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La música y el baile

Memoria emotiva musicalizada1


Maya Benavides del Carpio
"la fiesta es la categoría primera e indestructible de la civilización humana.
Puede empobrecerse, degenerar incluso, pero no puede eclipsarse del todo."

Mijaíl Bajtín

Intro

Ahí estábamos la Rosita y yo, empapadas en las notas de una bossa nova, charlando en un café
cochala, casi sin tirarle pelota al resto de cuates que estaban con nosotras tomando unas chelas.
Hablábamos de música, y de cómo algunas canciones pueden ir acompañando tu vida o algunas
experiencias que por quedarse en tus recuerdos se te hacen trascendentales. Hablábamos de crear
las bandas sonoras de nuestras vidas. De ello surge la idea de este artículo. En el que voy a hablar
de la música y el baile como detonantes de una memoria emotiva que se vive en la fiesta urbana
juvenil.

Teniendo en cuenta que la música es el primer espacio de autonomía del joven, en el que decide y
escoge tonadas, ritmos y letras con las que se identifica y con las que construirá su identidad
urbana, la música provee, muchas veces, el escape a presiones familiares o a los inconformismos
individuales. Tocando las emociones y aludiendo a una vivencia individual, la música se torna
también como una emoción colectiva y una cultura urbana cuando se socializa y se comparte
dentro de una colectividad que llega a tener códigos especializados en torno a la musicalidad que
los congrega. “la música representa entonces el primer “territorio liberado” con respecto a la
tutela de los adultos y un lugar clave para la autonomía de los jóvenes”2.

Otro lugar clave para las autonomías es el cuerpo. El cuerpo es la única propiedad segura y el
primer espacio expresivo del joven, de ahí que sean tan importantes para nosotros (los jóvenes)
las pintas o lo que me ha dado por llamar los discursos visuales. Este es el primer ejercicio de
expresión en el cual se manifiestan, en otros códigos, emociones y pensamientos que otra gente
escribiría o pintaría, etc. El joven recurre a su creación como sujeto visual.

Propongo entonces un encuentro entre estos dos espacios: la música y el cuerpo, pero no
solamente para ver las pintas de las diferentes musicalidades (que son gritos glocalizados del
cuerpo que muestran una desesperación ante la globalización, una salida, una lucha constante)
sino que propongo ver su relación en la simbiosis primigenia de ambos: el baile.

Entonces, recorramos parte del universo festivo urbano juvenil: El concierto, la discoteca, el
chojcherio, los concursos o simplemente los márgenes de estos lugares, como la calle, espacios-

1
Esta ponencia recoge mucho de una primera aproximación a este tema, “Emociones primigenias a través del baile
urbano juvenil”, presentada en el Coloquio Música y culturas juveniles, organizado por la Vicky y la Paula del
CEDOAL el mes de abril de este mismo año.
2
Reguillo Rossana, 2000:44

1
escenarios del baile juvenil. En ellos, los cuerpos charlan sobre sus memorias sociales y sobre sus
emotividades primigenias.

De músicas y bailes

Las veces que fui a una discoteca o que estuve en una fiesta, la sonoridad llena de acordes
monótonos, con coros bastante identificables, letras que hablan del amor, del cuerpo, de la
sexualidad, sobretodo dedicados a la mujer o más bien a partes de ella (su cintura, sus nalgas, sus
piernas o sus caderas) tenía a la gente bailando en parejas, moviéndose contorneadamente y
siguiendo algunas acciones descritas en las letras de las canciones. Meneando sus cuerpos y
juntándolos a los de su pareja, ocasionalmente una vuelta agarrados de las manos y mucho
coqueteo. Son las sonoridades tropicalonas que incitan este ritmo corporal de contacto, de pelvis
que se mueven, se muestran y hasta se encuentran en los pasos de estas canciones.

Con alguna pareja de baile que siempre se encuentra en estos escenarios festivos, mi cuerpo
aprendió a moverse, a girar y contornearse, digamos que las mismas notas me ayudaron y mis
caderas comenzaron un balanceo interesantemente correspondido por el bailarín de turno. Y es
que esa música no me era ajena, mi memoria la relaciona con muchos contextos y situaciones
diferentes y de ahí que mi cuerpo la baile de una forma y que el cuerpo de aquel otro muchacho
no solo la baile, sino la viva, con la cabeza agachada moviéndola de un lado al otro, lentamente
como negando algo, con el cuerpo encorvado y cantando, “que levante la mano el que sufrió por
amor..” levantando el puño y buscando una chela que lo acompañe en este baile.

En otros espacios de la ciudad y ahora también en muchas discotecas y fiestas juveniles, existe
una tanda musical, casi al final de la noche, de música folklórica, las parejas se alinean,
ordenadamente, chicos frente a las chicas, todos bailando, muchos tratando de igualar los pasos
de otros, algunos luciendo saltos y coreografías harto elaboradas al ritmo de caporales. Otros
moviendo sus cuerpos, con zapateos sencillos, en los hayños y tinkus. Y la cabeza, moviéndose
rítmicamente de un lado al otro, participa siguiendo una kullawada “acaso porque soy pobre tu no
me vas a querer…”, Movimientos enseñados, o intuidos que aíslan a quienes no han sido
socializados dentro de estos ritmos y estos movimientos y a quienes pretenden seguir los pasos de
un moreno en lugar de sentirlos “Illimani, Illimani”3. Cuando bailo estos ritmos selecciono
aquellos que bailo de los que no se cómo hacerlo, aunque curiosamente nunca aprendí ninguno,
por ello creo que la selección se debe más bien a cómo tu cuerpo reacciona con determinados
ritmos, así pues la otra noche en el boliche de la Illampu, bailé los ritmos que mayor movimiento
provocaron en mi cuerpo.

Cuando la noche ya ha avanzado, comienza casi inevitablemente, una tanda de canciones lentas,
talvez para que descanse el DJ, talvez para que las parejas que permanecen en la pista de baile
encuentren el momento del abrazo, del contacto y del movimiento lento, de balanceo coordinado,
de pies casi arrastrados y de unión corpórea musicalizada, momento de intimidad que además se
acompaña de ritmos suaves, letras romanticonas, voces suavecitas y melodías de ruidos largos,
prolongados, sin cortes bruscos. Con letras que ciertamente van nutriendo esa banda sonora de tu
vida, la mía tiene varias de esas letras. A Jeny Cárdenas le agradezco esa que dice, “si te quiero
es porque sos mi amor, mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos muchos más que

3
Wara

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dos”. Con la última melodía que escuché en los brazos de esa persona especial comprendí que
además el baile también va formando parte de esa historia de emociones, pues cuando escuchas
esas melodías no solo reacciona tu mente o tus oídos, sino también tus pies, tu rostro, tu cuerpo,
todo el movimiento musicalizado que hace el baile y así me encontré varias veces bailando, en
los lugares menos “apropiados”, traicionada por mi cuerpo que reaccionaba ante la melodía de
“bésame mucho”.

Cambiando de sintonía, y especializando los lugares de baile, escuchemos los ritmos autóctonos
de los instrumentos de viento y tambores que provocan un baile colectivo, alegre y de pasos
menos coreografizados. Sonoridades de cinco notas que motivan danzas grupales,
ocasionalmente de pareja, pero donde los cuerpos recurren a una interacción con el ritmo que
marca la velocidad del movimiento y de la ronda que se forma entre los danzarines. Y cuando
damos acompasados pasos dentro de estas sonoridades, intuyendo el movimiento, nuestra
memoria se manifiesta a través de nuestros cuerpos y entonces bailamos ¡como bailamos!
Tomados de las manos, girando y girando.

Sintonizando otra musicalidad, nos adentraremos en los ritmos melódicos acompañados de voces
habladas con compases monótonos y de vocalidad cortada pero intercaladas con coros de sonidos
vocales largos, y con intervenciones de varios vocales. El baile de estas musicalidades, el hip
hop, mueve los cuerpos juveniles con movimientos repetitivos, cortos, igual que la música, y con
el juego de brazos y manos, subiendo y bajando; de adelante a atrás, más arriba de la cabeza y
hasta el pecho, marcan corporalmente el compás de las canciones. En estas sonoridades que he
bailado poco, mi cuerpo se movía en base al referente del videoclip, que siempre ayuda pero que
no enseña. En esta sonoridad me tocó presenciar el baile como reto, cuando uno de estos
bailarines se apropia del centro creado entre los danzantes y comienza con movimientos más
amplios, de mayor alcance espacial, y que conducen los brazos al piso para que las piernas se
levanten, y luego giren sobre sus espaldas o cabezas formando figuras con el resto de su cuerpos
puestos al revés. Es el brake dance que se vive como reto ante los demás bailantes, como
espectáculo y como demostración, pues al primero de los que explicita este dominio corporal y
musicalizado, le siguen otros varios danzarines que ejecutan similares y diferentes figuras de
giros y movimiento amplio en el centro de la pista de baile. Reto basado en la habilidad del
bailarín.

Cambiemos nuevamente de sintonía, y vayamos a los bailes colectivos. El primero de ellos


musicalizado por los ritmos electrónicos, las fiestas raves, y trance dedicadas y realizadas por y
para el baile. Estas sonoridades monótonas que van sumando sonidos a un ritmo inicial, marcan
el movimiento colectivo a un ritmo que por su monotonía se acerca a lo tribal, es una sincronía de
cuerpos guiados por compases básicos pero adicionados unos sobre otros que resultan en un baile
llenos de movimientos cortos, rítmicos, y repetitivos, ocasionalmente saltos y gritos que generan
esta particular forma de vivir el baile. Fue el primer ritmo en el cual encontré la autonomía de
bailar sin pareja, disfruté la fiesta prácticamente sola, rebotando, saltando, con los brazos en alto,
como dirían algunos me he bailado, no he bailado con nadie, ni para nadie, sino para mí.

A partir de eso muchos bailes han adquirido otro significado para mí sobretodo por esa
autonomía que decidí encontrar en otros ritmos.

3
Cuando fui por primera vez a un concierto under, a escuchar una banda que se llamaba
Inhumación, esa autonomía no solo era omnipresente sino que además estaba acompañada de
letras que por determinadas experiencias y relaciones de mi vida conocía bien y me eran
familiares. Mi primera incursión en un mosh.

El mosh que es uno de los bailes rokeristas presente en este tipo de tocadas, consiste en el
intercambio rítmico, o no, de golpes marcados por algunos saltos. Se trata de un baile grupal en el
cual existe la idea de masa, no de ronda ni de pareja, sino de aglomeración corporal, donde el
contacto de los cuerpos es a través del roce en los saltos, de los golpes, de las patadas y los
empujones frecuentes en esta danza. A pesar de estar en esta situación centrífuga y al mismo
tiempo centrípeta, los rostros muchas veces expresan sonrisas aunque otros gesticulan el dolor.

El pogo, otro baile rockerista, en el que incursioné años después, se diferencia del mosh, por el
ritmo corporal de mayor movimiento espacial, no se trata de saltar solo en un sitio, es un baile
que consiste en mover brazos y piernas en sentidos inversos avanzando hacia delante y golpeando
a quien se encuentre en la ruta del bailarín pero siempre con este movimiento corporal. El pogo a
veces es en masa, otras veces en ronda, pero siempre conserva esta forma de mover el cuerpo
similar. Y es cuando bailamos, “en desorden, yendo y viniendo, saltando y empujando a los que
se acercan; todos confluimos en un centro tácitamente acordado, con las manos y brazos nos
empujamos unos a otros, los saltos se acompañan de empujones y codazos. Algunos levantan las
piernas en medio de toda la gente que baila. Otros pasan agachados en medio de la masa que
baila”4. mientras la voz casi grita “como estamos hoy, en la silla un dictador, floripondio y ron no
hay solución”5.

Entonces, el baile adquirió también un sentido emotivo: me recordaba sentimientos, pasiones,


odios, alegrías y esa rebeldía adolescente de golpear y ser golpeada que durante toda mi vida de
mujercita me habían negado, o digamos educado. Tanto en el pogo como en el mosh, la música
dirige al cuerpo, el ritmo básico que nos mueve es el único conductor que guía mi cuerpo al
recibir y dar golpes, sonriente, consiente de esa reciprocidad corporal anclada en el golpe, el
golpe solidario de esa colectividad que junto a mí desahoga su violencia en una buena bailada.

La memoria emotiva musicalizada y la fiesta urbana juvenil como detonante

Recordando la fiesta urbana juvenil, existen canciones que están casi siempre presentes, como
“smell like teen spirit”6, o “boys don’t cry”7, o casi todas las de los Cadillacs. Canciones que van
de boliche en boliche, de fiesta en fiesta haciendo bailar a la gente, no perdiendo la buena
recepción entre los bailantes y entonces me pregunto ¿Cómo se mantienen en el baile algunas de
estas canciones? Incluyendo a los otros temas y ampliando la pregunta ¿cual es el proceso en que
una canción permanece en tu vida y te motiva siempre bailarla? Creo esto se debe a la presencia
de una memoria emotiva que se evoca con la musicalidad en cada lugar o momento sonorizado.

4
Benavides Maya, 2004, diario de campo La noche es joven.
5
Los Tuberculosos
6
Nirvana
7
The Cure

4
Cuando estamos en la fiesta urbana juvenil, en cualquiera de sus escenarios: conciertos, calles,
boliches, fiestas y todo espacio del cual nos apropiamos, la música que suena detona o gatilla esa
memoria emotiva. Pero para ello hace falta ver esa trayectoria emotiva y cómo se da este proceso.

Nuestras emociones que pueden tener el origen de su trayectoria en una pelea con tu chico, o una
bronca en tu familia, talvez en el enamoramiento, o que te chocaste con alguien que no querías,
ver; como sea; dotan a algunas experiencias de una trascendencia que las hace anclarse en
nuestras memorias. Y a veces, después de haberle hecho tremendo despute a mi chico y de haber
jurado nunca más volverlo a ver, me subo al micro y justo! Comienza a sonar “y me bebí tu
recuerdo…”8, una de esas canciones corta-venas de los últimos romanticotes de la radio. O luego
de bailar con esa mina re bueena, una melodía que se ancla en tu cabeza “disimulando mojarle el
oído le beso el cuello y le digo: me gustas tanto…”9. Hasta cuando te aplazas o te botan del
trabajo o te caes en la calle, puede suceder que justo un tema acompañe estas vivencias, “y la
banda me dice que todo lo que hago, que todo lo que hago, que todo lo que hago está mal, y no
sé porqué”10 y le ponga una sonoridad a esa vivencia. La música puede acompañar estas
experiencias y va musicalizando nuestra vida y nuestras emociones y esto repercute también en
nuestros cuerpos.

La música es un elemento que se interioriza en nuestros cuerpo a través de los oídos y se ancla en
nuestra memoria, en este proceso se da una especie de ingestión de la música; la incorporamos a
nuestro ser a nuestro sentir, y de ello resulta una digestión hecha baile. “Mágico diálogo entre el
cuerpo en representación y la música como combustible, para llegar al trance”11. “Cuando el
cuerpo danza la memoria se expresa en los vocablos más primigenios que posee y que son
patrimonio de todos los hombres”12. Así, la risa, el llanto o el golpe están presentes en el baile
urbano juvenil. El baile sería entonces una expresión de emotividades primigenias y de
afectividades básicas, que se detonan con el sonido que evoca nuestra memoria emotiva y que, al
mismo tiempo, va conformando nuevos archivos musicales. La danza, vocablo que habla del
deseo de vida, es la hermana gemela de la música, en ella resignificamos una canción y la
hacemos nuestra al sentirla tan profundamente que nos motiva mover el cuerpo y expresar esta
emotividad que nos produce, mediante contorneos, saltos y hasta golpes.

El baile al igual que la música puede experimentarse como placer individual o colectivo, lo cierto
es que en nuestra biografía musical podemos alternar entre vivencias musicales individuales y
colectivas, podemos y vamos experimentando sonoridades diversas. A veces llegamos a esa
sonoridad en la que tus emociones de vida, y tu forma de ver el mundo encuentran una respuesta
colectiva. Entonces pueden presentarse las identidades musicales o las prácticas de nomadismo
musical colectivas, como sea que sea, estos encuentros expresan una serie de afectividades
musicalizadas con las cuales vamos conformando una historia de vida emotivamente
musicalizada: sonora y bailable. Entonces el baile puede ser individual pero también puede ser un
encuentro, un choque con el otro, con el que no eres tú, con el que quisieras ser o con el que
quisieras estas, ocasionalmente puede ser también el encuentro con el que no quisieras estar. En

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Galy GAleano
9
Babasónicos
10
El Tri
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Restrepo Alvaro, 200:170
12
Restrepo Alvaro, 2000:173

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él juegan también las emociones y la memoria de con quién compartir el baile, hace detonar
valoraciones por la intimidad del contacto. Tanto la memoria como la nueva experiencia al estar
presentes dentro de la fiesta urbana juvenil están musicalizadas, esto conduce a la creación de una
memoria emotiva musicalizada.

Una sonoridad. Una emoción. Baile que detona nuestra memoria emotiva, que gatilla nuestros
impulsos eróticos sexualizados o de romance: el baile sensual, erótico, de la música tropical en
las discos donde el cuerpo muestra esta tendencia natural al deseo, al contacto con el otro, al
reconocimiento en el cuerpo del otro. Después de todo ¿cuántos de nosotros no hemos
experimentado un baile así? Creo que todos hemos resignificado una canción para volverla
nuestro baile sensual, propio o compartido,. Y muchos hemos caído en las garras tropicalonas de
una cumbia al tratar de encontrarnos con aquel ser que captaba nuestra atención, aunque debo
admitir que definitivamente, me ha ido mejor con las lentas que con las tropicalonas en eso de
encontrar pareja.

La sexualidad como emoción como vivencia placentera es musicalizada en bailes que van desde
una salsa que habla de “vivir lo nuestro”, una cumbia que te dice “aguita sobre tu cuerpo al
bailar”, o una lenta que te dice “son doce rosas que hablarán por mí…” hasta los bailes
erotizados y satanizados por la sociedad. Me acuerdo de la lambada, hace no sé cuantos años, que
tuvo un trato sumamente censurado, hasta películas sobre el baile prohibido, y ahora, llega el
regueton con el baile llamado perreo que definitivamente es mucho más explícito que la lambada
y que probablemente sería exorcizado por los censuradores de la lambada o aquellos que con su
censura me impidieron ver el chuculum y esa sexualidad que ya sobrepasó la tolerancia social.
Aunque claro, como en el caso de la lambada puede que de aquí a unos años alguien se ría de
estas censuras al baile. El hecho es que la sexualidad no para en el baile, lo busca para pretexto o
para crear un ambiente sonoro y para comprobar afinidades entre los bailantes, para esos placeres
que pueden vivirse disfrazados en pasos o coreografías.

En estos bailes se manifiesta el encuentro con el que quiero estar. Lo mismo que pasa en las
fiestas o en las discos cuando (y algunos dirán por fin) ponen la tanda de canciones lentas y se
presenta la posibilidad del contacto gracias la baile. Pero también el baile propicia emociones
menos agradables cuando en el baile la mirada insinuante intimida y el o la bailarina receptor de
esta mirada asiente la intimidación tratando de ocultar el cuerpo, tratando de anularlo y de
censurar el baile. Pues no olvidemos que la mirada fulminante, la mirada nociva que intimida y
provoca autocensuras, se hace efectiva cuando el cuerpo que la recibe se esconde, se agacha en
señal de haber sido afectado por ésta. O peor aún cuando se da el caso de una ocasional pareja de
baile que intimida no solo con la mirada sino con el cuerpo y el contacto resulta molesto o como
nos contaba la Nina en otro coloquio, cuando el baile es la oportunidad para meter mano
(tocarnos en aquellas partes de nuestros cuerpos que, culturalmente hemos aprendido, no deben
ser tocadas).

Muchos bailes nos permiten un encuentro y una inclusión aunque sea momentánea. Pero otros
bailes, permiten lo contrario, cuando culturas urbanas juveniles diferentes se encuentran en un
boliche barato o en un concierto de varios artistas, en estos escenarios el baile propicia el
desencuentro. Como cuando unas doñitas se ponen a bailar este tema de la “mesa que más
aplauda” trepadas en una mesa y otra doña, una metalera, con sus greñas, se para con la botella en
mano a gritarles ¡putas! Y golpear la mesa con su botella.

6
El pogo y el mosh, nos muestran una emotividad primigenia característicamente humana: la
violencia. El baile como violencia nos muestra un desahogo colectivo en el que la realidad de la
vida se nos muestra de forma directa en contacto corporal brusco, sin adornos ni marketing que
nos hable de idealizaciones o romanticismos. La afectividad del baile violento se vive a través de
los golpes y patadas que podemos intercambiar en un buen encuentro musical, donde la catarsis
encuentra una colectividad viviendo la violencia, en cuerpos solidariamente violentos con el otro
cuerpo. Estos bailes detonan nuestra emotividad violenta, siempre cercenada y tratada de regular,
capitalizar y hasta monopolizar; pero que a pesar de eso sigue presente en nuestras vidas y se
canaliza precisamente en estos bailes y curiosamente se transmite y se expresa entre iguales y
como un sentimiento de afectividad de golpes solidarios entre los cuerpos juveniles.

Del archivo emotivo musicalizado a el baile como conocimiento

El baile, de esta forma es un archivo musical de nuestra memoria, en él se ancla un conocimiento


que expresa nuestras memorias, sociales, emotivas, nuestros valores y nuestra particular forma de
ser en este mundo.

Este conocimiento principia en ser memoria. Para ejemplificar la memoria corporal que archivan
nuestros bailes rescato el baile folklórico y autóctono que nos mueve aún cuando nadie nos ha
enseñado a bailar, que junta nuestros cuerpos en ritmos tan anclados en nuestra memoria -porque
el cuerpo tiene memoria y ésta es inocultable- y es que esta memoria puede responder a que éstos
pueden ser los primeros ritmos escuchados por muchos de nosotros-. Muestra de cómo a través
de nuestros cuerpos expresamos una memoria social e histórica, con movimientos combinados al
son de ritmos metidos en nuestra historia social y cultural.

El conocimiento del baile también revela una forma de saber o intuir las afinidades, el posible
contacto, el posible encuentro, la creación o adscripción a identidades juveniles musicales. La
música y el baile son un registro de las sensibilidades y estéticas corporales, que a través de
movimientos, contactos y desencuentros nos dan pautas de la vivencia particular de los valores,
como los de la sexualidad. El baile da cuenta de los desacatos y de cómo los jóvenes vamos
apropiándonos del mundo, sus significados, nuestros cuerpos, y el caos que con todo ello
hacemos al vivir la fiesta, el baile y nuestras emociones. No olvidemos todos los ritmos que son
ante todo protesta, revuelta constante. Rockeristas, raperos que le cantan a esta insatisfacción.

De esta forma al rastrear el archivo musicalizado de nuestras vidas podemos encontrarnos con las
melodías que acompañan este nuestro entendimiento del mundo, nuestras acciones, emociones o
pasividades al respecto. Formas estéticas de acompañar nuestro paso por la realidad mundial que
nos sitúa en un mundo de consumos, pero al que presentamos la opción de elegir y sentir.
Entonces las preferencias musicales dejan de ser solo eso, (aunque no siempre) se vuelven
afectividades musicalizadas que comparten memorias emotivas y que construyen nuevos archivos
sonoros, el consumo “cultural”, en estos casos se vuelve algo muy alejado de la relación
estímulo-respuesta o propaganda-compra, sino algo tan decisivo y autónomo

Gracias a esas emociones que al ser musicalizadas por azares de la sonoridad citadina, de
nuestras fiestas, van conformando un archivo musical, corporal, estético y fundamentalmente
emotivo que es detonado cuando en la fiesta urbana juvenil puedes rememorar esas emociones y

7
bailar. Esa emotividad presente en el baile, es una detonación, no muy añeja, pues la fiesta urbana
juvenil hará que nuestros cuerpos tengan la posibilidad del baile, de la emoción musical
resignificada en nuestros cuerpos cada semana, o más bien tras la tensa espera de una tocada, de
una fin de semana, de una fiesta.

La música muestra, en el baile, una resignificación, una apropiación del ritmo musical y con ello
expresa más que simples gustos: son escapes festivos y eróticos a la realidad que vivimos,
muchas veces sin horizontes ni esperanzas para muchos jóvenes. Y también se trata de
manifestaciones políticas de rechazos, de aceptaciones o de transgresiones a los órdenes sociales
y las estructuras en que vivimos. El baile como violencia muestra precisamente estos rechazos al
adorno social de la realidad. Entonces, “La música operaría como lugar de alta condensación de
sentidos políticos, en tanto “modelos de” (representación) y “modelos para” (la acción)”13. No en
vano una de las insurrecciones o movimientos libertarios (el Taki unquy14) consistió
precisamente en bailar, al extremo que se le consideró una enfermedad porque no se concebía
cómo una cultura luchaba por sobrevivir mediante la danza. En este sentido los cuerpos que
bailan desde los márgenes, desde las culturas urbanas marginales, como son muchas de las
culturas juveniles, son cuerpos guerreros que mediante su identidad musical bailan para
sobrevivir a una estructura social que nos arrastra a la homogenización. La búsqueda de
repercusiones que enganchen con la sensibilidad propia o colectiva, nuestras bandas sonoras,
muestra que más que tonadas y pasos que ambientalizan nuestras vidas son compilaciones que
vinculan percepciones sociales, nuestros amores, penas, insatisfacciones, rabias y luchas.

De ahí que al estarles presentando esta ponencia, me acompañan la melodías y los bailes que han
ido nutriendo el archivo musical de mi vida, las que recordé para entender los bailes juveniles, las
que volví a bailar y me detonaron viejas emociones, las que me acompañaron mientras escribía
este artículo y por eso creo que el título La música y el baile. Memoria emotiva musicalizada,
bien podría cambiarse a la banda sonora de mi vida.

Y es aquí donde conviene terminar estos recorridos musicales y corporales porque, como en todo,
hay un punto de quiebre, “un momento dramático en el devenir de una colectividad que ha
danzado para sobrevivir culturalmente [y este momento es cuando el baile] se convierte en
ciencia y deja de ser conciencia para devenir pieza de museo, objeto de estudio de antropólogos,
sociólogos, folklorólogos, turistólogos”15…

Maya Benavides

La Paz, agosto del 2005

13
Reguillo Rossana, 2000:47
14
El Taki Unquy (1560) fue un movimiento libertario de características religiosas y políticas, se traduce como
enfermedad de la danza porque uno de los ritos que se llevaban a cabo para dar la vuelta el poder de los españoles
consistía en estados de trance en los cuales se bailaba colectivamente. Puede verse más en Montes (1986).
15
Restrepo Alvaro, 2000:171.

8
Referencias

Montes, F.
1986 La máscara de piedra. Simbolismo y personalidad aymaras en la historia, La Paz:
Editorial Quipus.

Reguillo, R.
2000 El lugar desde los márgenes. Música e identidades juveniles, en: Revista Nómadas. La
singularidad de lo juvenil, Departamento de investigaciones, Universidad Central,
Nº 13, pp. 40-53, Bogotá D.C.

Restrepo, A.
2000 Mi cuerpo encuentra su voz y el artista su camino, en: Revista Nómadas. La
singularidad de lo juvenil, Departamento de investigaciones, Universidad Central,
Nº 13, pp. 165-177, Bogotá D.C.

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