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El bombardeo fue de
pronto una gran ciénaga, la ciénaga de 'La Grande' que sirve de límites a estas
tierras chocoanas con las montañas antioqueñas que se asoman en la distancia
para decirnos que este lugar es estratégico para la guerra porque por
allí los actores armados pueden salir a Mutatá y tener control sobre la carretera
Medellín-Apartadó y rápidamente replegarse y esconderse en las selvas
chocoanas.
Un paisaje bello pero miedoso porque aquí los paramilitares hicieron de
las suyas; después de cuatro horas llegamos a unas casas de madera bien hechas,
en hileras formadas, pero sin puertas y sin vida, abandonadas. Es el
pueblito de Santa Fe de Churima donde los paramilitares aparecieron el 17
de diciembre de 1997 en horas de la tarde. Ese día formaron a las doce familias
que vivían allí, se llevaron a ocho hombres, robaron 14 motores de la comunidad
y comenzó la siembra de una nueva cosecha en estas tierras: la del
odio.
Nievelina, cuenta una morena, es la única que se atrevió a regresar al case-o
río después de dos años; hace unos pocos días lo hizo junto a su esposo, los
tres hijos lj el cuarto que está esperando. "Nos tocó ese día encaletarnos, mamando
aguaceros y zancudos. Son tres años metidos en el monte. Ahora no
me da miedo, porque no se oye bulla".
Nievelina de repente recuerda los nombres de las personas que se llevaron
los paramilitares aquella tarde: Manuel Fernando Cuesta, Alcides Domicó,
José Valta. Al "Ñato" y al "Mónaco" dice que alguien que subió a Vigía de
Curbaradó los vio partidos en pedacitos. La negra lo cuenta sin asombro,
mientras su hija de cuatro años le prende un cigarrillo para continuar contando
algo que no ha podido olvidar. Nievelina, como los demás encaletados
cuando no encontraban comida en el monte o se les enfermaban los niños,
trataba de salir a alguna población; dice que para ir a Pavarandó se demoraba
dos días caminando. En una ocasión se encontró con un retén de paramilitares.
Tenían amarrado a un muchacho a un palo porque llevaba dos galones
de gasolina. Los paras decían que esa gasolina era para la guerrilla. De-
mo dicen ellos, no dejarse "echar a los picos de los caleros". Pedro Murillo
y Amado Botella se dieron cuenta en ese enero y a la orilla del Jiguamiendó
que allí estaban por lo menos representantes de 23 comunidades y que eso
eran más o menos mil personas; que había pasado el tiempo y que allí estaban
conformando una lista de sonoros nombres de comunidades resistentes
como Santa Rosa del Limón, Bracito, Santa Fe de Churima, Camelia, San José,
Caracolí, Cristalina, Villa Luz, Nueva Esperanza, Jarapató, Buenavista,
Guamal, Tesoro, Firme, Tamborales, Jegadó Medio, Caño Seco, Costa de
Oro, El Lobo, Puerto Lleras, El Guama, Despensa Media y la comunidad de
No Hay Como Dios.