacial que constituye el máximo exponente de la nueva circunstancia:
Egipto. La Profesora Gómez García, entre otros estudiosos de la cuestión, lo ha
puesto de relieve y analizado de manera ejemplarmente ilustrativa y suficiente.

La caída del nacionalismo árabe y el ascenso del islamismo, el hundimiento de


aquel mensaje ideológico y la recuperación de ésta, son dos rápidos procesos
históricos simultáneos. Son numerosos los testimonios y apreciaciones que así lo
expresan pero basta con dejar constancia de algunos. Por ejemplo, el del gran
novelista Abderrahamán Munif, quien afirma: "Sólo cuando la corriente nacional fue
vencida y se vio incapaz de resolver los problemas que se planteaban la corriente
religiosa cobró nuevas fuerzas, a expensas de los otros movimientos políticos".
Opinión que comparte plenamente el poeta y ensayista libanés cristiano Yúsuf al-Jal:
"El retroceso de la idea nacional árabe ante la teoría islámica que, por decirlo, eclipsó
la visión natural, es algo muy preocupante, muy inquietante".

Se ha dicho con razón que "si la derrota de 1948 simbolizó la quiebra del
pensamiento liberal árabe, la de 1967 simbolizó la derrota del socialismo árabe". Algo
que la idea nacionalista panarábiga había ido tratando, con esfuerzo, de incorporar a
sus postulados fundamentales, sometiéndolo a numerosas reelaboraciones y
adaptaciones: el socialismo. En todo caso, en esa situación de desamparo material y
espiritual casi total en que el mundo árabe se ve sumido nuevamente, vuelve a
producirse la reacción colectiva mayoritaria que ya se había dado en situaciones
precedentes análogas. Como observa el intelectual egipcio Muhámmad Imara,
excelente conocedor del material doctrinal islámico y de sus variadas reelaboraciones
modernas, "la comunidad mira de nuevo, tanto intuitiva como conscientemente, a su
bastión tradicional y solemne: el Islam".

En la trayectoria que sigan los movimientos islamistas jugará un importante


papel un decisivo acontecimiento ocurrido a finales de la década de los setenta, fuera
propiamente del mundo árabe, aunque sí dentro de uno de los principales hogares
islámicos: es la revolución iraní de 1978-79. Lo que el hecho iraní pone nuevamente
de manifiesto de forma abrupta, entre otras muchas cosas, lo que deja al descubierto
otra vez con violencia, es que el Islam sigue siendo una doctrina de compacto y casi
virgen contenido conceptual todavía, sorprendentemente receptivo de numerosas
reelaboraciones a pesar de las muchísimas que llevaba ya acumuladas, de fortísima
capacidad de movilización –tanto espiritual como resueltamente pragmática–, de
"hecho en la calle"; en este sentido, una formidable fuerza social.

EPÍLOGO

Parece obligado y oportuno, al final de este rápido y apretado recorrido, hacer un no


menos rápido y apretado balance final –aunque también provisional, y abierto sin duda
al futuro inmediato– que resuma las trayectorias seguidas por las tres opciones que
han sido objeto de análisis.

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1) Los diversos nacionalismos locales han tenido su concreción en los Estados
contemporáneos. Ello no significa, sin embargo, que estén en situación de plena
estabilidad ideológica y política, entre otras razones, porque algunos de estos
nacionalismos particulares o locales no están aún totalmente definidos ni asentados, y
pueden seguir siendo objeto de discusión en no pocos aspectos, de modificaciones y
de reajustes. Hay que advertir asimismo la existencia de tendencias de conformación
de los que podríamos denominar nacionalismos locales ampliados o nacionalismos
regionales integradores: caso magrebí, por ejemplo, o jaliyi, el correspondiente a los
territorios árabes del Golfo arábigo-pérsico.

2) El islamismo sigue manifestándose en actuaciones preferentemente


coyunturales y cambiantes; en realidad, actúa más bien como mecanismo de reacción
y de respuesta, y se encuentra además sometido a numerosas disputas internas y a
evidentes fragmentaciones. En realidad no ha podido cristalizar hasta ahora en ningún
régimen político gobernante (en lo que al mundo propiamente árabe se refiere) y sí
sólo, cuando más, en formas de colaboración parcial y alianzas. Si un Estado
solamente islámico parece empresa sumamente difícil en el mundo actual, un Estado
islámico único, o panislámico, es absolutamente imposible. Esto no significa que el
elemento islámico deje de estar presente, junto con otros elementos y en proporciones
y porcentajes variables según circunstancias y casos particulares, en la realidad
ideológica y política del mundo árabe.

3) La gran depresión del panarabismo continúa; más aún, ha aumentado a


partir de 1990-91 y de la Segunda Guerra del Golfo, que ha constituido la más
dramática y desgarradora confrontación interna árabe ocurrida hasta ahora. Si la
actualización, la aceptación consciente de la realidad temporal, es absolutamente
necesaria para cualquiera de las tres opciones expuestas, lo es seguramente bastante
más para el nacionalismo árabe; está aún más necesitado de pensar y comportarse en
términos rigurosos y realmente alcanzables de "futuridad" consciente, racional y
avanzada, que las otras opciones. Si así no lo hace, quedará definitivamente liquidado,
hasta como hipótesis u objeto potencial.

4) El escenario árabe actual es un terreno de experimentación reformista. Este


es el principio del que se parte, pero que puede llevar a muy diferentes finales y
soluciones. Las diferencias finales se establecerán en función de los diversos ritmos y
voluntades de reforma, de los diferentes alcances y dimensiones que se pueda o se
quiera dar a la misma; no sólo de las situaciones y posibilidades locales y regionales
en todos caso, sino también, y quizá en mayor proporción en ocasiones, de la
situación internacional. Lo indudable, como digo, y a pesar de ciertas apariencias
engañosas en contra, es que el mundo árabe actual vive un tiempo de reforma.

5) Ninguna de las tres opciones analizadas ha podido resolver el que es,


seguramente, el mayor problema colectivo que vive el mundo árabe actual: la cuestión
palestina. En esto han fracasado todos, aunque las causas y responsabilidades del
fracaso no sean sólo ni en su totalidad imputables a ellos, y sí en gran parte también
se hayan originado en el exterior. Lo que está cada vez más claro es que la solución
de esta cuestión –dosificando adecuadamente lo justo y lo posible– es la exigencia
mayor y absolutamente indispensable para que ese mundo pueda existir en
condiciones de suficiente reposo y desarrollo. Evidentemente, es un mundo necesitado
de auténtico cambio, tanto en conjunto como en múltiples detalles, pero nada de ello
llegará, o al menos no será auténtico, sin la resolución de la cuestión palestina. Porque
es una suprema realidad material y simbólica, la realidad indiscutible. Recientemente
ha escrito, con razón, Munis al-Razzaz: "La Nación árabe no es hostil a Israel por
motivo económico, ni lo combate por un yacimiento de petróleo, ni le opone resistencia

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por ganar un litigio fronterizo. Se le enfrenta en una batalla de amor propio y dignidad.
Porque la ocupación es la forma más repugnante de dañar la identidad nacional, que
se yergue en origen sobre el orgullo y la dignidad. Y esto es lo que diferencia al ser
humano de las otras criaturas, además de la razón".

Bibliografía:

Berger, Morroe: El mundo árabe actual, Buenos Aires, 1962.

Gómez García, Luz: Marxismo, islam e islamismo:el proyecto de Adil Husayn, Madrid, 1996.

Martín Muñoz, Gema: El estado árabe. Crisis de legitimidad y contestación islamista,


Barcelona, 1999.

Martínez Montávez, Pedro: Pensando en la historia de los árabes, Madrid, 1995.

Martínez Montávez, Pedro: El reto del Islam. La larga crisis del mundo árabe contemporáneo,
Madrid, 1997.

Mesa, Roberto: Aproximación al cercano Oriente, Madrid, 1982.

Ruiz Bravo, Carmen: La controversia ideológica nacionalismo árabe/nacionalismos locales.


Oriente: 1918-1952, Madrid, 1976.

Segura i Mas, Antoni: El món àrab actual, Girona, 1997.

Sivan, Emmannel: Mitos políticos árabes, Barcelona, 1997.

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