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El mercader medieval y su contribución al

cambio histórico*
Publicado el 12 agosto, 2008 por Hernán Montecinos

Por: Mirko Edgardo Mayer**


Fuente: Especial para www.hernanmontecinos.com

Artículo pubicado originalmnte en la revista ISEL (Argentina) y reproducido en esta


página con la autorización de su autor

** Profesor y Licenciado en Historia. Profesor en Ciencias Sociales con Especialización


en América Latina. Especialista en Historia Económica. Maestrando en Historia
Económica. Ex Rector de Nivel Medio y Superior. Ex Decano de la FAE-Universidad
de la Marina Mercante Actualmente es Secretario General de la Universidad de la
Marina Mercante. Profesor Titular de Historia Económica y Social Mundial e Historia
Económica y Social Argentina. Es docente de esta última asignatura en Facultad de
Ciencias Económicas de la UBA. Es Miembro de la Asociación Argentina de Historia
Económica.

INTRODUCCION:

Nos proponemos en este breve ensayo aludir a la figura del mercader medieval, cuyo
protagonismo suele no estar debidamente reflejado tanto en los manuales escolares
como en los textos más propiamente históricos, en donde se lo reduce a la categoría de
actor secundario dentro del proceso histórico que marca el tránsito del medioevo a la
modernidad, de la sociedad marcada por la impronta de lo religioso –con la
consiguiente hegemonía social de la Iglesia Católica- a la sociedad caracterizada por el
predominio de los valores materiales.

Por el contrario, nosotros creemos que el mercader medieval jugó un papel principal
dentro de este proceso, al punto que podríamos considerarlo como un factor del cambio
histórico en primer grado. En efecto, su acción e influencia se dejaron sentir
especialmente durante la Baja Edad Media (siglos XIV y XV), preparando así el
advenimiento de la modernidad que alcanzará su cenit con el Renacimiento
inmediatamente posterior.

A partir de este planteamiento, intentaremos un análisis de la cuestión concentrando la


atención en tres aspectos esenciales, comenzando por la evolución que experimenta la
profesión de mercader, para luego seguir con el rol social cumplido por éste y, para
finalizar, nos detendremos en la influencia que ejerce en el proceso de secularización de
la cultura.

LA EVOLUCION PROFESIONAL DEL MERCADER:

La aparición del mercader se produjo en el marco del renacimiento del comercio y de la


vida urbana, cuyos primeros síntomas fueron advertidos en la cristiandad occidental a
partir del siglo XI. En efecto, la relativa paz subsiguiente al cese de las invasiones
propició un resurgimiento de la economía, de lo que se derivó un aumento en la
expectativa de vida y un proceso de expansión demográfica.

Los avances del comercio medieval fueron consecuencia del desarrollo de las ciudades,
por lo que habría que ubicar el surgimiento del mercader en un marco urbano. Podemos
distinguir tres regiones en las que tendió a concentrarse la actividad comercial europea.
Por un lado, tenemos las ciudades comerciales italianas y su zona de influencia. Por el
otro, las ciudades hanseáticas en el norte de Alemania. Entre ambas, se yergue una
tercera región en el noroeste del continente (sur de Inglaterra, Flandes, norte de
Francia), en la que observamos un incipiente desarrollo de la industria textil, la cual
alimentará las ferias comerciales de Champagne y de Flandes.

En una primera etapa, el mercader medieval fue sobre todo un mercader itinerante, de
allí que el principal problema con el que debió enfrentarse sea el de las vías de
comunicación. En lo que respecta a las vías terrestres, en muchos casos no existieron
por lo que el mercader debió trazarlas de hecho. Las viejas vías romanas se encontraban
en estado ruinoso y poco se hacía para su conservación. Por último, debe tenerse en
cuenta la inseguridad que reinaba en los caminos como consecuencia de la acción de
bandidos y de los peajes y exacciones que impusieron las diversas autoridades
señoriales o municipales. Este segundo factor repercutió sensiblemente en el costo del
transporte, que representaba el 25% del precio inicial cuando se trataba de mercancías
de escaso volumen y alto valor, como por ejemplo las especias y, hasta un 150%,
cuando se trataba de mercancías de gran volumen y reducido precio, como ser los
granos.

Dadas las circunstancias descriptas, los mercaderes prefirieron las vías fluviales.
Existieron tres redes: la del Po y sus afluentes; la del Ródano y la compuesta por los ríos
Rihn y Danubio, las cuales se optimizaron mediante una importante obra de
canalización. El transporte marítimo, por su parte, fue el más económico (2% para la
seda, 15% para los granos y 33% para el alumbre), pero presentó problemas tales como
la seguridad y la escasa capacidad de carga de las naves. En efecto, sólo ciudades que
gozaron de un poderío militar importante, como Venecia, pudieron darse el lujo de
escoltar a sus convoyes comerciales por flotas de guerra. En cuanto a la capacidad de las
bodegas, la misma rara vez superó las 500 toneladas.

Durante el siglo XIII, el gran centro de atracción para los mercaderes itinerantes fueron
las ferias de Champagne. Sin embargo, estas ferias comenzaron a declinar a principios
del siglo XIV y, si bien se barajaron diversas causas para ello, lo concreto pasaría por la
transformación que experimentaron las estructuras comerciales, fenómeno que
originaba una nueva figura de mercader; es decir, el mercader sedentario.

El mercader sedentario tuvo prioridades distintas a las de su antecesor, tales como el


crédito, los contratos y las formas de asociación comercial. El primero fue complicado
debido a los condicionamientos religiosos que pesaban sobre el préstamo a interés. Los
contratos y las diversas formas de asociación comercial adquirieron en cambio un gran
desarrollo, dando lugar a las primeras compañías de comercio generalmente
estructuradas a partir de unidades familiares, siendo buen ejemplo de ello la de los
Médicis en Florencia. En no pocos casos, este proceso asociativo degeneró en
verdaderos monopolios, pudiendo mencionarse al establecido en torno del alumbre.
Las relaciones entre los mercaderes y los representantes de los poderes públicos,
tendieron a estrecharse a medida que se acentuaba el carácter comercial de la economía.
Así, encontramos a mercaderes y banqueros que actuaron como prestamistas de reyes y
de príncipes, así como quienes oficiaban de agentes financieros del Papado. Por otra
parte, la legislación comercial de la época apuntaba a garantizar la mayor seguridad y
estabilidad a los negocios.

Paralelamente al crecimiento del comercio, se asistió al progreso de los elementos


técnicos que le servían de apoyo, tales como los seguros, la letra de cambio y la
contabilidad. El uso de los primeros se generalizó a partir del siglo XII. La letra de
cambio se expandió simultáneamente con el resurgimiento de la economía monetaria en
la cristiandad occidental. Allí, las monedas extranjeras más difundidas fueron el besante
bizantino y el dinar musulmán. La moneda local más frecuente fue el dinero, cuyo
patrón monetario fue la plata. Sin embargo, a partir de 1252, surgieron con regularidad
las monedas de oro: los dineros genoveses, los florines florentinos, los escudos
franceses y los ducados venecianos, entre otras.

Desde entonces, el problema del cambio pasó a un primer plano, en el que influyeron
fundamentalmente cuatro factores, a saber: a) la coexistencia de dos patrones
monetarios, oro y plata; b) el precio de los metales preciosos, en el que incidieron la
oferta y la demanda, tanto como la especulación de los proveedores; c) la actuación de
las autoridades políticas, quienes a través de reconversiones, devaluaciones, etc.,
generaron riesgos que los mercaderes no estaban en condiciones de prever y; d) las
variaciones estacionales del mercado de la plata.

La contabilidad se adecuó a los adelantos experimentados por la actividad comercial,


tornándose más simple y eficaz. Los libros contables más usuales eran los de sucursales,
de compras, de ventas, de obreros a domicilio, y sobre todo, el “libro secreto”, en el que
se asentaba la información crítica de la compañía. Se extendió la costumbre de
establecer el presupuesto y, hacia fines del siglo XV, Fray Luca Paccioli, introdujo los
rudimentos de la partida doble.

Además de los mercaderes propiamente dichos, podemos encontrar a otros personajes


que se ocuparon de asuntos financieros: los lombardos y los cambistas. Los primeros
eran prestamistas a corto plazo, orientados al consumo personal y fuertemente usurarios,
a cuyos clientes –por lo general de condición social baja- tomaban prendas personales
como garantía. Los cambistas tenían su puesto al aire libre y, además de las funciones
tradicionales de cambiar y proveer moneda, desempeñaban otras que los convertían en
virtuales banqueros. Entre ellas, la aceptación de depósitos, reinversiones para
préstamos, adelantos, inversiones, transferencias de fondos, etc. Encontramos a los
cambistas en la cima de la jerarquía social.

Para finalizar el tratamiento de este primer apartado, abordaremos la pregunta en torno a


la cual suelen debatir los especialistas de este período, en el sentido si habría sido el
mercader medieval un capitalista. Al respecto, entendemos que no obstante ser la
economía medieval europea fundamentalmente rural, tanto por la masa de dinero que
manejaba, por lo extenso del marco geográfico y económico dentro del cual
desarrollaba su actividad, por los métodos comerciales y financieros que empleaba, el
mercader medieval era efectivamente un capitalista, todo lo cual se veía corroborado
por su estilo de vida, por su espíritu y por el sitio que ocupaba en la jerarquía social.
EL ROL SOCIAL DEL MERCADER:

Es indudable que el poderío económico logrado por los mercaderes está estrechamente
ligado al desarrollo de las ciudades. Por ello, hemos de analizar en las líneas que siguen,
con poder de síntesis, las relaciones que mantuvieron con los restantes estamentos
sociales y, fundamentalmente, con la Iglesia.

Comenzaremos por analizar sus relaciones con los nobles, adelantando la impresión de
que habría existido una coincidencia de intereses entre ambos estamentos. Los nobles
acudieron a los mercaderes en procura de recursos financieros, atento al debilitamiento
de la economía rural. Los mercaderes, embarcados en franco proceso de ascenso
económico, precisaron del prestigio y del lustre social que sólo se desprendía del status
nobiliario. Los medios de que se valieron para acceder al mismo fueron múltiples y
variados. Así, por ejemplo, a través de matrimonios, compras de tierras o ingreso a la
función pública. Esta coincidencia de intereses, habría traído como consecuencia un
ennoblecimiento de los mercaderes, simultáneo a un aburguesamiento de los nobles, lo
que habría derivado en un estamento diferenciado al que suele denominarse patriciado
urbano.

Las relaciones con los sectores populares urbanos, no habrían sido tan claras y
apacibles. En realidad, se trataba de dos mundos enfrentados. Uno, compuesto por los
pequeños comerciantes y los artesanos, celosamente regulado por las leyes morales de
la Iglesia y por las normas jurídicas de la ciudad. El otro, compuesto por los grandes
mercaderes y banqueros, orientados mayormente al comercio internacional y que,
sujetos teóricamente a idéntico ordenamiento jurídico que sus antagonistas, tuvieron no
obstante infinitas maneras de obviarlo cuando el mismo estorbaba el logro de sus
objetivos. Era común que los primeros se encontraran endeudados respecto de los
segundos, lo que generaba permanentes fricciones.

En lo que hace a las relaciones con los campesinos, primero se dio una fase de
coincidencia de intereses, dado a que los campesinos necesitaban de los mercaderes
para lograr emanciparse de la servidumbre de la gleba. Por su parte, los mercaderes, a la
par que debilitaban el poderío de la nobleza feudal, conseguían para sí mano de obra
barata. Evidentemente, éstos saldrán gananciosos mientras que aquéllos simplemente
cambiarán de amo, toda vez que a la libertad personal que han recuperado, sobreviene
una dependencia económica respecto de los mercaderes.

El patriciado urbano, al que nos hemos referido al comienzo de este apartado, pronto se
hizo con el control político de las ciudades, habiendo sido las notas distintivas de tal
dominio el fraude fiscal y la malversación del erario público. También se desataron las
luchas internas, por competencias de negocios o de prestigio y, en este contexto,
operaban las alianzas que algunos patricios realizaban con los sectores populares,
tendientes a desplazar a algún competidor. La lucha entre familias y clanes burgueses
ocupará un importante espacio durante la Baja Edad Media.

La vinculación de los mercaderes con los príncipes y soberanos reviste crucial


importancia a la hora de establecer la transición a los tiempos modernos, pues mediante
la provisión de servicios económicos y financieros brindaban a los soberanos el soporte
material para hacer posible su cometido eminentemente político. Téngase en cuenta que
las campañas políticas y especialmente militares que promovían los príncipes, hacían
necesaria la movilización de grandes masas de recursos que sólo podían ser provistos
por los mercaderes y banqueros. El gran ejemplo de lo que venimos mencionando serían
las Cruzadas.

Por su parte, los cuantiosos ingresos que recibían las arcas vaticanas también daban
lugar a importantes negocios, en este caso por intermedio de la banca de los Médicis,
quienes actuaban como agentes financieros del papado y al mismo tiempo se valían de
sus recursos para impulsar el desarrollo de sus propias actividades comerciales. El
móvil de esta interacción con el poder político era, para el mercader, la búsqueda de
poder y de prestigio.

Por último, cabe analizar brevemente la actitud asumida por la Iglesia hacia los
mercaderes, la cual fue evolucionando desde una condena prácticamente absoluta,
pasando por la tolerancia hasta terminar en una virtual reivindicación de éstos. ¿A qué
obedecería este cambio de su postura inicial? No estamos en condiciones de responder
de modo unívoco y taxativo, sin embargo podemos adelantar algunas hipótesis. Así,
podría haber sido consecuencia de la adecuación eclesiástica a los cambios registrados
en el campo económico, o a la impotencia de la Iglesia para impedir el auge de la
actividad mercantil, sin que falten los que imputan a la institución una velada
complicidad con ellos.

En efecto, la Iglesia comenzó condenando a los mercaderes. Así, afirmó en el derecho


canónico que éstos difícilmente podían agradar a Dios, y que era muy difícil no pecar
cuando se ejercía la profesión de comprar y de vender. El principal motivo de condena,
radicaba en el móvil del comercio, es decir, el lucro, el cual desembocaba
inevitablemente en el pecado de codicia. La Iglesia se oponía al préstamo a interés, al
que consideraba usura, por entender que iba en contra tanto de la enseñanza de las
Sagradas Escrituras como de la doctrina aristotélica.

A propósito de ello, consideraba que el prestamista al prestar no estaba trabajando, ni


creando ni transformando ninguna materia u objeto por lo que simplemente se estaba
aprovechando del trabajo ajeno, es decir, de aquel a quien prestaba dinero. A colación
de esto, debe tenerse en cuenta que la doctrina eclesiástica se había formado a partir del
medio rural y artesanal judío, motivo por el cual sólo admitía como fuente legítima de
ganancia o riqueza al trabajo creador.

La Iglesia también exteriorizó su ira contra los mercaderes, dado que éstos por lo
general no respetaban la prohibición eclesiástica de comerciar con los infieles. Ello
pudo apreciarse especialmente durante las Cruzadas. Por ejemplo, la Iglesia prohibía la
venta de esclavos al Islam y, sin embargo, era éste uno de los tráficos más lucrativos
para los mercaderes cristianos durante el Medioevo.

No obstante, el cambio operado en la postura eclesiástica comenzó a hacerse evidente a


partir del siglo XI, en que encontramos en los manuales de confesores dispensas a la
observancia de festividades religiosas para los mercaderes, en razón de su actividad. Así
también, el concilio de Letrán de 1179 incluyó a los mercaderes en la lista de los que
merecen la protección divina. Los argumentos que contribuirán a la reivindicación de su
profesión, pasaban por los riesgos que corría al prestar dinero a otros, el trabajo que
significaba su ejercicio profesional y, por último, el carácter de utilidad pública que su
tarea revestiría. De esta manera, previa bendición divina, el mercader pasaba a ser
reconocido como miembro importante de la comunidad cristiana.

La ética mercantil, por su parte, prescribía como virtudes la prudencia, la desconfianza


hacia el prójimo y el secreto. La religiosidad del mercader se manifestaba en que, por
ejemplo, todas sus actividades se situaban siempre bajo la advocación divina. Los
estatutos de las corporaciones mercantiles se hacían eco de las inquietudes religiosas de
sus miembros. Pero, cuando más se ejercitaba la religiosidad era a través de la
beneficencia y, sobre todo, mediante la penitencia final. En efecto, el temor a la condena
eterna parece haber sido particularmente intenso entre los miembros de su clase y así,
no eran pocos los que ante la muerte o el retiro, realizaban restituciones de lo percibido
indebidamente, donaciones a los pobres y a la Iglesia. Muchos de ellos inclusive,
ingresaban a órdenes monásticas. En otros casos, ha podido constatarse la participación
de mercaderes en los movimientos heréticos surgidos en el seno del cristianismo
medieval.

Coincidente con la revolución comercial es el cambio de actitud eclesiástica hacia los


mercaderes. La Iglesia recurre al apoyo de éstos en su lucha contra los feudales y contra
el emperador. A cambio del apoyo recibido, la Iglesia les brinda la rehabilitación moral;
pero allí no termina todo pues ella misma acaba participando del movimiento del
comercio y de los negocios. Ya mencionamos la relación del papado con los Médicis
que, entre otros negocios da lugar al famoso trust del alumbre en el siglo XV.
Asimismo, pese a las anatemas que pesaban sobre la usura, en especial tratándose del
clero, durante la Alta Edad Media muchos monasterios funcionaron como
establecimientos de crédito y así, por ejemplo, la orden de los Templarios fue durante el
siglo XIII en uno de los mayores bancos de la cristiandad. De esta manera, la Iglesia
habría efectuado un viraje político pasando del pacto con el feudalismo al compromiso
con el capitalismo.

No hay que olvidar en el análisis de este período, que ya estaban presentes los primeros
síntomas de laicización que anunciaban el Renacimiento de los siglos XV y XVI,
gestándose así la transición a los tiempos modernos.

Sin perjuicio de lo dicho hasta aquí, los vaivenes de la economía empujaron a no pocos
burgueses enriquecidos a través del gran comercio y de la banca, a invertir sus
ganancias en bienes raíces, transformándose así de mercaderes activos a rentistas.

LA INFLUENCIA EN EL PROCESO DE SECULARIZACION DE LA


CULTURA:

Durante la Alta Edad Media fue evidente el monopolio cultural que ejercía la Iglesia
medieval y, si bien durante la Baja Edad Media el mismo perdurará, junto a ella
comenzaron a aparecer las primeras manifestaciones de una cultura laica, es decir, no
eclesiástica, en cuya gestación mucho tuvieron que ver los mercaderes.

En efecto, el mercader desempeñó una importante contribución al nacimiento y


desarrollo de una cultura laica. Ello obedecía a que él necesitaba conocimientos técnicos
para sus negocios y que, por su mentalidad e idiosincrasia, tendía hacia lo
eminentemente utilitario. Pudo hacer realidad estas aspiraciones gracias a sus medios
económicos, como así también a su poder social y político.
En el siglo XII, junto a las escuelas religiosas encontraremos escuelas primarias laicas,
sostenidas muchas veces por las comunas. La Iglesia mantuvo el monopolio de la
enseñanza secundaria y superior. La influencia mercantil en la educación propició el
progreso de la escritura, que se volvió más clara y ágil como lo requerían las
necesidades del comercio. También la aritmética, destacándose el uso del ábaco y del
tablero, especie de tatarabuelo de las modernas calculadoras. Aparecieron los primeros
manuales de aritmética. La geografía progresó a partir de las escuelas cartográficas
genovesas y catalanas, las cuales produjeron mapas y cartas de navegación.

Se extendió el uso de las lenguas romances o vulgares, que sustituyeron al latín para los
usos cotidianos. Este quedó relegado a los ámbitos del foro, la religión y la cultura. Al
principio, el francés fue el idioma del comercio en Occidente, debido a la importancia
de las ferias de Champagne. Luego, el italiano ocupará un lugar preponderante y el bajo
alemán en la órbita de las ciudades hanseáticas. El estudio de la historia fue
revalorizado por la clase mercantil, la cual le servía tanto para enaltecer a su ciudad
como para resaltar el papel que en ella desempeñaba. También, le era útil para
comprender los acontecimientos que brindaban el marco contextual a su actividad en la
que ella misma era protagonista. Así, por ejemplo, la historiografía florentina en el siglo
XIV era monopolizada por los hombres de negocios, siendo que hasta ese momento los
cronistas medievales se habían ocupado mayormente de hechos políticos y sobre todo
religiosos; ahora, junto a ellos, aparecían historiadores interesados en los aspectos
económicos.

Naturalmente, a la par del progreso registrado por la ciencia secular ocurrió el adelanto
en la teoría comercial, cuya esencia podemos extraer de los manuales de comercio
publicados, que se ocupan de enumerar y describir las mercancías, los pesos y medidas,
las monedas, las tarifas aduaneras, los itinerarios, etc. También aportaban fórmulas de
cálculo y calendarios perpetuos; describían los procedimientos químicos que permitían
la constitución de aleaciones, de las materias tintóreas y medicinales; aconsejaban sobre
las mejores formas de evadir al fisco y otras recomendaciones por el estilo.

De esta manera, se fue perfilando nítidamente una divisoria de aguas entre el universo
cultural impuesto por la Iglesia y el nuevo modelo inducido por la revolución comercial
que iba, evidentemente, por caminos diferentes a los de la Iglesia. En efecto, mientras
ésta se interesaba en los conocimientos teóricos y generales, el nuevo esquema laico
priorizaba los conocimientos técnicos profesionales. También, a diferencia del mundo
religioso que ponía el acento en lo universal, el mercader estaba atento a la diversidad y
buscaba lo concreto, lo material, lo mensurable.

El proceso de laicización de la cultura trajo aparejada la racionalización de la existencia,


que dejará de estar determinada por la religión. Un claro ejemplo de ello lo encontramos
en la generalización del reloj mecánico hacia el siglo XIV, dado a que hasta entonces,
los horarios piadosos, indicados por el campanario de la parroquia, servían como
referencia para todas las actividades. A partir de entonces, la hora de la gente dejará de
estar marcada por la campana de la Iglesia y pasará a estarlo por el reloj municipal
laico. Dicho en otras palabras, la hora de los religiosos será reemplazada por la hora de
los hombres de negocios.

La acción de los mercaderes sobre la cultura se observaba también en la obra de los


mecenas, protectores de artistas y de sabios. Obviamente, este apoyo al arte no era
desinteresado sin todo lo contrario, ya que al fomentarlo se aseguraban el control sobre
el mismo dada la influencia poderosa que ejercía sobre el pueblo. Por otra parte, a través
de las obras de arte daban a las clases populares objetos que admirar, con que
entretenerse y así evitaban que se entrometieran en la política o se detuviesen a
reflexionar sobre su condición social.

La acción del mecenazgo también se explicaría como una forma de reactivar a través del
turismo la economía de la ciudad, muchas veces deprimida por las crisis. Las artes
menores, tales como la orfebrería, la gastronomía y sobre todo la indumentaria,
adquirieron gran desarrollo debido a la búsqueda de lujo que animó a los nuevos ricos,
para horror de la Iglesia y de los moralistas de turno. Naturalmente, todo esto repercutió
fuertemente en el comercio.

Por último, cabe añadir que el gusto de los mercaderes no se caracterizó por ser muy
original. Consecuente con su condición de nuevos ricos, acabaron por copiar el gusto de
las clases dominantes tradicionales, con quienes se complacían en asimilarse. Así, el
arte les ofrecería un atajo para acortar las distancias que los separaban de la vieja
aristocracia, es decir, de la nobleza y de la Iglesia.

CONCLUSION:

En las líneas precedentes, intentamos trazar a grandes rasgos la evolución que


experimentó la profesión mercantil a lo largo de la Edad Media en el Occidente
europeo. Mencionamos cómo en un primer momento, su actividad presenta el carácter
de itinerante debido a las especiales condiciones existentes en ese ámbito geográfico
durante los primeros siglos del Medioevo, caracterizados por el repliegue en el campo y
el predominio de la nobleza territorial. Luego, restablecida que fuera la seguridad en el
continente como consecuencia del cese de las invasiones, la vida urbana comenzó a
renacer y con ella la actividad comercial, propiciando así que el mercader se
transformara en sedentario.

Igual de azaroso fue el camino recorrido por el mercader medieval para posicionarse
socialmente, sin que quedara uno solo de los restantes estamentos que componían el
espectro social medieval sin involucrarse de una o de otra manera con él. No obstante, a
través de transacciones, de identificar coincidencias de intereses, de establecer alianzas
a través del matrimonio, la compra de tierras y otras por el estilo, el mercader logró
ascender en la pirámide social de su época, logrando asimismo que los principales
factores de poder vieran en él a un interlocutor digno de ser tenido en cuenta.

Así, llegamos al aspecto más importante que nos proponíamos resaltar que fue el
impulso y los aportes realizados por el mercader medieval al proceso de secularización
de la cultura, al punto de darnos pie para afirmar que terminó convirtiéndose en un
genuino agente del cambio histórico y, sin que ello signifique ignorar el legado cultural
dejado por la Iglesia medieval, nos ha importado poner de manifiesto aquel que ayudó a
formar la clase mercantil que no fue, indudablemente, nada desdeñable.

Bibliografía Consultada:

• CANTERA MONTENEGRO,Enrique (1997). La agricultura en la Edad Media. Arco,


Madrid.
• LE GOFF,Jacques. “Mercaderes y Banqueros de la Edad Media”. Barcelona, Oikos-
tau, 1991.
• MARTIN MERINO,Miguel. “Historia del Comercio Internacional”. Asunción, ESAE,
1986.
• McNALL BURNS,Edward (1983). Civilizaciones de Occidente. Siglo XX, Buenos
Aires.
• PIRENNE, Henri (1994). Historia Económica y Social de la Edad Media. Fondo de
Cultura Económica, México. 20ª reimpresión.

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