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Jean Heidmann
En el plano teórico, sabemos ahora cómo pueden formarse los planetas. Hay que
remontarse al proceso de formación de las estrellas a partir del medio inicial
gaseoso. Las simulaciones por ordenador nos permiten pensar que en este caso
pueden formarse sistemas planetarios: los jirones gaseosos residuales se
condensan en planetas alrededor de la estrella. Si se adopta esta perspectiva,
resulta muy verosímil la existencia dc otros sistemas planetarios distintos del
nuestro, ya que el Sol es una estrella muy común, de un modelo muy corriente, y
presenta planetas a su vez.
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resulte animado de un pequeño movimiento de oscilación que compensa la
revolucí6n de Júpiter. Este sistema Sol-Júpiter se desplaza a su vez por el espacio
interestelar alrededor del centro de nuestra galaxia, dando una vuelta en 250
millones de años Imaginemos por tanto un observador situado en un estrella
próxima: verá que el Sol, en lugar de describir un círculo liso, oscila ligeramente de
un lado a otro de ese círculo. Si dicho observador llegara medir esa oscilación,
tendría la prueba de que existe un planeta en torno al Sol.
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desconcertante, la realización técnica resultó extremadamente delicada y exigió
años de esfuerzos.
La detección de planetas del tipo Tierra permanecerá durante unos años todavía
como una cuestión abierta. Se reducirá a una extrapolación. a partir del estudio de
planetas más masivos como Júpiter -si es posible localizarlos-, hacia planetas más
ligeros.
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El satélite Iras, construido conjuntamente por la NASA y por Holanda, tenía por
misión estudiar el cielo por medio de un barrido completo y preciso en la banda del
infrarrojo. Fue necesario proceder a calibrar los instrumentos de a bordo y se eligió
la estrella Beta de la constelación del Pintor, Beta Pictoris, para llevar a cabo ese
calibrado: una estrella muy conocida, estable desde hace siglos. Pues bien, se
comprobó con sorpresa que presentaba una radiación infrarroja superior a la que
debería haber tenido. Y así fue como, para explicar esta anomalía, se descubrió la
existencia alrededor de Beta Pictoris de un disco ecuatorial de polvo y gas visto de
perfil. Con un diámetro comparable al del sistema solar, el disco, cuya masa es
semejante a la de Júpiter, se encuentra en rotación en torno al astro y puede ser
considerado como un disco protoplanetario. Dato importante: el diámetro de los
granos de polvo mide varias micras, contrariamente a los granos de polvo
interestelar, cuyos diámetros rondan la décima de micra. Se piensa por tanto que
esas partículas, que contendrían una parte de hielo claro y de roca oscura, serían
residuos de cometas que habrían colisionado. ¡Poderoso estímulo para aquellos
que defienden las teorías nebulares de la formación de los planetas!
Posteriormente se han descubierto una decena de estrellas provistas de discos del
mismo tipo. Seamos prudentes: estos descubrimientos son hechos interesantes,
pero no pruebas de la existencia de sistemas planetarios en sentido estricto. Hay
solamente indicios de que podría tratarse de sistemas planetarios en formación.
¿Qué fruto darán los medios «exóticos» ideados por algunos en la actualidad para
hacer avanzar esta investigación? ¿Las lentes gravitatorias, por ejemplo, que
amplifican las imágenes de los quasars situados detrás de las galaxias? Por
fascinantes que resulten tales perspectivas, siguen siendo -todo hay que decirlo
excesivamente teóricas.