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“La realidad es mucho más simple. Sencillamente, a fuerza de haber sido empujado a
valerse únicamente de su lado racional, y al cabo de milenios de ejercicio exclusivo de
la mente, al ser humano se le han atrofiado definitivamente ciertos sentidos naturales
que muchos animales han conservado por no estar sujetos a las formas de vida que la
civilización y la llamada evolución nos han hecho aceptar”.
Juan G. Atienza.
Por ejemplo, no es asunto de la razón el decidir cómo debe ser tratada una
criatura. Desde mucho antes de que nos convirtiésemos en algo parecido al
Homo Sapiens, hemos tenido instintos exquisitamente precisos y expertos en
cualquier detalle sobre el cuidado de los niños. Pero hemos logrado
desconcertar de tal manera este conocimiento que teníamos de antiguo, que
ahora contratamos investigadores para que nos aclaren como hemos de
comportarnos con los niños, con nosotros mismos y con los demás. No es
ningún secreto que los expertos no han logrado "descubrir" cómo vivir
satisfactoriamente, pero cuanto más fallan, mayor es su empeño en resolver
todos los problemas a través de la razón a ignorar aquello que la razón no
puede entenderá controlar.
En este momento estamos bastante dominados por el intelecto; nuestro sentido
innato de lo que es bueno para nosotros ha sido destruido hasta el punto de
que apenas somos conscientes de que está ahí, y no podemos distinguir un
impulso original de otro distorsionado.
Pero creo que es posible partir desde donde estamos, perdidos y minusválidos, y
encontrar un camino de vuelta. Al menos podríamos aprender qué dirección
seguir para velar mejor por nuestros intereses, y no seguir realizando esfuerzos
que nos llevan a descarrilar. La parte consciente de la mente, como un buen
"asesor técnico" en la guerra de otro, al ver que sólo lleva a error debería
quitarse de en medio, no empujar aún más al otro en territorio extraño. Hay, por
supuesto, muchísimas tareas que nuestra capacidad de razón puede llevar a cabo
sin estar con ello apropiándose del trabajo que durante millones de años ha sido
llevado a cabo por esas áreas de la mente, infinitamente más refinadas y sabias,
llamadas instinto. Si tales áreas fuesen también conscientes, nos harían perder
la cabeza al minuto, aunque sólo fuese por el hecho de que la mente consciente,
por naturaleza, sólo puede hacerse cargo de diversas cuestiones una a una,
mientras que el inconsciente puede llevar a cabo, simultánea y correctamente,
un gran número de observaciones, cálculos, síntesis y ejecuciones.
¿Cómo logran las fuerzas que lo componen, conocer con antelación lo que serán
las necesidades de un ser humano? El secreto es la experiencia. La cadena de
experiencias que preparan a un ser humano para su vida en la tierra comienza
con las aventuras de la primera célula viva. Lo que esta célula experimentó con
respecto a temperatura, composición de su entorno, alimento disponible con el
que sustentar sus actividades, cambios climáticos y encuentros con otros
objetos ó miembros de su especie, fue transmitido a sus descendientes. A partir
de estos datos, transmitidos por medios que aún resultan misteriosos para la
ciencia, surgieron cambios lentos, lentísimos, que, tras un tiempo
inimaginablemente largo, dieron lugar a una gran variedad de formas que
podían sobrevivir y reproducirse adaptándose al medio de diversas maneras.
Como ocurre siempre que un sistema se diversifica y adquiere mayor
complejidad, adaptándose con más precisión a una variedad más amplia de
circunstancias, el efecto fue mayor estabilidad. La vida misma estaba sometida
a un peligro menor de extinción debido a catástrofes naturales. Aún cuando toda
una forma de vida desapareciese, habría muchísimas otras para seguir adelante
y seguir complicándose, diversificándose, adaptándose y estabilizándose. (No
parece una locura el aventurarse y suponer que unas cuantas formas "primeras"
de vida se extinguieron antes de que alguna llegara a sobrevivir, quizá millones
de años después, diversificándose a tiempo para evitar desaparecer tras algún
suceso elemental intolerable).
Observar otras especies puede ayudar, pero también puede llevarnos a error.
Donde el nivel de desarrollo se corresponde, las comparaciones con otros
animales resultan válidas. Este es el caso de las necesidades más antiguas
profundas y fundamentales que anteceden a nuestra forma antropoide, como el
requisito de aire para respirar, que surgió hace cientos de millones de años y es
compartida por muchos animales. Pero resulta obviamente más útil el estudiar
sujetos humanos que no han abandonado comportamiento y entorno adecuados
al continuum. Aún si somos capaces de identificar algunas de esas expectativas
nuestras menos evidentes que "aire para respirar", siempre quedará una cantidad
inmensa de expectativas sutiles que identificar antes de que podamos siquiera
pensar en un ordenador que nos ayude a alcanzar una pequeña fracción de
nuestro conocimiento instintivo de ellas. Es, por lo tanto, esencial, el
aprovechar cualquier oportunidad que se nos brinde para restablecer nuestra
capacidad innata pata elegir lo que nos es adecuado. El torpe intelecto con el
que ahora intentamos reconocer aquello que nos es adecuado, quedaría libre
para ocuparse en las tareas que le son más propias.
Las expectativas con las que encaramos la vida están inseparablemente ligadas
a los impulsos (por ejemplo, a mamar, a evitar daño físico, a gatear, a explorar,
a imitar). Según el trato, y circunstancias que esperamos se van haciendo
accesibles, entran en interacción con conjuntos de impulsos en nosotros,
preparados para ello por la experiencia de nuestros antecesores.
Esto no tiene nada que ver con lo que llamamos “progreso”. De hecho, la
resistencia al cambio, que no esta en conflicto con el impulso a evolucionar, la
resistencia al cambio, que impulso a evolucionar, es una fuerza indispensable
para mantener cualquier sistema estable.” Jean Liedloff En busca del bienestar
perdido
La oxitocina, que se utiliza como oxitócico, como dilatador del útero en la medicina, se
empleaba en las orgías eleusíacas por medio del hongo del cornezuelo de centeno. La
misma química, una aplicada en el parto con dolor forzado, la otra como afrodisíaco.
La misma hormona (la oxitocina) que está presente en el parto para dilatar el cuello
uterino es también la hormona del orgasmo, que por ello se la conoce como “la
hormona del amor”.
Unos versos mesopotámicos del tercer milenio a.c. nos dan a entender que los humanos
de los tiempos en los que las mujeres parían sin dolor, tenían también el útero en el
sistema nervioso voluntario:
¿Qué mejor invento podría hacerse para tener seguro al embrión y para que salga
cuando llegue el término, que la fuerte, dúctil y elástica bolsa uterina, con su cuello que
cierra firmemente y es a la vez capaz de abrirse? En este contexto situamos las
contracciones uterinas para dilatar el cuello. Ahora bien, no es lo mismo mover un
músculo contracturado, rígido, que está medio atrofiado por no ser usado, que mover
un músculo distendido y que es utilizado habitualmente. Actualmente parimos con el
útero rígido, sin elasticidad, medio atrofiado y sin que el deseo estimule la producción
de oxitocina. Por eso duelen también las reglas.
Y todo esto, establecido por la Ciencia; porque cuando la sexualidad fue abordada
“científicamente” en el siglo pasado, la sexualidad femenina que se definió fue la de un
cuerpo castrado, devastado, despiezado; sometido y explotado: una sexualidad
falocrática, vaginal y/o clitoridiana. Aunque algunos llegaron a reconocer que había
algo “indefinido” en la sexualidad de la mujer (Groddeck), que era un “continente
negro” inexplorado y desconocido (Freud al final de su vida, Lacan). ¡Y tan
desconocido!
Todavía hay una observación más sobre la fisiología del parto en la especie humana:
Al adquirir la posición erecta, el plano de inclinación del útero se hace casi vertical,
quedando el orificio de salida hacia abajo, sometido a la fuerza de la gravedad, Esto
supone/requiere un perfeccionamiento del dispositivo de cierre y apertura del útero, un
cierre más fuerte para sujetar 9 u 11 Kg. De peso contra la fuerza de la gravedad. Y el
dispositivo de cierre y apertura del útero no es otra cosa que el cuello, cuya relajación
total deja una abertura de hasta 10 cm de diámetro. Por eso “el origen del auténtico
orgasmo femenino está en el cuello del útero”. Nuestra opinión, contrastada con
Merelo-Barberá, es que el orgasmo fue el invento evolutivo para accionar el dispositivo
de apertura del útero.
“Las mujeres embarazadas trabajan hasta el último momento y dan a luz prácticamente
sin dolor; al día siguiente se bañan en el río y están tan limpias y saludables como
antes de dar a luz”. Bartolomé De Las Casas
3) EL PARTO CIVILIZADO (la herida primaria)
(Extractos de Casilda Rodrigañez)
“Me daría vergüenza el reconocer ante los indios que allá dónde yo vengo las mujeres
no se sienten capaces de criar a sus hijos hasta que han leído las instrucciones escritas
por un desconocido” Jean Liedloff En busca del bienestar perdido
Cuando este deseo llega a un punto máximo, sobreviene una gran excitación:
todo el pequeño cuerpo humano está dispuesto para realizar ese esfuerzo. Hasta
entonces, psíquicamente el “yo” primario actúa según el principio del placer.
(Stettbacher, 1991).
A partir de aquí, comienza el fin del período paradisíaco del ser humano, pues
el nacimiento no resulta el acto placentero que estaba previsto: la madre no está
en el mismo estado anímico que la criatura abandonada al deseo, gozando de los
últimos momentos de la gestación y esperando el gran acontecimiento. El útero
de la madre, tenso y rígido, no va a responder a los movimientos y masajes que
acompañan a la excitación sexual del parto. Para la criatura la sensación de
compresión pasa de ser una excitante sugerencia a salir, a la desagradable
sensación de estar «atascada». Entonces comienzan las sensaciones de dolor
físico y de ahogo, y los sentimientos de angustia. Sentimos miedo. De pronto,
todo va «mal». Pero no podemos hacer nada para evitarlo. Estamos atrapadas,
sufriendo una compresión asfixiante. Con el dolor y la sensación de asfixia
crecen la angustia y el miedo. La increíble capacidad de supervivencia del ser
humano hace posible que nazcan tantas criaturas vivas a pesar de los partos
traumáticos.” Casilda Rodrigañez y Ana Cachafeiro. “La represión del deseo
materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente
Dentro de la práctica de partos “alternativos” o humanistas existe la constatación de
Michel Odent de que cuanto menos se interfiera, cuanto menos se provoque el
neocortex de la mujer, haciéndola prestar atención (racional) a conversaciones, y
cuanto más desinhibido permanezca el cerebro ancestral, más fácil resulta el parto. La
mujer no puede estar en ese estado si no está en ese clima de confianza y de cierta
intimidad.
“Los seres humanos adultos tratan el parto como una operación quirúrgica en la que
toda manipulación es válida, sin tener en cuenta ni siquiera las pulsiones instintivas;
mucho menos los deseos, las emociones, los sentimientos o la capacidad racional de la
madre. La madre está anulada en tanto que ser deseante y ser pensante. No existe
dimensión psíquica o racional en el acto. Como dice Odent, se podría aprender de los
veterinarios porque éstos al menos tienen en cuenta las pulsiones instintuales de los
animales:
Este cerebro arcaico que podemos llamar cerebro instintivo y emocional se puede
considerar como una glándula que segrega las hormonas necesarias para el proceso
del parto... El proceso del parto se desarrolla tanto más fácilmente, cuanto más acepte
el otro cerebro, el nuevo, el ponerse en reposo... De ese neocortex es de donde
provienen todas las inhibiciones, en el transcurso del parto como en el transcurso de
todo acontecimiento perteneciente a la vida sexual. Por esa razón, en el transcurso de
un parto muy espontáneo... hay una fase en la que la mujer parece estar desconectada
del mundo, camina en otro planeta. Este cambio de estado de conciencia traduce con
toda evidencia la reducción del control del neocortex... la forma más segura de hacer
un parto largo, más difícil, más doloroso (y por lo tanto más peligroso) consiste en
estimular el neocortex, causa de todas las inhibiciones. Se puede estimular con la luz o
utilizando un lenguaje lógico, racional o comportándose como observador. La
sensación de intimidad traduce la reducción de control del nuevo cerebro.
Para hacernos una idea de lo que se hace con los partos podemos recordar lo que
ocurre en las relaciones sexuales entre adultos cuando suena el teléfono o alguien
llama a la puerta. Si una llamada de teléfono nos “corta”, es porque las funciones
sexuales requieren la pasividad del neocortex, un estado de inhibición a favor del
cerebro arcaico: lo que se dice estar en un estado de “abandono” al deseo y al
placer. Imaginemos lo que seria lograr un orgasmo en medio de personas
entrando y saliendo, hablando y diciéndonos lo que tenernos que hacer,
impidiendo el abandono al deseo... Pues algo así es lo que hacemos cuando
parimos, es decir, sustituir los sentimientos, el amor, el deseo entre dos personas
que lleva al alumbramiento, por la técnica y las órdenes. La pérdida de la
intimidad que tiene lugar en los paritorios de los hospitales culmina la trágica
consagración del parto violento y doloroso.
Diríamos que sí, que es la otra cara de la moneda del asesinato del deseo
materno: el gran misterio, el «Secreto de la Humanidad», como lo ha formulado
V. Sau.
Leboyer, pensando que con las innovaciones que encaminaban al parto sin dolor
se estaba haciendo algo por la madre, levantando así la antigua maldición,
asumió el punto de vista de la criatura para ver qué podía hacerse con toda esa
carga de padecimientos que el pequeño ser recién nacido tiene que soportar:
potentes proyectores de luz que ciegan y queman los ojos, un mundo que
vocifera a su alrededor ante unos oídos que acaban de quedar al desnudo sin la
protección de los líquidos amnióticos y del vientre; pañales, tejidos de fibra
para una piel casi en carne viva, que hasta ahora sólo había conocido la suavi-
dad del tacto de los líquidos maternos (esa sensación que nuestro inconsciente
recuerda cuando nos sumergimos en un baño relajadamente), con una epidermis
tan fina que cualquier contacto le hace temblar; se corta inmediatamente el
cordón umbilical haciendo entrar las primeras bocanadas de aire violentamente
en sus pulmones, quemándole las entrañas; ciego, ensordecido, abrasado, el
sollozo suena a la desesperación más tremenda.
Aunque algunas de estas prácticas están siendo sustituídas por otras menos
infernales, gracias a Leboyer, Odent y otros que como ellos han sido
permeables al sufrimiento de las criaturas recién nacidas, el nacimiento sigue
siendo una entrada al Valle de Lágrimas, una expulsión del Paraíso. Como dice,
certeramente pero con cierta carga de ingenuidad, Leboyer:
No hay pecado.
Sólo existen el error, la ignorancia. Nuestra ceguera y nuestra resignación.
El sufrimiento es inútil. Pura invención. No satisface a los dioses.
El sufrimiento es falta de inteligencia, El parto sin dolor está ahí para probarlo. A
despecho de los violentos, de los autoritarios...
“Cuando un recién nacido aprende en una sala de nido que es inútil gritar, está
sufriendo ya una experiencia de sumisión.”
¿Por qué le estorba al poder la sexualidad femenina? ¿Por qué necesita que el parto y
el nacimiento sean dolorosos, y cómo consiguieron que fuera así?
En todos los mamíferos hay una impronta o atracción mutua entre la madre y el
cachorro, pero en la especie humana, que somos una especie neoténica(1) con un
prolongado período de exterogestación y no sólo de crianza, esta impronta se produce
con una enorme producción libidinal para sustentar todo ese período de
interdependencia. Como dice Balint(2) se trata de un estado de simbiosis (y no una
serie de acoplamientos puntuales) entre madre-criatura que necesariamente implica la
mayor carga libidinal de todas nuestras vidas.
Ahora bien, nuestra sociedad actual no tiene nada que ver con la vida humana
autorregulada; desde hace 5.000 años vivimos en una sociedad que no está constituida
para realizar el bienestar de sus componentes, sino para realizar el Poder. Y por eso al
poder le estorba la sexualidad de la mujer, los cuerpos de mujeres que secretan líbido
maternal.
Es decir, que aquella sociedad no provenía de las ideas o del mundo espiritual, sino de
la sustancia emocional que fluía de los cuerpos físicos y que organizaba las relaciones
humanas en función del bienestar; y de donde salían las energías que vertebraban los
esfuerzos por cuidar de la vida humana.
Es decir, una sociedad con madres patriarcales, que no son verdaderas madres sino un
sucedáneo de madres, que no crían a su prole para el bienestar y para su integración en
un tejido social de relaciones armónicas que ya no existen, sino para el de la guerra y la
esclavitud(12). Como dice Amparo Moreno, sin una madre patriarcal que inculque a las
criaturas “lo que no se debe ser” desde su más tierna infancia, que bloquee su capacidad
erótico-vital y la canalice hacia “lo que debe ser”, no podría operar la ley del Padre que
simboliza y desarrolla de una forma ya más minuciosa “lo que debe ser”(13)
A lo largo de 3.000 años tuvieron lugar guerras de devastación de las pacíficas ciudades
y aldeas matrifocales, durante las que se exterminaron generaciones enteras de hombres
que las protegieron con sus vidas; guerras durante las cuales se esclavizaron
generaciones de mujeres que vivían plenamente su sexualidad y parían con placer;
generaciones con las que “desapareció la paz sobre la tierra”, según la expresión de
Bachofen porque con ellas desapareció el tejido social, el espacio y el tiempo en el que
la maternidad es posible.
Según Gerda Lerner(14), l@s niñ@s fueron la primera
mano de obra esclavizada, por la facilidad de
manejarlos y de explotarlos. A las mujeres de las
aldeas conquistadas se las mantenía vivas para la
producción de mano de obra, montándolas y preñán-
dolas como al ganado. Y así empezó la maternidad
sin deseo, por la fuerza bruta.
En los orígenes del patriarcado la paternidad era adoptiva, esto es, los primeros
patriarcas adoptaban(16) a sus seguidores o filios entre los niños mejor educados y
preparados para las guerras y el gobierno de los incipientes Estados, y las mujeres
adquirían un rango en función del que adquirían sus hijos e hijas (esposas, concubinas,
esclavas), de manera que incluso su supervivencia y la de sus criaturas dependían a
menudo de su firmeza en el adiestramiento de éstas. Esto es un ejemplo de un tipo de
incentivación que va conformando la madre patriarcal; la mujer que subordina el
bienestar inmediato de sus hij@s a su preparación para el futuro éxito social, en una
sociedad jerarquizada y competitiva: y además que tiene su cuerpo disciplinado para
limitar su líbido sexual a la complacencia falocrática.
Entre los engaños míticos está la satanización de la sexualidad de la mujer. Como dice
la Biblia: la maldad es por definición lo que mana del cuerpo de la mujer. “De los
vestidos sale la polilla y del cuerpo de la mujer la maldad femenil”, dice la Biblia; y
también que “ninguna maldad es comparable a la maldad de la mujer”. La mujer tiene
que sentir vergüenza de su cuerpo incluso ante su marido, que debe cubrirse de velos,
considerarse impura. Esto es una percepción efectivamente paralizante de los cuerpos.
La mujer seductora y seducible, voluptuosa, sólo puede ser una puta y una zorra,
absolutamente incompatible con una buena madre, cuyo paradigma es una virgen
que engendra sin conocer varón y que tolera resignadamente la tortura y la muerte
de su hijo en sacrificio al Padre.
Esta es una maldición de Yavé: paralizar los úteros para paralizar la producción
libidinal de la mujer y cambiar el tejido social de la realización del bienestar por el
tejido social de la dominación y de la jerarquía.
Porque, en cambio, el amor que nos sale de las vísceras, a diferencia del que dicen que
sale del alma escondida tras los cuerpos acorazados, sólo sabe complacer y aplacer a
l@s hij@s y es incompatible con el sufrimiento y con la angustia que presiden su
socialización.
(2)Balint, M. «La Falta Básica», Paidos, Barcelona, 1993 (1ª publicación: Londres y Nueva York 1979).
(3)Pepe Rodríguez, «Dios nació mujer», Ediciones B., S.A., Barcelona, 1999. Ver por ejemplo también la
obra del paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould.
(5)Bachofen, J. J. «Mitología arcaica y derecho materno», Anthropos, Barcelona, 1988. (1ª publicación,
Stuttgart, 1861).
(6)Subrayamos este aspecto porque en las versiones castellanas de Bachofen , se viene traduciendo
«mutterlich» (maternal), «muttertum» (entorno de la madre) y «mutterrcht» (derecho de la madre) por
«matriarcado». Sin embargo cuando Bachofen se quiere referir al «archos» femenino de la transición,
utiliza el término de «gynecocratie».
(7)Moia, M. «El no de las niñas», laSal edicions de les dones, Barcelona, 1981.
(8)Ver artículo de Paka Díaz en «El semanal» del Diario La Verdad de Murcia, del 16-22 de Julio 2000,
«Los Musuo, el último matriarcado».
(12)Sobre el matricidio, ver particularmente la obra de Victoria Sau: « La maternidad: una impostura»,
Revista Duoda, N-° 6, Barcelona. 1994; «El vacío de la maternidad», Icaria, Barcelona, 1995, entre otros.
(13) Carta de Amparo Moreno a la Asociación Antipatriarcal, Boletín N-° 4, Madrid, diciembre 1989.
(14) Lerner, G. «La creación del patriarcado», Crítica, Barcelona, 1990.
(15) El código de hammurabi son 282 leyes (con un prólogo y un epílogo) grabadas sobre un falo de
basalto de 2,01 m., que se encuentra en el Museo del Louvre; estas leyes regulan ya un sistema de
propiedad y de adopción pormenorizado. Edición de Federico Lara Peinado en Tecnos, Madrid, 1986.
(16) Sobre el origen adoptivo de la paternidad véase por ejemplo el estudio de Assann en el Antiguo
Egipto: en Tellenbach, H. Et al. «L'image du pére dans le mythe el I'hisiorie». PUF, Paris, 1983.
(17) Carta de Amparo Moreno a la Asociación Antipatriarcal, Boletín N°4, Madrid, diciembre 1989.
Bibliografía
-RODRIGAÑEZ, Casilda y CACHAFEIRO, Ana (1995). La represión del deseo materno y la génesis
del estado de sumisión inconsciente. .
-CACHAFEIRO/RODRIGAÑEZ (1999) “La sexualidad de la mujer”.
-LIEDLOFF, Jean. “El concepto de continuum”.
-www.casildarodriganez.org