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Seminario de Geopolítica / Geografía / F.F. y L.

/ UBA
Alumno: Diego Zuccolo

Agnew, J.; Geopolítica: Una re-visión de la política mundial.

CAPÍTULO 3: UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES

En el capítulo 3, “Un mundo de Estados territoriales”, del libro Geopolítica: Una


re-visión de la política mundial, su autor, John Agnew plantea que, en la imaginación
geopolítica moderna, el poder ha estado asociado exclusivamente a los Estados
territoriales, entendiendo como tales a los Estados-nación que tienen una estrecha
correspondencia entre los miembros de una nación concreta y las fronteras de un Estado
particular. A lo largo del capítulo analiza los argumentos que justificaron esta visión, que
denomina la “trampa territorial”, y plantea un proceso contemporáneo de
debilitamiento de esa espacialidad territorial junto a un “desdoblamiento” de la
territorialidad del Estado como consecuencia de una reformulación de la hegemonía que
se distancia de las prácticas estado-céntricas de la etapa previa. En síntesis, plantea que
está en surgimiento una nueva geopolítica del poder.

La justificación de la “trampa territorial” o espacialidad del poder centrada en el


Estado la encuentra el autor en “…la proyección histórica de un mundo en que el poder
sobre los otros se concibe como algo que está repartido entre entidades de soberanía
territorial semejantes,…”. Para que pueda desarrollarse esta perspectiva plantea la
existencia de tres argumentos clásicos en la geografía del poder: primero, que los
estados tienen un poder exclusivo dentro de sus territorios (soberanía); segundo, que
los asuntos nacionales y los asuntos exteriores son realidades esencialmente separadas
reguladas por normas diferentes; tercero, los límites del Estado definen los límites de la
sociedad (sociedad contenida en el Estado). Estos tres supuestos “…se refuerzan unos a
otros en la configuración de una concepción del poder estadocéntrica en la que el espacio
ocupado por los Estados sería inamovible.” Esta visión se desarrolló durante el
surgimiento de los Estados-nación del siglo XIX, cuando, según Agnew, “tenía sentido el
caracterizar la evolución de los cambios económicos y sociales según las experiencias
vividas en los pedazos de espacio delimitados por los límites geográficos de los Estados.”

A fines del siglo XX y principios del siglo XXI, el autor plantea que esta perspectiva
estadocéntrica comienza a verse debilitada por dos procesos simultáneos: los cambios en
la forma de relacionarse entre los Estados y “la emergencia de una sociedad global en la
cual los Estados deben compartir su poder con otro tipo de actores.” Manifestaciones de

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estos cambios son el declive de la viabilidad militar, los mercados globales, el capitalismo
transnacional y formas de gobierno alternativas (por ejemplo, la Unión Europea).

I. LA TRAMPA TERRITORIAL

El autor define “trampa territorial” como “el pensar y actuar como si el mundo
estuviese enteramente constituido por Estados que ejercen su poder sobre bloques de
espacio y de este modo se constituyen en el único referente geográfico-político de la
política mundial”.

Define, como ya vimos anteriormente, tres supuestos que sostienen este


concepto: soberanía sobre un territorio definido, división entre asuntos interiores y
exteriores y el Estado territorial como contenedor geográfico de una sociedad. Estos
tres supuestos unidos permiten una concepción de la estatalidad ahistórica, “como si [el
Estado territorial] fuera la única fuente de poder en el mundo moderno” y habilitándolo,
mediante el control de bloques de espacio, como el único actor territorial válido.

II. UN CASO CONCRETO: LAS TEORÍAS CLÁSICAS DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES.

Para mostrar la influencia de esta concepción de la espacialidad del poder, Agnew


cita como ejemplo las discusiones teóricas en el campo de las relaciones internacionales.
Nos muestra como los extremos de las principales posturas sobre el poder estatal, el
realismo y el liberalismo, con diferencias sobre cuál debería ser la prioridad del Estado,
“se mantienen fieles a una concepción estadocéntrica del mundo o, más exactamente, a
un mundo centrado en las Grandes Potencias”.

III. LA ESPACIALIDAD DEL PODER EN LA IMAGINACIÓN GEOPOLÍTICA MODERNA.

Bajo este título, el autor desarrolla tres características de las explicaciones


estadocéntricas de la espacialidad del poder que, considera “cruciales para obstaculizar
la comprensión de la espacialidad o de la organización geográfica del poder solamente a
los Estados.”

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La primera característica que nombra es el poder coercitivo sobre bloques de


espacio. En este punto plantea que “los sistemas de poder son generados, sostenidos y
reproducidos por medio de prácticas sociales específicas histórica y geográficamente, en
lugar de ser algo existente desde siempre con una configuración espacial concreta: la de
la territorialidad del Estado.” Es decir, “los Estados territoriales son un tipo de
concentración social de poder que surgió en unas condiciones históricas específicas en las
que la territorialidad del Estado era útil en la práctica para lograr los objetivos de los
grupos sociales tanto dominantes como dominados.”

La segunda característica es el poder como coerción en las relaciones


internacionales. En este apartado, el autor discute el preconcepto de la geopolítica
moderna donde suele considerarse que las relaciones coercitivas entre Estados son la
única manera en que se ejerce el poder más allá de los límites del Estado territorial.
Plantea que, la política mundial puede implicar diversas prácticas sociales que requieren
un despliegue de poder y no simplemente la coerción militar de los Estados.

La tercera característica que menciona es la relación entre estatalidad y la


protección de los derechos de propiedad, “que silenciaría el papel que han desempeñado
los Estados en el desarrollo de ciertas prácticas sociales básicas del capitalismo (la
definición y protección de los derechos de propiedad), que han traspasado los límites del
Estado para conseguir beneficios poniendo en circulación la propiedad móvil (el capital).”
Es decir, si bien el Estado territorial siempre ha dado una protección prioritaria a la
propiedad, en determinado momento experimenta una tensión cuando sustituye el
control de los flujos económicos generados en su territorio por un incremento en el
acceso a los flujos que vienen de otros lugares. En definitiva, la protección que puede
suministrar a los derechos de propiedad absolutos ante el aumento de propiedades
móviles más allá de los límites propios es parcial y poco sólida. En este contexto, el autor
plantea un cambio de Estado y empresas del libre comercio al acceso a los
mercados. Destaca tres aspectos de este régimen de acceso a los mercados: la
internacionalización de políticas nacionales para ajustarse a las normas de
funcionamiento globales, el incremento en el comercio internacional de servicios y el
debilitamiento de la identificación entre territorio y economía debido a la extensión del
alcance de las compañías transnacionales y el surgimiento de alianzas corporativas
internacionales.

IV. EL LIBERALISMO TRANSNACIONAL Y LAS NUEVAS ESPACIALIDADES DEL PODER.

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En este punto, el autor refuerza su posición marcando que es un error presuponer


que el poder coercitivo de los Estados territoriales es una característica inmutable del
mundo moderno. Es más, plantea que el desdoblamiento contemporáneo de la
territorialidad del Estado es una prueba de la reformulación de la hegemonía que se
distancia de las práctica estadocéntricas.

Para dar una muestra de que está en perspectiva una nueva geopolítica del poder
describe tres consecuencias de esta tendencia: la explosión de identidades políticas no
territoriales asociadas a movimientos políticos globales y locales (ejemplificada según el
autor en las nuevas producciones literarias locales y postnacionales), la progresiva
tensión en la intersección entre ciudadanía y migración y la progresiva descentralización
del sistema financiero mundial (desterritorialización de las monedas).

V. CONCLUSIÓN.

El autor concluye que, en la actualidad, el cambio social y el desarrollo económico


están cada vez más determinados por la capacidad que tengan las localidades y las
regiones para acceder a las redes globales y que en este contexto no tendría sentido
concebir el poder como algo singular y permanentemente unido a los territorios de los
Estados. Sin embargo, la lealtad a una espacialidad del poder estable sigue teniendo un
atractivo considerable.

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