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Estos volúmenes, quedan lejanos de las descripciones detalladas de los siete cielos
escalonados, o de las siete capas superpuestas de infiernos subterráneos, que
llenaban la literatura pre-científica religiosa. Es difícil compaginar las citadas cifras
y los cálculos infinitos que, eruditos judíos y cristianos, hicieron para intentar
averiguar el año exacto en que tuvo lugar la Creación.
Lutero, dedujo, según los Salmos, que cada día de la vida de Dios es igual a mil
años de la vida humana, Habiendo calculado él, según los cómputos bíblicos, que el
año de la Creación fue el 3960 antes de Cristo, predijo, en consecuencia, que el Fin
del Mundo sería el 2040 de nuestra era. Así que lo tenemos al alcance de la mano.
Seis días para crear, y seis (mil años), para destruir. Sumar 3960 con 2040 es fácil.
Lo difícil es imaginar cómo se pueden hacer tales deducciones.
Todas las religiones han tenido pensadores bien intencionados, preocupados por
dar respuesta a cuantos interrogantes se planteaban ellos mismos, o sus
correligionarios. Como, los conocimientos científicos de los escritores religiosos de
turno, eran bastante limitados, cada uno concibió relatos sobre el principio del
Universo, de la vida, o de sus respectivas religiones, llenos de belleza y fantasía,
adaptados a la mentalidad de su época, pero carentes, en todo, de rigor científico.