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Introducción.
Conclusión.
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En Romanos 10:14, leemos estas palabras escritas por el apóstol Pablo:
«...a los que de antemano conoció también los predestinó. Y a los que
predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó, y
a los que justificó, a éstos también glorificó».
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influir en la vida de otros mediante la distribución de
buena literatura cristiana. Pero...
¿Cómo venderán aquello que no
conocen. ¿Y cómo
conocerán si primero no lo
examinan. ¿Y cómo lo
examinarán si no saben cómo hacerlo?
¿Y cómo sabrán haberlo si no se
preparan para ello?
Por tanto, en la venta intervienen siempre dos personas: un cliente con unas
necesidades y un vendedor, que ofrece unos productos para llenar estas
necesidades. El cliente nunca compra aquello que ve en en la vidriera, en la
estantería o lo que el vendedor le ofrece, a menos que se convenza de que aporta
una satisfacción a sus necesidades.
Y demostrar las cualidades y ventajas del producto para llenar esas necesidades a
cada cliente es la misión del vendedor. Cuando un vendedor no tiene ventajas que
demostrar o cualidades que destacar en los productos que ofrece o en el lenguaje
con que los describe es incoherente, y si no llega al comprador, difícilmente hay
venta. Y como es de suponer, para poder describir y demostrar las ventajas de lo
que ofrece, el factor básico y fundamental es que el vendedor tenga buen
conocimiento del producto que ofrece.
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Se da por sentado que la misión del vendedor es vender. Y por regla general la
poca formación que se da al personal del salón de ventas de una librería -en los
pocos casos en que se les da alguna formación- va siempre más encaminada a
explicar las técnicas de venta que la naturaleza, características y ventajas del
producto que ha de vender. Esto es un grave error. El vendedor, lo primero que
necesita es conocer a fondo los productos que vende. Y más aun, los ha de
conocer desde el punto de vista de las necesidades del cliente.
Como hemos dicho antes, los clientes compran para satisfacer unas necesidades;
unas necesidades que, se supone, ha de satisfacer el producto que le ofrecemos.
Por tanto, el vendedor debe conocerlo de la manera más amplia que le sea
posible.
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- Vamos a ver, joven... Expóngame cuatro razones por las que yo he de creer que
este libro será un best-seller y se venderá entre mis clientes como «pan caliente»,
como usted dice.
El cliente que acude a la librería, acude, como hemos dicho, con unas
necesidades específicas. Y espera y exige que la persona que le atienda esté en
condiciones de proporcionarle respuestas adecuadas a esas necesidades y,
además, ajustadas a su nivel.
Esto no quiere decir que todo aquel que trabaja en una librería cristiana ha de ser
un teólogo, dominar el hebreo y el griego y tener capacidad suficiente como para
dar respuesta a cualquier pregunta que cualquier teólogo le pueda hacer. No, no
se trata de esto.
Veamos un ejemplo:
Nadie exige que, si entra en una librería un cliente y pregunta si tienen algo de los
Hugonotes, la persona que le atienda tenga que cuadrarse y, con cara de
sabiondo, contestar diciendo:
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«Los Hugonotes fue un movimiento religioso reformista que se
originó en Francia y se remonta al año 1512, época anterior a Lutero,
cuando J. Faber publicó su famoso comentario Sancti Pauli
Epistolae... cum comentaris, donde enseñaba ya la doctrina de la
justificación por la fe».
Y con cara de doctor angélico, siga diez minutos más hablando de:
Un librero cristiano, cuando alguien le pregunta, debe saber como mínimo de qué
le están hablando y qué libros recomendar. Para ello, no hace falta que sea
teólogo ni licenciado en historia. Basta con que tenga una idea general de las
cosas. En el ejemplo concreto que hemos citado, para asociar Hugonotes con
historia y no con música, hubiera bastado con que la señorita que estaba a cargo
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de la librería en cuestión se hubiera leído uno solo de los diversos libros de
historia del cristianismo que hay en la librería, pues todos ellos hablan de los
Hugonotes. Y esto mismo se aplica a la media docena de temas fundamentales en
los cuales se estructura la literatura cristiana: hermenéutica, teología, historia,
homilética, consejería, testimonio, etc.
Está claro que el conocimiento que el vendedor ha de tener sobre el producto que
vende cuanto más amplio sea mejor. Pero, en principio, digamos que, si al menos
se lee un libro de información general, sobre cada tema, no se convertirá en un
especialista, pero cuanto menos tendrá la suficiente información para no hacer el
ridículo y dirigir al cliente a la sección adecuada.
Decíamos antes que el cliente que entra en una librería entra en busca de un
producto que llene sus necesidades. Y entra esperando que alguien atienda
debidamente y le informe con amplitud respecto a la oferta del producto
disponible para llenar estas necesidades.
Por desgracia, cada día con más frecuencia, el personal de ventas de las librerías
evangélicas se comporta como se fueran empleados de un supermercado antes
que como verdaderos libreros. En lugar de vendedores, actúan como cajeros y
vigilantes, más preocupados y dedicados a cobrar y a evitar que el cliente robe
mercancía, que a investigar sus necesidades y ofrecerle los libros indicados para
llenarlas.
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supermercado, el vendedor se limita a dar información únicamente cuando el
cliente se la solicita.
Pero en una librería, la cosa es muy distinta. Los libros tienen un contenido
intelectual. Todos son diferentes entre sí. Aunque traten sobre el mismo tema,
presentan entre ellos diferencias ideológicas a veces muy sustanciales. En una
librería, el conocimiento del producto por parte del vendedor para poder dar al
cliente la atención que precisa es, pues, fundamental.
Éstas son, a grandes rasgos, las razones que demuestras la importancia que tiene
para todo vendedor y, en especial, para el que vende libros cristianos conocer el
producto que vende. Pero conocer bien el producto no es cosa fácil. Y en una
librería, todavía menos...
Cada mes, las librerías se ven inundadas por una avalancha de novedades que a
veces resulta difícil asimilar y absorber en todos los aspectos. La problemática
que esto plantea a la hora de conocer a fondo los libros disponibles en las
librerías es muy seria. Y la pretensión de que un librero sea capaz de aconsejar,
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informar y contestar a las preguntas que un cliente le haga sobre cualquiera de los
libros que hay en los estantes, cosa común y usual hace tan solo unos años,
actualmente parece más bien un sueño.
Esto hace que, como decía antes, las librerías cristianas vayan perdiendo, cada
vez más, su verdadero papel de librería para convertirse en un «autoservicio». Y
que el librero cristiano vaya abandonando poco a poco su verdadera misión de
ministro, de consejero cristiano, para convertirse en un simple «cajero».
Muchas librerías cristianas se limitan a exponer en sus estantes las novedades que
les van llegando -a veces ni tan siquiera correctamente clasificadas por temas-, y
dejan que el cliente se las arregle solo a la hora de buscar un libro. Que elija lo
que desea, que lo lleve a la caja y pague. El servicio al cliente ha desaparecido. Si
el cliente pregunta algo, a cualquier cosa que consulta, se le responde con un
frustrante: «No lo sabemos». Si el cliente pide un título que desconocen,
contestan que no existe. Si pide un título conocido pero no lo tienen en stock en
la librería, le dicen que «está agotado», tratando así de pasar la mala imagen de
su mala gestión de inventarios a la editorial. Y es que el concepto de «servicio al
cliente» ha desaparecido. La función de muchas librerías cristianas se limita al
famoso refrán español: «Esto son lentejas, si quieres las tomas y si no las dejas».
Esto es lo que hay, si quieres comprarlo, bien, y si no, pues también... Pero esta
actitud que se está convirtiendo en tendencia ni favorece la venta ni es buena para
el ministerio.
A los clientes, les tiene sin cuidado la problemática que pueda plantear al librero
la necesidad de adquirir, dentro del actual desbordamiento de títulos nuevos,
unos conocimientos mínimos sobre los libros que vende. El cliente entra en la
librería con unas necesidades específicas y exige para las mismas respuestas
adecuadas. Nuestra obligación como libreros y, lo que es más, nuestro ministerio
como libreros cristianos está en atender esas necesidades. Lo último que
queremos es frustrar a un cliente o perderlo obligándole a ir a otro lugar a causa
de nuestra incompetencia e ignorancia sobre el producto que vendemos. ¿No es
acaso verdad?
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En parte, éste es un problema que deriva del anterior. Hace treinta años, cuando
las novedades que llegaban a una librería, cada mes, sumando las de todas las
editoriales, no alcanzaban la media docena, había libreros que se leían todos los
libros que llegaban, enteros, de «tapa a tapa».
Hoy en día, esto es imposible. Ni aún dedicando a ello las veinticuatro horas del
día, conseguiríamos leer todos los libros cristianos que se publican. Y, por
desgracia, después de haber atendido todas las obligaciones técnicas y
comerciales que derivan del funcionamiento comercial de una librería, el tiempo
que queda al librero para leer no es mucho, si es que le queda alguno.
El librero no tiene necesidad de leerse todos los libros de «tapa a tapa»; a menos
que lo haga por gusto. Basta con que lea la contracubierta, el índice y -mediante
un examen somero de algunos capítulos que juzgue como más importantes-
procure hacerse una idea general del tema del libro para poder clasificarlo
adecuadamente. Y esto, créanme, no toma más de 10 a 15 minutos por título.
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Faltan verdaderos vendedores de libros, hombres y mujeres conocedores del
producto y de las necesidades del cliente. Capaces, cuando un cliente les pide un
libro sobre un tema, de ofrecerle sobre el mismo tema tres o cuatro más,
demostrándole las ventajas que tiene cada uno a la hora de contrastar opiniones y
la importancia de que se quede, no con uno, sino a ser posible con varios.
Hombres y mujeres capacitados, si no de contestar a cualquier pregunta
teológica, cuanto menos, para encontrar el libro que el cliente busca y ofrecerle
una variedad donde pueda encontrar la respuesta a sus preguntas.
Por ello, vista la importancia que tiene para el que trabaja en una librería conocer
bien el producto y, planteadas las dificultades para conseguirlo, hablaremos a
continuación de los métodos...
Examinar la avalancha de libros que llegan cada mes a las librerías y tratar de
conocerlos un poco mejor para ofrecerlos de manera más profesional y más
adecuada al cliente, debemos reconocerlo, es una tarea difícil, pero no imposible.
Los factores que intervienen son complejos, pero no insuperables si se pone la
voluntad necesaria y se cultivan los elementos necesarios para conseguirlo.
Veamos algunos de ellos...
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La literatura cristiana no es una «industria»: es parte del Reino de Dios. La librería
cristiana no es un negocio, es un ministerio. El vendedor de libros cristianos, no
es simplemente eso, un «vendedor»: es un misionero. El libro cristiano no es
únicamente «mercancía» para la venta: es un instrumento portador de unos
valores eternos. Quien trabaja en su producción y distribución ha de ser
consciente de este hecho y actuar en consecuencia. Para el escritor, para el editor
y el librero cristiano, los libros no son meramente un instrumento para ganarse
la vida: son y han de ser su vida.
Quien vende libros en una librería cristiana se enfrenta a todo tipo de preguntas
sobre los temas más diversos. Y en cierto modo, ha de poder contestarlas todas.
No con exactitud y detalle; pero sí debe saber, cuanto menos, de qué le están
hablando y poder ofrecer de este modo el libro adecuado a cada necesidad. Ha
de tener una idea general sobre los temas fundamentales de la fe y de la teología
cristiana.
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b) Pero no basta con la formación teológica. Aunque es muy importante, no lo es
todo. Vender es una técnica y el que se dedica a la venta, aunque sea de libros
cristianos, precisa también de una formación técnica. Lamentablemente, el
material técnico disponible es español para la administración de librerías y la
formación de vendedores de literatura cristiana es muy poco. En este sentido, me
enorgullece poder decir que, hasta el momento, CLIE ha sido la editorial que ha
hecho el mayor esfuerzo en este sentido, desde la perspectiva del material
impreso. Con todo, poco a poco, la cosa está cambiando. Han surgido
excelentes revistas profesionales como Mercado cristiano. Hay un despertar en
los distintos países entre los libreros y distribuidores para organizar asociaciones,
convenciones, conferencias, exposiciones y charlas dedicadas básicamente a la
formación del personal de las librerías. Y esto es verdaderamente animador.
Toda librería cristiana debería dedicar no menos de unas horas a la semana a una
charla de formación del personal de ventas dedicada a que conozcan mejor el
producto. Estas sesiones deben llevarse a cabo fuera de los horarios de venta, a
fin de evitar interrupciones en la atención a los clientes, bien sea antes de abrir la
librería o después de cerrarla. Ya les he dicho que quien trabaja en una librería
cristiana debe tener mayor disposición al sacrificio y estar dispuesto a un mayor
esfuerzo que quien trabaja en un negocio secular.
Estas charlas dedicadas al conocimiento del producto deben estar dirigidas por el
Director de Compras o, en su defecto, por el Gerente o una persona
suficientemente capacitada en el conocimiento de los libros. Y cada sesión debe
cubrir estos cuatro objetivos:
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que temas tocan y cómo recomendarlas a los clientes. Una novedad
nunca debería colocarse en el estante o en la vitrina sin que antes haya
sido objeto de su correspondiente presentación al personal de ventas.
No obstante, hay que evitar por todos los medios que las reuniones dedicadas a
mejorar el conocimiento del producto deriven en un debate de otros temas de
administración de la librería. Si hay otros problemas, deben discutirse en una
reunión aparte. El conocimiento del producto es tan importante que merece una
dedicación exclusiva.
Es bueno preparar unos tests tanto orales como escritos para comprobar hasta
qué punto el personal esta asimilando la materia, en los que se puede formular una
serie de preguntas y ver cómo cada empleado las responde y qué libros
recomienda.
Conozco una librería en México que cada semana organiza una de estas sesiones,
utilizando el siguiente sistema: el Gerente asigna a un empleado, rotativamente, la
tarea de leerse un libro sobre un tema para que haga una exposición sobre el
contenido del libro y sus ventajas ante los demás empleados. El éxito alcanzado
en el nivel de atención al cliente y el incremento en la venta han sido
extraordinarios.
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Los métodos a seguir pueden ser diversos. Pero una cosa es segura: el tiempo
que una librería dedique en formar a su personal de ventas para un mejor
conocimiento del producto es una de las mejores inversiones que pueda hacer. El
coste en tiempo volverá multiplicado por diez en atención al cliente y en aumento
de las ventas.
Sin embargo, hay que decir que de poco vale al vendedor conocer bien el
producto si, en el momento de buscar en los estantes un libro determinado para
suplir una necesidad de un cliente, no sabe dónde buscarlo o no está en su lugar.
Por ello, otro punto vital es la organización.
Con todo, cuando visito una librería y veo que, cuanto menos, los libros están
clasificados más o menos por secciones temáticas, me siento feliz. He visto
casos aberrantes; librerías en las que los libros están clasificados por orden
alfabético, otras en las que están agrupados según la editorial, incluso he visto
alguna donde los libros se colocan por tamaños o por los colores de la cubierta.
Con ello, las posibilidades de buscar un libro sobre un tema determinado y
encontrarlo con facilidad es cero. Es como si en los pasillos de un supermercado
clasificaran los productos alfabéticamente y colocaran el azúcar junto con las
alpargatas simplemente porque ambos empiezan por la letra «A». O según el
fabricante, y situaran los pianos junto a las motocicletas, unos al lado de las otras,
porque el fabricante es el mismo Yamaha.
Es triste, a veces, ver cómo un cliente entra en una librería cristiana con el
propósito de adquirir un libro sobre un tema determinado y tiene que recorrer
todos los estantes buscando por el tacto -como diría Pablo -, como si «tal vez
palpando lo hallare» (Hch. 17:27). Puede que alguien diga, socarronamente, que
es una forma de conseguir que el cliente examine todos los libros que hay en la
librería, pero, decididamente esto no puede considerarse un buen servicio al
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cliente y lo más probable es que si el cliente encuentra otra librería donde las
cosas estén mejor clasificadas y donde le den mejor servicio, se irá y acabaremos
perdiéndole.
La librería tiene que estar clasificada por temas, en la forma más amplia, detallada
y concreta que sea posible, dependiendo del inventario y espacio disponible.
Afortunadamente ya casi todas las editoriales imprimen en los libros algún tipo de
clasificación temática al objeto de orientar al librero sobre cómo clasificar el libro.
El esfuerzo inicial que pueda significar para una librería clasificar los libros por el
sistema se compensa con creces, a corto plazo, por el buen servicio que se
ofrece al cliente y, a medio plazo, con mayores ventas. Algunas librerías que lo
han hecho y lo han entrado en la computadora están cosechando excelentes
resultados. Cuando un cliente entra y quiere un libro sobre un tema, no tiene más
que escribir en la computadora el tema, e inmediatamente salen en pantalla todos
los libros de todas las editoriales sobre este tema. Éste es el mejor servicio que se
puede dar a un cliente.
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No todos tenemos las mismas habilidades, no todos compartimos las mismas
aficiones, ni nos han sido conferidos por el Señor los mismos dones. Por esto es
conveniente, siempre que se pueda, recurrir a la especialización.
Por desgracia, esto, a veces se hace difícil. La mayor parte de las librerías
cristianas son pequeñas y de carácter familiar. En este caso, el propietario, su
esposa y su familia han de multiplicarse por diez, entender de todo y estar en
todas partes.
Pero hay otras librerías más grandes, en las que trabajan varios empleados
atendiendo al público. En estos casos, el Gerente debe fomentar la
especialización. Averiguar las habilidades y preferencias de cada uno y ponerlo a
cargo de la sección o departamento más acorde con sus intereses.
Quién siente pasión por los libros de teología y quiere aprender hebreo y griego
se asfixiará y se frustrará si lo ponen a vender marcadores, lápices y llaveros.
5. Experiencia.
La sabiduría y el sexto sentido que se adquiere con los años de profesión como
librero, de dedicación día tras día al ministerio de la literatura, de tratar con los
clientes, de vivir rodeado de libros, de aprender a quererlos y a moverlos, es la
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mejor de las escuelas... Nada hay en el mundo, ningún taller, ningún curso de
formación, ninguna escuela, ninguna universidad que pueda superar o reemplazar
a la experiencia.
¿Qué sacamos del esfuerzo y del coste material que implica aplicar los métodos y
técnicas que hemos expuesto encaminados a que el personal de una librería
conozca mejor el producto que esta vendiendo?
Los expertos en marketing han demostrado que los comentarios hechos por los
clientes boca a boca, explicando su experiencia de compra y dando fe del buen
servicio que han recibido, es la mejor publicidad. El cliente que ha experimentado
un trato agradable y eficiente por parte de un vendedor que conoce el producto y
pudo aconsejarle adecuadamente, lo más seguro es que contará su experiencia a
otros. El prestigio es algo precioso, tan lento y difícil de lograr como fácil de
perder; cuesta toda una vida conseguirlo y tan solo un fallo de un instante para
perderlo. Hay que cuidarlo como a un tesoro...
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Según los expertos, las razones que demuestran que conocer el producto
redunda en un incremento en las ventas son múltiples:
No quiero decir con ello que la seguridad que proporciona el conocimiento del
producto deba utilizarla el vendedor para hacer gala de sus conocimientos. Ya
hemos dicho que el vendedor nunca debe apabullar al cliente y hacerle sentir
inferior. La regla de oro del buen vendedor es «saber mucho y hablar lo
necesario». Pero eso no debe ser un justificante de la ignorancia, sino mas bien
una invitación a la prudencia.
Lo que está muy claro es que si cuando alguien entra en nuestra librería a
comprar un libro determinado, estamos en condiciones de recomendarle y
ofrecerle otros títulos del mismo autor o relacionados con el mismo tema, las
probabilidades de que este cliente acabe comprando más de un libro son muchas.
Y que si alguien nos hace una consulta por teléfono y somos capaces de
contestarle con seguridad, mostrando un conocimiento a fondo del producto y
del tema consultado, hay muchas probabilidades de que tal persona adquiera
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confianza, acabe por visitar nuestra librería y se convierta en cliente; y con ello
nuestras ventas se incrementen...
3. Eficacia en el ministerio.
Jamás deberíamos perder de vista que, por encima de todo, nuestra misión no es
la de mover muchos libros para sacar de ello un provecho material a través de un
beneficio económico. Nuestra misión va mas allá. Consiste en influir en la vida de
las personas.
El galardón del librero cristiano, y su trofeo más preciado, no son las placas
colgadas en su despacho que puedan otorgarle y concederle las editoriales por su
volumen de ventas espectacular. El verdadero galardón y el mejor trofeo de un
librero cristiano son las historias que puede contar sobre las muchas vidas que
han sido transformadas a través de su ministerio, de su contacto personal con los
clientes y del impacto que en ellos han causado los libros que ha vendido en su
librería.
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reputación crecerá y nuestras ventas irán en aumento. Pero lo más importante es
que nuestro ministerio se hará mucho mas eficaz; y Dios lo utilizará para influir y
transformar muchas vidas para la gloria de su Nombre y el crecimiento del
Cuerpo de Cristo en nuestra comunidad.
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