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Oswaldo Terreros
Luego de asimilar las reflexiones de Stephan Morawsky sobre el “etos del arte”,
resulta ciertamente complicado desatender la visión autoral presente en toda
obra artística. Determinar la manera en que el artista establece un sistema
axiológico específico dentro de su propuesta creativa, siendo este sistema
comparable o diferenciado con respecto a las nociones de decorum vigentes en
la sociedad, resulta provechoso para valorar su posible inclinación o resistencia
a la mímesis, sea de forma deliberada o inconciente. Toda obra de arte
constituye la puesta en escena de una toma de conciencia frente al status quo.
El comportamiento del artista, manifestado en ella, dará fe de esa conciencia,
como parte de un esquema comunicacional donde el autor inicia un diálogo
interpelando al espectador, sea a través de una afirmación de los valores éticos
legitimados socialmente, o de un cuestionamiento radical hacia esos valores.
Las partes del cuerpo humano que funcionan como referentes son el rostro, las
nalgas, los senos y el miembro masculino. Con relación a una intencionalidad
marcada por lo sexual, se encuentran posibles significados en el hecho de que
Terreros recurra al oficio del cirujano plástico en la manipulación de la carne, y
que construya formas corporales que continuamente son objeto de esta
práctica médica. Como vemos, el espectro de interpretaciones que abre esta
propuesta es bastante extenso.
A diferencia de estas dos propuestas de arte, en 26 niños por cada 0.732 m2,
sí se recurre a la mímesis, en el sentido de que se pone en manifiesto el sentir
colectivo en un cuestionamiento moral, y no sólo ético, sobre la muerte
colectiva de 26 niños en la sala de neonatología de cierto hospital de Chone. El
hecho de detener la mirada en este suceso, otorgándole una persistencia
temporal que trasciende la efímera existencia en los medios, presupone que
Terreros expresa la conciencia de la colectividad, el comentario generalizado.
Esto con respecto a lo ético y moral.
En cuanto a los valores estéticos que son puestos a funcionar en esta obra,
vale recalcar que su configuración morfológica sustenta una evasión hacia muy
sutiles provocaciones. Terreros, en este caso, construye moldes de cielo raso
que contienen como “decorado” la imagen repetida de un niño fallecido. En el
número de repeticiones se encuentra el anclaje con el suceso ocurrido en la
vida real, de ahí el título que lleva la pieza.