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TEMA 10. LA LENGUA COMO SISTEMA. LA NORMA LINGÜÍSTICA.

LAS VARIEDADES
SOCIALES Y FUNCIONALES DE LA LENGUA.
Mariano del Mazo de Unamuno

1. Introducción y enfoque.
2. La lengua como sistema.
3. La norma lingüística.
4. Las variedades sociales y funcionales de la lengua.
5. Aplicaciones didácticas.
6. Bibliografía.

1. Introducción y enfoque.

Puede parecer, erróneamente, que éste es un tema trivial y trillado, pero no es así, pues
resulta esencial que un profesor de lengua tenga las ideas muy claras sobre la norma lingüística
y las variedades de la lengua y que tenga en cuenta que en la aplicación de la lingüística a la
enseñanza la prioridad no es tanto el conocimiento científico de la lengua como objeto de
estudio cuanto el dominio de ésta como instrumento de comunicación.
Por ello, es obvio que nos encontramos ante un tema cuyas repercusiones didácticas
son de la mayor importancia, pues tradicionalmente la noción de corrección lingüística ha sido
uno de los ejes centrales sobre el que se ha articulado la enseñanza de la lengua y después,
relegada esta cuestión, no ha dejado de ser objeto de discusión en el ámbito docente.
Una mala interpretación del estructuralismo, que sostenía que la ciencia del lenguaje era
descriptiva y no prescriptiva, llevó en la década de los setenta a preterir las cuestiones
normativas en la enseñanza de la lengua. Este reduccionismo simplista ha tenido unas
consecuencias negativas para nuestra disciplina, de las que todavía no nos hemos recuperado
por completo. Afortunadamente, el giro hacia el uso y el componente práctico propugnado de
nuevo en la década de los noventa ha recuperado la corrección como una de las tareas
esenciales de la clase de lengua. Aun así, estamos muy lejos de definir explícitamente que una
de las labores fundamentales de la escuela es difundir y contribuir a fijar un determinado modelo
de lengua común (o 'estándar') y de lengua culta.
El enfoque didáctico de las cuestiones normativas, en relación con la noción de sistema
y la variedad lingüística, como veremos más adelante, ha de considerar la complejidad de la
cuestión en la ciencia del lenguaje, así como sus indiscutibles aplicaciones prácticas en el
desenvolvimiento diario de cualquier hablante.
Por otro lado, la variedad que todo sistema lingüístico presenta no debe hacernos olvidar
que existe, por un lado, un sistema más o menos unitario en cada sincronía, y, por otro,
variantes con mayor o menor prestigio social, que el estudiante debe conocer y que forman
parte de la competencia comunicativa de cualquier hablante, competencia que el sistema
educativo debe mejorar.
En este tema no se pueden analizar todas las variedades sociales y funcionales de la
lengua, algunas de las cuales se estudian en otros temas, como el lenguaje literario o el
periodístico, sino sólo aquéllas que más relevancia sociolingüística presentan.

2. La lengua como sistema.

Desde Saussure, e incluso antes, una de las definiciones que se han dado de la lengua
es la de entenderla como un sistema de signos interrelacionados. Toda lengua es un sistema

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lingüístico único, con una cierta unidad que le permite funcionar como instrumento de
intercomunicación entre sus usuarios y que refleja una realidad intersubjetiva que permite la
comunicación. Ahora bien, toda lengua es igualmente un hecho dinámico, en permanente
cambio y transformación y con una variación que, si no se adoptan medidas de política
lingüística, puede dar lugar a una fragmentación, como ha ocurrido con tantos idiomas a lo largo
de la historia. Por tanto, en todo sistema puede haber simultáneamente tendencias centrífugas
y centrípetas. La norma lingüística, la unificación ortográfica y las comunicaciones contribuyen a
la nivelación; el aislamiento, la carencia de una norma unitaria y la falta de una tradición escrita
propician la ruptura de la unidad del sistema.
La noción de sistema lingüístico está ligada la idea de articulación, ya presente en
Humboldt. Los elementos de un sistema lingüístico están articulados y organizados en unidades
distintivas que permiten combinar los signos más elementales para formar complejos mensajes.
El signo lingüístico está doblemente articulado, en unidades como los fonemas y los monemas,
y esta doble articulación, característica privativa de la especie humana, permite construir un
número ilimitado de enunciados a partir de un conjunto finito de signos y unidades. Por
consiguiente, una de las manifestaciones del hecho sistemático en las lenguas naturales es su
carácter estructurado, a partir de las relaciones y oposiciones que contraen entre sí las unidades
del sistema.
La relación que mantienen entre sí las unidades dadas en la lengua es de conjunción y
disyunción de rasgos pertinentes o distintivos, que es el fenómeno que permite dar valor a los
diferentes signos fónicos, léxicos, gramaticales, etc. La presencia y ausencia de rasgos
pertinentes es lo que garantiza la distintividad de las unidades discretas de la lengua. Por este
motivo, la lingüística estructural sostiene que el valor de las unidades depende no sólo de sus
aspectos positivos, sino también y muy fundamentalmente, de su posición en el sistema. Los
signos se relacionan entre sí en dos ejes, el de la selección y el de la combinación y eso nos
permite hablar de dos tipos de relaciones entre ellos: paradigmáticas y sintagmáticas.
Cualquier forma de hablar una lengua presenta multitud de variaciones: no todos los
hablantes del español articulan exactamente igual todos los sonidos ni le dan el mismo matiz al
significado de una palabra ni se atienen siempre a las mismas reglas de formación de
oraciones. Pero podemos distinguir usos sistemáticos y otros puramente ocasionales, hechos
que pertenecen a la lengua como sistema y otros que forman parte del habla. De esta forma, se
define también en lingüística lo sistemático como inmanente, en oposición a variante. Los
rasgos distintivos de un fonema o de un lexema, que lo delimitan frente a otras unidades
conexas, pueden presentar variantes articulatorias o contextuales que no alteran su valor y su
funcionalidad comunicativa, por lo que, en un estado de lengua dado, serían sólo las invariantes
fónicas o sémicas las que formarían parte del sistema de la lengua, el resto serían entidades del
habla. Pero esta distinción, metodológicamente utilísima, necesaria para explicar cómo las
lenguas mantienen su unidad, tiene una validez no totalmente absoluta, pues es una noción con
sus evidentes límites. El sistema es una abstracción, lo que observamos en los hechos brutos
de lengua es siempre una realidad más heterogénea, con una evidente tendencia a la apertura
y a la creatividad, aunque también es cierto que las lenguas -y no sólo mediante las políticas
normativizadoras- disponen de múltiples mecanismos para la nivelación.
Esto nos lleva a entender que una lengua histórica, como sistema de signos, es una
compleja realidad que funciona más como un sistema de sistemas que como un sistema único e
indivisible. Por un lado, las entidades que dan soporte material y formal a las lenguas son de
diversa naturaleza (fónica, léxica, morfosintáctica). Por otro, toda lengua presenta una
indiscutible variedad en distintas situaciones comunicativas, ámbitos geográficos y estratos
socioculturales. Es decir, por un lado, hay un sistema fonológico, un sistema morfológico y

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sintáctico y un sistema léxico. Estos subsistemas están relacionados, pues ninguno de ellos
podría articularse independientemente, aunque sus componentes pueden ser estudiados por
separado con fines metodológicos.
Cada sistema lingüístico en particular organiza sus propias estructuras relacionales entre
los signos y de las posibilidades universales, tanto sustanciales como formales, sólo selecciona
una parte de las mismas, aquellas que tienen rendimiento funcional.
En el plano fónico, el sistema fonológico de cada lengua se define por el conjunto de
unidades distintivas (fonemas), que se establecen en función de las relaciones opositivas a
partir de rasgos distintivos. En la realización de los mensajes lingüísticos sólo pertenecerán al
sistema de la lengua las unidades fónicas que puedan modificar el significado de unidades
mayores (monemas y palabras) y no las variantes que no afecten a la función distintiva. El plano
fónico no se agota en la palabra, sino que afecta a unidades superiores, suprasegmentales,
donde el signo enunciativo codificado tendrá una norma de entonación para marcar las
modalidades oracionales y las intencionalidades codificadas por el uso sistemático.
Cada lengua tiene un sistema morfológico y gramatical, que es un conjunto de clases
cerradas, igual que en fonología (y lo que es más problemático en el léxico). El sistema
morfosintáctico de cada lengua establecerá los procedimientos, si los hubiere, de flexión y
derivación, relaciones sintácticas funcionales, orden de palabras, etc. Desde un punto de vista
generativista, las estructuras sintácticas de cada lengua serán la articulación particular de un
sistema universal de reglas de generación de todas y sólo las oraciones gramaticales y bien
formadas de dicha lengua, sistema de reglas que es una capacidad innata, objeto de estudio de
la teoría sintáctica, la competencia lingüística.
El léxico es el nivel menos estructurado, o, mejor dicho, la estructura más compleja,
debido a la inmensa cantidad de unidades y a las mayores asimetrías en su estructuración. El
sistema léxico de una lengua presenta similitudes con la gramática, en cuanto a los principios de
conjunción y disyunción de semas que permiten determinar los rasgos distintivos (semas) en los
que se articulan las oposiciones y dimensiones de los distintos campos léxicos, pero el léxico es
una estructura llena de vacíos e intersecciones, en el que las unidades, definidas a partir de la
forma lingüística, tienen una sustancia más compleja que la fónica y gramatical. Todo esto no
impide hablar de la existencia de una estructura léxica sistemática e inmanente para cada
lengua funcional existente en una lengua histórica.
Es evidente que ninguno de estos sistemas puede funcionar de manera independiente.
Todos se necesitan mutuamente para codificar mensajes lingüísticos y para utilizar el lenguaje
en contextos particulares, en situaciones reales de comunicación.
Pero, dado que la noción de sistema, como hemos dicho, es una abstracción, no
podemos olvidar la importancia teórica del habla ni de la actuación, que son más dispersas y
sobre las que podemos formular menos generalizaciones, pero que constituyen la realidad que
estudiamos en cada mensaje en particular, en el primer caso como realización de la lengua, en
el segundo como conducta o actividad observable en un acto comunicativo. La importancia de
la noción de actuación se comprende al reparar en el papel central que desempeña la
competencia comunicativa, la adecuación sociolingüística, discursiva, etc. en el uso del lenguaje
en contextos extraverbales determinados y para las funciones semióticas que pueden
desempeñar las lenguas naturales.
Hemos visto que la homogeneidad de los sistemas lingüísticos permite la
intercomunicación entre los hablantes, pese a las diferencias que presentan las distintas
realizaciones. Pero esa homogeneidad, que permite hablar de una lengua histórica, como el
catalán, el español, el inglés, no es completa, pues en cada lengua conviven distintas lenguas
funcionales, estilos, variedades. Esas variedades pueden ser diatópicas, diastráticas y

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diafásicas. Evidentemente, entre todas las formas de hablar de una comunidad hay un
denominador común a diferentes hablantes y situaciones, la lengua estándar o común, que es
la que permite la nivelación y, por tanto, la existencia de un subsistema en el que hay signos
compartidos por los hablantes. Ese es el mecanismo de la comunicación y del mantenimiento de
la unidad. A título de ejemplo podemos ver cómo la falta de esa lengua común propició, tras la
caída del Imperio romano, la fragmentación del latín en la Edad Media.

3. La norma lingüística.

La principal tarea de la llamada gramática tradicional era la de prescribir usos correctos e


incorrectos. El cambio lingüístico pone en entredicho la validez universal en el tiempo y en el
espacio de un criterio de corrección que los hablantes no consideren sistemático. Dicho de otra
forma, el carácter sistemático de una distinción o de cualquier rasgo lingüístico es el que
determina su pertenencia a la lengua. Por este motivo, la lingüística estructural, desde sus
inicios, se proclamó como descriptiva y no prescriptiva, ya que esta última actividad no tiene
carácter científico.
Las actitudes puristas, que, como tales sólo existieron entre algunos gramáticos del siglo
XVIII reacios a aceptar la admisión de cualquier galicismo, ignoraban el carácter dinámico de la
lengua y cayeron pronto en descrédito, pues demostraron que una norma académica no puede
imponerse a un uso extendido y que una lengua culta puede seguir desarrollándose pese a la
introducción de extranjerismos, cambios semánticos, morfosintácticos, etc.
Pero el lógico rechazo del purismo y la negación del carácter científico de la
prescriptividad no han de entenderse como una negación de la norma como entidad de la
lingüística. Este punto de vista sería un grave error, de lamentables consecuencias para la
normalización de un idioma, para su fijación y sería una postura absurda de planificación
lingüística.
Lo primero que debemos considerar es la complejidad del problema, que presenta
diversas vertientes que deben ser analizadas por separado. En primer lugar, hay que distinguir
entre las normas que el lingüista inventa -que son pura convención- y las reglas que el lingüista
descubre o analiza, que son la descripción o explicación de los diferentes usos sistemáticos que
existen en una lengua. Entre las primeras podemos citar la norma ortográfica y entre las
segundas la noción chomskyana de gramaticalidad. En segundo lugar, debemos subrayar que
toda lengua de cultura necesita una norma para subsistir. En tercer lugar, que esa norma es
variable en el tiempo, no es una realidad inmutable, como tampoco lo son otras normas
sociales, morales, costumbres, etc. En cuarto lugar, cabe subrayar que hay diversos criterios de
corrección, que deben ser argumentados para esgrimir la supuesta agramaticalidad de una
oración (la autoridad, el criterio geográfico, el uso sistemático, etc.). En quinto lugar, hay que
decir que en una lengua no hay una única norma, sino muchas normas, según el tipo de escrito,
según el área, según la situación comunicativa. Finalmente, hay que señalar que la corrección
se corresponde en muchas ocasiones con el mayor o menor conocimiento que el hablante tiene
del sistema de la lengua.
Vamos a detenernos un poco más en la cuestión. La norma, según Coseriu, no es
totalmente asimilable al sistema, pues se trataría de una cuestión próxima a la estadística, que
tiene en cuenta más las realizaciones del sistema que las reglas del mismo como sistema de
posibilidades. Aun así, el peso del uso extendido, ya desde Nebrija, es un criterio fundamental
para determinar "cómo se dice" en una lengua tal o cual expresión, giro, etc.
Si entendemos la norma en el sentido de normativizar y fijar una lengua, tenemos que
atender a una norma artificial, la ortográfica, que trata de ser un modelo unitario para todos los

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hablantes. La ortografía, recientemente actualizada en español para todo el dominio
panhispánico (2000), es una convención imprescindible para garantizar la nivelación. Actúa
también como modelo unificador y moderador de las diferencias de la lengua hablada. El
ejemplo de la ortografía es revelador, pues no todas las normas son igual de eficaces, ya que
una norma fonetista, como es el caso de la española, se revela como didácticamente más
acertada y más fácil de generalizar.
Chomsky introduce el concepto de gramaticalidad, noción en la que este autor distingue
grados, de construcción sintáctica e interpretabilidad semántica. Esta noción de norma distingue
las oraciones bien formadas de una lengua de las mal formadas, que el hablante, en el proceso
de aprendizaje, va corrigiendo como consecuencia de la imitación. Así, en español, el orden de
palabras, la correlación de tiempos, la concordancia, etc. serán rasgos de gramaticalidad que un
hablante concreto conocerá peor o mejor, según su competencia lingüística.
La norma fonética, la ortología, tiene menos prestigio por lo que se refiere a las
variedades dialectales del español, que en el terreno hablado son aceptadas. No así para el
aprendizaje de hablantes extranjeros. Aun así, existe en cada área del español un modelo de
norma fonética con prestigio social.
La norma semántica, aplicada al léxico, ha de tener en cuenta dos aspectos, lo que
tradicionalmente se ha llamado sentido propio de las palabras, y la compatibilidad semántica
(reglas de restricción selectiva en la gramática generativa). La primera se refiere al correcto
entendimiento de las diferencias sistemáticas que los vocablos tienen en el sistema y la
segunda a sus relaciones sintagmáticas, a sus combinaciones en la cadena hablada.
La norma semántica oracional sería una variante de la gramaticalidad, pues afecta a la
buena formación de las oraciones. La norma morfológica tendría un aspecto fonético y otro
relacionado con el conocimiento de las reglas de formación de palabras en una lengua.
El hablar y escribir correctamente una lengua no sólo consiste en conocer bien la
ortografía, el léxico o la gramática, también implica una adecuación del registro a la situación
comunicativa. Por eso podemos hablar también de una norma sociolingüística y pragmática,
que responde más a una convención social de los propios hablantes que al dictado de los
gramáticos.
Un aspecto de la variabilidad de la norma es la existencia de distintas normas
geográficas. No se puede decir que el mejor español sea el hablado en una zona determinada,
ni que sea mejor el inglés hablado en tal país en comparación con otro, sino el hablado por los
ciudadanos más cultos, es decir, los que mejor conocen el sistema. Muchas lenguas presentan
una gran variedad geográfica, por lo que debemos aceptar que existen distintas normas locales
en un idioma, sin más criterio que el de sistemático frente a asistemático. Ahora bien, para
muchos hablantes, hay variedades locales de mayor o menor prestigio social y este hecho no lo
podemos ignorar en una descripción sistemática de una lengua natural.
La norma, pues, es un concepto social e históricamente variable, que depende en buena
parte del uso que los hablantes de una lengua hagan del sistema.
Pero esta visión de que la lengua la hacen los hablantes, la hace el pueblo, como se
decía en el siglo XIX, también hay que someterla a revisión. Pues no todos los hablantes
intervienen de la misma manera en todos los aspectos del sistema de la lengua. Veamos
algunos ejemplos. En el léxico coloquial y común, en la fonética articulatoria y en el valor de las
conjunciones más empleadas, el uso más extendido es el que determina históricamente la
norma y a la larga, el sistema. Pero el valor de los cultismos, los usos literarios (que son
particulares pero cuidadas transgresiones de la norma; son otra norma) y, sobre todo, el valor
semántico de los términos técnicos y científicos (que están codificados de otra forma, a partir de

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un apriorismo conceptual), no es materia en la que opinen todos los hablantes ni en la que la
opinión de todos ellos cuente lo mismo.
Finalmente, es cierto que en los criterios de corrección puede haber en ocasiones cierto
subjetivismo, que no siempre es fácil diferenciar entre norma y estilo, lo que plantea dificultades
en la enseñanza. Partiendo de un criterio científico, descriptivo, más que de norma académica,
podemos decir que si bien no siempre es factible en lingüística hablar de usos lícitos e ilícitos,
además del prestigio social, que puede ser importante para la vida social del estudiante, es
preciso distinguir lo que existe en la lengua culta y lo que sólo se da en determinados ámbitos
del idioma. Así, algunas expresiones, formas de hablar, sentidos figurados, etc. no tienen por
qué calificarse de alejados de la norma si alcanzan un uso sistemático, pero sí podemos decir
que no pertenecen a la lengua culta.

4. Las variedades sociales y funcionales de la lengua.

El sistema de la lengua, ya lo hemos visto, oscila entre la tendencia unitaria y la


tendencia hacia la variación, que puede ser mayor o menor según los casos. De las tres
variaciones que definen el diasistema: diatópicas, diastráticas y diafásicas, vamos a ocuparnos
sólo de estas dos últimas.
Es obvio que no es igual la lengua que emplea un abogado, un universitario, un
estudiante, un agricultor o una persona sin estudios primarios. El nivel sociocultural de los
hablantes determina diferentes niveles de estratificación en una lengua, condiciona las
variedades sociales de un idioma.
Por otro lado, tampoco es igual la lengua que habla la misma persona en situaciones
comunicativas formales que hablando con los amigos o su familia. Esta otra variación, que
obedece a motivos funcionales, como la relación entre las personas o el tipo de discurso
empleado condiciona los registros y las lenguas especiales.
Por tanto, dentro de una misma lengua histórica puede haber rasgos fónicos,
morfosintácticos o léxicos propios de un nivel culto, medio o vulgar, por un lado.
Y por otro, puede haber características diferenciales derivadas de las distintas funciones
con las que se emplee el lenguaje. Así se define la noción de registro de habla, pues se trata de
una variedad estilística que empleará cada hablante según la situación comunicativa en la que
se encuentre. Los registros, que son una modalidad funcional adaptada a una serie de
variantes, dependen del tema y de otras circunstancias comunicativas, como el hecho de que se
empleen bien en la lengua oral bien en la escrita; también están en función de las relaciones
que se den entre las personas o el ámbito más o menos formal en el que se desenvuelva el
discurso. Y también de otras convenciones sociales: es curioso que habitualmente hablando de
fútbol se emplee una mezcla de la lengua culta con la jerga deportiva, de efecto caricaturesco.
El registro no sólo depende del nivel socioeconómico de los hablantes, sino sobre todo del
sociocultural, pero, pese a la complejidad de la sociedad española de hoy, hay correlaciones
evidentes entre nivel cultural y riqueza idiomática, así como entre variedades sociolingüísticas y
estratificación social.
De esta manera, el fenómeno sociolingüísticamente relevante es que un hablante culto
del español podrá emplear distintos registros, entre ellos las jergas urbanas, con fines
expresivos o estilísticos, mientras que determinados segmentos de la sociedad sólo pueden
utilizar «códigos restringidos», esto es, usarán preferiblemente la jerga y los registros más
familiares y coloquiales y desconocerán -o conocerán deficientemente- otros registros más
formales, necesarios para realizar determinadas funciones sociales.

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A la hora de analizar las variedades sociales de una lengua es preciso establecer una
distinción entre niveles de lengua, sociolingüísticos, y registros del habla, variedades
discursivas. Los primeros se refieren a una estratificación social existente en una comunidad
lingüística, son subsistemas que funcionan como códigos relativamente independientes dentro
del sistema lingüístico, y que se corresponden con los usos sistemáticos que hacen los
hablantes según su nivel sociocultural o de acuerdo con otras diferencias que condicionan su
saber y su conducta lingüísticos. Aun así, quizá sea exagerado hablar de sociolectos, dadas las
intersecciones que se dan entre las diferentes hablas juveniles y la lengua coloquial, a lo sumo
habría que hablar de rasgos diferenciadores y rasgos comunes de las jergas juveniles con las
variantes más próximas, como el habla familiar o la lengua coloquial y los registros más
informales del español hablado en España.
Las variedades sociales dependen, en última instancia, del grado de conocimiento que
se tenga del sistema, y guardan una mayor correlación con una estratificación sociocultural que
con la pura estratificación socioeconómica.
En el español de hoy podemos distinguir un nivel lingüístico culto, caracterizado por un
léxico rico y preciso, una sintaxis completa y correcta y una estructuración lógica, ordenada y
cuidada; un nivel popular, que implica un menor conocimiento del sistema sin llegar a la
incorrección y un nivel vulgar, cuyo rasgo dominante es el desconocimiento de muchas de las
normas del sistema, lo que genera un alto nivel de incorrección. Como intersección de estos
estratos socioculturales de un idioma, tenemos el concepto abstracto de «lengua común», que
es, justamente, el denominador común a todos los niveles del lenguaje, el código que permite la
comunicación, la nivelación y la unidad entre todos los hablantes. Hay palabras que por su
especialización o por sólo existir en la lengua escrita, pertenecen exclusivamente a un nivel
lingüístico culto, pero que tienen su correlato en la lengua común o en los niveles popular y
vulgar. Ese territorio que no diferencia los diferentes niveles es la lengua común. La gama de lo
culto a lo vulgar admite muchos matices. Por ejemplo, en el campo semántico de 'muerte', es
éste lexema el que pertenece a la lengua común, mientras que habría una gradación de
cultismo a vulgarismo en 'deceso', 'óbito', 'fallecimiento', 'palmarla', 'espicharla', etc.
Las variedades sociales implican que en todos los subsistemas de la lengua el grado de
conocimiento que los hablantes tienen sobre el conjunto del sistema es muy desigual, lo que
explica el carácter más conservador del léxico culto -pese a su creatividad-, menos sometido al
dinamismo de la lengua que los niveles más populares y la inexistencia de determinadas
construcciones sintácticas de la lengua culta en los textos orales y escritos de hablantes de un
nivel lingüístico más bajo. El aspecto fonético, sin embargo, es diferente, pues la norma
ortológica está tan ligada al prestigio social como al conocimiento del sistema.
Cuestión distinta, aunque relacionada con la anterior, es la variación funcional de la
lengua. El español, como otros idiomas, posee una serie de convenciones sociales que regulan
su uso en situaciones comunicativas diferenciadas, donde la primera gran traza distintiva que
podemos formular es la que media entre formalidad y no formalidad.
Así, hemos de distinguir la lengua coloquial (que emplean hablantes cultos y no cultos, y
que también presenta niveles socioculturales) de la lengua formal, más cuidada, de
determinados tipos de discurso.
La lengua coloquial no debe confundirse con la lengua popular, pese a sus
concomitancias, porque se define, no por el nivel de sus hablantes, sino por las circunstancias
del habla, que son el relajo y la confianza. Lo que más caracteriza la lengua coloquial es el
particular uso de la sintaxis, que es entrecortada e incompleta, deja al contexto la interpretación
del sentido y se caracteriza por la economía de medios. También, aunque menos, es un
componente importante el léxico, creativo y expresivo, desenfadado y recurre con frecuencia a

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muchos de los mecanismos de la llamada función poética del lenguaje. La lengua coloquial,
característica del discurso oral cotidiano en situación de cercanía, no es una lengua incorrecta
(puede serlo sociolingüísticamente si se emplea en un ámbito inadecuado) ni se puede asimilar
al vulgarismo, sino que es la manifestación más espontánea de la lengua para hablar, sin
formalidad, de lo cotidiano, lo familiar, en confianza.
En la variedad funcional hablar de lengua común es hablar de un estilo más bien neutro,
sin expresividad ni especialización. Es la lengua que se suele emplear en un informativo para
hablar al gran público.
El lenguaje presenta otras variedades funcionales para situaciones comunicativas muy
diversas. La manifestación más elevada de la lengua culta es la lengua literaria. No es fácil
trazar unos rasgos comunes a todas las manifestaciones lingüísticas de la literatura, ya que son
muchas las variedades que la creación presenta, pero podemos decir que el lenguaje literario es
el más cuidado, el más elaborado, el que más está destinado a perdurar, para lo cual se vale de
la función poética del lenguaje con la finalidad de crear belleza y perdurar.
El lenguaje científico persigue la claridad, la monosemia y la precisión exacta de un
conocimiento que parte más del conocimiento conceptual que del lingüístico. Se vale de una
sintaxis lógica, monosémica y explícita y del recurso a los tecnicismos léxicos, mediante los que
trata de establecer una relación explícita y unívoca entre conceptos y términos.
El lenguaje jurídico y dentro de él el administrativo, que usa los tecnicismos propios del
derecho, es un lenguaje yusivo, con rasgos de estilo conservadores y formularios, adecuado a
las circunstancias en las que se desenvuelven los actos jurídicos.
El lenguaje comercial se atiene igualmente a unas convenciones que regulan su
actividad social. Usa sus propios tecnicismos, es un lenguaje formalizado como el jurídico y en
él no tienen cabida ni la creatividad ni la expresividad, aunque no persigue el conocimiento, sino
un fin práctico de relación social y primacía informativa.
El lenguaje del periodismo es extremadamente variado (dados los múltiples géneros que
incluye), pero su característica esencial es la economía de medios en el plano informativo y el
recurso a técnicas de argumentación filosófica o la manipulación para lograr un efecto
persuasivo en la opinión.
El lenguaje de la publicidad se mueve por una finalidad práctica: persuadir y llamar la
atención. Para ello emplea todos los recursos disponibles: la función poética del lenguaje, la
connotación, la combinación de lenguaje verbal e imagen, etc.
El lenguaje filosófico y ensayístico tiene elementos comunes con alguno de los ya
citados. El filosófico con el científico, aunque predomina el vocabulario abstracto y el carácter
argumentativo. El ensayo es un escrito híbrido entre ciencia, filosofía y literatura.
Pero dentro de las variedades funcionales destaca en el español hablado en España
actualmente el empleo de jergas. Una jerga es una lengua de grupo, que se emplea con una
finalidad críptica o como seña de identidad. Son muchos los colectivos que han usado jergas,
desde las distintas profesiones (médicos, abogados, economistas), hasta los tecnócratas, el
mundo de los toros o el fútbol, los delincuentes, etc...
Pero de todas estas jergas la que más ha llamado la atención de lingüistas y sociólogos
es la llamada jerga juvenil, cheli o lengua del rollo, cuyos límites, como los de todas las
variedades sociales, son muy difíciles de establecer, ya que entre las distintas hablas del
español de hoy se dan numerosas intersecciones, transiciones e interferencias, como
consecuencia del factor nivelador de los medios de comunicación social.
Las actuales jergas juveniles urbanas de nuestra lengua, refiriéndonos casi
exclusivamente al español de España, son un conjunto de variedades sociolingüísticas
empleadas sobre todo por los jóvenes en la vida cotidiana y en los registros menos formales.

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Estas jergas juveniles son una mezcla de diferentes hablas: hay expresiones
procedentes del habla gitana, el caló, como 'chorizo', de 'chorar' (robar) o 'curro' (trabajo). Hay
términos del argot castizo, madrileño especialmente, como 'piño' (diente), derivado de 'piñón'. Y
también de vocablos nacidos en el mundo de la droga, como 'colocarse' o 'chutarse'. Las
actuales jergas son herederas de jerigonzas muy antiguas, como el habla de germanía, que ya
está presente en Quevedo o en las novelas picarescas de Cervantes. Y también ha habido
creación, innovación, mediante el recurso de deformar voces coloquiales o a través del empleo
de términos comunes con un sentido nuevo, como en 'rollo' o 'punto' (estado de máximo
bienestar). Aunque creación en sentido estricto ha habido menos de lo que habitualmente se
cree, ya que con frecuencia se recurre a la recuperación de voces antiguas. Muchas palabras y
expresiones de la jerga contemporánea estaban ahí latentes, lo que no deja de ser un hecho
del máximo interés sobre la vida de las palabras. 'Guay del Paraguay' está documentado, como
mínimo, a mediados de siglo, 'tronco' ya existía de antiguo en el castizo. Y 'cañón' (ponderativo
de belleza) es un vocablo arcaico recuperado últimamente por las jergas juveniles de "niños
bien".
Algún tipo de variedad lingüística juvenil ha existido siempre. Pero como fenómeno
nuevo que traspasa en el español de nuestros días las fronteras de grupos minoritarios o
marginales, estos dialectos sociales empiezan a expandirse en la década de los setenta en los
ambientes urbanos menos acomodados y menos convencionales. Lo que más destaca de la
nueva situación es la capacidad de irradiación y de difusión de estas hablas. Las jergas
urbanas, además, han aumentado el caudal léxico del argot tradicional, con una ampliación de
campos semánticos y de expresiones.
Se la denominaba hace dos décadas "cheli" o "lenguaje del rollo", por el enorme valor
polisémico que daba a este significante, auténtico comodín, que pese a sus significaciones más
específicas ('formas de vida' o 'relación sexual'), era un lexema tan genérico como pudiera serlo
'cosa' en la lengua común. También fue conocido como lenguaje "pasota", porque su irrupción
coincidió con los años del desencanto, época en la que ese hablar era el contrapunto
desmitificador de los referentes de la generación anterior y manifestaba una visión más
desengañada, cruda y descarnada de la realidad.
Los límites de este dialecto social no son absolutamente precisos, pues muchas de sus
variedades léxicas, fonéticas y sintácticas presentan múltiples intersecciones con otros registros,
como el lenguaje coloquial y hasta con la lengua común. De ahí que no sea fácil elaborar un
diccionario en el que quepa el cheli y sólo el cheli o que delimite el terreno exclusivo de las
jergas.
Un aspecto que debe subrayarse es que no hay una sola jerga juvenil en el español
hablado en nuestro país, sino varias, en función del grupo social (más refinado o aburguesado,
más ácrata, más marginal, más ligado a los mundos de la droga o la delincuencia, etc). La
variedades sociolingüísticas de los jóvenes de la España actual no son las mismas en el medio
urbano que en el rural ni tampoco en los sectores más proletarizados o en los más
acomodados, aunque no podemos ignorar la existencia de un factor de nivelación de las hablas
juveniles debido al poder difusor de los medios de comunicación social. Por eso es observable
un denominador común de términos y expresiones que no son exclusivas de ningún ambiente
en particular y son más propiamente "juveniles" o generacionales. Esta constatación nos obliga
a hablar, pues, no de una única jerga juvenil, sino de una multiplicidad de jergas, con sus
intersecciones y sus incompatibilidades. Por ejemplo, en todas las jergas se empleará el adjetivo
"guapo" o "guapa" para expresar no ya la belleza, sino la ponderación; así, "he pillado una moto
guapísima". O se hablará de un "rollo malísimo" para designar algo negativo. Pero si emplea
'fetén' o 'motorola', 'super-' ('Estas vacaciones he estado supersola'), lo normal es que

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pertenezca a una jerga "de niños bien" o "pijos", mientras que 'sobar' (en el sentido de dormir) o
'colgar un marrón' indica la pertenencia de su usuario a una jerga socialmente menos
acomodada. Dentro de la jerga, pues, podemos distinguir también subsistemas y variaciones.
Sin embargo, hay términos que expresan ese denominador común juvenil urbano entre
jergas "pijas" y marginales: 'pibe', 'pibita' serían términos sólo juveniles, como el 'cate'. Expresión
de este lenguaje más infantil incluso que juvenil lo tenemos en 'molongui', derivado de 'molar'.
Desde el punto de vista lingüístico es posible destacar algunas notas caracterizadoras
de estas variedades juveniles del español.
Respecto del nivel sintáctico observamos los mismos rasgos que se dan en el lenguaje
coloquial: sintaxis entrecortada y sincopada, sobreentendidos, frases hechas, pero con una
ausencia de refranes y expresiones más tradicionales, lo que pone de manifiesto un
componente de ruptura generacional y, sobre todo, de fuerte desarraigo, aspecto peculiar de las
jergas urbanas actuales.
Por lo que se refiere al nivel fónico hay que subrayar que la entonación es también un
rasgo propio. Una persona que utilice habitualmente la jerga o que se valga de ella como
registro más informal lo hará con una entonación particular, muy relajada y expresiva. Suelen
ser comunes, pues, ciertos rasgos fónicos próximos al español meridional y al castizo madrileño,
con una entonación enfática y deliberadamente alejada de la norma central del castellano. En
cambio, pese a compartir buena parte de los vocablos de la jerga juvenil, el habla de los "pijos"
o "niños bien", tiene otra entonación muy diferente, más afectada, con un énfasis en sentido
contrario, donde destaca como elemento diferenciador el alargamiento de las eses.
No obstante, lo más característico, lo más específico, de la jerga juvenil es el nivel léxico-
semántico.
Las características de la estructuración léxico-semántica de esta variedad lingüística
son, en parte, comunes con el lenguaje coloquial, por lo que se refiere a la formación de
palabras. Así, podemos hablar de la sufijación expresiva (-amen, 'muslamen', -ata, 'tocata',
'jubilata', 'drogata') o los acortamientos léxicos: 'chori', por 'chorizo'.
Considerando que la naturaleza de lo designado por las unidades léxicas de una lengua
no es uniforme, como tampoco lo es la relación entre los signos léxicos y la realidad, debemos
notar que las jergas como el cheli refuerzan más la intuición, una mayor imprecisión conceptual
en la denotación sistemática. De esta forma, el léxico jergal, como el coloquial, es más abierto,
tiende más a la polisemia, a la diversificación de los sentidos de las palabras, mientras que un
lenguaje culto, excepto el literario, no permite tanta creatividad. Así, es notorio que esta mayor
imprecisión denotativa es más fácilmente observable en el lenguaje coloquial que en la lengua
común y justamente la imprecisión, inexactitud y una delimitación no certera de los denotata es
una de las notas definitorias de la codificación de los lenguajes más ligados a la cultura popular.
Por otro lado, la frecuencia de términos pertenecientes a distintos campos semánticos
(en el sentido más amplio de la expresión y no entendida en su restricta acepción de paradigma
léxico continuo, tal como lo define la semántica estructural europea) puede ser una vía
interesante para determinar la visión del mundo que tienen estas jergas juveniles.
Así, una de las tareas más interesantes en el estudio del vocabulario de estas
variedades es el de determinar qué campos léxicos son los que más abundan en las jergas
juveniles del español. Constatamos que predominan los campos léxicos de objetos de la vida
cotidiana, el amor y el sexo, la droga, los sentimientos, los ponderativos y, vocablos de
referencia genérica empleados como comodines. Es posible una caracterización semántica de
las distintas "lenguas funcionales" en las que funcionan las jergas como una simplificación de
los rasgos distintivos propios de los paradigmas léxicos más conceptuales de la lengua común.
Así, por ejemplo, los vocablos que se refieren a los adjetivos calificativos presentan una mayor

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limitación de diferenciaciones conceptuales que en los registros menos informales. Y también
es relevante comprobar cuáles son todos los campos léxicos que no tienen su correlato en las
jergas juveniles. Por todo ello entendemos que no son irrelevantes las preguntas siguientes:
¿De qué se puede hablar en cheli o en otras jergas? ¿Se puede comunicar todo en cheli o en el
resto de las jergas? A la primera cuestión puede responderse que son muchos los aspectos de
la vida cotidiana de los que es posible hablar mediante esta modalidad lingüística. Pero a la
segunda de las interrogantes es preciso responder, evidentemente, de forma negativa, aunque
sea preciso reconocer que ciertas actitudes vitales se comunican de forma más expresiva en la
jerga que en otras variedades más formales del español.
Por otro lado, hay que subrayar la inexistencia de variantes idiolectales en el uso de
muchas jergas, pues son una manifestación de una cultura de grupo, en ocasiones tribal, con
una mayor fuerza de la mímesis que de la creación individual, excepto en los casos en que los
escritores recurren a ella. Éste es un fenómeno común a otras jergas, como la de los políticos o
los tecnócratas, que observamos en su 'discurso repetido', donde también puede constatarse
una tendencia a la repetición y no a la originalidad individual.
Podemos hacer diversas interpretaciones sobre el significado y la funcionalidad sociales
de las jergas juveniles urbanas del español de las últimas décadas. Una posibilidad es
entenderlas como un signo de cripticismo, de creación de un código propio que sirva para no
ser entendido por el mundo de los adultos. El léxico de la mayoría de las hablas que han
convergido en la actual jerga juvenil, en principio era un vocabulario oculto sólo para iniciados.
Pero esta interpretación sería válida para la jerga de los delincuentes o el mundo de la droga
(que es, esta última, uno de los componentes de la jerga urbana actual). Pero ese cripticismo
sólo existe en el léxico más marginal, pues la jerga se ha extendido notablemente y, al menos,
su núcleo, ya no es tan ininteligible para un buen número de hablantes del español. Por otro
lado, también cabe interpretarla como una manifestación de una personalidad sociológica, de
grupo, como unas señas de identidad, que, evidentemente, son unas señas de identidad
transitorias para muchos jóvenes -los menos 'pasaos', los menos marginales- hasta que llegan a
la edad adulta. No podemos olvidar este fenómeno, que, como estilo, la jerga es una lengua de
grupo o de 'basca' o 'peña', provisional para muchos estudiantes, del que quedan sólo residuos
a medida que se integran en la sociedad. También es posible interpretar el habla juvenil como
una voluntad de transgresión, como la creación de una contracultura. Finalmente, una
valoración más pesimista de la jerga es considerarla fundamentalmente como signo de
marginación y de código empobrecido.

5. Aplicaciones didácticas

La aplicación didáctica de este tema no se puede reducir a un bloque de contenidos del


currículo oficial. La corrección ortográfica, gramatical, semántica, fonética y sociolingüística -en
el plano oral y en el escrito- es la auténtica transversal que lo recorre todo en la enseñanza de la
lengua y, de hecho, la cuestión de la norma, las normas, lingüísticas y sociolingüísticas que
existen en las diferentes lenguas, afecta más a la didáctica, en sentido general, y a la
planificación y normativización que a la ciencia del lenguaje en sentido estricto.
Habría que distinguir, por un lado, una norma lingüística que consistiría en emplear un
lenguaje correcto y una norma sociolingüística, en adaptar el lenguaje a la situación
comunicativa. El problema con el que nos encontramos en este último caso es el de que los
alumnos no dominen todos los registros y niveles sociolingüísticos del español.
En las zonas urbanas más desfavorecidas y, sobre todo, en las marginales, nos
podemos encontrar con el fenómeno de que un amplio sector de estudiantes sólo sea

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competente lingüística y comunicativamente en la jerga y que posea un conocimiento más
pobre de la lengua común y de otros registros más formales. Es imprescindible que la escuela
enseñe las convenciones sociales que rigen el funcionamiento de una lengua, que se enfatice la
conveniencia de adecuar el registro a cada situación comunicativa. Que todo hablante sepa
cuándo se utiliza habitualmente cada registro y qué efectos de sentido y qué problemas implica
no atenerse a estas reglas sociales.
Evidentemente, cualquier hablante está en su derecho de transgredir si le place esa
convención social (así lo hacen algunos escritores, como Umbral o Alonso de Santos). Pero si
un estudiante opta por una determinada modalidad lingüística ha de ser conscientemente y
porque puede elegir, no porque no sepa utilizar otro registro. El empleo de la jerga es una
opción estilística que cada usuario del idioma puede emplear libremente. La escuela debe
respetar la libertad lingüística de los alumnos como una manifestación más de la libertad de
expresión. La escuela debe proporcionar información sobre las convenciones sociales que rigen
los usos idiomáticos. La escuela debe provocar la reflexión -y por tanto la consciencia- sobre la
significación social de los diferentes registros. Las diferentes jergas, en su funcionalidad
comunicativa y dentro de los contextos y situaciones en que se dan, deben respetarse y
aceptarse como una variedad más del uso de la lengua. La existencia de diversos registros ha
de considerarse en la enseñanza de la lengua no sólo a la hora de hablar del tema
correspondiente, sino como un hecho recurrente en todo tipo de actividades: análisis de textos,
ejercicios lingüísticos, didáctica de la lengua oral, etc. La escuela debe partir de la realidad
lingüística del alumno. Y ha de acercarle, desde la lengua común-media hasta los niveles más
cultos, objetivo último y más ambicioso, de la educación lingüística. Si en su vida privada o en
contacto con sus compañeros un estudiante denomina 'pibe', 'pibita, 'titi', colega', tía, 'rollo',
'compañera', 'mi chica', es algo absolutamente normal, que no hay por qué "corregir", pero ese
mismo alumno ha de saber que si tiene que comparecer en un juicio o ante una oficina de la
administración, ese no es el código que se emplea. Una de las finalidades de la escuela es la
ampliar la competencia comunicativa de los estudiantes: enseñarles a distinguir y a utilizar los
distintos registros de la lengua, enseñar a diferenciar y a usar los registros menos conocidos y a
saber cuándo deben utilizarlos, el significado estilístico y sociolingüístico de cada variedad de
uso de la lengua. Para propiciar este conocimiento de la importancia de los registros verbales en
la enseñanza de la lengua, los docentes deben conocer bien el código del alumno. El profesor,
en especial el profesor de lengua, necesita conocer las jergas de los alumnos, especialmente el
léxico. Es evidente que las diferencias de usos lingüísticos entre profesores y alumnos pueden
ser un factor de incomunicación, de incomprensión mutua entre profesores y alumnos. Y no ha
de plantearse tanto el imponer o no imponer una norma como el garantizar el acceso a la
lengua culta de todos los estudiantes, pues la libertad sólo se tiene cuando se conocen más
niveles y registros. Para adecuar el registro a la situación comunicativa, es preciso, por tanto,
que el alumno conozca el mayor número posible de registros. Quien no conoce más que el
registro jergal y no es capaz de desenvolverse en un registro estándar o en uno culto
difícilmente puede cambiar de registro. La escuela no debe aspirar a sustituir las variedades
lingüísticas de los estudiantes por otras distintas, pero sí ha de perseguir la ampliación de las
posibilidades expresivas y comunicativas mediante la práctica de nuevos registros, con
indicación expresa de las situaciones comunicativas en las que éstos son funcionales y con un
estudio amplio del léxico, de la fraseología y de las convenciones que rigen el empleo de estos
códigos. Todo hablante enriquecerá las posibilidades comunicativas conociendo el mayor
número posible de variedades sociales de una lengua. Integrarse en el mundo de la política, del
fútbol, de los artistas, etc. requiere entre otras cosas conocer bien su fraseología específica, su
léxico particular. Y no digamos la integración social de aquellos estudiantes cuyo origen

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sociocultural pueda ser más marginal o simplemente presentar más carencias. Saber traducir
del registro más usual al común, lo cual implica conocer las estructuras léxicas más frecuentes
del vocabulario conceptual, es esencial para no limitar ni la competencia comunicativa ni la
expansión social de los estudiantes.

Bibliografía

- Gómez Torrego, Leonardo. Manual del español correcto. Arco Libros, 1994.
- Lázaro Carreter, Fernando. El dardo en la palabra. 1999.
- Marsá, Francisco. Diccionario normativo y guía práctica de la lengua española. Ariel lingüística.
- Real Academia Española. Ortografía de la lengua española. Espasa-Calpe. 1992.
- Real Academia Española. Diccionario panhispánico de dudas.
- Real Academia Española. Nueva gramática de la lengua española. Espasa-Calpe.2009.
- Revista Textos. "Los registros". Editorial Graó. Barcelona. 1999.
- Seco Raymundo, Manuel. Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española. Espasa-
Calpe. 1992.
- Seco Raymundo, Manuel. Gramática esencial del español. Aguilar. 1972.

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