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San Miguel de Tucumán, 15 de Diciembre de 2010

DICTAMEN
Llega a esta Delegación, una denuncia por vía mail denunciando que los requisitos
establecidos para el ingreso al poder Judicial serian discriminatorios. Sintetizando su presentación
los denunciantes justifican su legitimidad en virtud de que están inscriptos en el concurso llamado por
la CSJT en virtud de las Acordadas 1029/10 y 1036/10 y que la aplicación de la primera puede causarles
un perjuicio o lesión por la incertidumbre sobre sus derechos constitucionales a la igualdad, al acceso a
un cargo público, al trabajo y a la no discriminación. Esto debido, según sus dichos a que al darse esta
“prioridad” o “privile-gio” a las personas de mayor edad, pueden quedar de lado, a pesar de ser igual de
idóneos que ellos. En consecuencia se realiza el correspondiente informe técnico a los efectos de
determinar si los hechos expuestos constituyen un acto o conducta discriminatoria en los términos
de la ley 23.592.

I. ADVERTENCIA PRELIMINAR
A modo de premisa esencial, debe delimitarse el ámbito de competencia del
INADI, tendiente a determinar la existencia o inexistencia de un acto o conducta discriminatoria en
los términos de la ley 23.592 y, en consecuencia, establecer el curso de acción correspondiente
conforme lo establecido en la ley 24.515.
Debe señalarse que la actividad probatoria obrante en estas actuaciones
administrativas es indiciaria, a los fines de establecer el encuadre normativo de la situación fáctica
descripta. La elaboración del presente informe de carácter no vinculante no crea, modifica ni
extingue derechos, dado que la determinación de la existencia de un daño queda reservada a la
órbita del Poder Judicial.

II. ANÁLISIS Y DESCRIPCION DEL CASO


1. En primer lugar, es dable recordar que este Instituto debe velar por los principios
de la Ley Nº 23.592, cuyo artículo 1° establece que: “Quien arbitrariamente impida, obstruya,
restrinja o de algún modo menoscabe el pleno ejercicio sobre bases igualitarias de los derechos y
garantías fundamentales reconocidos en la Constitución Nacional, será obligado, a pedido del
damnificado, a dejar sin efecto el acto discriminatorio o cesar en su realización y a reparar el daño
moral y material ocasionados. A los efectos del presente artículo se considerarán particularmente los
actos u omisiones discriminatorios determinados por motivos tales como raza, religión, nacionalidad,
ideología, opinión política o gremial, sexo, posición económica, condición social o caracteres físicos.”

2- La acordada de la corte Suprema establecio que…” La necesidad de reformar y adecuar el


sistema de ingreso al Poder Judicial teniendo en cuenta el proceso de modernización que se viene
desarrollando, se hace menester que el mecanismo de selección de los Ayudantes Judiciales que
ingresarán al Poder Judicial, se realice a través de una convocatoria abierta y utilizando los
mecanismos que permitan una evaluación y selección de aquellos candidatos más idóneos y
eficientes.

Que el objetivo de esta nueva modalidad es implementar un mecanismo de amplia


concurrencia, ágil y eficiente a fin de contar con cuadros de reemplazo de personal que responda a
los requerimientos de la Institución.

Que teniendo en cuenta las características de las tareas a desarrollarse se hace


imperativo seleccionar Ayudantes Judiciales que cumplan con los diferentes perfiles para llevarlas a
cabo.

Que las etapas generales del referido proceso serán las de reclutamiento y
selección, detallándose en cada una de las etapas los pasos y procedimientos a seguir y las
directrices cuantitativas y cualitativas a fin de confeccionar la Nómina de Ayudantes Judiciales…..”

Incorporandose en el Anexo los requisitos el ingreso en calidad de empleado


administrativo al Poder Judicial, se hará por la categoría inferior.

REQUISITOS:

Son requisitos para el ingreso:

a) Certificado de buena conducta expedido por autoridad competente.

b) Dieciocho (18) años de edad como mínimo, cumplidos al momento del cierre de
la inscripción.

c) Copia del Título Secundario o Polimodal analítico certificada por el


Establecimiento educativo y por el Ministerio de Educación de la Provincia.
d) Tener domicilio (residencia efectiva) en la jurisdicción judicial a la que pretenda
ingresar, que debe acreditarse mediante certificado de residencia.

e) Aprobación del concurso exigido, reglamentado por la presente normativa.

Ahora bien, siendo lo cuestionado lo establecido en el punto de


DESIGNACIÓN:
"La Corte Suprema de Justicia designará de conformidad a la normativa vigente, a
aquellas personas que se encuentren en la nómina, de acuerdo a las vacantes que se vayan
produciendo.
El concursante que le tocara en turno ser designado se lo notificara mediante cédula
y tendrá un plazo de cinco días hábiles para presentarse en la Dirección de Recursos Humanos para
prestar su conformidad al ingreso, de lo contrario se habrá decaído el derecho a ser designado.
En caso de empate de los concursantes, se le dará prioridad al de mayor edad."
Es destacable que el poder judicial expresa a través de esta normativa una de
las cuestiones que eran una deuda como es la transparencia de los procesos selectivos en el
ingreso del poder judicial, esta acción es y forma parte de las políticas publicas de acciones positivas
en pos del entendimiento de lo establecido en los tratados internacionales
Los instrumentos internacionales de derechos humanos consagran la igualdad y la
no discriminación entre los derechos naturales de que deben disfrutar los seres humanos, sin
excepción alguna;1 estos derechos son inherentes al individuo, le pertenecen al hombre y a la mujer
en su calidad de seres humanos y constituyen exigencia para una vida digna. El concepto jurídico de
la igualdad está íntimamente ligado al derecho fundamental a no ser discriminado. Se trata de dos
derechos humanos que se implican el uno al otro; la igualdad constituye un concepto complejo que,
tratándose de derechos humanos, supone la universalidad en su titularidad esto es, todos los seres
humanos gozan de esos derechos, sin distinción por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión,
opiniones, origen nacional o social, posición económica, nacimiento, salud, preferencias o cualquier
otra condición. Así, la no discriminación aparece como regla concreta de respeto al principio de
igualdad en tanto éste exige no hacer discriminación alguna que atente contra la dignidad humana.
El derecho de igualdad opera ante la ley y en la ley, esto es, debe haber
igualdad en cuanto a los destinatarios de la misma y en relación a su contenido, que debe garantizar
el mismo trato a todos los seres humanos en cuanto tales y el no ser discriminados
injustificadamente.
Sin embargo, como los individuos no se encuentran siempre y en cualquier
circunstancia en condiciones de absoluta igualdad, el derecho fundamental exige un trato igual para
quienes se encuentran en la misma situación, pero un trato distinto para aquellos que se encuentren
en situaciones diferentes, esto es, la igualdad supone hacer las distinciones necesarias para eliminar
situaciones manifiestas de inequidad, por lo que no todo trato diferente resulta discriminatorio, sino
sólo el que suponga una distinción que no encuentre justificación razonable y objetiva.
Para que la distinción resulte válida es necesario que las
consecuencias que produzca sean adecuadas y proporcionadas al fin lícito que justifique la
distinción. El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, al igual que el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, abunda en los derechos correspondientes de la
Declaración Universal y especifica las medidas necesarias para su pleno ejercicio. Así, por ejemplo,
en relación con el derecho a la educación, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales
y Culturales reitera la redacción utilizada en la Declaración Universal, pero dedica dos artículos (arts.
13 y 14) a sus diferentes dimensiones, especificando la obligación de garantizar la enseñanza
primaria obligatoria gratuita y la adopción de medidas para lograr la enseñanza secundaria y
superior gratuitas. El artículo 6 sobre el derecho al trabajo se complementa con el artículo 7, en que
se explica el derecho al goce de condiciones de trabajo equitativas y satisfactorias y se prevén la
seguridad y la higiene del trabajo, la igualdad de oportunidad de ascenso en el empleo y la
remuneración de los días festivos.
Estos principios son tomados por la Acordada como ejes rectores, especialmente
cuando se toma la situación del /la aspirante que sea mayor considerando esta acción sumamente
positiva y como un pleno reflejo del espíritu del PIDESC puesto que se le otorgan oportunidades a
quien muchas veces es excluido del sistema laboral ,siendo altamente significante que la normativa ,
solo pone como requisito una edad mínina y no un tope, entendiéndose esto como una buen practica
del respeto al derecho internacional por parte del derecho interno de la provincia.

No obstante, el desarrollo del DIDH no está exclusivamente vinculado a su


evolución internacional. Por el contrario, el principio de subsidiariedad que gobierna en general las
prácticas tuitivas internacionales, exige como requisito para la puesta en marcha de la maquinaria
internacional la falta de una respuesta interna frente a las agresiones a los derechos humanos.
Requisitos tales como el previo agotamiento de los recursos internos limitan la intervención
internacional sólo a aquellos casos en los que el derecho local no haya protegido debidamente los
derechos y principios tutelados internacionalmente.

Esta subsidariedad de la protección internacional nos lleva a la necesaria


complementariedad entre las dos aristas del DIDH: la protección internacional de los derechos
humanos y su aplicación en el ámbito interno. Así, entendemos que deben explorarse paralelamente
estas dos dimensiones de esta rama del derecho. En este sentido, mientras que en su dimensión
internacional el DIDH se sostiene sobre los principios fundamentales del Derecho internacional
público tradicional; en su dimensión local, la aplicación interna del DIDH exige una retroalimentación
con el Derecho constitucional. El continuo que se extiende entonces desde la protección
internacional hasta la aplicación en el ámbito interno es el que demanda el diálogo entre ambas
jurisdicciones que plantea Dulitzky: ya no se trata de esferas independientes sino interdependientes.

En este sentido, el impacto del DIDH en el Derecho local se extiende, entre otras, a
la tutela de nuevos derechos, a la necesidad de adecuar la legislación y a una nueva
conceptualización de antiguos derechos reconocidos por las sistemas constitucionales. Esta nueva
etapa resulta de fundamental relevancia puesto que "la jurisdicción internacional, con toda la
importancia que tiene y ha sido puesta de manifiesto en sus decisiones, posee… una gravitación
marginal en los asuntos que cotidianamente reclaman la atención de la Justicia".

Mientras que el Derecho internacional determina las obligaciones de los Estados


parte, será el Derecho local el que decidirá, en la práctica, la vigencia de un derecho.
Tradicionalmente, la cuestión sobre la aplicación del Derecho internacional en el ámbito interno fue
objeto de un interés preponderantemente teórico. El DIDH también ha venido a revertir esta
tradición, ya que la necesidad de una mejor protección, sumada al diálogo y la interacción entre
ambos sistemas a los que nos referíamos más arriba, han transformado esta materia en un
interrogante de neto contenido práctico.

Hoy, este poder judicial no solo esta siendo coherente con una política inclusiva
de derechos humanos, puesto que también incluye al ingreso de PCD, sino que articula la aplicación
del derecho internacional y el derecho constitucional en la clara manifestación de que estos
procesos selectivos serán transparente y será requisito sine qua non la idoneidad, cumpliendo con el
principio de equiparación de oportunidades; tal como la mejor jurisprudencia nacional e internacional
demuestra, la forma en la que los distintos órganos del Estado colaboran en el cumplimiento de los
compromisos internacionalmente asumidos es un interrogante que debe ser contestado
cotidianamente.

Ya no se trata de un objeto de estudio sino de la individualización de las


herramientas para cumplir una obligación omnipresente. En este sentido, se dejarán a un lado las
obligaciones genéricas de legislar o la necesidad de la adecuación de los actos de la Administración
al orden normativo internacional. Optaremos, en cambio, por un tratamiento más individualizado de
las obligaciones que pesan sobre el Poder Judicial, como órgano encargado de asegurar la vigencia
y el goce de los derechos humanos.

La priorización de este poder por sobre los otros, en todo caso, no tiene otra
justificación que el reconocimiento de la superlativa relevancia de la labor tutelar de los derechos
que deben realizar los jueces , en general, a las normas constitucionales, la decisión sobre la forma
de integración del Derecho internacional al orden jurídico vigente en un Estado". En este sentido, es
uniforme la doctrina respecto a reconocerles a los Estados parte la autonomía de determinar cuál
será el mecanismo para la vigencia de la normativa internacional en el ámbito interno. En cualquier
caso, el orden jurídico internacional ha consolidado criterios que hacen a la vigencia de sus propias
normas y que acotan los márgenes de decisión de los Estados.

Así, es el Derecho interno de cada Estado el que decide, por ejemplo, entre
una doctrina monista o dualista en la incorporación del Derecho internacional a su orden normativo:
es el Estado el que elegirá si el Derecho internacional ingresa automáticamente al orden normativo
local o si, por el contrario, resulta en todos los casos necesaria una legislación interna que recepte la
normativa internacional para su aplicación local. Esta es una opción que hace el Derecho
constitucional de cada Estado, así como también define "el rango de los tratados sobre derechos
humanos, la jerarquía de los derechos humanos en definitiva; y los recursos internos para su
protección"

No obstante, es preciso destacar que los tratados de derechos humanos no


guardan absoluto silencio sobre la cuestión, sino que, por el contrario, han contemplado
expresamente el tema de su aplicación en el ámbito interno. "Ello surge de la obligación explícita de
adoptar las medidas que sean necesarias para garantizar el goce y ejercicio de los derechos
protegidos en forma efectiva". Los tratados no deciden por sí solos cómo deben ser aplicados en el
ámbito interno, pero sí regulan una serie de obligaciones para las partes contratantes que restringen
algunas de sus posibles opciones.

En el caso de los tratados sobre derechos humanos, las razones para estos
lineamientos está dada, una vez, más, por la particular naturaleza de los tratados sobre derechos
humanos. En este sentido, no resulta redundante citar la ya clásica caracterización de estos tratados
realizada por la Corte Interamericana en su Opinión Consultiva nº 2: "La Corte debe enfatizar, sin
embargo, que los tratados modernos sobre derechos humanos, en general, y, en particular, la
Convención Americana, no son tratados multilaterales del tipo tradicional, concluidos en función de
un intercambio recíproco de derechos, para el beneficio mutuo de los Estados contratantes. Su
objeto y fin son la protección de los derechos fundamentales de los seres humanos,
independientemente de su nacionalidad, tanto frente a su propio Estado como frente a los otros
Estados contratantes. Al aprobar estos tratados sobre derechos humanos, los Estados se someten a
un orden legal dentro del cual ellos, por el bien común, asumen varias obligaciones, no en relación
con otros Estado, sino hacia los individuos bajo su jurisdicción"Ejemplos de este tipo de obligaciones
son el art. 1.116 y el art. 217 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, el art. 2.218
del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el art. 2.119 del Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el art. 220 de la Convención sobre la Eliminación de
todas las Formas de Discriminación contra la Mujer y el art. 321 de la Convención sobre los
Derechos del Niño.

De esta mera enumeración de artículos, surge claramente que, a pesar de las


diferencias existentes entre las distintas obligaciones emergentes de cada uno de estos tratados, al
incorporar el DIDH a sus ordenamientos internos, si bien los Estados pueden decidir la forma en que
se aplicará este derecho, los tratados ya regulan en su texto algunos de los mecanismos para su
aplicación que deberán ser respetados. En este sentido, se ha sostenido reiteradamente en la
doctrina y la jurisprudencia internacional que las obligaciones de los Estados parte son: obligación
de respeto, obligación de adoptar las medidas necesarias, y la obligación de garantía, de las que,
como explica Kawabatta, se derivan una serie de deberes en el ámbito interno de los Estados parte.
En palabras de Méndez al considerar los deberes de los Estados parte, "Al derecho internacional le
es indiferente que esa obligación se cumpla por vía administrativa, judicial, o del Poder Legislativo,
de la misma manera que la división de poderes sería inoponible a la comunidad como causal de
incumplimiento de una obligación solemnemente contraída ante ella. Sin embargo, ante un
incumplimiento, ya sea total o parcial, es a la justicia a quien corresponderá arbitrar los medios para
garantizar el goce del derecho, tanto porque en el derecho interno el Poder Judicial es el garante
final de los derechos de las personas, como porque es al estamento judicial al que compete la
responsabilidad por la incorporación de las normas internacionales al derecho interno".

En síntesis, podemos concluir que el DIDH no dispone cuál debe ser la forma
que utilizará un Estado parte para cumplir con sus compromisos internacionales, y quedará en
manos de cada uno de ellos la determinación de si es necesaria o no una legislación interna que dé
fuerza operativa a los tratados sobre derechos humanos y la jerarquía de estos tratados en el ámbito
interno; no obstante, en el caso del DIDH, esta autonomía del Estado queda parcialmente limitada
respecto a la forma en que deberá organizarse para cumplir con la protección de los derechos
convenida internacionalmente, al exigir, entre otras obligaciones, una adecuada protección judicial,
que incluye el deber de asegurar un procedimiento especial, rápido e idóneo. Como surge
explícitamente de este artículo, a partir de la reforma ha quedado establecida una nueva pirámide
normativa. En su cima se encuentra la Constitución, a la que se le agregan los instrumentos
internacionales sobre derechos humanos a los que se les otorga jerarquía constitucional en el
artículo citado y los que pudieran obtenerla por el mecanismo previsto en el último párrafo transcripto
–lo que conforma el denominado "bloque de constitucionalidad"–; un peldaño por debajo se
encuentran los demás tratados internacionales ratificados por la Argentina y, por debajo de ellos, las
leyes. Con este nuevo texto, entonces, todos los tratados están por encima de las leyes, tal como lo
estableció la Corte Suprema en el fallo "Ekmekdjian", pero algunos de ellos gozan de jerarquía
constitucional Esta referencia al Derecho de Gentes pasó en general desapercibida para la doctrina
y la jurisprudencia vernáculas; sin embargo, en los últimos años está dando lugar a una iluminante
jurisprudencia que consagra al ius gentium como una fuente normativa adicional de nuestro
ordenamiento jurídico. Una cuestión estrechamente vinculada a la supremacía de una u otra fuente
se refiere a la interpretación de la infortunada sintaxis constitucional del ya citado art. 75, inc. 22,
cuando decide que los tratados enumerados "no derogan artículo alguno de la primera parte de esta
Constitución y deben entenderse complementarios de los derechos y garantías por ella
reconocidos". Esta afirmación constitucional ha dado lugar a numerosos cuestionamientos
relacionados con la innecesariedad de su contenido y a una variada interpretación del término
"complementarios".
Acerca de este interrogante, en el propio seno de la Convención
Constituyente se dieron dos respuestas a este eventual conflicto: el convencional Barra sostuvo que
era necesario diferenciar entre el articulado de la Constitución referente al reconocimiento de
derechos y garantías, esto es, la parte dogmática, para darle prioridad a estos artículos por sobre el
texto de los tratados en caso de contradicción; en el caso del restante articulado constitucional, en
cambio, debería primar, para este mismo convencional, el DIDH.

Por su parte, el convencional Cafiero sostuvo que en todos los casos debía
prevalecer la regulación más favorable a la persona; sin embargo, como se ha sostenido, esta
posición es un comienzo, pero no da respuesta a casos extremadamente conflictivos, en los que no
es sencillo determinar cuál es la posición que más favorece a la vigencia de un derecho en
particular.

Desde el punto de vista del DIDH, no puede caber duda que la aplicación del
principio pro homine debe ser el punto de partida –no sólo por la vigencia de este principio en el
Derecho internacional sino también por su incorporación al ordenamiento jurídico interno con la
constitucionalización de los tratados; volveremos más abajo sobre este punto–. No obstante, no
puede desconocerse que, en algunos casos, este principio no resolverá la cuestión. Tal sería el
supuesto, por ejemplo, de la discusión en torno a la libertad de expresión y el derecho de
rectificación o respuesta. En estos dos casos, la Corte Suprema sostuvo la primacía de los tratados
en discusión sobre la normativa interna, argumentando lo dispuesto en el art. 27 de la Convención
de Viena sobre Derecho de los Tratados. En este sentido, la Corte sentenció que "La necesaria
aplicación de este artículo impone a los órganos del Estado argentino –una vez asegurados los
principios de derecho público constitucionales– asignar primacía a los tratados ante un eventual
conflicto con cualquier norma contraria". Como surge claramente de la referencia a la necesidad de
asegurar los "principios de derecho público constitucionales", en todo caso que se entienda que las
disposiciones de un tratado que no goce de jerarquía constitucional vulneran estos principios, la
norma internacional podrá ser tachada de inconstitucional. A fin de analizar las obligaciones que
emergen de la Convención Americana es indispensable leer conjunta e integralmente todo el texto
convencional. En particular deben considerarse los artículos 1, 2 y 28. El artículo 1 inciso 1 indica:
" Los Estados partes en esta Convención se comprometen a respetar los
derechos y libertades reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda
persona que esté sujeta a su jurisdicción, sin discriminación alguna por motivos de raza,
color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de cualquier otra índole, origen nacional o
social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social..."
Por su parte el artículo 2 señala que:
" Si en el ejercicio de los derechos y libertades mencionados en el artículo
1 no estuviere ya garantizado pordisposiciones legislativas o de otro carácter, los Estados
partes se comprometen a adoptar, con arreglo a susprocedimientos constitucionales y a las
disposiciones de esta Convención, las medidas legislativas o de otro carácter que fueren
necesarias para hacer efectivos tales derechos y libertades.
Y finalmente, como ya se indicó el artículo 28 estipula:
Artículo 28. Cláusula Federal

1. Cuando se trate de un Estado parte constituido como Estado Federal, el


gobierno nacional de dicho Estado parte cumplirá todas las disposiciones de la presente
Convención relacionadas con las materias sobre las que ejerce jurisdicción legislativa y
judicial.

2. Con respecto a las disposiciones relativas a las materias que


corresponden a la jurisdicción de las entidades componentes de la federación, el gobierno
nacional debe tomar de inmediato las medidas pertinentes, conforme a su constitución y sus
leyes, a fin de que las autoridades competentes de dichas entidades puedan adoptar las
disposiciones del caso para el cumplimiento de esta Convención.

3. Cuando dos o más Estados partes acuerden integrar entre sí una


federación u otra clase de asociación, cuidarán de que el pacto comunitario correspondiente
contenga las disposiciones necesarias para que continúen haciéndose efectivas en el nuevo
Estado así organizado, las normas de la presente Convención.

Una lectura armónica e integral de estas disposiciones, permite sostener que la


Convención Americana establece como deberes fundamentales a cargo de los Estados Partes, es
decir, los Estados con estructura federal, unitaria o cualquier otra, los de respeto y garantía del pleno
ejercicio de los derechos humanos en ella reconocidos (art. 1.1). Adicionalmente coloca a los
Estados Partes con organización federal en la obligación de adoptar las disposiciones de derecho
interno pertinentes y necesarias para cumplir con tales deberes (art. 2 y 28.2). Las dos obligaciones
generales consagradas en la Convención Americana –la de respetar y garantizar los derechos
protegidos (artículo 1.1) y la de adecuar el derecho interno a la normativa internacional (artículo 2) se
hallan indisolublemente interrelacionadas y no condicionadas por el artículo 28.
Una interpretación del artículo 28, aislada del resto de la Convención y de los
principios generales del derecho, “conduciría a relevar al gobierno central de sus obligaciones bajo la
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Convención y podría dejar a las personas privadas de protección internacional”. Jamás, siguiendo
las reglas de interpretación establecidas en el artículo 31 de la Convención de Viena sobre Derecho
de los Tratados y en especial el artículo 29, inciso a de la Convención Americana, se podría concluir
que el artículo 28 restringe los deberes del Estado federal. Como dice el artículo 29.a:
Ninguna disposición de la presente Convención, puede ser interpretada en
el sentido de permitir a alguno de los Estados Partes... suprimir el goce y ejercicio de los
derechos y libertades reconocidos en la Convención81.
Del artículo 1 de la Convención se desprende que el Estado tiene dos obligaciones
básicas: respetar y garantizar los derechos reconocidos a toda persona que esté sujeta a su
jurisdicción. En los términos del derecho internacional, es claro que en los Estados federales, las
personas están sujetas a su jurisdicción independientemente de que se encuentren o residan en los
ámbitos provinciales o federales. Por lo tanto este deber de respeto y garantía se extiende a toda
persona sujeta la jurisdicción estatal. El sistema de la Convención está dirigido a reconocer derechos
y libertades a las personas y no a facultar a los Estados a hacerlo. La Convención no posibilita a los
Estados a reconocer los derechos que consagra en función de su estructura federal, sino que los
reconoce directamente y obliga a los Estados a respetarlos y garantizarlos conforme lo dispone el
artículo 1. El hecho de que los Estados puedan fijar las condiciones del ejercicio de un derecho
determinado, no impide su exigibilidad conforme al derecho internacional. En consecuencia, si por
cualquier circunstancia, incluida la estructura federal del Estado, el derecho no pudiera ser ejercido
por “toda persona” sujeta a la jurisdicción de un Estado, ello constituiría una violación de la
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Convención susceptible de ser denunciada ante los órganos de protección previstos en ella. Los
artículos 1 y 2 de la Convención no distinguen entre personas sujetas a la jurisdicción de Estados
federales y personas sujetas a la jurisdicción de Estados unitarios.
El artículo 1 de la Convención obliga a los Estados Partes no solamente a
respetar los derechos y libertades reconocidos en ella, sino a garantizar su libre y pleno ejercicio a
toda persona sujeta a su jurisdicción. La Corte ha dicho que esta disposición: “Contiene un deber
positivo para los Estados. Debe precisarse, también, que garantizar implica la obligación del Estado
de tomar todas las medidas necesarias para remover los obstáculos que puedan existir para que los
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individuos puedan disfrutar de los derechos que la Convención reconoce” (…)
Estos obstáculos pueden perfectamente encontrarse en la estructura federal del
Estado y por ende, el Gobierno central, responsable internacionalmente por ello, deberá efectuar y
adoptar todas las medidas necesarias para que los habitantes bajo su jurisdicción que se encuentren
en los territorios de las unidades componentes de la Federación puedan gozar de manera no
discriminatoria de todos los derechos reconocidos.
La obligación de garantizar el libre y pleno ejercicio de los derechos humanos
requiere “la existencia de un orden normativo dirigido a hacer posible el cumplimiento de esta
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obligación” . Por lo tanto, el Estado federal debe crear esta estructura legislativa que le permita por
sí o a través de las unidades federales cumplir con su obligación de garantizar los derechos.
Además, este deber de garantía “comporta la necesidad de una conducta gubernamental que
asegure la existencia, en la realidad, de una eficaz garantía del libre y pleno ejercicio de los
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derechos humanos” . De allí que en adición al marco normativo, el Estado federal debe realizar
todas las conductas necesarias para que las normas convencionales produzcan un efecto útil, es
decir que tengan existencia concreta en la realidad de las provincias.
La Corte ha señalado que la obligación de garantía de los derechos reconocidos
en la Convención, receptada en su artículo 1.1, implica el deber de los Estados Partes de organizar
todas las estructuras a través de las cuales se manifiesta el ejercicio del poder público, de manera
tal que sean capaces de asegurar jurídicamente el libre y pleno ejercicio de los derechos humanos.
Es claro que todas las estructuras de poder público implican tanto las de nivel nacional como las de
nivel provincial o estadual. Por eso, la Comisión ha instado a un Gobierno federal a que adopte de
inmediato las medidas pertinentes, conforme a su Constitución y a sus leyes, para que todo el
aparato del Estado, incluyendo las autoridades de los Estados federales adopten las medidas del
caso para cumplir con la Convención. El Derecho Internacional de los Derechos Humanos tiene por
fin proporcionar al individuo medios de protección de los derechos humanos reconocidos
internacionalmente frente al Estado (sus órganos, sus agentes, y todos aquellos que actúan en su
nombre). Por lo que todo Estado es internacionalmente responsable por cualquier acto u omisión de
cualquiera de sus poderes u órganos en violación de los derechos internacionalmente
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consagrados .
De manera más puntual, el primer componente de este deber de garantía es el
de la prevención. La Corte ha entendido que este deber de prevención “abarca todas aquellas
medidas de carácter jurídico, político, administrativo y cultural que promuevan la salvaguarda de los
derechos humanos y que aseguren que las eventuales violaciones a los mismos sean efectivamente
consideradas y tratadas como un hecho ilícito que, como tal, es susceptible de acarrear sanciones
para quien las cometa, así como la obligación de indemnizar a las víctimas por sus consecuencias
perjudiciales”. De modo que el Estado federal en virtud del artículo 1.1 de la Convención tiene que
adoptar medidas jurídica, políticas, administrativas y culturales que aseguren que la debida
protección de los derechos humanos a nivel provincial. La Corte ha dicho que no es posible hacer
una enumeración detallada de esas medidas ya que las mismas varían según el derecho de que se
trate y según las condiciones propias de cada Estado Parte.
Indudablemente, la estructura federal del Estado parte condicionará la manera en
que dicho Estado cumpla con las medidas generales de prevención en función precisamente de esta
estructura y de la distribución de competencias entre la federación y sus unidades componentes.
Pero no lo relevará de adoptar por sí o a través de sus unidades territoriales las medidas necesarias
para asegurar que los derechos reconocidos en la Convención sean efectivamente respetados o
para prevenir sus violaciones.
Asimismo, el Estado directamente o por medio de las autoridades locales
competentes, está en el deber de investigar toda violación a los derechos humanos de conformidad
con el artículo 1.1 de la Convención que ocurra en las unidades de la federación. La Corte ha
indicado que las víctimas o sus familiares tienen el derecho y los Estados tienen la obligación que
todo hecho violatorio de los derechos humanos sea efectivamente investigado por las autoridades
del Estado; se siga un proceso contra los presuntos responsables de estos ilícitos y en su caso, se
les impongan las sanciones pertinentes.
Esta obligación, que en muchas circunstancias puede resultar de difícil
cumplimiento especialmente cuando violaciones cometidas por agentes provinciales deben ser
investigadas y juzgadas por los órganos de procuración y administración de justicia provinciales. La
frecuente falta de voluntad o capacidad para llevar a cabo dichas investigaciones y juzgamientos a
nivel local, estadual o provincial ha concitado mucha atención en países con estructura federal. En
varios países precisamente para dotar al Gobierno federal con mayores herramientas se ha dado
III. CONCLUSIÓN
Atento las consideraciones formuladas, concluye esta Delegación que no existe acto
discriminatorio alguna en la Acordada para el ingreso al poder judicial de aspirantes, por el contrario,
se incluye la idoneidad para los cargos, como condición sine qua non, garantizándose un proceso
claro y transparente, y se incorporan acciones positivas para garantizar el principio de equiparación
de oportunidades e igualdad de oportunidades a cada uno/a de los /as concursantes

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