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Don Quijote, pionero de la

espeleología
Indice de textos

Don Quijote, pionero de la espeleología


1. De cómo bajó Don Quijote a la sima de
Montesinos
2. De lo que vio Don Quijote allí dentro
3. Sancho Panza, espeleólogo por accidente

No es por casualidad que mentemos al Quijote en una exposición de


fotografía espeleológica, pues hemos de recordar que el insigne
hidalgo manchego fue en época muy temprana pionero en la
exploración de cuevas, tal y como se relata en los capítulos 22 y 23 de
la segunda parte de la inmortal novela de Cervantes.
Todo un espeleólogo avant-la-lettre, Don Quijote tiene escasos
predecesores en la historia de la espeleología, como podrían
considerarse a los integrantes de la exploración de la gruta de La
Balme, realizada en 1516 (en la Cova del Salnitre, Barcelona, hay
inscripciones incluso anteriores: de 1511), aunque la mayoría de
referencias a exploraciones antiguas de cavernas son posteriores a las
fechas (1605-1615) en que Cervantes publicó su obra: en 1683 se
realiza la primera bajada a la sima de la Cabra, Córdoba; en 1689,
Valvasor descubre el proteo (proteus anguinus, una especie de
salamandra ciega) en las grutas de Carniole; en 1748, Nagel emprende
la exploración de la garganta de la Macocha, al sur de Moravia, por
orden del emperador de Austria; en 1770, el británico Lloyd explora
Eldon Hole. No son sino casos aislados que no tuvieron mayor
trascendencia, por lo que se ha dado en convenir que la verdadera
espeleología, una de las ciencias más jóvenes, no comienza hasta
finales del siglo XVIII o principios del XIX, al amparo de las nuevas
ideas enciclopedistas que trajo la Ilustración, cuando la curiosidad de
los científicos estimuló la prospección de las cuevas europeas a la
búsqueda de restos fósiles.
Hasta entonces, las cuevas habían sido objeto de toda clase de
supersticiones, tenidas como antros donde habitaban monstruos, seres
fantásticos o maléficos, o como puertas de entrada a las regiones
infernales, y estos temores sólo eran desafiados ocasionalmente por
intrépidos mineros a la busca de metales. Es en este contexto donde
hay que situar la hazaña de Don Quijote, para poder valorar en toda su
dimensión la audacia y valentía desplegadas por el caballero al
atreverse a descender solo por la sima de Montesinos, cueva que
realmente existe en la región de la Mancha. Aunque lo sabemos
ficción, no nos deja de sorprender en el relato la gran similitud, el
continuo paralelismo, en todos los detalles, de las peripecias relatadas
en el libro con las que habitualmente pasamos los que hoy en día
exploramos cuevas, y ello nos da pie a elucubrar acerca de si el mismo
don Miguel de Cervantes habría visitado en persona una gruta, o al
menos hablado con alguien que lo había hecho.
Veamos algunos extractos:

1. De cómo bajó Don Quijote a la


sima de Montesinos
Cap.XXII de la 2ª parte
Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos,
que está en el corazón de La Mancha, a quien dió felice cima el
valeroso Don Quijote
"Pidió Don Quijote al diestro licenciado le diese una guía que le
encaminase á la cueva de Montesinos, porque tenía gran deseo de
entrar en ella, y ver á ojos vistas si eran verdaderas las maravillas que
de ella se decian por todos aquellos contornos. El licenciado le dijo
que le daria á un primo suyo, famoso estudiante, y muy aficionado á
leer libros de caballerías, el cual con mucha voluntad le pondria á la
boca de la misma cueva, y le enseñaria las lagunas de Ruidera,
famosas asimismo en toda la Mancha, y aun en toda España;
(...) Ensilló Sancho á Rocinante y aderezó al rucio, proveyó sus
alforjas, á las cuales acompañaron las del primo, asimismo bien
proveidas, y encomendándose á Dios y despidiéndose de todos, se
pusieron en camino, tomando la derrota de la famosa cueva de
Montesinos.
(...) á la noche se albergaron en una pequeña aldea, á donde el primo
dijo á Don Quijote, que desde allí á la cueva de Montesinos no habia
más de dos leguas, y que si llevaba determinado de entrar en ella, era
menester proveerse de sogas para atarse y descolgarse en su
profundidad. Don Quijote dijo que aunque llegase al abismo, habia de
ver dónde paraba; y así, compraron casi cien brazas de soga, y otro dia,
á las dos de la tarde, llegaron á la cueva, cuya boca es espaciosa y
ancha, pero llena de cambroneras y cabrahigos, de zarzas y malezas,
tan espesas y intricadas, que de todo en todo la ciegan y encubren.
En viéndola, se apearon el primo, Sancho y Don Quijote, al cual los
dos le ataron luego fortísimamente con las sogas, y en tanto que le
fajaban y ceñian, le dijo Sancho:
–Mire vuesa merced, señor mio, lo que hace; no se quiera sepultar en
vida, ni se ponga adonde parezca frasco que le ponen á enfriar en
algun pozo. Sí, que á vuesa merced no le toca ni atañe ser el
escudriñador desta, que debe de ser peor que mazmorra.
–Ata y calla, respondió Don Quijote; que tal empresa como aquesta,
Sancho amigo, para mí estaba guardada."
Ya vemos aquí para empezar cómo por lo habitual es necesario el
acompañamiento de un guía que ya conozca el camino, con el fin de
localizar la boca de la cueva, que suele ser difícil de encontrar sin
ayuda. Vemos también que los expedicionarios cuidan de proveerse de
lo más fundamental: lo primero, el imprescindible aprovisionamiento
de vituallas, para combatir hambres y desfallecimientos; en segundo
lugar, el equipamiento con una cuerda de más de un centenar de
metros, comprada en la aldea próxima a la cueva (que a partir de los
datos geográficos consignados en la novela ha sido identificada como
la pequeña población manchega de Ruidera), necesaria para
descolgarse por la sima. No se menciona, pero es de suponer, que el
yelmo de Mambrino haría las funciones de casco protector de la testa
del expedicionario. Sí
que se menciona el
arnés, artilugio que no
puede olvidar ningún
espeleólogo que se
precie:

"(...) acabada la
ligadura de Don
Quijote (que no fue
sobre el arnes, sino
sobre el jubon de
armar), dijo Don
Quijote:
–Inadvertidos hemos
andado en no habernos
proveido de algun
esquilon pequeño, que
fuera atado junto á mí
en esta mesma soga,
con cuyo sonido se
entendiera que todavía
bajaba y estaba vivo;
pero pues ya no es
posible, á la mano de
Dios, que me guie.
Y luego se hincó de rodillas y hizo una oracion en voz baja al cielo,
pidiendo á Dios le ayudase y le diese buen suceso en aquella, al
parecer, peligrosa y nueva aventura, y en voz alta dijo luego:
–¡Oh señora de mis acciones y movimientos, clarísima y sin par
Dulcinea del Toboso! si es posible que lleguen á tus oidos las plegarias
y rogaciones deste tu aventurero amante, por tu inaudita belleza te
ruego las escuches, que no son otras que rogarte no me niegues tu
favor y amparo, ahora que tanto le he menester. Yo voy á despeñarme,
á empozarme y a hundirme en el abismo que aquí se me representa,
sólo porque conozca el mundo que, si tú me favoreces, no habrá
imposible á quien yo no acometa y acabe; y en diciendo esto, se acercó
a la sima.
Vió no ser posible descolgarse ni hacer lugar á la entrada, si no era á
fuerza de brazos ó á cuchilladas; y así, poniendo mano á la espada,
comenzó á derribar y á cortar de aquellas malezas que á la boca de la
cueva estaban, por cuyo ruido y estruendo salieron por ella una
infinidad de grandísimos cuervos ó grajos, tan espesos y con tanta
priesa, que dieron con Don Quijote en el suelo; y si él fuera tan
agorero como católico cristiano, lo tuviera á mala señal, y excusara de
encerrarse en lugar semejante.
Finalmente se levantó; y viendo que no salian más cuervos ni otras
aves noturnas, como fueron murciélagos (que asimismo entre los
cuervos salieron), dándole soga el primo y Sancho, se dejó calar al
fondo de la caverna espantosa;"

No podemos evitar, al leer este episodio, que nos venga a la mente


otra sima que conocemos (aunque a diferencia de Don Quijote no no
atrevemos a bajar): la Torca de Fuencaliente, cuya boca descomunal se
abre en una pedregosa loma salpicada de sabinas en un silvestre paraje
de la provincia de Soria, y que tiene más de ochenta metros de caída
vertical, sólo apta para expertos. Todos los días, a la puesta del sol,
puede contemplarse el hermoso espectáculo de bandadas de chovas
(especie de córvidos de pequeño tamaño) que se acercan a la sima
volando, y tras realizar varias maniobras de aproximación, enfilan y se
zambullen en picado sincronizadamente hacia el interior del
gigantesco pozo, en cuyas paredes cuelgan ocultos sus nidos, en medio
de una ensordecedora algarabía de graznidos que sube de las
profundidades. Se da también en esta sima una nutrida presencia de
murciélagos que salen revoloteando hacia el exterior a esas mismas
horas.

"Iba Don Quijote dando voces, que le diesen soga y más soga, y ellos
se la daban poco á poco; y cuando las voces, que acanaladas por la
cueva salian, dejaron de oirse, ya ellos tenian descolgadas las cien
brazas de soga. Fueron de parecer de volver á subir á Don Quijote,
pues no le podian dar más cuerda; con todo eso, se detuvieron como
una hora, al cabo del cual espacio, volvieron á recoger la soga con
mucha facilidad y sin peso alguno, señal que les hizo imaginar que
Don Quijote se quedaba dentro; y creyéndolo así Sancho, lloraba
amargamente, y tiraba con mucha priesa, por desengañarse; pero
llegando, á su parecer, á poco más de las ochenta brazas, sintieron
peso, de que en extremo se alegraron. Finalmente, á las diez vieron
distintamente a Don Quijote, á quien dió voces Sancho, diciéndole:
–Sea vuesa merced muy bien vuelto, señor mio; que ya pensábamos
que se quedaba allá para casta.
Pero no respondia palabra Don Quijote; y sacándole del todo, vieron
que traia cerrados los ojos, con muestras de estar dormido.
Tendiéronle en el suelo y desliáronle; y cono todo esto, no
despertaba. Pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y
menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí,
desperezándose, bien como si de algun grave y profundo sueño
despertara; y mirando á una y otra parte como espantado, dijo:
–Dios os lo perdone, amigos; que me habeis quitado de la más
sabrosa y agradable vida y vista que ningun humano ha visto ni
pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos
desta vida pasan como sombra y sueño, ó se marchitan como la flor del
campo.
(...) Con grande atencion escuchaban el primo y Sancho las palabras
de Don Quijote, que las decia como si con dolor inmenso las sacara de
las entrañas. Suplicáronle les diese á entender lo que decia, y les dijese
lo que en aquel infierno habia visto.
–¿Infierno le llamais? dijo Don Quijote; pues no le llameis ansí,
porque no lo merece, como luego veréis.
Pidió que le diesen algo de comer; que traia grandísima hambre.
Tendieron la arpillera del primo sobre la verde yerba, acudieron á la
despensa de sus alforjas, y sentados todos tres, en buen amor y
compaña, merendaron y cenaron todo junto. Levantada la arpillera,
dijo Don Quijote de la Mancha:
–No se levante nadie, y estadme, hijos, los dos atentos."

De nuevo resuenan en nuestras neuronas, al leer estos párrafos,


pequeñas observaciones que nos retrotraen a vivencias experimentadas
en nuestras propias carnes. Cuántas veces no habremos gritado que nos
den 'soga y más soga' cuando descendemos haciendo rappel a esos
tenebrosos abismos, y pasada una distancia comprobamos que nuestras
voces retumban y reverberan en mil ecos al chocar contra las bóvedas
de la caverna, haciendo nuestras palabras ininteligibles. Qué parecido a
un brusco despertar es el regreso al mundo exterior tras haber pasado
varias horas en un inframundo que, lejos de revestir caracteres
infernales, como los tópicos o prejuicios de los habitantes de la
superficie pudieran hacer creer, encierra por el contrario 'sabrosas y
agradables vistas que ningún humano ha visto ni pasado'. Cómo no
identificarnos con la escena en que el explorador, agotado tras la
aventura, recupera fuerzas con una copiosa merienda-cena antes de
rememorar y narrar a los contertulios todo lo visto y ocurrido en el
fondo de los abismos terrestres.

2. De lo que vio Don Quijote allí


dentro

Capítulo XXIII
De las admirables cosas que el extremado Don Quijote contó que
había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya
imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por
apócrifa
"Las cuatro de la tarde serían cuando el sol, entre nubes cubierto, con
luz escasa y templados rayos dió lugar á Don Quijote para que sin
calor y pesadumbre contase a sus dos carísimos oyentes lo que en la
cueva de Montesinos había visto, y comenzó en el modo siguiente:
–Á obra de doce ó catorce estados de la profundidad de esta
mazmorra, á la derecha mano, se hace una concavidad y espacio, capaz
de poder caber en ella un gran carro con sus mulas. Éntrale una
pequeña luz por unos resquicios ó agujeros, que lejos le responden,
abiertos en la superficie de la tierra. Esta concavidad y espacio ví yo á
tiempo cuando ya iba cansado y mohino de verme, pendiente y
colgado de la soga, caminar por aquella escura región abajo, sin llevar
cierto ni determinado camino; y así, determiné entrarme en ella y
descansar un poco. Dí voces, pidiéndoos que no descolgásedes más
soga hasta que yo os lo dijese; pero no debistes de oirme. Fui
recogiendo la soga que enviábades; y haciendo de ella una rosca ó
rimero, me senté sobre él pensativo ademas, considerando lo que hacer
debia para calar al fondo, no teniendo quien me sustentase; y estando
en este pensamiento y confusion, de repente y sin procurarlo me asaltó
un sueño profundísimo, y cuando ménos lo pensaba, sin saber cómo ni
cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y
deleitoso prado que puede criar la naturaleza ni imaginar la más
discreta imaginación humana. Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi
que no dormía, sino que realmente estaba despierto (...) Ofrecióseme
luego á la vista un real y suntuoso palacio ó alcázar, cuyos muros y
paredes parecian de transparente y claro cristal fabricados; del cual,
abriéndose dos grandes puertas, ví que por ellas salia, y hacia mí se
venia un venerable anciano, (...)
Llegóse a mí, y lo primero que hizo fue abrazarme estrechamente, y
luego decirme:
–Luengos tiempos há, valeroso caballero Don Quijote de la Mancha,
que los que estamos en estas soledades encantados esperamos verte,
para que dés noticia al mundo de lo que encierra y cubre la profunda
cueva por donde has entrado, llamada la cueva de Montesinos: hazaña
sólo guardada para ser acometida de tu invencible corazon y de tu
ánimo estupendo. Ven conmigo, señor clarísimo; que te quiero mostrar
las maravillas que este transparente alcázar solapa, de quien yo soy
alcaide y guarda mayor perpétua, porque soy el mismo Montesinos, de
quien la cueva toma nombre.
(...) nos tiene aquí encantados el sabio Merlin, há muchos años; y
aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros;
solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por
compasion que debió tener Merlin dellas, las convirtió en otras y tantas
lagunas, que ahora en el mundo de los vivos y en la provincia de la
Mancha las llaman las lagunas de Ruidera; Guadiana (...) fue
convertido en un rio llamado de su mesmo nombre, el cual, cuando
llegó á la superficie de la tierra y vió el sol del otro cielo, fue tanto el
pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas
de la tierra; pero, como no es posible dejar de acudir á su natural
corriente, de cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las
gentes le vean. Vanle administrando de sus aguas las referidas lagunas,
con las cuales, y con otras muchas que se le llegan, entra pomposo y
grande en Portugal."

Además de instruirle sobre el origen de las lagunas de Ruidera y del


intermitente Guadiana, el anciano Montesinos presenta a Don Quijote
otros seres que, encantados por el mago Merlín, viven en el alcázar
subterráneo, como el caballero Durandarte, su esposa Belerma, y un
nutrido séquito de sirvientas, personajes todos ellos salidos de los
libros de caballerías a los que tan aficionado era el hidalgo, que se
lleva un gran disgusto cuando Montesinos osa comparar la belleza de
Belerma con la de su señora la sin par Dulcinea del Toboso. 'Aun me
maravillo yo, dijo Sancho, de cómo vuesa merced no se subió sobre el
vejote, y le molió a coces todos los huesos, y le peló las barbas, sin
dejarle pelo en ellas'.
No resultan muy de extrañar las visiones tenidas por Don Quijote en
lo profundo de la caverna, dado que todo en el interior de las cuevas
contribuye a crear un estado de ánimo cercano a lo alucinatorio: los
oníricos y cambiantes escenarios modelados por las estalactitas, la
omnipresente oscuridad, el silencio, la humedad, el frío. Existen
estudios científicos realizados sobre los trastornos psicológicos que
sufren los espeleólogos con estancias prolongadas en cuevas, debido al
bache físico producido por la fatiga y el sueño: acumulación de tensión
y cansancio, aumento de la tensión nerviosa, disputas entre los
compañeros (a partir del cuarto o quinto día), aparición de
alucinaciones por agotamiento físico, pérdida total del sentido del
tiempo:

"Á esta sazon dijo el primo:


–Yo no sé, señor Don Quijote, cómo vuesa merced, en tan poco
espacio de tiempo como há que entró allá bajo, haya visto tantas cosas
y hablado y respondido tanto.
–¿Cuánto há que bajé? preguntó Don Quijote.
–Poco más de una hora, respondió Sancho.
–Eso no puede ser, replicó Don Quijote, porque allá me anocheció y
amaneció, y tornó á anochecer y á amanecer otras dos veces; de modo
que, á mi cuenta, tres dias he estado en aquellas partes remotas y
escondidas á la vista nuestra.
–Verdad debe de decir mi señor, dijo Sancho; que como todas las
cosas que le han sucedido son por encantamiento, quizá lo que á
nosotros nos parece una hora debe de parecer allá tres dias con sus
noches.
–Así será, respondió Don Quijote.
–Y ¿ha comido vuesa merced en todo este tiempo, señor mio?
preguntó el primo.
–No me he desayunado de bocado, respondió Don Quijote, ni aun he
tenido hambre, ni por pensamiento.
–Y los encantados ¿comen? dijo el primo.
–No comen, respondió Don Quijote, ni tienen excrementos mayores,
aunque es opinion que les crecen las uñas, las barbas y los cabellos."

Está también el tema de la credibilidad en entredicho de Don


Quijote, que coleará a lo largo del resto de la novela. Sancho no se ha
atrevido a bajar a la sima, pero tampoco puede dar crédito al relato de
lo visto y oído por su señor Don Quijote en el interior de la misma, y
así se lo manifiesta en repetidas ocasiones, y se lo discute en
ingeniosos diálogos donde el autor juega una vez más con los planos
intercambiables de lo real y de lo imaginario, con la deliberada
confusión entre lo verdadero y lo ficticio que se da constantemente en
el libro:

"(...) perdóneme vuesa merced, señor mio, si le digo que de todo


cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios (que iba á decir el diablo) si le creo
cosa alguna (...)
–Si no, ¿qué crees? le preguntó Don Quijote.
–Creo, respondió Sancho, que aquel Merlin, ó aquellos encantadores
que encantaron á toda la chusma que vuesa merced dice que ha visto y
comunicado allá bajo, le encajaron en el magin ó la memoria toda esa
máquina que nos ha contado, y todo aquello que por contar le queda.
–Todo eso pudiera ser, Sancho, replicó Don Quijote; pero no es así,
porque lo que he contado, lo ví por mis propios ojos y lo toqué con mis
mismas manos (...)
–En mala coyuntura y en peor sazon y en aciago dia bajó vuesa
merced, caro patron mio, al otro mundo, y en mal punto se encontró
con el señor Montesinos, que tal nos le ha vuelto. Bien se estaba vuesa
merced acá arriba con su entero juicio, tal cual Dios se le habia dado,
hablando sentencias y dando consejos á cada paso, y no agora,
contando los mayores disparates que pueden imaginarse.
–Como te conozco, Sancho, respondió Don Quijote, no hago caso de
tus palabras.
–Ni yo tampoco de las de vuesa merced, replicó Sancho, siquiera me
hiera, siquiera me mate por las que le he dicho, ó por las que le pienso
decir, si en las suyas no se corrige y enmienda (...)
–Como me quieres bien, Sancho, hablas desa manera, dijo Don
Quijote; y como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas
las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero
andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de
las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado,
cuya verdad ni admite réplica ni disputa."

Creamos o no a Don Quijote, hay que dejar constancia de que


nuestro valeroso caballero andante exageró un tanto el relato de sus
aventuras subterráneas, pues ocurre que la célebre cueva de
Montesinos existe en la vida real (o al menos como tal es identificada
una cavidad cercana a las lagunas de Ruidera) y, como cualquier
visitante puede comprobar, no se trata sino de una pequeña cueva de
entre cinco y siete metros de profundidad. Con razón le sobraba cuerda
a Don Quijote cuando descendía a la sima. No cabe reprochar, empero,
intención de engaño al caballero de la Triste Figura, enderezador de
tuertos, socorredor de menesterosos y espejo de espeleólogos, tenida
en cuenta su desaforada imaginación, que tomaba a las ventas por
castillos, los rebaños de ovejas por ejércitos guerreros, y los molinos
por gigantes.
Más adelante, en el capítulo 41, Don Quijote vuelve a echar en cara a
Sancho su escepticismo. Caballero y escudero han viajado
supuestamente por los espacios siderales a lomos del caballo de
madera Clavileño, en un montaje preparado para diversión de los
duques, y Sancho relata su experiencia a los concurrentes, ensartando
mil disparates para regocijo de todos y consternación de Don Quijote,
que contraataca manifestando su incredulidad:

"(...) llegándose Don Quijote á Sancho al oido, le dijo:


–Sancho, pues vos quereis que se os crea lo que habeis visto en el
cielo, yo quiero que vos me creais á mí lo que ví en la cueva de
Montesinos, y no os digo más."

No terminan aquí las aventuras espeleológicas que la novela


describe. Pero esta vez, el protagonista será muy a su pesar Sancho
Panza, tal y como se relata en el capítulo 55 de la segunda parte.
Sancho ha salido escaldado y descalabrado de su cargo de gobernador
de la ínsula Barataria y vuelve al castillo de los duques donde está su
señor alojado.

3. Sancho Panza, espeleólogo por


accidente

Capítulo LV
De cosas sucedidas á Sancho en el camino, y otras, que no hay
más que ver
"El haberse detenido Sancho con Ricote no le dió lugar á que aquel
día llegase al castillo del duque; puesto que llegó media legua dél,
donde le tomó la noche, algo escura y cerrada; pero, como era verano,
no le dió mucha pesadumbre; y así, se apartó del camino con intencion
de esperar la mañana; y quiso su corta y desventurada suerte que,
buscando lugar donde mejor acomodarse, cayeron él y el rucio en una
honda y escurísima sima que entre unos edificios muy antiguos estaba.
Y al tiempo del caer, se encomendó á Dios de todo corazon, pensando
que no había de parar hasta el profundo de los abismos; y no fue así,
porque, á poco más de tres estados, dió fondo el rucio, y él se halló
encima dél, sin haber recebido lision ni daño alguno. Tentóse todo el
cuerpo y recogió el aliento, por ver si estaba sano ó agujereado por
alguna parte; y viéndose bueno, entero, y católico de salud, no se
hartaba de dar gracias á Dios, nuestro Señor, de la merced que le habia
hecho, porque sin duda pensó que estaba hecho mil pedazos. Tentó
asimismo con las manos las paredes de la sima, por ver si seria posible
salir della sin ayuda de nadie; pero todas las halló rasas y sin asidero
alguno, de lo que Sancho se congojó mucho, (...)
–¡Ay! dijo entónces Sancho Panza, y ¡cuán no pensados sucesos
suelen suceder á cada paso á los que viven en este miserable mundo!
¿Quién dijera que el que ayer se vió entronizado, gobernador de una
ínsula, mandando á sus sirvientes y á sus vasallos, hoy se había de ver
sepultado en una sima, sin haber persona alguna que le remedie, ni
criado ni vasallo que acuda a su socorro? Aquí habrémos de perecer de
hambre yo y mi jumento, si ya no nos morimos ántes, él de molido y
quebrantado, y yo de pesaroso; á lo ménos no seré yo tan venturoso
como lo fue mi señor Don Quijote de la Mancha cuando descendió y
bajó á la cueva de aquel encantado Montesinos, londe halló quien le
regalase mejor que en su casa; que no parece sino que se fué á mesa
puesta y á cama hecha. Allí vió él visiones hermosas y apacibles, y yo
veré aquí, á lo que creo, sapos y culebras. ¡Desdichado de mí, y en qué
han parado mis locuras y fantasías! De aquí sacarán mis huesos,
cuando el cielo sea servido que me descubran, mondos, blancos y
raidos, y los de mi buen rucio con ellos, por donde quizá se echará de
ver quién somos, á lo menos de los que tuvieren noticias que nunca
Sancho Panza se apartó de su asno, ni su asno de Sancho Panza."

Sancho Panza pasa toda la noche lamentando su desgracia, y al llegar


la claridad del día comprende que es de toda suerte imposible salir de
aquel pozo sin ayuda. Da voces sin que nadie pueda escucharle, recoge
las alforjas, da de comer un pedazo de pan a su jumento, 'que no le
supo mal'.

"En esto descubrió á un lado de la sima un agujero, capaz de caber


por él una persona, si se agobiaba y encogia. Acudió á él Sancho
Panza, y agazapándose, se entró por él, y vió que por de dentro era
espacioso y largo; y púdolo ver porque, por lo que se podía llamar
techo, entraba un rayo de sol, que lo descubria todo. Vió tambien que
se dilataba y alargaba por otra concavidad espaciosa; viendo lo cual,
volvió á salir adonde estaba el jumento, y con una piedra comenzó á
desmoronar la tierra del agujero, de modo que en poco espacio hizo
lugar donde con facilidad pudiese entrar el asno, como lo hizo; y
cogiéndole del cabestro, comenzó á caminar por aquella gruta
adelante, por ver si hallaba alguna salida por otra parte; á veces iba á
escuras y á veces sin luz, pero ninguna vez sin miedo.
–¡Válame Dios Todopoderoso! decia entre sí; esta, que para mí es
desventura, mejor fuera para aventura de mi amo Don Quijote. Él sí
que tuviera estas profundidades y mazmorras por jardines floridos y
por palacios de Galiana; y esperara salir de esta escuridad y estrecheza
á algun florido prado; pero yo, sin ventura, falto de consejo y
menoscabado de ánimo, á cada paso pienso que debajo de los piés, de
improviso se ha de abrir otra sima más profunda que la otra, que acabe
de tragarme; bien vengas, mal, si vienes solo.
Desta manera, y con estos pensamientos, le pareció que habria
caminado poco ménos de media legua, al cabo de la cual descubrió una
confusa claridad, que parecia ya que por alguna parte baja entraba, y
daba indicio de tener fin abierto aquel, para él, camino de la otra
vida."

Salta ahora el narrador de punto de vista y vuelve a centrarse en Don


Quijote, que está en un campo cercano al castillo de los duques, de
donde es huésped de honor, entrenándose para un duelo contra el
lacayo Tosilos, con el propósito de reparar la honra de la hija de doña
Rodríguez.

"(...) dando un repelon ó arremetida á Rocinante, llegó á poner los


piés tan junto á una cueva, que á no tirarle fuertemente las riendas,
fuera imposible no caer en ella. En fin, le detuvo, y no cayó; y
llegándose algo más cerca, sin apearse, miró aquella hondura, y
estándola mirando, oyó grandes voces dentro, y escuchando
atentamente, pudo percebir y entender que el que las daba decía:
–¡Ah de arriba! ¿Hay algún cristiano que me escuche, ó algun
caballero caritativo que se duela de un pecador enterrado en vida? ¿de
un desdichado desgobernado gobernador?
Parecióle a Don Quijote que oia la voz de Sancho Panza, de que
quedó suspenso y asombrado, y levantando la voz todo lo que pudo,
dijo:
–¿Quién está allá abajo? ¿Quién se queja?
–¿Quién puede estar aquí, ó quién se ha de quejar, respondieron, sino
el asendereado Sancho Panza, gobernador, por sus pecados y por su
mala andanza, de la insula Barataria, escudero que fue del famoso
caballero Don Quijote de la Mancha.
Oyendo lo cual Don Quijote, se le dobló la admiracion y se le
acrecentó el pasmo, viniéndosele al pensamiento que Sancho Panza
debia de ser muerto, y que estaba allí penando su alma; y llevado desta
imaginacion dijo:
–Conjúrote por todo aquello que puedo conjurarte como católico
cristiano, que me digas quién eres; y si eres alma en pena, dime qué
quieres que haga por tí, que pues es mi profesion favorecer y acorrer á
los necesitados deste mundo, tambien lo será para acorrer y ayudar á
los menesterosos del otro mundo, que no pueden ayudarse por sí
propios.
–Desa manera, respondieron, vuesa merced, que me habla, debe de
ser mi señor Don Quijote de la Mancha, y aun en el órgano de la voz
no es otro sin duda.
–Don Quijote soy, replicó Don Quijote, el que profeso socorrer y
ayudar en sus necesidades á los vivos y á los muertos; por eso díme
quién eres, que me tienes atónito porque, si eres mi escudero Sancho
Panza, y te has muerto, como no te hayan llevado los diablos, y por la
misericordia de Dios estés en el purgatorio, sufragios tiene nuestra
santa madre la iglesia católica romana bastantes á sacarte de las penas
en que estás, y yo lo solicitaré con ella por mi parte con cuanto mi
hacienda alcanzare; por eso acaba de declararte y díme quién eres.
–¡Voto á tal! respondieron; y por el nacimiento de quien vuesa
merced quisiere, juro, señor Don Quijote de la Mancha, que yo soy su
escudero Sancho Panza, y que nunca me he muerto en todos los días
de mi vida; sino que habiendo dejado mi gobierno por cosas y causas,
que es menester más espacio para decirlas, anoche caí en esta sima,
donde yago, el rucio testigo, que no me dejará mentir, pues, por más
señas, está aquí conmigo.
Y hay más, que no parece sino que el jumento entendió lo que
Sancho dijo, porque al momento comenzó á rebuznar tan recio, que
toda la cueva retumbaba.
–¡Famoso testigo! dijo Don Quijote; el rebuzno conozco como si le
pariera, y tu voz oigo, Sancho mio. Espérame: iré al castillo del duque,
que está aquí cerca, y traeré quien te saque desta sima, donde tus
pecados te deben haber puesto."

Acude Don Quijote a pedir rescate al castillo de los duques, que 'no
poco se maravillaron' al escuchar el suceso.

"Finalmente, llevaron, como dicen, sogas y gente, y á costa de


mucha y de mucho trabajo, sacaron al rucio y á Sancho Panza de
aquellas tinieblas á la luz del sol.
Vióle el estudiante, y dijo:
–Desta manera habian de salir de sus gobiernos todos los malos
gobernadores, como sale este pecador del profundo del abismo, muerto
de hambre, descolorido y sin blanca, á lo que yo creo."

Cervantes Saavedra, Miguel de. 'El ingenioso hidalgo Don


Quijote de la Mancha'

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