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(Romanos 8:29)
Hay una promesa hecha a todos los que han sido llamados al seguimiento de
Jesucristo, es que serán semejantes a Él. Todo discípulo debe ser "como
Cristo", el que se entrega plenamente a Cristo, llevará necesariamente su
imagen. Esta imagen de Cristo es para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos.
Este proceso es lento, pero seguro. Poco a poco vamos logrando esa
transformación, el conocimiento divino, la claridad de nuestra mente; vamos
camino hacia una identidad cada vez más perfecta, que es la imagen del Hijo de
Dios (2 Cor. 3:18). Con la presencia de Jesucristo en nuestros corazones, él
sigue vivo, no ha muerto; continúa en la vida de los que le siguen. Pablo pudo
decir: "vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mi" (Gál. 2:20).
Por eso, la Iglesia, nosotros, debemos ser como Él. Cristo es nuestro modelo a
seguir, es nuestro paradigma:
DE LA CURIOSIDAD A LA RESTAURACIÓN
(Lucas 19:1-10)
El relato que en esta oportunidad nos toca reflexionar, nos presenta a Jesús
entrando a Jericó, la ciudad más antigua del mundo y muy importante en ese
momento. En esa ciudad vivía un hombre judío muy rico y que era jefe de los
cobradores de impuestos, este personaje se llamaba Zaqueo, que en realidad es
una abreviatura de Zacarías. Él no era bien considerado en la ciudad por los
habitantes, debido a sus continuos abusos en la cobranza de los impuestos para
el Imperio Romano. En realidad Zaqueo era un hombre abusivo y sin
misericordia.
El Señor está merodeando cerca de ti, no dejes pasar esta gran oportunidad y
déjalo entrar a tu vida, ahora, y verás que sus promesas son ciertas. Te lo digo
yo que soy testigo de su amor, de su misericordia y de su pronto auxilio en las
diversas tribulaciones y dificultades que me ha tocado vivir. ¡Soy obra de su
gracia!. Amén.
DE LA PARÁLISIS A LA ACCIÓN
(Marcos 2:1-12)
Lo más importante de esta historia son las primeras palabras de Jesús: "Hijo
mío, tus pecados quedan perdonados", como respuesta a la fe del grupo de
amigos del joven paralítico. seguramente en todas las caras se vio una
expresión de sorpresa. Algunos se preguntarían qué tenía que ver la mención
del pecado con alguien que había sido traído buscando la sanidad física. Jesús
percibió lo que estaba pasando en ese momento y lo que estaban pensando y
preguntó: "¿Por qué piensan ustedes así?" Luego afirmó que era más fácil
perdonar los pecados que sanar al paralítico. Y para probar su autoridad para
perdonar, dijo al hombre impotente: "Levántate...y anda" Y éste lo hizo, y se fue
de prisa a su casa, llevando la camilla la cual lo habían traído, para contar a los
suyos las maravillosas nuevas de su sanidad.
Jesús, penetrando con su mirada en la vida del joven que le traen para que lo
sanara, vio que el pecado no perdonado estaba causando la parálisis de los
miembros. Detrás la impotencia de su cuerpo yacía un sentimiento de culpa.
Actualmente, el pecado está destruyendo muchas vidas. La culpa, es
consecuencia del pecado, está haciendo estragos en el bienestar personal. Un
siervo del señor ha dicho: "Gran cantidad de personas en el mundo tienen hoy
algo así como un complejo reprimido de fracaso moral. No confiesan sus
pecados ni a Dios ni a persona alguna, pero están tranquilos e insatisfechos
consigo mismos y con lo que han hecho con su vida moral". Es decir, hay
soberbia en sus corazones. La culpa tiene el poder de destruir la personalidad.
Hoy los hospitales se están llenando de personas con casos mentales. Y la
mitad de éstos están allí por un sobrecargado sentimiento de culpa. El director
de un manicomio dijo en una oportunidad que podría dar de alta a la mitad de
sus pacientes si alguien pudiera asegurarles de que sus culpas les serían
quitadas.
La culpa paraliza el cuerpo. Hay muchas contrapartes del relato del paralítico
que fue traído a Jesús. Éste fue curado por la pronunciación de la palabra
"perdón", mediante la eliminación del paralizante sentido de culpa. Tal vez
algunas de las personas que yacen impotentes en el lecho, o están prisioneras
de una silla de ruedas, se levantarían y caminarían, si solamente pudieran creer
y aceptar el perdón de Dios.
El ser humano no puede perdonarse a sí mismo. Por más que repita que su
pecado no es grave, éste sigue acosándolo. Debe recibir una palabra fuera de él
mismo, para tener la paz del corazón, la única paz que existe. Esta palabra es
la de Dios. Existen aún personas que pretenden acallar su conciencia haciendo
algunas obras de caridad, asimismo, hay quienes acuden a los psiquiatras,
esperando que con sus técnicas los liberen de la tortura de escuchar la voz de
su conciencia. El asunto es más que una cuestión de hacer obras de caridad o
un asunto de técnicas. Es la palabra, la palabra viva, liberadora, redentora; que
las buenas obras y las técnicas humanas no pueden hacernos llegar. Sólo Dios
puede liberarnos de esa situación pecaminosa y nadie más.
Que el Señor nos permita traer a muchos a los pies de Jesús para que sean
perdonados y sanados. Amén.
Esta esperanza en el establecimiento del reino de Dios, hizo que los judíos
pudieran soportar el destierro y la persecución durante muchos siglos sin que
declinara su fe. Claro está que no muchos mantenían esa esperanza, y esta
situación les llevaba a la desesperación y a darle las espaldas al Rey de reyes.
Sin embargo, había un remanente que se mantenía fiel a la promesa de su
Señor y Dios. No fue fácil para el pueblo judío mantener una resistencia
prolongada. Unos cayeron en la idolatría, otros se aliaron con los reyes
enemigos y otros prefirieron el martirio. El reino de Dios: ¿utopía o realidad?. La
Promesa y las profecías prometían el establecimiento de un nuevo orden en la
tierra, a través de un reino y un rey. A partir de ese nuevo orden ya no habría
injusticia, violencia, idolatría, miseria, guerras ni hambruna. Todo sería un nuevo
cielo y una nueva tierra. (Cf. Is. 25:8; 65:19).
Este anhelo del establecimiento del reino de Dios dejó de ser algo lejano y
quizás utópico desde el momento que nació el Salvador, Jesucristo. Al llegar el
Salvador ya no era solo un anhelo judío, sino que era la esperanza de toda la
humanidad. Esta nueva realidad dejó de ser algo exclusivo de ellos, ahora era
para todos los seres humanos y pueblos. Lamentablemente los judíos no
estaban dispuestos a aceptar a Jesús como su Salvador y Rey, menos que sea
el Hijo de Dios. De tal manera que con esa actitud estaban perdiendo la gran
oportunidad de gozar de las Buenas Nuevas de su Señor.
Con la venida del Mesías, Jesucristo, toda esperanza se hacía realidad y ésta no
solo era personal, o de un un pueblo, sino que era universal. Por eso cuando
Jesucristo dice: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos, y creed en el evangelio", (Mr. 1:15; Mt. 4:17) se estaba refiriendo a
aquello que su propio pueblo anhelaba, pero al mismo tiempo era la esperanza
universal de paz y justicia. Las relaciones entre las personas deberían ser en
base al amor y la solidaridad. He ahí el pedido en la oración del Padrenuestro:
"venga tu reino" (Mt. 6:10a). Ahora ese reino es como algo que pertenece al
futuro pero que también, en un cierto sentido, ya está presente.
¿Cómo entender que el reino es futuro pero a la vez ya está entre nosotros?
Una manera de explicar esta situación es que mientras exista la miseria, la
explotación, las guerras, los odios raciales y religiosos, el hambre, las
enfermedades, el pecado personal y social, la muerte y la desesperanza, ese
Reino está aún lejos de nuestro alcance y no es más que una esperanza. Pero
podemos decir en un sentido real que ya está presente, que se está gestando
entre nosotros, en la medida que Jesucristo gobierne nuestras vidas y seamos
agentes de Su amor, de Su paz y de Su justicia. Está presente en la incesante
actividad de Dios y en las actos maravillosos de Jesús, su Hijo.
Roguemos a Dios para que nosotros, su Iglesia, podamos hacer más real la
llegada del Reino. Amén.
La descripción que se hace en los últimos versículos del capítulo dos, del libro
de los Hechos de los Apóstoles, de la primera comunidad cristiana es digna de
tener muy en cuenta. En primer lugar porque nos describe una comunidad llena
del Espíritu Santo y que vive en unidad, amándose uno al otro, compartiendo el
pan, alabando con alegría a su Señor en el templo todos los días, donde no hay
ningún necesitado, todo se comparte. Además era una comunidad
evangelizadora que proclamaba el mensaje de salvación cada día y lograba que
muchas creyeran en Jesucristo y se salvaran. Luego de ello se unían a la
comunidad de base y ésta crecía cada día más. También podemos resaltar que
era una comunidad de fe autosostenida, no necesitaban de recursos externos,
les bastaba sus propios recursos para realizar la Misión. Y no solo eso, lograron
el favor del pueblo. Cosa sorprendente en un contexto social de persecución y
muerte para los seguidores de Cristo. Los últimos versículos del capítulo cuatro
del mismo libro, nos dan mayor referencia sobre la forma de convivencia de
estos primeros cristianos y primeras cristianas dentro la comunidad de fe. Aquí
una vez más se reafirma el espíritu de solidaridad entre ellos, y como muestra se
da un ejemplo: la disposición de la heredad de José para con ellos. Todo esto
nos lleva a pensar que era un pueblo con una identidad propia. No la tomaron
prestada de nadie ni imitaron a ninguna otra comunidad. Gestaron su propio
testimonio en base a la fe y al amor.
Ahora bien, ¿cuánto de eso tendríamos que retomar como iglesia cristiana?
Pienso que hoy en día existe un gran abismo entre nuestras iglesias y dicha
comunidad de fe. No hay una sola identidad que nos identifique ante el pueblo,
tenemos diversas prácticas litúrgicas, diferentes formas de evangelización y
poca o casi ninguna incidencia social. Muchas veces estamos muy ocupados en
nuestros propios problemas, en nuestras propias liturgias, en la forma de
evangelizar, en la teología y doctrina que queremos prevalezca ante cualquier
otra. Cada iglesia tiene diversas propuestas de ser la verdadera iglesia de
Cristo. Si echamos un vistazo en cada una de ellas comprobaremos que
estamos muy lejos de aquella comunidad primitiva. Unas solo se preocupan por
la salud espiritual, otras en la prosperidad personal, unas a contentarse en llenar
sus templos, algunas se preocupan por los pobres y marginados de la sociedad.
¿Cuál es nuestra verdadera identidad como pueblo de Dios? Pareciera que
nuestra identidad ya no es tan propia, porque hemos importado modelos
extranjeros al ser iglesia, hemos copiado doctrinas, liturgias, estilos de vida,
modos de hablar y formas de evangelización. Alguien nos podría preguntar:
¿Cuál es la razón de ser la iglesia, en este mundo?.