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Facultad de Letras
Curso: Ciudad y novela latinoamericana
Calducho
o Las serpientes de calle Ahumada
La apoteosis del incendio al final del relato quiere producir un efecto que dote de
sentido a la narración misma, y también a la ciudad: las serpientes sueltas son el correlato
de los habitantes de la capital, que también serpentean por entre las calles; monstruos todos
sumidos en ese hervidero de individuos despersonalizados que es la masa. Y las boas
funcionan como metáfora pedagógica para el protagonista, en tanto dice que “era trágico
ser bueno en ese mundo, casi tanto como en éste, y se pagaba caro aunque no lo
supiéramos. El ayunador nos estaba develando esa verdad […] al transportarnos a un
mundo de serpientes y ratones que devoraban y eran devorados vivos y donde nada se
podía hacer para invertir el orden” (412). Así es como el centro de Santiago, la calle
Ahumada precisamente, se configuran como un espacio catárquico para el personaje, pues
es allí donde lo feo, lo grotesco, lo monstruoso enseña y revela una verdad que construirá la
hermenéutica a través de la cual la ciudad será objeto semiológico, interpretable. La
realidad urbana, entonces, filtrada a través de la memoria del autor, se delata subjetiva,
visión personal del protagonista que la escribe.
Sin embargo, habíamos dicho que esta visión tiene un discurso que la domina, que
nosotros hemos definido como el cinematográfico. En efecto, dice la voz del relato que,
luego de los vagabundeos por la capital, omitiendo clases, “casi siempre se remataba en el
cine, y así en esos años adquirimos o fuimos adquiriendo la única cultura accesible y
factible, la cinematográfica […] era igual que asomarse al mundo o, mejor, poseer por fin
un mundo, nosotros que no teníamos ninguno” (42). El cine se vuelve el lenguaje
dominante para comprender la realidad, y se conforma como un nuevo modo para
experimentar la existencia. En efecto, distintas son las claves otorgadas por la novela para
deducir esto; dice el narrador que “las películas, cortas y largas, nos iban formando el alma,
como también los libros de aventuras y las novelas que mi madre atesoraba y que yo
también leía” (48); “con todo lo obvio y lo melosamente adecuado para pasar una tarde de
domingo, estas comedias fueron una parte importante de nuestra educación musical, un
sistema de vasos comunicantes que dio como resultado lo que seríamos para siempre en
esta vida, en lo bueno y en lo malo” (147); “y como si no fuesen más que fotogramas de esa
gran película que el Tata Dios estaba filmando desde un cielo que estaba aquí mismo con
nosotros como pareja protagónica, empezaba a estrechar y a tocar a la Rosa…” (326). La
percepción de la realidad se hace en función de la cultura que educa los sentidos y las
mentes; el cine difundirá un distinto modo de revisar las experiencias sensibles. Al
respecto, dicen Gilbert Cohen-Seat y Pierre Fougeyrollas que “la información visual, lejos
de reflejar y de expresar pasivamente, por decirlo así, las relaciones fundamentales que
unen al hombre a su medio y a los individuos entre sí, tiende a determinarlos, a
sobredeterminarlos, de una manera a la vez compleja y general y decisiva” (11). Por tanto,
lo que esta información visual hace, encarnada en el cine (la televisión aún no ha llegado al
país), es violentar la manera en que los individuos se comunican; el discurso fílmico
penetrará el discurso anterior, y se conjugará con él para establecer una nueva percepción y
recepción del entorno. Las imágenes, poco a poco, se convertirán en soporte de la
interacción, y el espacio de la imaginación será delimitado por las imágenes tópicas:
Nuestra generación, nacida como lectora, esto es manipuladora y también
usuaria de la imaginación, iba mutando hacia el otro dominio, el voyeurista,
que no usaba la imaginación sino que la fijaba en una forma de nuevo código
visivo y modular al cual ella se adscribía con gusto, porque estábamos a
caballo entre dos mundos y dos epistemas, como que la verdad no fuese sólo
desnuda sino que se desnudara a propósito para serlo (Castellano 148).
Más allá de lo dicho, notemos la comparación entre los sujetos “de carne y hueso”,
y el personaje de la película de Kubrick. El narrador ya no puede zafarse de pensar la
realidad a través del cine.
Pues muy bien, creemos que ha llegado el momento de reunir las distintas aristas de
nuestra interpretación, que son varias, para hacerlas converger, porque consideramos que
nuestra propuesta de lectura aún no logra concretarse, y solo una cierta luz difusa la
ilumina. Hemos mencionado distintos conceptos interrelacionados, tales como memoria,
ciudad masificada, semiología urbana, lenguaje cinematográfico y cámara. Creemos
necesario ahora sintetizas, así, las ideas expuestas. Partiendo de la base de que la novela
está conformada por un relato basado en los alcances y rescates de la memoria, propusimos
que la construcción que se hace de Santiago debe ser tenida también como un recuerdo. Al
mismo tiempo, esta refundación de la ciudad la escindirá en dos fragmentos, que
corresponden a lo conocido y a lo desconocido, a lo civilizado y normalizado en contraste
con una población y urbe santiaguina no-civilizada, anómica, afuera de los límites urbanos
conocidos por el narrador. Esta es la distinción que convertirá al Santiago de mitad de siglo
en una ciudad masificada, pues aun cuando no se nos narre las migraciones campo-ciudad,
ni tampoco se describan los márgenes poblados de la urbe, su ausencia los delata. Y
también la masificación ciudadana se revela en la importancia del cine como medio de
comunicación dedicado especialmente a las multitudes. Es de esta manera en que el autor-
narrador-protagonista recrea un Santiago conocido por los vagabundeos a través de él. La
ciudad será leída semióticamente, es decir, como un conjunto de signos no solamente
lingüísticos, que interactúan en la inteligibilidad de nuestra urbe. Sin embargo, esa lectura
urbana no se realizará desde un discurso meramente escrito, sino que el narrador se verá
influenciado por el discurso fílmico para representar su mundo: la técnica de la cámara de
cine se encarna en su ojo, que observa y lee su entorno. Por lo tanto, si al comienzo nos
preguntábamos si podíamos pensar en que la novela oficiaba su mirada sobre Santiago por
medio de una óptica cinematográfica, ahora podemos contestar que sí lo hace, pues la
narración, al determinar desde su principio su carácter de reconstrucción memorial, hace lo
mismo que la cámara fílmica: deniega el imperio de la perspectiva omnisciente, y coloca en
cada sujeto no solo la posibilidad de observar imágenes, sino de producirlas. La memoria,
al igual que la técnica del cine, coloca en una subjetividad la responsabilidad de
representar, teniéndose desde un comienzo como una narración parcelada y no total de la
realidad.
Bibliografía.
• Romero, José Luis. “Las ciudades masificadas”. Latinoamérica: las ciudades y las
Ideas. México: Siglo XXI, 1976.