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Un Encuentro Personal con Jonathan

Edwards
Por John Piper. Traducción por Alexandra Tapia.

Publicado en The Reformed Journal 28 (11): 13-17.

Reimpreso con autorización de Eerdmans Publishing Company.

Todos los derechos reservados.

Cuando estaba en el seminario, un sabio profesor me dijo que a más de la Biblia yo debería
escoger a un gran teólogo y aplicarlo a mi mismo a través de la vida para entender y
dominar su pensamiento. De esta manera por lo menos me sumergiría un poco en la
realidad, en lugar de tocar siempre ligeramente la superficie de las cosas. Debería con el
tiempo, convertirme en el par de este hombre y conocer por lo menos un sistema por el cual
tendría otras ideas para diálogos provechosos. Fue un buen consejo.

Jonathan Edwards es el teólogo al cual me he dedicado a conocer. Cuando fui al seminario,


todo lo que sabía de Edwards fue que predicó un sermón llamado “Pecadores en las Manos
de un Dios Furioso” (“Sinners in the Hands of an Angry God”), en el cual dijo algo de
colgar sobre el Infierno a través de un delgado hilo. Mi verdadero encuentro con Edwards
fue cuando leí su “Ensayo sobre la Trinidad” (“Essay on the Trinity") [1] y escribí sobre él
para la historia de la iglesia.

Este hecho tuvo dos efectos duraderos en mí: El primero, proporcionó un marco conceptual
del cual asirse, al menos en parte, el significado de decir Dios es tres en uno. En resumen,
existe el Dios Padre, la fuente del ser, quien desde toda la eternidad ha tenido una imagen
perfectamente clara y única de sí mismo; y esta imagen es la del Único Hijo eterno. Entre
Hijo y Padre fluye una corriente de infinito vigoroso amor y que perfectamente comulgan:
y este es Dios, el Espíritu.

Además de estos conceptos, el ensayo me enseñó algo sobre misterio y las Sagradas
Escrituras. Para aquellos que podrían acusarle de tratar de reducir a Dios a proporciones
manejables, Edwards respondió: “La Palabra revela mucho más sobre la Trinidad de lo que
nos hemos dado cuenta y el esfuerzo de ver y comprender esto claramente aumenta antes
que reducir la maravilla de la existencia de Dios”.[2] Hablando adecuadamente, este es el
conocimiento, no la ignorancia, de Dios que inspira asombro y verdadera adoración.

El siguiente trabajo de Edwards que leí fue La Liberación de la Voluntad (“The Freedom of
the Will”) – un trabajo que en opinión de algunos “elevó a su propio autor al mismo nivel
de un metafísico junto a Locke y Leibnitz”. [3] En mi último año en el seminario escribí
sobre el tema como un proyecto independiente. Lo encontraba filosóficamente fascinante y
en perfecta armonía con my teología bíblica existente. San Pablo y Jonathan Edwards
conspiraron para destruir mis primeras nociones sobre la libertad. El libro era una defensa
de la divinidad Calvinista,[4] pero Edwards dijo en su prefacio, “No debo tomar a mal el ser
llamado un Calvinista, al hablar de diferencias: aunque niego completamente una
dependencia en Calvino, o creer las doctrinas que mantengo, porque él las creía y las
enseñaba, y no pueden ser cambiadas únicamente por creer en todo tal como las predicó”.[5]

En resumen, el libro argumenta sobre el gobierno moral de Dios en la humanidad, el


tratarlos como agentes morales, haciendo de ellos objetos de su control, consejos, llamados
[y] advertencias… no es consistente con una disposición determinada de todos los eventos,
de cada clase en todo el universo, en su providencia; ya sea por eficiencia positiva o
permiso.[6] No existe cosa tal como la libertad de la voluntad en el sentido Arminiano de
una voluntad que al final se determina a sí misma. La voluntad, en cambio está determinada
por “ese motivo que se representa en la mente, como el más fuerte”.[7] Pero los motivos son
dados por la voluntad, aunque a la larga no son controlados por ésta.

Todos los hombres son eslavizados, como San Pedro dijo, ya sea por el pecado o la rectitud
(Romanos 6:16-23. Cf. Juan 8:34, 1 Juan 3:9). Pero la esclavitud a pecar, la inhabilidad a
amar y confiar en Dios (cf. Romanos 8:8) no disculpa al pecador. La razón para ello es la
inhabilidad moral, no física. No es la inhabilidad que previene al hombre de creer cuando el
desearía creer. En cambio, existe una corrupción moral en el corazón que da motivos para
creer inútilmente. De este modo la persona esclavizada al pecado no puede creer sin el
milagro de la regeneración, pero no obstante, es responsable debido al mal en su corazón
que lo dispone a estar impasible por motivos razonables en la palabra de Dios. De esta
manera, Edwards trata de mostrar que la noción Arminiana de la capacidad de la voluntad
para auto determinarse no es un pre-requisito de responsabilidad moral. En su lugar, en las
palabras de Edwards, “Toda incapacidad que excusa puede ser resuelta, a saber, por el
deseo de capacidad natural o fortaleza; ya sea por la capacidad de entendimiento o por la
firmeza externa”.[8]

Como pastor y misionero toda su vida, Jonathan Edwards escribió lo que probablemente es
la más grande defensa y explicación de la opinión Agustiniana-Reformada sobre la
voluntad, que existe actualmente. Es principalmente debido a su libro, La Liberación de la
Voluntad (“The Freedom of the Will”), que los escolares una y otra vez en la segunda
literatura llamaron a Edwards “el más grande filósofo-teólogo que aún puede honrar el
escenario Americano”.[9] Aparte de su poder intrínseco, tal vez el testigo más claro de su
mérito es su perdurable impacto en teología y filosofía.

Cien años después de la muerte de Jonathan Edwards, aún no puede ser ignorado. Cuando
el evangelista Charles G. Finney quiso atacar la opinión Calvinista sobre la voluntad, él no
vio a ninguno de sus contemporáneos, incluido al mismo Calvin, gran jefe adversario.
Hubo un gran Goliat entre los Calvinistas que tuvo que ser derribado: La Libertad de la
Voluntad (“The Freedom of the Will”) de Jonathan Edwards. La evaluación de Finney
sobre el libro, en una palabra:

Ridículo! Yo venero a Edwards; lamento sus errores. Hablo así de este modo por su
Tratado de la Voluntad (“Treatise on the Will”), porque mientras llena con suposiciones
injustificadas, distinciones sin diferencia, y sutilezas metafísicas, ha sido adoptado como el
libro de texto de una multitud llamada divinos Calvinistas por años.[10] Sobre el punto de
vista de Edwards de la capacidad natural y moral,

Finney dedica tres capítulos, en sus Clases sobre Teología Sistemática (Lectures on
Systematic Theology”), Finney concluye:

Es asombroso ver cómo un hombre tan bueno y grande puede involucrarse en una
confusión metafísica y dejar perplejo a sus lectores y a sí mismo a tal grado que una
distinción absolutamente inconsciente pasaría a la actual fraseología, filosofía y teología de
la iglesia, y un resultado de dogmas teológicos sean construidos sobre la suposición de su
verdad.
[11]

Pero para toda esta vehemencia, Finney falló su tiro y el grande y devoto Goliat va a
grandes pasos en la mitad del siglo veinte, sin descanso ejerciendo su poder tanto en
teología como en filosofía. En 1494, el Profesor de Harvard Perry Miller objetó el prejuicio
contra Edwards en círculos académicos y su caricatura como un espécimen anticuario del
fuego del Infierno predicando desde el antiguo Gran Despertar, perdido hace mucho
tiempo. La evaluación de Miller sobre Edwards:“ El habla con una percepción en ciencias y
psicología que está tan lejos de nuestro tiempo que nosotros mismos no podemos decir que
lo hemos comprendido”.[12]

A inicios de 1957, la Prensa de la Universidad de Yale empezó a publicar una nueva


edición crítica de los trabajos de Edwards. El quinto volumen apareció en 1977 y con el
renovado interés en Edwards, la evaluación crítica de En la Libertad de la Voluntad (On the
Freedom of the Will) está en camino nuevamente: A. E. Murphy en la Revisión Filosófica
(Philosophical Review),[13] A. N. Anteriormente en la Revisión de Metafísica (Review of
Methaphysics),[14] H.G. Townsend en la Historia de la Iglesia (Church History),[15] W.P.
Jeanes en el Periódico Escocés de Teología (Scottish Journal of Theology)[16] y más
recientemente James Strauss en una colección de ensayos llamada Gracia Ilimitada (Grace
Unlimited).[17] Sea o no, el gigante nuevamente resistirá el ataque y seguirá a grandes pasos
en el siglo veintiuno, sólo el tiempo lo dirá. Por lo menos una cosa sí es segura: si quiere
leer uno de los más grandes libros de uno de los problemas más fundamentales y difíciles,
lea “En la Libertad de la Voluntad” (On the Freedom of the Will) de Jonathan Edwards.

Esto es todo lo que he leído en el seminario sobre Edwards. Luego de la graduación y antes
de que mi esposa y yo partiéramos a Alemania a realizar un trabajo de graduación,
tomamos unos días de descanso en una pequeña granja en Barnesville, Georgia. Aquí tuve
mi tercer encuentro con Edwards. Sentado en una de esos antiguos columpios dobles en el
patio bajo un gran árbol de nuez, con bolígrafo en mano, leí La Naturaleza de la Verdadera
Virtud (The Nature of the True Virtue). El 14 de julio de 1971 escribí largamente en mi
diario, en el cual traté de entender, con la ayuda de Edwards, por qué un Cristiano está
obligado a perdonar lo injusto cuando parece existir una ley moral en nuestros corazones
que grita contra la maldad en el mundo. Dependiendo de su opinión de Dios, puede estar de
acuerdo o no que este encuentro con La Naturaleza de la Verdadera virtud (The Nature of
True Virtue) fue un regalo propicio de su providencia, debido a que nueve meses más tarde
mi “doctor-padre” en Alemania me sugirió escribir mi disertación sobre el mandamiento de
Jesús, “Ama a tu enemigo”.

La Naturaleza de la Verdadera Virtud (“The Nature of True Virtue”) es el único trabajo no-
polémico de Edwards. Si alguna vez ha sentido una sensación estética de asombro al
contemplar una idea pura, entonces comprenderá cuando digo que este libro despertó en mí
una agradable y profunda experiencia estética. Pero lo más importante, me brindó un nuevo
conocimiento que muestra que las categorías de la moralidad se derivan en categorías de
estética, y una de las últimas cosas que se puede decir sobre la virtud es que es “un tipo de
naturaleza bella, forma o calidad”.[18] Perry Miller dijo que “el libro no es un razonamiento
sobre la virtud, sino una contemplación de esta”. Edwards da una mirada a la concepción de
la virtud “hasta que produce un significado más allá del significado, y el simulacro
desaparece. El libro se acerca tanto como cualquier creación en nuestra literatura, a una
idea desnuda”.[19] Pienso que fue perfectamente acorde con la intención de Edwards, que
para cuando terminé ese libro no solamente tuve una profunda nostalgia de ser un buen
hombre, pero también escribí un poema llamado “Bosques de Georgia” (Georgia Woods),
ya que nada parecía ser igual para cuando dejé de leer el libro.

Durante mi estadía de tres años en Alemania, leí tres trabajos más de Edwards y dos
biografías (de Samuel Hopkins y Henry Pamford Parkes). Noël y yo nos leímos una
colección de sermones llamada la Caridad y sus Frutos (Charity and Its Fruits), una
exposición de 360 hojas de I Corintios 13. Ambos acordamos que estaba terriblemente
elocuente y repetitivo, pero me ayudó en gran manera a cubrirme con la experiencia
esencial, esa “idea desnuda” en La Naturaleza de la Verdadera Virtud” (The Nature of True
Virtue). ¿Qué significa el ser un buen hombre para este intensamente religioso Puritano?
¿Significa únicamente no contar chistes en Domingo y prevenir a la gente huir de las llamas
del Infierno? ¿Está la bondad relacionada únicamente a los hábitos personales, o abarca una
dimensión social mayor? Aquí están un par de citas para dar una respuesta al estilo
Edwards:

Deberíamos buscar la bondad espiritual de otros; y si tenemos un espíritu Cristiano,


deberíamos desear y buscar su bienestar y felicidad espiritual, su salvación del Infierno, y
deberían glorificar y disfrutar de Dios para siempre. Y el mismo espíritu nos dispondrá a
desear y buscar la prosperidad temporal de otros, como lo dijo el apóstol (I Corintios
10:24), “Nadie busque su propio bien, sino el de su prójimo”. Y como el espíritu de la
caridad, o el amor Cristiano, está opuesto a un espíritu egoísta la misericordia está presente,
y es en ello también que dispone que una persona sea de espíritu público. Un hombre de
espíritu recto no es un hombre de visión estrecha o privada, pero está bien interesado y
preocupado por el bien de la comunidad a la cual pertenece, y particularmente de la ciudad
o aldea en la cual reside, y para el verdadero bienestar de la sociedad de la cual es miembro.
Dios dirigió a los Judíos, que fueron desterrados a Babilonia, a buscar el bien de la ciudad,
aunque no era su lugar natal, era la ciudad de su residencia. Su exhortación fue (Jeremías
29:7), "Y buscad el bienestar de la ciudad adonde os he desterrado, y rogad al SEÑOR por
ella; porque en su bienestar tendréis bienestar". Y un hombre de verdadero espíritu
Cristiano será animado para el bien de su país, y del lugar de su residencia, y será
predispuesto a dejarse a sí mismo fuera de este progreso. [20]
En nuestro pequeño apartamento en Munich había una despensa de aproximadamente 8 por
5 pies al salir de la cocina, un lugar poco adecuado para leer una Disertación Relacionada
con el Fin para el cual Dios Creó al Mundo (Dissertation Concerning the End for which
God Created the World), pero es ahí donde la leí. Desde mi punto de vista, ahora diría que
si existiera un libro que capture la esencia de la teología de Edwards, este lo sería. La
respuesta de Edwards a la pregunta del por qué Dios creó al mundo, es el surgimiento del
esplendor de su gloria para el conocimiento de su gente, alabanzas y gozo. Aquí se
encuentra el corazón de su teología en sus propias palabras:

Al parecer todo lo que siempre se habló en las Sagradas Escrituras como el mayor fin de la
obra de Dios, está incluido en esa sola frase, la gloria de Dios. En el entendimiento de las
criaturas, apreciar, amar, regocijarse y alabar a Dios, la gloria de Dios está manifestada y
reconocida; esta plenitud es recibida y correspondida. Aquí se encuentra tanto la emanación
como la remanación. El esplendor brilla sobre y en la criatura, y se refleja de vuelta en el
origen de la luz. El brillo de la gloria proviene de Dios y es devuelto a su origen. Por tanto
el todo está en Dios y en Dios, y para Dios, y Dios es el principio, el medio y el fin en este
caso.[21]

Este es el corazón y el centro de Jonathan Edwards y, yo creo, que de la Biblia también.


Este tipo de lectura puede convertir una alacena en un vestíbulo al Cielo.

El último trabajo que leí de Edwards en Alemania fue su Tratado Concerniente a los
Afectos Religiosos (A Treatise Concerning Religious Affections). Por varios meses fue el
alimento de mis meditaciones de mis domingos por la mañana. Recuerdo haber escrito
cartas a profesores, amigos y mis padres, semana tras semana sobre los efectos que este
libro había tenido sobre mí. Mucho más que La Naturaleza de la Verdadera Virtud (The
Nature of True Virtue), este libro me ha convencido de la tibieza del pecado en mis afectos
hacia Dios y me ha inspirado una pasión para conocerlo y amarlo como debería. La tesis
del libro es muy simple: “La verdadera religión, en gran parte, consiste en los Afectos”.[22]
Tal vez el motivo por el cual el libro me emocionó tanto es porque fue el esfuerzo de
Edwards por captar lo mejor de dos mundos – los mismos mundos en los cuales he crecido
y ahora vivo.

Por otro lado, Edwards deseaba defender el lugar genuino y necesario de los afectos en la
experiencia religiosa. El ha sido más responsable que ningún otro hombre en el
resurgimiento del fervor que inundó a Nueva Inglaterra en los quince años siguientes a
1734. Charles Chauncy de Boston guió la oposición a este Gran Despertar con su
“desmayándose y cayéndose al Suelo…amargos Gritos y Chillidos; Convulsiones a modo
de Temblores y Agitaciones”.[23] El denunció que era “un claro hecho de obstinación, que
las Pasiones, generalmente, en estos Tiempos, han sido aplicadas como si la principal Cosa
en Religión era el tirarlas a la Perturbación”.[24] El insistió, “la clara verdad es que una
Mente Iluminada y no los Afectos elevados deben ser siempre la Guía de aquellos que se
llaman Hombres…”.[25] Edwards tomó el otro lado y dijo, “Yo debo pensar que es mi deber
el elevar los afectos de mis oyentes tan alto como me sea posible, considerando que no les
desagrada la naturaleza de lo que les afecta”.[26]
Pero en esa frase Edwards muestra que él no condena los excesos entusiastas del Gran
Despertar. Y excesos hubieron. Un diario de aquel tiempo “describe una reunión en la cual
un hombre gritó, “Vegan a Cristo” sin parar por media hora; y una mujer en el asiento de
atrás denunció a los abogados por un espacio igual, en competencia”.[27] Esta y unos cientos
de otras aberraciones emocionales Edwards no pudo tolerar, aún cuando él ayudó a
producirlos. Le tomó tiempo encontrar la verdad, distinguir los falsos afectos espirituales de
los únicamente humanos. Un Tratado relacionado a los Afectos religiosos, publicado en
1746, fue su mayor esfuerzo para describir los signos de la verdadera gracia y los santos
afectos. Se añade a un “si” y a un “no” para la religión reavivadora: sí, para el lugar de
emociones apropiadas que surgen de las percepciones de la verdad, pero no para el frenesí,
las revelaciones privadas, los desmayos irracionales y las falsas garantías de bondad.

El reavivamento del fervor y la razonable comprensión de la verdad - estos fueron los dos
mundos con los cuales Edwards luchó en unir. Mi padre es un evangelista. El guió
reavivamientos por 35 años y yo lo respeto en gran manera. Pero yo son un teólogo
académico, muy analítico y estudioso. Por lo que no es sorprendente, entonces, que Un
Tratado sobre los Afectos Religiosos me parezca un mensaje muy contemporáneo y útil.
Mencioné que fue mi alimento por muchas semanas. Permítanme darles solo un ejemplo
que aún me alimenta. Edwards describe al hombre con afectos verdaderamente graciosos
así:

Cuanto menos apto es el hombre de sentir miedo de la maldad, al tener “su corazón en
Dios” y por tanto no “temeroso de la maldad”; cuanto más apto es él de alarmarse con la
presencia de la mala moral, o del pecado. Ya que al tener un atrevimiento sagrado, tiene
menos autoconfianza…. y más modestia. Ya que él está más seguro que otros de librarse
del infierno. Es menos apto que otros de actuar con advertencias, y con desaprobaciones de
Dios, y con las calamidades de otros.

Tiene la firmeza del confort, pero la dulzura de corazón: más rico que otros, pero el más
pobre de todos en espíritu: el más alto y fuerte santo, pero el niño más tierno y menor de
todos. Works, I., p. 309.

Desde mi regreso a los Estados Unidos y de convertirme en profesor, mi devoción a


Jonathan Edwards continua, pero el tiempo no alcanzaría para describir los encuentros con
Humilde Pregunta (Humble Inquiry), Doctrina del Pecado Original (Doctrine of Original
Sin), Narrativa de la Conversación Sorprendente ( Narrative of Surprising Conversions),
(Tratado sobre la Gracia), (Treatise on Grace), la incompleta Historia de la Redención
(History of Redemption, Diary) de David Brainerd y tres biografías más (Winslow, Dwight,
Miller). Debemos dejar espacio para ver al hombre mismo. Lo que escogí contar es una
reflexión de lo que a este hombre – y su esposa- le ha conmovido profundamente.

Edwards nació en 1793 en Windsor, Connecticut. Fue hijo único de Timothy Edwards, un
pastor local y tuvo 10 hermanas. Se decía que Timothy se lamentaba que Dios lo había
bendecido con 60 pies de hijas. El enseñó Latín a Jonathan cuando tenía 6 y lo envío a Yale
cuando tenía 12. A los 14 leyó lo que se considera fue una influencia en su pensamiento, el
Ensayo del Entendimiento Humano (Essay on Human Understanding). Más tarde diría que
él obtuvo mayor placer de ello “que el más codicioso avaro que toma puñados de plata y
oro de un tesoro descubierto”.[28] Se graduó de Yale en 1720, dirigió la oración de
despedida en Latín, y luego continuó sus estudios allí por dos años más. A los 19 tomó un
pastorado en Nueva York por 8 meses, pero decidió regresar a Yale como tutor entre 1723
y 1726.

En el verano de 1723 se enamoró de Sarah Pierrepont y escribió en la primera página de su


gramática Griega la única canción de amor del que su corazón era capaz:

Dicen que hay una joven en (Nuevo Cielo) que es amada por el Gran Ser que hizo las reglas
del mundo y que hay ciertas estaciones en las cuales el Gran Ser, de algún modo u otro
invisible, viene hacia ella y llena su mente con gran dulzura y encanto; y que ella
difícilmente cree en nada excepto en meditar en él… Ella posee una mente de gran dulzura,
calma y benevolencia universal, especialmente después que su gran Dios se le ha
manifestado. Algunas veces ella va de un lugar a otro cantando dulcemente, y siempre
parece estar llena de gozo y placer; y nadie sabe de qué. Le gusta caminar sola en el campo
y la arboleda, y parece tener a alguien invisible siempre conversando con ella.[29]

Ella tenía 13 años en ese tiempo. Pero cuatro años más tarde, cinco meses después que
Edwards se instaló como pastor de una iglesia prestigiosa de Northampton, Massachusetts,
se casaron. El tenía 23 y ella 17. En los próximos 23 años tuvieron sus propios 11 hijos;
ocho hijas y tres hijos.

Edwards fue el pastor de Northampton por 23 años. Era una iglesia congregacional
tradicional, que en 1735 tenía 620 comulgantes.[30] Durante este tiempo él alcanzó
notoriedad por su liderazgo en el gran Gran Despertar, a mediados de los años 30 y
principios de los 40, de los cuales he hablado. Pero en 1750 Edwards fue despedido por su
congregación. Una razón fue un error personal de parte de Edwards en la cual implicó a
algunas personas inocentes en un escándalo obsceno en 1744. Esto provocó hostilidad en
personas importantes que sus días estaban contados.[31] Pero la gota que derramó el vaso
fue el repudio público de Edwards de una larga tradición en Nueva Inglaterra, de no
requerir profesión de fe para ser comulgante de la Cena del Señor. Escribió un detallado
tratado para probar que “ninguno debería ser admitido en la comunión y miembros
privilegiados de la iglesia visible de Cristo, siempre y cuando sean personas buenas o
graciosas ante la mirada de los Cristianos de la iglesia”.[32]

Ante esta expulsión, el aceptó el llamado a Stockbridge, al oeste de Massachusetts, como


pastor de una iglesia y misionero de los Indios. Trabajó allí por siete años, hasta enero
1858, hasta cuando fue llamado a ser Presidente de Princeton. Luego de dos meses en el
oficio murió de viruela a la edad de 54 años.

Cuando Edwards estuvo en la universidad, escribió 70 propósitos. Uno que mantuvo toda
su vida fue el número seis: “Decidido: Vivir con todas mis fuerzas mientras yo viva”.[33]
Para él, eso significó una devoción apasionada hacia el estudio de la divinidad. Cuando la
administración de Princeton lo llamó para ser Presidente, escribió que no merecía ese cargo
público, que él podía mejor escribir que hablar y que su escrito no estaba terminado. “Mi
corazón está en estos estudios”, escribió, “que no pude resistirme encontrarlos en mi
corazón para lograrlos en el futuro de mi vida”.[34]
Durante sus 23 años de vida pastoral en Northampton, Edwards comunicaba sus usuales
mensajes de dos horas cada semana, catequizaba a los niños, y orientaba a las personas en
su estudio. No visitaba de casa en casa excepto cuando era llamado. Esto significaba que
podría disponer de 13 a 14 horas en el día en su estudio. El dijo, “Pienso que Cristo
levantarse pronto de su tumba, ha encomendado el levantarse temprano en la mañana”.[35]
El se levantaba entre 4:00 y 5:00 para estudiar, siempre con bolígrafo en mano,[36]
meditando cada ráfaga de entendimiento y registrándola en sus notas. Incluso en sus viajes
pegaba pedazos de papel en su abrigo para recordarse a sí mismo sobre una idea que había
tenido en el camino.[37] En la noche pasaría una hora con su familia luego de la cena antes
de retirarse a su estudio. Y ninguno de sus niños se reveló o descarrió, al contrario tuvieron
a su padre en muy alta estima toda su vida.

Edwards en sus 6 pies de alto no era robusto y su salud siempre fue precaria. Podía
mantener el rigor de su calendario de estudios sólo con estricta atención a su dieta y
ejercicio. Todo estaba calculado para optimizar su eficiencia y poder en el estudio. Se
abstenía de cualquier cantidad y clase de comida que lo pudiera enfermar o mantener
soñoliento.[38] Su ejercicio en el invierno era el cortar leña para el fuego cada día por media
hora, y en el verano cabalgaría por los campos y caminaría a solas en meditación. Estas
excursiones revelan que, por todo su racionalismo, Edwards poseía una dosis sana de
romanticismo y misterio. Escribió en su diario: “Algunas veces en días hermosos me
encuentro particularmente dispuesto a apreciar las glorias del mundo y disponerme al
estudio de la religión seria”.[39] Edwards describe uno de estos paseos de la siguiente
manera:

En 1737 una día cabalgaba en los bosques por motivos de salud, luego de bajar de mi
caballo en un lugar retirado, como era mi costumbre, al caminar para contemplación divina
y oración, tuve una visión que para mí fue extraordinaria de la gloria del Hijo de Dios,
como Mediador entre Dios y el hombre, y su magnífica, grande, plena, pura y dulce gracia
y amor y suave condescendencia. Esta gracia que apareció tan calmada y dulce, también
apareció grande en el cielo. La persona de Cristo apareció inefablemente excelente con una
gran excelencia suficiente como para consumir todo pensamiento y concepción – que
continuó, tanto como lo calculo, como por una hora, lo cual me mantuvo la mayor parte del
tiempo en un mar de lágrimas, llorando a gritos. Sentí una flama en el espíritu que no sé
cómo expresarlo; permanecí en el suelo y lleno de Cristo solamente; para amarlo, servirlo y
seguirlo; y para ser perfectamente santificado y purificado con una pureza divina y
celestial. Tuve otras experiencias y visiones muy parecidas y que tuvieron los mismos
efectos. [40]

El 13 de febrero de 1759, un mes después de haber asumido la presidencia de Princeton,


Edwards fue diagnosticado de viruela. Las póstulas en su garganta fueron tan grandes que
no pudo tomar líquidos para combatir la fiebre. Cuando se dio cuenta que no le quedaba
oportunidad alguna llamó a su hija Lucy y le dijo sus últimas palabras – sin duda que fue
llevado en lo mejor de de su vida con la gran Historia de Redención (History of
Redemption) sin escribir,[41] pero en su lugar, con la confianza en el gran poder de Dios,
con las siguientes palabras de consuelo para su familia:
Querida Lucy, me parece que es la voluntad de Dios que muy pronto los deje; por ello dale
todo mi amor a mi querida esposa y dile que la unión singular, que ha subsistido por tan
largo tiempo entre nosotros, ha sido de tal naturaleza que confío en su espíritu que será
apoyado en esta prueba, y será presentado alegremente ante Dios. Y para mis hijos,
quedarán sin padre, lo cual les llevará a todos a buscar al padre que nunca les fallará…[42]

Murió el 22 de marzo y su doctor escribió una fuerte carta a su esposa que estaba aún en
Stockbridge. Ella estaba muy enferma cuando la carta llegó, pero el Dios que tomó su vida
fue el Dios al que Jonathan Edwards predicó. Y es así como el 3 de abril ella escribió a su
hija Esther:

¿Qué puedo decir? Un Dios bueno y santo nos ha cubierto con una nube oscura. Debemos
besar la vara y poner nuestras manos en nuestras bocas! El Señor lo ha hecho. El me ha
hecho adorar su bondad. Pero mi Dios vive; y tiene mi corazón. ¡Qué legado mi esposo, su
padre, nos ha dejado! Todos nos debemos a Dios y allí estoy y que el amor sea. Su siempre
cariñosa madre,

Sara Edwards. [43]

Notas de Página

1. ↑ "An Essay on the Trinity" in Treatise on Grace and Other Posthumously


Published Writings, ed. Paul Helm (Cambridge: James Clarke & Co., 1971) pp. 99-
131.
2. ↑ Ibid., p. 128.
3. ↑ The Works of Jonathan Edwards, vol. I ed. Edward Hickman, (Edinburgh: The
Banner of Truth Trust, 1974), p. clx. All citations from the Works refer to this
edition.
4. ↑ Works, p. cxlv.
5. ↑ Works, I, p. 3.
6. ↑ Works, I, p. 87.
7. ↑ Works, I, p. 5.
8. ↑ Works, I, p. 51.
9. ↑ James D. Strauss, "A Puritan in a Post-Puritan World - Jonathan Edwards" in
Grace Unlimited, ed. Clark H. Pinnock (Minneapolis: Bethany Fellowship, Inc.,
1975) p. 243.
10. ↑ Charles G. Finney, Finney's Lectures on Systematic Theology, (Grand Rapids:
Eerdmans Publishing Co., n.d.) p. 333.
11. ↑ Finney's Lectures, p. 332.
12. ↑ Perry Miller, Jonathan Edwards (Westport Connecticut: Greenwood Press
Publishers, 1973) p. xiii.
13. ↑ "Jonathan Edwards on Free Will and Moral Agency," vol. 68 (April, 1959) pp.
181-202.
14. ↑ "Limited Indeterminism," vol. 16 (September 1962) pp. 55-61; also vol. 16
(December 1947) pp. 366-370.
15. ↑ "The Will and the Understanding in the Philosophy of Jonathan Edwards," vol. 16
(December 1947) pp. 210-220.
16. ↑ "Jonathan Edwards' Conception of Freedom of the Will," vol. 14 (March, 1961)
pp. 1-41.
17. ↑ See note 9.
18. ↑ Works, I, p. 140.
19. ↑ Jonathan Edwards, p. 286
20. ↑ 'Charity and Its Fruits (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1969) p.167, 169.
21. ↑ Works, I. pp. 119, 120.
22. ↑ Works, I. p. 236.
23. ↑ Charles Chauncy, Seasonable Thoughts on the State of Religion in New England
(Boston, 1743) p. 77.
24. ↑ Seasonable Thoughts, p. 302.
25. ↑ Seasonable Thoughts, p. 327.
26. ↑ Quoted in C. H. Faust and T. H. Johnson, Jonathan Edwards (New York: Hill and
Wong, 1962) p. xxiii.
27. ↑ Ola "Winslow, Jonathan Edwards (New York: Octagon Books, 1973) p. 197.
28. ↑ Works, I, p. xvii.
29. ↑ Works, I, p. xxxix.
30. ↑ Works, I, p. 350.
31. ↑ Works, I, p. cvx.
32. ↑ Works, I, p. 436.
33. ↑ Works, I, p. xx.
34. ↑ Works, I, p. clxxv.
35. ↑ Works, I, p. xxxvi.
36. ↑ Works, I, p. xviii.
37. ↑ Works, I, p. xxxviii.
38. ↑ Works, I, p. xxxv, xxxviii.
39. ↑ Quoted in Elizabeth Dodds, Marriage to a Difficult Man (Philadelphia:
Westminster Press, 1971) p. 22.
40. ↑ Works, I, p. xlvii
41. ↑ He describes this proposed work in Works, I, p. clxxiv.
42. ↑ Works, I, p. clxxviii.
43. ↑ Works, I, p. clxxix.

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