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El “Bicentenario” en Chile:

De la cultura a la basura

El 2010 fue, sin dudas, un año lleno de sorpresas más que ingratas en nuestro
país: un terremoto, un grupo de mineros atrapados, un trágico accidente carretero que
dejó a la luz la escasa fiscalización a las empresas de buses y, hace poco, un catastrófico
incendio en un recinto penal, en el que producto del hacinamiento y de la poca
preocupación de las autoridades, murieron ochenta y un personas que, más allá de haber
sido criminales o no, seguían siendo personas.

Curiosamente, en la mayoría de estos trágicos hechos, el gobierno de turno –


conservador y positivista – ha sacado, o en el peor de los casos intentado sacar,
provecho, particularmente mediático, a fin de subir su nivel de aprobación en las sobre
valoradas encuestas (Adimark, CEP, entre otras) para refrendárselo en la cara a la
oposición, ya que al parecer, aquí el interés principal es ganarle al rival y no hacer lo
mejor para el país y sus habitantes.

Pero volvamos al tema: durante el 2010, dentro del discurso del gobierno, se
repitió en incontables ocasiones la idea del bicentenario de la nación. Curiosamente,
según la mayoría de los libros de historia de Chile (si es que no son todos), la
emancipación efectiva del país, se logró recién en 1818, por lo que para hablar de este
supuesto bicentenario del país, faltaría la no despreciable cantidad de tiempo de ocho
años. De hecho, para 1810, se buscaba “defender y preservar Chile para el ‘desgraciado
monarca’ Fernando VII”.1

Si bien en 1810 existían bandos que ya pensaban en la idea de la autonomía,2 el


espíritu independentista, en Chile, cobra fuerza recién a partir 1811 con José Miguel
Carrera, Martínez de Rosas y Juan Egaña (antes de eso, las ideas de autonomía y
soberanía eran meras utopías). Y esto porque la mayoría de la clase criolla estaba con el

1
Collier, Simon et. al., Historia de Chile 1808-1994, Editorial Cambridge University Press, España,
1998. p. 41
2
Véase Jocelyn-Holt, Alfredo, La Independencia de Chile: Tradición, modernización y mito, MAPFRE,
Madrid: 1994. pp. 159-161

1
rey. Entonces, ¿por qué se insiste con el tema del bicentenario? Si consideramos la
lógica de exaltación a la patria por parte de la derecha, quizás hallaremos la respuesta.

Consideremos las siguientes premisas de la teoría del interaccionismo simbólico


de Blumer3 al respecto:

- Los humanos actúan respecto de las cosas sobre la base de las significaciones que
estas cosas tienen para ellos, o lo que es lo mismo, la gente actúa sobre la base del
significado que atribuye a los objetos y situaciones que le rodean.

- La significación de estas cosas deriva, o surge, de la interacción social que un


individuo tiene con los demás actores.

- Estas significaciones se utilizan como un proceso de interpretación efectuado por la


persona en su relación con las cosas que encuentra, y se modifican a través de
dicho proceso.

Siguiendo la lógica de esta corriente sociológica, y considerando también nociones


semióticas (Lotman, Bajtín) y de la fenomenología (Weber, Schütz, Natanson), la gente
tiende a moverse a través del lenguaje y de los símbolos que en él hay insertos y el
lenguaje, a su vez, marca los límites del conocimiento.4 Cada mensaje, cada discurso
recibido, es significado de manera subjetiva por parte de los individuos, tanto individual
como colectivamente.

Si consideramos la idea de construcción social significacional de Schütz,5 existe


un conocimiento de carácter colectivo en las diferentes esferas sociales del mundo, que
se manifiesta en la significación casi inconsciente – o bien automática – de diversos
símbolos que identifica a los habitantes de un país, por ejemplo, con signos particulares.

3
Véase Blumer, Hebert Symbolic Interaccionism, University of California Press, LA, CA. Versión
española, por Ridruejo, Alonso (1986), Universidad Autónoma de Madrid: 1968, p. 2
4
Wittgenstein, Ludwig, en Reguera, Isidoro (2002) Ludwig Wittgenstein. EDAF, Madrid, p. 285.
5
Véase Schütz, Alfred y Natanson, Maurice El problema de la realidad social, Amorrtu Editores, Buenos
Aires: 1973, pp. 16-19

2
Los símbolos más manoseados, por parte del actual gobierno, en Chile han sido
exactamente estos mismos, los que atañen a la identidad nacional.

Entonces, si los humanos actúan respecto de las cosas sobre la base de las
significaciones que estas cosas tienen para ellos, resulta lógico pensar cómo ha de
actuar el común de los habitantes del país ante estímulos simbólicos que calan en sus
emociones, particularmente, en aquellas que toman los símbolos patrios. Generalmente,
Chile se caracteriza por reaccionar “positivamente”, en un sentido de unidad nacional
casi inconsciente, ante la presencia de una bandera o al escuchar el Himno Nacional.

Así, ¿qué mejor manera de lograr la simpatía del populacho, que apelando al
sentimiento nacional? Esto fue lo que ocurrió el 2010 con el discurso monotemático del
bicentenario. Sólo por dar un ejemplo, durante diciembre, los establecimientos
educacionales celebraron las graduaciones de sus Cuartos Medios. En más de alguno, se
ha empleado la máxima de generación bicentenario. ¿No es esto exagerado? Sí, pero al
tener una connotación más que positiva, casi mística, para la gente, entonces sirve.

Quizás el punto más alto del uso esquemático – en el sentido propuesto por
Frankfurt – de este discurso, fue el de la tragedia de los 33 de la mina San José y del
enunciado milagro bicentenario, repetido en los medios de comunicación
(especialmente las cadenas televisivas chilenas, en su mayoría, afines al Gobierno o
bien a la derecha política en general). El Himno Nacional y la escena de la bandera
flameando al viento, como un heraldo de bienestar,6 fueron la tónica del discurso
mediático general.

Desde una perspectiva más dialéctica, el lenguaje y los símbolos en general,


pueden tener un rol un tanto peligroso, ya que existe la posibilidad de emplearles como
instrumentos de manipulación por parte de las clases dominantes. Las clases
dominantes, en Chile, están conformadas en su mayoría – si no en su totalidad – por
personajes de derecha. Los personajes de derecha suelen tener una perspectiva

6
Véase ¿Amor a la patria? (2010), en http://www.unholyslavefromhell.blogspot.com / 2010/10/amor-la-
patria.html

3
chauvinista de las cosas, y este discurso se lo transmiten a las castas más bajas, que lo
asimilan sin mayores reparos.

¿Por qué – siguiendo esta idea – las clases más bajas absorben tan fácilmente
este discurso? A mi parecer, porque seguimos aún bajo el peso de la noche del que
hablaba Portales hacia la década de 1820. De acuerdo a éste, el orden social – el peso de
la noche – se mantiene gracias al estado de reposo de las masas.7 Este estado de reposo
se traduce en un letargo intelectual, que le deja la construcción de ideologías a las clases
dominantes, mientras el pueblo se mantiene en tranquilidad, pues éste confía
ciegamente en las capacidades de las autoridades, los ciudadanos más virtuosos del
país.

Nos encontramos, entonces, con un problema de características históricas:


¿cuánto ha cambiado la mentalidad del pueblo chileno, desde la época de Portales? Sí,
nos hemos adaptado a los diversos avances tecnológicos y cambios socio-político-
económicos que ha sufrido el mundo. Pero en cuanto a la mentalidad, a mi juicio, no ha
habido mayores transformaciones. Seguimos bajo una sociedad patronal, estratificada
de manera similar a como estaba en el siglo XIX. Sólo los nombres y, quizás, los
contextos en que se mueven estos estratos, han variado.

Esta problemática está, sin dudas, lejos de acabar. Con la nueva actitud
mediática del gobierno y la simpatía de la mayoría de las señales televisivas,
radioemisoras y el de los dos grandes conglomerados de prensa escrita, el discurso
tiende a ser uno solo y, considerando el efecto ideológico que hoy tienen los medios de
comunicación, la idea de el peso de la noche se refuerza y se afianza como un estilo de
vida. Esto por el hecho de que las informaciones emitidas muestran un país en progreso
y con una seguridad social incuestionable (concepción bastante alejada de la realidad).

Otro factor de importancia es el llamado “sensacionalismo”. Originalmente


remitido al formato tabloide, la prensa sensacionalista se ha potenciado a lo largo de los
años al punto de ser, en algunos (o quizás muchos) países, de mayor venta que los

7
Véase Jocelyn-Holt, Alfredo, El peso de la noche, Bs. Aires, Espasa Calpe: 1997, pp. 111-114 y 152-
153

4
periódicos netamente informativos. Estos se caracterizan por incentivar los escándalos a
fin de generar ganancias económicas (¿el fin justifica los medios?). Esto se traduce en la
priorización de las noticias deportivas y de espectáculos, así como la magnificación de
diferencias entre políticos y las enfermedades incurables.

En Chile, el factor sensacionalista ha calado hondo en los medios, y se traduce,


cómo no, en portadas con un primer plano del (súper) presidente, que siempre tiene algo
que decir. La sobreexposición mediática – nuevamente apelando al esquematismo según
Frankfurt – influye, tácitamente, en la percepción que se tiene del ejecutivo y de su
gobierno: Sube en las encuestas (si bien hubo una baja considerable en las últimas
encuestas Adimark y CEP) y el nivel de aprobación, con oscilaciones regulares, se
mantiene estable. Si así ocurre con el actual Presidente de Chile, ¿cómo habría sido – o
bien cómo fue – con Eduardo Frei Montalva, que era un maestro de la oratoria?

Volvamos a Blumer. Si la significación de estas cosas deriva, o surge, de la


interacción social que un individuo tiene con los demás actores, bien podríamos
considerar a Hall, en cuanto al efecto ideológico de los medios de comunicación.8 De
acuerdo a éste, la hegemonía de las clases dominantes no sólo implica el uso coercitivo
de la fuerza, sino también requiere de diversas instituciones para llevar a cabo la
sumisión ideológica. Una de estas instituciones es representada por los medios de
comunicación.

El “efecto ideológico” de los medios, de acuerdo a Hall,9 se traduce en a) ocultar


o reprimir apéndices opositores a la clase dominante; b) la “separación de poderes” que
pueden fragmentar los intereses colectivos de los trabajadores y c) la imposición de una
realidad imaginaria. En Chile, esto puede observarse en a) el cerco informativo y los
montajes políticos (como por ejemplo, el caso de la magnificación del conflicto
mapuche), b) la excesiva burocracia en casi todas las esferas de la vida y c) El ya citado
peso de la noche y la exaltación mediática de hechos como los 33, que mostraron no
sólo en nuestro país, sino también en el extranjero, una realidad que no es (el eslogan do
it the chilean way).

8
Véase Hall, Stuart, La cultura, los medios de comunicación y el efecto ideológico en Curran, James et.
al., Sociedad y Comunicación de masas. México, FCE: 1981, pp. 357-391
9
Ibíd.

5
El éxito de la sumisión ideológica tiene orígenes, precisamente, en la
significación que la gente le da a las cosas – el interaccionismo simbólico – y cómo, a
medida que se desarrollan las relaciones sociales, estas significaciones se masifican y se
asimilan casi de manera inconsciente. Por ello la facilidad de llegar a lo más profundo
de los individuos (i.e. la Teletón, los mismos mineros, el fomento al consumismo en la
época de Navidad, etc.).

Ante este panorama, a todas luces, poco esperanzador, ¿queda algo por hacer?
Por supuesto. Pero como todo proceso de cambios, significaría una transformación a
muy largo plazo. Si no existe optimismo, pasión y fe en la lucha misma, entonces todos
los discursos de cambio serían palabras vacías. Pero bien, ¿cómo podemos lograr el
cambio? Esa respuesta no la tengo yo. Sólo podría dar unas cuantas sugerencias, y aún
así, diga lo que diga, la veracidad o validez de mi discurso es netamente subjetiva.

Siempre he sido de la idea de la trascendencia del lenguaje. Sabemos que los


símbolos que significamos, los significamos a través del lenguaje (Blumer, Schütz) –
sea éste oral, escrito, corporal e incluso mental – y por tanto el rol del lenguaje, en esta
parte, es fundamental. Las palabras, el lenguaje en sí, es un ente vivo10 y, como tal,
puede provocar cosas. Aquí yace la trascendencia del principio dialógico. Sólo la
interacción con otros puede ayudarnos a construir una(s) realidad(es) veraces y no
imaginarias, como ocurre con el “efecto ideológico” de los medios.

Para terminar, ¿cuándo será el día en que en Chile – y en el mundo – despierte


del letargo de un orden social que sólo beneficia a las clases dominantes? ¿Cuándo se
abrirán los ojos y se rechazará toda maniobra chauvinista, mediática y populista,
forjadas en base a discursos armados, clichés y palabras vacías? ¿Cuándo será el día en
que el lenguaje deje de ser relegado a segundo plano, en pos de la tecné? Todas estas
son tareas pendientes, no sólo de los pensadores o de los activistas. Son responsabilidad
de todos, desde el estudiante secundario hasta el más hábil semiólogo o el más
renombrado escritor.

10
Véase Bajtín, Mijail en Zavala, Iris Escuchar a Bajtín, Montesinos, S.l., España: 1996, p.28

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