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CARLOS RAFAEL DOMÍNGUEZ

TEMAS y PROBLEMAS

DE LA

LINGÜÍSTICA

1998
TEMAS Y PROBLEMAS DE LA LINGÜÍSTICA

A MANERA DE PRÓLOGO

Hay prólogos que son el verdadero comienzo de un trabajo. Otros,


son meramente protocolares. El verdadero mensaje del escrito
empieza donde el prólogo termina. En este segundo caso su lectura
puede omitirse o postergarse hasta el final. En el primer caso, en
cambio, su lectura se torna imprescindible.

Me ubico en este supuesto. Creo que este prólogo debe ser leído
antes del resto para comprender debidamente lo que sigue.

Este es, ni más ni menos, un trabajo más sobre un tópico muy


tratado. ¿Para qué escribirlo, entonces? Quizás porque a todos
siempre nos parece que algo más se puede decir... O que se puede
decir de otra manera...

Quien ha sido docente por largos años sabe que un explicación


más, incluso después de la centésima, puede llegar a ser la que haga
abrir los ojos a más de un discípulo en clara expresión de haber
comprendido: ¡Por fin!

Este es, pues, un pequeño trabajo más sobre el mismo tema. Pero
aspira a ser distinto en algo.

La mayoría de las introducciones a la lingüística están dirigidas a


futuros lingüistas, quienes se supone que van a adquirir con
posterioridad todo lo que necesiten para manejarse como estudiantes
o como profesionales en el enmarañado mundo del estudio del
lenguaje. Apuntan a delinear el perfil profesional del lingüista a través
del análisis de sus posibles incumbencias.

No me dirijo a ese público. No quiere esta modesta obra ser un


panorama anticipado del campo que abarca la disciplina, ni en sentido
vertical ni en sentido horizontal.
Tampoco entiende ser una especie de diccionario o catálogo en el
que el lector culto encuentre la clave para penetrar a través del
grueso muro de la jerga lingüística y llegar hasta realidades a veces
tan oscuras como su corteza terminológica. No se encontrará en
estas páginas un listado exhaustivo de temas y problemas. Es
simplemente el resultado de una larga y variada labor docente en los
más diversos niveles y un rastreo de inquietudes personales; es, de
alguna manera, una síntesis de seminarios, conferencias, lecciones,
charlas, intercambios con alumnos y colegas.

No es un trabajo deliberadamente comprometido con una


determinada escuela o tendencia, pero tampoco es un trabajo
ecléctico. Expresa el compromiso del autor con su propio punto de
vista que, indudablemente, es deudor de innumerables contribuciones
de las más variadas provincias científicas, pero cuyo compromiso
mayor es ciertamente con la búsqueda de un principio unificador, de
una vía esclarecedora.

La búsqueda de un principio unificador y su propuesta no significa


que se lo considere el único posible.

Sobre materias altamente tecnológicas o de especialidad científica


muy marcada es fácil escribir. El lector, o bien es entendido y dialoga
sin problemas con quien escribe, o bien es absolutamente lego y
escucha atentamente a quien le enseña.

En materias humanísticas todo es distinto. Todos saben o creen


saber. Se utiliza entre escritor y lector aparentemente un mismo
código sígnico, con un referente relativamente familiar, pero donde
las interpretaciones pueden ser completamente diferentes. Se entabla
un código de sordos.

No es este, pues, un libro de un lingüista para lingüistas o para


futuros lingüistas. Son páginas escritas con mentalidad lingüística
sobre la base concreta de la historia de esta disciplina para quienes,
con cualquier tipo de formación pero con una actitud realmente
científica se avengan a recorrer estas reflexiones críticas.

Quieren ser un análisis esclarecedor, al menos para quien se asome


desde afuera, de las cuestiones medulares, al menos las debatidas en
las últimas décadas en el ámbito de esta disciplina.

Es un análisis crítico que no supone adhesión a ningún sistema. Y


es un análisis didáctico, que busca orden y claridad. Para esto nos
manejaremos con el número solo indispensable de conceptos básicos
que permitan acceder naturalmente a la problemática medular de la
disciplina.

Es un análisis hecho desde dentro de la disciplina, utilizando las


herramientas conceptuales por ella elaboradas. No es una visión
epistemológica desde afuera, sino una toma de conciencia desde
adentro, de los elementos y límites del instrumental que se utiliza, un
replanteo completo de los objetivos perseguidos.

No es tampoco de ninguna manera un enfoque filosófico que tienda


a centrarse en la problemática profunda de la significación y zonas
adyacentes.

No es un estudio crítico sobre la historia de la lingüística como un


rastreo de la génesis de cada teoría y sus raíces en la problemática
de la época y su desarrollo posterior como modelo explicativo.

No usaremos para este análisis una terminología demasiado


rigurosa, lo que implicaría de por sí la adhesión a una escuela
determinada. Usaremos más bien una terminología “puente” que
trate, sin embargo, de sortear los escollos de contaminaciones y
sugerencias indeseadas.

Quiere ser una descripción de aquella secuencia encadenada de


enunciados que configuren el armado de un modelo lingüístico
cualquiera.

El camino se recorre sobre una base histórica, es decir, tal como se


ha dado hasta ahora en la historia de la disciplina y sin pretensiones
de señalar un nuevo camino para la construcción del modelo ideal.

Esto no supone una elección metodológica previa en el sentido


estricto del término. Más bien podría decirse que se trata de una
reflexión sobre el método lingüístico, reflexión que como podrá
apreciarse a lo largo de estas páginas es inseparable de aquella sobre
el objeto.

************************
Las figuras I, II y III representan tres instancias de la visión que
parece ofrecer la disciplina lingüística según la distancia desde que se
la mire.

Al que la ve desde afuera (I) y, tal vez, desde lejos, (desde la


crítica literaria, la sociología, la filosofía, la simple curiosidad de
saber...), se le presenta como una disciplina sólidamente constituida,
como un saber monolítico, perfectamente articulado; hasta como una
construcción digna de tomarse como ejemplo e imitarse por parte de
otras disciplinas.

A quien se acerque un poco más (II) la visión monolítica se torna


en algo totalmente resquebrajado, un conjunto de áreas inconexas,
una sucesión de enfoques y tendencias aparentemente
irreconciliables.
II

Finalmente, quien ha penetrado profundamente en la disciplina y


ha conseguido adoptar algún punto de vista unificador, puede llegar a
apreciar un núcleo firme y, a partir de él, diversas direcciones de
trabajo hacia límites no perfectamente definidos pero que enmarcan
un todo suficientemente coherente y armónico.

III
Esta es precisamente la meta que me propongo: Acompañar al
lector en la búsqueda de ese punto de partida que permita la
comprensión profunda de las claves de toda la problemática de fondo.

***********************

EL PUNTO DE PARTIDA

¿Dónde empezar?

¿Dónde empezar? Una pregunta que, en su simplicidad, se refiere


en forma simultánea a dos niveles de reflexión íntimamente ligados
entre sí en estas páginas:

a) un nivel personal de reflexión crítica. Un nivel totalmente


personal donde la carga de subjetividad es necesariamente
muy considerable. Las ideas se esbozan en una secuencia que
obedece primeramente a un interés didáctico de transmisión
transparente de esa misma reflexión personal. Se piensa
especialmente en acompañar al lector que desde afuera de la
disciplina se asoma a la temática y problemática de la
lingüística.

b) un nivel, más objetivo, de organización interna de la disciplina


lingüística como tal. Se busca un punto de partida desde una
perspectiva estrictamente sistemática. Desde el punto de vista
del desarrollo histórico lo único que cabría es enunciar la
pluralidad de puntos de partida correspondientes a las líneas de
reflexión históricamente dadas y que constituyen de hecho los
distintos enfoques de la lingüística o tal vez, con más
propiedad, de las distintas lingüísticas. Se persigue en este
nivel una organización coherente que tienda a reflejar la
“lógica” interna de la temática disciplinar.
Diría, un poco presuntuosamente, que mi intento equivale a
imprimir a mi propia búsqueda el carácter de un modelo de reflexión
crítica interna aplicable a la disciplina en su integridad.

Nos moveremos en esta marcha en la forma más sencilla que sea


posible. Para ello hemos reducido desde el comienzo el conjunto de
elementos que se manejan, a dos categorías fundamentales: temas
y problemas.

Nuestra búsqueda se ordena, pues, a determinar un punto de


partida adecuado como base de sistematización, es decir, un punto
de partida tal que no presuponga a ninguno de los temas y problemas
del conjunto.

Tal vez podría decirse más formalmente que lo que trataremos de


hacer será propiamente determinar el objeto de la disciplina. No
usaremos ese término. Abordaremos los temas y problemas con
rigor, organizadamente, pero sin un tecnicismo prematuro.

Una elección difícil

Las dificultades para determinar un adecuado punto de partida


están, en nuestro caso, en proporción directa con su importancia. Si
se tratase de recorrer un campo perfectamente llano o un espacio
vacío, sin interferencias, la elección de un acertado punto de partida
sería sumamente útil pero no condicionante del resto del recorrido.
Pero si lo que debe recorrerse es algo más semejante a un laberinto,
una decisión inicial poco adecuada puede llevar a callejones sin
salida.
Fig. 1

Podrán alcanzarse metas parciales que resulten relevantes. Pero si


se las alcanza sin una necesaria interconexión, se corre el riesgo de
dejar fuera de alcance a otras no menos importantes. La visión
general quedaría falta de coherencia.

Esto parce obviamente válido para cualquier tipo de reflexión que


pretenda ser sistematizadora de una disciplina. Pero en el caso
particular del lenguaje humano las dificultades se acrecientan. No se
trata ya simplemente de un campo disciplinar laberíntico, sino
además de un campo de una extensión prácticamente ilimitada. El
campo de lo lingüístico pareciera, en principio, coextensivo con lo
humano.
Fig.2

Elegir un punto de partida equivale a adquirir un compromiso


irreversible con todo el resto de la problemática y su posterior
tratamiento. Implica una definición anticipada (aunque no sea más
que provisional e hipotética) del límite a quo de la disciplina.
Significa la aceptación, al menos implícita, de una serie de
presupuestos, que ya no podrán coherentemente volver a ser
puestos en discusión. Es tomar desde un principio la decisión acerca
del umbral teórico de la lingüística.

Puede ayudar a esta comprensión el concebir el punto de partida


como el vértice de un ángulo: muy reducido en su abertura inicial,
constituirá un condicionamiento muy estrecho de la visión futura;
muchos temas y problemas quedarían fuera de la visión disciplinar.

Un ángulo muy abierto podría derivar en una falta de focalización


de la temática y problemática, dejando demasiado en primer plano el
espectro de una profusa variedad sin el soporte del ordenamiento
sistemático buscado. Por lo demás, algo siempre queda fuera.

La dificultad de esta elección aparece claramente manifestada en la


historia de la lingüística. No en vano objeto y método han sido
replanteados en su curso una y otra vez con el resultado actual de un
impresionante abanico teórico que ha llegado a ser acertadamente
considerado como la característica más saliente de la lingüística en el
día de hoy.

No podemos pretender señalar aquí y ahora el punto de partida.


Mucho menos, producir un pronunciamiento crítico de todo lo hecho
hasta hoy. Tan solo entendemos expresar la afirmación de que la
búsqueda de un límite inicial es algo de la máxima importancia si se
desea una mínima visión integradora del conjunto.

La lingüística, vista desde adentro, está hoy a mucha distancia de


aquel pasado e ingenuo optimismo que justificó sus rápidos avances
y a mucha distancia, por cierto, de esa confiada seguridad que le han
envidiado otras disciplinas humanas. Tomada en profundidad, se
encuentra en una verdadera crisis de fundamentos. Esto surgirá con
toda nitidez de la lectura de los capítulos siguientes. Se verá cómo la
problemática de fondo subsiste sin mengua alguna.

Si por lingüística quiere entenderse algo más que un conjunto


armónico de técnicas de trabajo, se necesita una estructura
sistemática. Será tal si obedece a un principio ordenador. Para esto
debe asentarse sobre una base sólida, que e su punto de partida.

Donde surge un replanteo de principios (tal la crisis de


fundamentos que hoy se debate) hay, explícita o implícitamente, una
búsqueda renovada del punto de partida.

Pero pasemos ya a la consideración de las dificultades más


importantes que se oponen a una rápida elección de un punto de
partida.

Dificultades intrínsecas

Llamamos así a todas las que nacen de la misma índole del objeto
bajo tratamiento; en nuestro caso: el lenguaje. Enunciamos
brevemente las que parecen más relevantes:

• El análisis constituye el objeto

A diferencia de lo que sucede en las ciencias físicas y


naturales, el objeto que se ofrece a estudio no está dado por sí
mismo. Es el producto de un análisis previo. Este análisis no se
aplica al objeto sino que lo construye.

Los elementos no se presentan tales en forma evidente por


más que nuestra larga tradición occidental pueda hacernos
parecer lo contrario. El lenguaje es como un continuo
envolvente. Enunciados, palabras, sílabas... van siendo
recortados por un análisis progresivo. Se convierten en
unidades concretas precisamente por el análisis.

Este análisis puede ser solamente implícito. La escritura


alfabética, por ejemplo, implica un análisis fonemático
sumamente agudo. Sin embargo, este último cobró explicitud
solo tras muchos siglos.
Nuestro hábito de lectores no debe hacernos caer en un error
de apreciación. La notación gráfica nos impone visualmente la
existencia de muchos elementos. Los signos de puntuación
parecen marcar con bastante claridad ciertos límites. Lo
elementos nos parecen dados. Pero en realidad la notación
gráfica no es el fundamento sino el resultado, el producto de un
análisis anterior que constituyó los elementos como tales para
ser representados.

• Círculo vicioso

A la dificultad intrínseca mencionada anteriormente, es decir,


el hecho de que la realidad que se estudia no aparece
naturalmente segmentada (y que la lingüística comparte, en
gran medida, con las otras ciencias humanas), se añade aquí
otra muy específica de la lingüística.

Cuando el lenguaje se convierte en objeto de estudio es a la


vez objeto y medio.

Si hubiera otro medio de reflexionar sobre la problemática del


lenguaje que no fuera a través del lenguaje mismo, el problema
no existiría.

Esta dificultad se hace patente en la búsqueda de cierta


toma, de distancia mediante los llamados “metalenguajes”.
Pero en última instancia un metalenguaje no es más que pura y
simplemente el mismo lenguaje.

Nos moveremos indefectiblemente en forma circular hasta el


infinito sin hallar un metalenguaje aséptico que no sea a la vez
el mismo lenguaje.

• Polisemia, sinonimia e imprecisión

Una simple y breve consulta a un diccionario corriente (por


ejemplo, el de la Real Academia Española de la Lengua) nos presente
la siguiente secuencia de acepciones:
Lenguaje:

1.- Conjunto de sonidos articulados con que el hombre


manifiesta lo que piensa o siente.

2.- Idioma hablado por un pueblo o nación o por una parte de


ella.

3.- Manera de expresarse. Lenguaje culto, grosero, sencillo,


técnico, forense, vulgar.

4.- Estilo y modo de hablar de cada uno en particular.

5.- Uso del habla o facultad de hablar.

6.- Fig. Conjunto de señales que dan a entender una cosa:


Lenguaje de los ojos, de las flores.

Esta lista, que no es exhaustiva, ya nos presenta un panorama al


menos parcial de la complejidad del tema.

Un diccionario como el mencionado, como guía práctica de uso, no


crea los conceptos que define o describe. Registra un cierto uso de
los mismos, con todas las limitaciones que esto impone. Este uso más
o menos corriente es el que nos sumerge en el campo de la que
enunciamos como tercera dificultad intrínseca. Los límites no son
claros; las distinciones, imprecisas. Hay numerosas superposiciones.
Todo esto facilita el que se produzcan cambios y desplazamientos casi
insensibles pero que acarrean un marcado efecto de incoherencia
para todo el sistema, pues mientras se está hablando de cosas
diferentes se puede creer estar haciéndolo de lo mismo.

Ahora bien, el uso del término en una acepción u otra, implica de


por sí un cambio decisivo en el punto de partida que adoptemos.

De aquí el hecho de que todos los que han intentado reflexionar


sobre el tema de una manera orgánica se hayan preocupado por
introducir algunas distinciones fundamentales, por lo general en
forma de dicotomías que exigen la adopción de puntos de partida
radicalmente diferentes. Son universalmente conocidas las
distinciones de Ferdinand de Saussure entre langue y parole, las
Humboldt entre ergon y enérgeia y las más recientes de Chomsky
entre competence y performance.

Estas dicotomías, además de suministrar inacabable material para


la polémica, han producido un acusado efecto reduccionista en los
modelos generados a partir de ellas. A una mayor precisión en la
caracterización del objeto y, por lo tanto, una mayor precisión en la
determinación del punto de partida, la extensión de campo cubierta
de mostró ser tanto menor e insuficiente para poder considerarse en
relación adecuada con la realidad que se buscó interpretar.

• Juego de opciones

En resumen, creemos que sería altamente clarificatorio imaginar la


determinación del punto de partida si concebimos el campo total
como un infinito y en algún punto de él imaginamos la intersección de
cuatro ejes:

El eje (1) representa lo que podríamos llamar el grado de


abstracción. Sobre él un punto de partida ideal puede deslizarse
desde lo más abstracto hasta lo más concreto.

El eje (2) representa la línea que va desde un tratamiento


máximamente subjetivo hasta uno que busque el mayor grado de
objetividad.

El eje (3) representa el grado de flexibilidad que el modelo puede


adoptar y va también de un máximo a un mínimo

El eje (4) representa una línea trazada entre la máxima opacidad


y la máxima transparencia.

Los ejes no están trazados a escala y en ambas direcciones tienden


al infinito.

Una determinación ideal del punto de partida exigiría en primer


lugar la determinación del punto ideal en cada eje y la posibilidad de
producir la cuádruple intersección sin que esta condición ideal de
cada eje sufriera menoscabo.
En el eje (1) el extremo de máxima abstracción está dado por la
consideración del lenguaje en sí, como un código de formas puras, y
en el otro extremo como un código realizado, un producto histórico,
una lengua concreta.

En el eje (2) un extremo representa la subjetividad en grado


máximo; la capacidad de simbolización, de internalización codificada
de la realidad toda, casi el pensamiento mismo. En el otro extremo
tenemos el código en su aspecto intersubjetivo, el código en cuanto
base de comunicación, que posibilidad la transmisión de la
información.

En el eje (3), en un extremo, el código de designaciones puras, sin


consideración de las variables situacionales. Hacia el otro, se va
avanzando a través de la inclusión de una serie sucesiva de variables
del entorno, que transforman la transmisión de la información en algo
cada vez más específico, mediante la enumeración progresiva de los
rasgos situacionales que la enmarcan. Esta flexibilidad llega a su
grado máximo al poder dar cuenta de la posibilidad de
desplazamientos y usos figurados, gradación de matices y tonos,
dando cabida, por ejemplo, a lo irónico.
En el eje (4) entendemos por transparencia aquella cualidad del
lenguaje que lo tiende a hacer invisible al usuario, cuya atención se
focaliza solamente en aquello a lo que el lenguaje lo remite. El
lenguaje se torna opaco en la medida en la que el molde lingüístico
es notado más y más por el usuario.

Dificultades extrínsecas

Llamaremos así a aquellas que dependen no ya de la naturaleza el


objeto sino de diversos factores que históricamente han incidido de
una manera u otra en la adopción de un punto de partida.

• La tradición

Hay un enorme peso de arrastre en lo que podemos llamar


tradición lingüística, que condiciona en forma muy acusada la
adopción de un punto de partida y la sistematización posterior, es
decir, la construcción de un modelo a partir de allí.

Curiosamente esta tradición no se transmite sino a través del


lenguaje mismo, sumándose así, en forma complementaria, algunas
de las dificultades ya mencionadas.

Esta tradición, este discurso lingüístico precedente influye de


manera casi decisiva para que el punto de partida se deslice ya hacia
uno ya hacia otro de los extremos de los ejes descriptos
anteriormente.

Esta tradición, que puede no ser universal sino regional, es la que


ha hecho oscilar los enfoques lingüísticos desde ángulos sumamente
restringidos hacia otros mucho más amplios; desde una tendencia
hacia la autonomía más absoluta hasta una dependencia explícita de
alguna disciplina adyacente: psicología, sociología, filosofía.

Así, por ejemplo, una larga tradición europea continental ha


mantenido a la lingüística íntimamente ligada a una problemática
claramente filosófica en su arranque (extremos (+) de los ejes (1) y
(3)). No debemos olvidar que la filosofía fue su madre.

La tradición angloamericana, en cambio, ha tendido a ubicar los


intereses lingüísticos en áreas más observables: el comportamiento
humano y la cultura.
En este trabajo no se han tenido en cuenta otras tradiciones
milenarias que, salvo la de la India, no han tenido influencia directa
sobre el tronco principal de lo que hasta prácticamente hoy es
conocida en el mundo, casi con exclusividad, como disciplina
lingüística.

Esta tradición o tradiciones no pueden ser ignoradas por nadie


que quiera instaurar una reflexión sobre el tema. Se aceptan o se
reniega de ellas.

• La atmósfera científica

En cada época y en cada región una determinada atmósfera


científica ha actuado como un poderoso estimulante y al mismo
tiempo como un rígido condicionante de la investigación lingüística.

Hay un notable paralelismo entre lo que podríamos llamar la


historia interna de la lingüística, consistente en el desarrollo
progresivo de distintas técnicas de aplicación e investigación a través
de diferentes ramas y áreas (distintos modelos) y una historia
externa de la misma disciplina que podría constituirse enunciando en
orden sucesivo los diversos aportes y contribuciones hechos a la
lingüística por otras disciplinas en cuanto a centros de interés,
parámetros de cientificidad y herramientas de trabajo intelectual.

Han sido paradigmáticos en este sentido variados enfoques de las


ciencias físicas, de la bilogía, de la cibernética...sin contar el aporte
casi permanente de recursos desde el campo lógico-matemático.
Dejemos también de lado aquí aquellas zonas de disciplinas
humanísticas que hemos analizado anteriormente como fuentes para
distintos puntos de partida.

Esta historia externa es solo tal si se la mira nada más que desde
afuera. Pero desde el momento en que una determinada corriente de
influencia cristaliza en un concepto lingüístico que se hace pieza de
un modelo, ya pasa a ser parte de la historia interna.

De hecho, cada paso de la historia de la lingüística puede


correlacionarse con este tipo de influencias que, evidentemente,
juegan un papel decisivo en la elección del punto de partida.
• El margen individual

Alguien construye el modelo. Alguien es el arquitecto. Hay un


sistematizador individual detrás de un sistema.

El que ordena, el que construye, el que presenta el sistema no es


neutral, no es aséptico

Tampoco es original, creador absoluto.

Cada sistematizador ha sintetizado en su propia experiencia, con


diversos grados y matices, las influencias recibidas y ya ha tomado
decisiones con respecto al punto de partida dentro de márgenes que
pueden ser mínimos en las proximidades del vértice del ángulo pero
adquieren proyecciones insospechadas a medida que se alejan de él.

Cada constructor de modelos tiene inevitablemente un registro


propio de toda la realidad y el modelo no puede no reflejarla. La
historia de los modelos lingüísticos lo prueba y es, por lo tanto, una
variable cuya consideración no puede excluirse.

Los presupuestos

Tras nuestro análisis llegamos a una conclusión: Un punto de


partida en una disciplina como la lingüística necesariamente debe
reconocer o aceptar ciertos `principios o fundamentos anteriores a él,
al menos como hipótesis. Estos no son demostrables dentro del
ámbito de la disciplina ni pueden legítimamente ser incluidos dentro
del modelo que se construye

Son los supuestos o pre-supuestos.

A veces son aceptados explícitamente.

Las más de las veces son incluidos de una manera subrepticia,


impensada. No se los quisiera incluir. Pero se lo hace sin quererlo ni
buscarlo, aunque más no sea que debajo de un vocabulario preñado
de supuestos. Términos como abstracción, sustancia, mente... no son
neutros ni mucho menos. Suponen todo un marco de referencia
dentro del cual el modelo va a ubicarse inexorablemente.

No existe, ya lo dijimos, el metalenguaje incontaminado. ¿Cómo


librar al lenguaje de toda su carga de temporalidad? ¿Cómo hablar de
sincronía sino con términos acuñados diacrónicamente? Los pre-
supuestos están ahí.

Tal vez el recurso más simple sea nada más que el de explicarlos
en la medida de lo posible para que aparezcan con claridad en la
superficie.

En síntesis

Las dificultades analizadas anteriormente son tales que tornan casi


imposible de hecho la elección de un punto de partida, si
pretendemos basarnos en razones intrínsecas que sean teóricamente
válidas de manera incontrovertible.

Por lo tanto pareciera que nos queda alguna de las siguientes


opciones:

• O dejar el problema de lado en un primer momento y tomar


alguna cuestión que parezca especialmente importante a
primera vista, sin discutir su prioridad con respecto a otras ni
los presupuestos que pueda implicar.

• O adoptar algún criterio teórico y justificar subjetivamente la


decisión o, al menos, explicitarlo de un modo claro y preciso.

• O seguir, sin crítica, algún punto de partida ya establecido `por


alguna “autoridad” en la materia.

Una breve ojeada a la historia de la disciplina en sus aspectos


teóricos nos señalará algunas de las principales fuentes que han
suministrado puntos de partida.

Las opciones históricas

El estudio en particular de los modelos históricamente


dados está proyectado para otra parte de este trabajo.

Sin embargo parece imprescindible dar ahora un rápido


repaso a las fuentes que, de hecho, han proporcionado los
puntos de partida a los modelos existentes.
Sin prejuzgar los resultados de un análisis detallado del
tema no parece apresurado alcanzar una serie de fuentes
que son coincidentes con la serie de disciplinas humanas
cuyas áreas son indudablemente adyacentes del área
lingüística.

En primer lugar, la filosofía, en su acepción más amplia,


verdadera madre fecunda de todas las ciencias
occidentales, lo fue también de la lingüística y lo sigue
siendo como fuente de una gama muy variada de
sugerencias y, en un plano profundo, como sustrato de una
problemática que subyace en todos los grandes temas de la
lingüística, sobre todo alrededor de dos polos
fundamentales: la problemática de la significación y la
problemática del conocimiento.

La lógica medieval ha aportado una muy larga serie de


conceptos altamente elaborados, que, superpuestos a la
tradición grecorromana han llegado a formar en Occidente
lo que podríamos llamar la trama formal original de la
disciplina lingüística.

El quehacer filológico, siempre aferrado al terreno de lo


concreto y, casi diría, de lo muy concreto, ha volcado en la
joven lingüística, un poco también hija suya, todo su acervo
impresionante de documentación analítica, su mentalidad
decididamente histórica, su profundo respeto por el texto
escrito en sí, en su materialidad misma, y su penetración a
través del lenguaje en el mundo de las cosas, de la cultura
humana.

La psicología, desde siempre, aun sin ostentar ese


nombre, aportó la problemática crucial del acto de
producción lingüística en los más variados niveles.
Precisamente la dificultad de definir o de marcar la frontera
entre lo individual y las más diversas gamas de lo pautado
han hecho que, en general, el término psicologismo fuese
un vocablo negativo y una calificación peyorativa en los
ámbitos de la lingüística canónicamente aceptada.

Procesos como el de la adquisición de la lengua materna


o los aspectos receptivos de la comunicación solo
tardíamente han ingresado en el campo de la atención de la
lingüística propiamente dicha y solo por la vía de un
dominio compartido como es el de la psico-lingüística.

Un ámbito que ha tendido a absorber los temas y


problemas del lenguaje como sede propia o, al menos, a
signarlos con las características peculiares de sus distintos
enfoques específicos, es la sociología, ya sea en una
visión estática de la lengua como un producto social dado,
ya sea en una consideración dinámica de los mecanismos
de transmisión e intercambio lingüístico. La socio-
lingüística recoge, en un dominio compartido, puntos de
vista que tienden cada vez más hacia la inclusión de
numerosas variables de tipo sincrónico concreto.

A lo largo a lo ancho de la historia de la lingüística ha


sido siempre manifiesta una aguda tensión entre dos polos
que han reclamado para sí el centro y, a veces, la
exclusividad, de la atención: individuo y sociedad.

En general, la lingüística establecida fue más bien


favorable, como ya se dijo, al enfoque centrado en el
segundo polo, llevando la consideración a un lenguaje
objeto como producto social, un producto sumamente
abstracto de una sociedad también abstracta que, una vez
producida una lengua, perdió casi toda posibilidad de
manejo sobre ella. Un producto que llega a funcionar casi
como un sistema autónomo que se impone a sus
eventuales usuarios con una autoridad irrecusable y una
lógica propia.

Los aspectos de producción individual quedaron, en


general, confinados a otras disciplinas. Es lo que ha
ocurrido con el área de lo literario y su matización
estética, cuya delimitación con lo lingüístico no ha resultado
siempre fácil ni pacífica. Dos grandes vertientes, idealismo
lingüístico y positivismo lingüístico, no han podido
conciliarse hasta el presente, determinando una cierta
exclusión de la corriente idealista del ámbito de lo
generalmente admitido como lingüística.

La antropología, en su versión cultural, ha ido


paulatinamente recortando la ubicación de la temática y
problemática del lenguaje dentro de sus parámetros
disciplinares propios y a la luz de un concepto clave que es
su herramienta fundamental: el lenguaje como institución
social.

La semiótica no es nada más que la confluencia de


aportes varios, discutidos bajo un grado de formalización
más completo.

Interrelación disciplinar

Como lo pone en evidencia el diagrama siguiente (tomado de


Halliday) la interconexión entre numerosas áreas adyacentes al
fenómeno lenguaje es absolutamente inevitable dado que cada una
no es sino una faceta de la misma realidad.
Si se omite esta interconexión, la realidad es vista en forma
incompleta. Tampoco es posible extender tanto el ámbito de la
lingüística como para hacerla abarcadora de la realidad total.

Parece casi imposible no empezar por alguna de las áreas ubicadas


en el diagrama, adoptándola como punto de partida práctico. Pero
esto implica al mismo tiempo el riesgo de otorgarle tal cuota de
énfasis que deje en la penumbra a la totalidad o a un número más o
menos considerable de las otras áreas.
Una visión radicada en el centro se coloca en un punto de vista
demasiado abstracto, con el peligro de quedar sin conexión con la
realidad, representada por las zonas situadas fuera de la periferia del
óvalo y de arrastrar así un enorme número de presupuestos.

Una visión lingüística que quiera dar cuenta de todo el fenómeno


que puede designarse con el término lenguaje requeriría un
extraordinario equilibrio.

Este equilibrio, como ilustraría la siguiente figura, es muy difícil:


En general, el resultado probable es el de la absorción de la
lingüística por el área de la que toma su punto de arranque y que se
constituye así en rama de la disciplina que estudia dicha área.

Un modelo comprehensivo, coherenmte y adecuado no es algo que


pueda colocarse en el plano de lo probable.

Approximaciones desde distintos ángulos parecen totalmente


legítimas y enriquecedoras.
Mayor o menos énfasis en un cierto aspeto producirá corrimientos a
lo largo de los ejes antyeriormente mencionados y todo el sistema se
trasladará.

De esta manera nuestra reflexión acerca del punto de partida nos


ha ayudado a valorar su importan ia decisiva para la comprenmsión
de las variadas orientaciones existentes.

Hay algo, sin embatrgo, que nos falta examinar. Se trata de ese
cierto factor aglutinante que subyace al menos en una considerable
parte si no en la totalidad de los modelos vigentes y que nos permite
todavía referirnos a la linguística como una disciplina con caracteres
de identificación propios dentro incluso de un amplio espectro de las
ciencias del lenguaje.

El paso siguiente será tratar de llegar a la definición de una

ACTITUD.

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