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Bloc 1. I jo?

Religió 1r Batxillerat

¿Qué es la libertad hoy? Articles extrets de la Revista de


pensament y cultura El Ciervo.N.699. Juny 2009

Una voluntad interior muy difícil de conseguir


Francesc Romeu

La mejor definición sobre la libertad que recuerdo haber oído jamás es una que dice
que “ser libre no es hacer lo que a uno le dé la gana sino no estar obligado a hacer
aquello a lo que los demás te obliguen”. Según esta definición, la libertad no sería
tanto un derecho puramente individual sino el primero de los derechos de una
persona que vive dentro de un colectivo libre. Dicho de otra manera: me interesa ser
libre de los demás y también dejar a los demás libres. ¿De qué me sirve a mi ser libre
si a mi alrededor todo son cadenas? (En este sentido la libertad y la felicidad irían
muy unidas.) Por eso siempre me ha gustado más la lucha por las libertades
colectivas que la reivindicación de las propias libertades individuales.
A partir de esta definición existen unas libertades externas, políticas y sociales, que
algunos aún recordamos haber recuperado muy recientemente en nuestro país y que
echamos de menos en muchos otros; pero también existen unas libertades internas
mucho más complejas y difíciles de defender. Me refiero, por ejemplo, a la libertad de
conciencia, que hoy se utiliza para reivindicar la desobediencia externa a una
obligación pública, pero que yo creo que se juega mucho más en el interior de la
personas. No es nada fácil tener una conciencia libre de toda influencia externa y que
nos ayude siempre a discernir nuestros actos.

En primer lugar, la libertad no excluye, sino incluye, tener una conciencia muy bien
formada e informada. Esto nos pide más tiempo del que nos imaginamos y algunos
sucumben en el intento y prefieren vivir con menos formación e información. Incluso
bajo la excusa que así, con “menos”, se vive “más” feliz. ¿No sería esto pactar con
una esclavitud de conveniencia?

En segundo lugar, la libertad implica la voluntad de correr el riesgo de tener que


decidir. Esto nos da mucho miedo (cuánta razón tenía Erich Frömm en su famoso libro
El miedo a la libertad). Por eso no es nada extraño encontrarnos con adultos, bien
entrados ya en años, que aun viven una perenne adolescencia (hoy idolatrada), y
procuran evitar toda decisión en la vida y delegan todas sus disposiciones importantes
en los demás. Hacerse mayor, madurar, es tomar decisiones. Todo esto, como digo,
se juega mucho más en el interior de las personas que en su exterior.

Por eso, finalmente, y en tercer lugar, hemos de defender ese “sagrario de la


conciencia” interior desde el que se han de tomar libremente las decisiones exteriores.
Si ese sagrario permanece inviolado no me importa recortar mis libertades externas
por eso de que “mi libertad empieza donde termina la de los demás”. En mi interior
me siento libre y en mi exterior condicionado por una vida pública. Lo contrario: libre
exteriormente y condicionado interiormente, no es vida. Pero veo mucha gente que
vive así.
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Saltar de espaldas y que te cojan


Lucía Montobbio

Estoy encima de una mesa, y me he subido con el objetivo de tirarme de espaldas.


Detrás de mí hay seis compañeros que amortiguarán mi caída, y no me haré daño, ni
me caeré al suelo, ni me partiré una vértebra. Aún así las piernas me tiemblan, y
como mi mente no se lo acaba de creer, mis pies siguen pegados al pupitre. Resulta
extraño que por más que sepa que hay alguien esperándome, mi mente me prohíba
lanzarme. Al final decido desconectar y dejo de oír frases como: “no lo hagas”, “te
harás daño”, “bájate de la mesa, quieres hacer el favor”, “no pasa nada, al menos lo
has intentado”, y fuerzo el balanceo hacia tras. Recuerdo la caída. No había ninguna
palabra en mi mente, y parecía que el tiempo se hubiese parado. También recuerdo la
parada de mis compañeros, todo el miedo desapareció con un alivio inmediato y
envolvente. Lo había conseguido. Los segundos que duró la caída, entre el balanceo
forzado y la recepción de mis amigos, es lo más parecido que he experimentado a la
libertad.

¿Qué es la libertad? Una respuesta para algo tan abstracto es difícil de concretar. Es
una pregunta eterna, que no sé si alguna vez ha encontrado respuesta en las
palabras, a lo mejor es que la libertad no se puede pensar. La libertad que existe hoy
y aquí, se puede mirar a través de múltiples lupas, pero las tres principales bajo mi
punto de vista son las siguientes: la libertad que los otros me dan a mí, la libertad
que doy a los que me rodean, y la libertad que me doy a mí misma. Y aún así, aunque
sean lentes, cuando miro a través de ellas, veo a Libertad un poco deformada,
borrosa y desenfocada.

La libertad que me dan. La limitación no es tan visible como antes, no existe tanta
violencia física que nos reprima, pero sí que existe una violencia estructural y cultural
que limita, más o menos, el terreno de juego dependiendo de quién seas, según y
como incluso puedas resultar ilegal. Esto último no niega lo primero, continúa
existiendo violencia física aquí y hoy en Barcelona.

La libertad que doy a los demás. Tampoco se trata de hacer lo que me venga en gana
cuando y donde me plazca, mi libertad se acaba donde empieza la del otro; es más, a
veces, libremente, cedemos parte de nuestra libertad en beneficio de la común.

La última lupa es la que despierta aún más enigmas, la libertad que me doy. Muchas
veces somos nosotros mismos los que nos ponemos límites, nuestra mente piensa y
piensa, define, analiza, establece clasificaciones, comparaciones, competiciones, y a
veces crea miedos que no existen, nos sentimos incapaces de realizar proyectos que
podríamos alcanzar. El miedo y la libertad van muy ligados. Me parece que cuando
nuestra mente se vacía es cuando somos libres. Me lo parece porque es cuando no
nos distraemos con la palabrería de nuestro pensamiento, que estamos atentos a lo
que en verdad está pasando a nuestro alrededor. Igual que en aquella caída.
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La libertad de escoger nevera


Lola Mayo

Es difícil hablar de libertad cuando uno siente que la tiene. Sé que mis abuelos eran
menos libres: que uno de ellos no podía hablar de política y otro no sabía porque
entonces de eso no se hablaba. Sé que mis padres eran menos libres que yo, porque
a mi madre no le vendían la píldora anticonceptiva en casi ninguna farmacia, y porque
años después tuvo mil problemas (jurídicos, sociales, familiares) para lograr
separarse. Sé que hoy yo, que soy mujer, puedo hablar de política, puedo vivir con un
hombre sin casarme, puedo comprar la píldora en cualquier farmacia, puedo ponerle a
mi hijo mi apellido, puedo tenerlo yo sola sin que me miren mal, puedo escoger
médico, colegio, coche, piso, detergente, frigorífico.

Hoy he leído dos cosas: un libro titulado Modernidad y delirio, de Inmaculada Jáuregui
y Pablo Méndez. Ellos, igual que Zygmunt Bauman en La vida como obra de arte,
conectan la libertad o la falta de ella con el consumo. Hablan los dos investigadores
españoles de “Una vida escenificada sobre el gran eslogan de la libertad individual: el
consumidor racional que, ante la panoplia de productos iguales que le ofrecen, busca,
compara y escoge la mejor de sus opciones”. ¡Resulta que los hombres de hoy nos
sentimos libres porque podemos elegir lo que consumimos! Si esta es la libertad o la
felicidad que contemplamos, qué pobre es nuestro mundo.

La mentira de esta “libertad por el consumo” se sustenta en otra mentira, que es la


mentira del futuro, o la mentira de “la felicidad está en el futuro”. El mercado y sus
estrategias publicitarias nos ofrecen grandes logros a cambio de nuestra compra. Pero
cada día nos proponen un producto “mejor”, aquel que nos hará ser como realmente
queremos ser (porque el mercado vende el “ser”, no el “tener”. Tener es demasiado
fácil). Y posponemos así nuestro logro. La libertad individual solo se alcanzará cuando
nos liberemos de esta mentira del futuro, de esta idea tan enraizada en nosotros de la
“esperanza en el mañana”, ese convencimiento de que mañana, necesariamente, será
más bello que hoy. Por esa utopía, por ese engaño cuya responsabilidad es, en última
instancia, nuestra, perdemos la mayor de las libertades, que es ser hoy, ser ahora,
hacer ahora, comprometerse ahora, amar ahora.

Esto, si pienso en la libertad individual. Pero si pienso en la libertad de mis


congéneres, siento también que el mundo no es libre. Primero, de forma abstracta, y
muy general, porque el mundo está lleno de países donde hay hombres, como mis
abuelos, que no pueden o no saben hablar de política. Y si hablan de política, si
opinan, si dicen, pueden morir. Y si no, de todas maneras, pueden morir de hambre, o
de gripe, o de malaria.

Y hablo ahora de la segunda cosa que he leído. Era otra nueva noticia sobre el terrible
engaño que han sufrido los familiares de los militares muertos en el accidente del Yak-
42. No somos libres aquí, de ninguna manera, si los que nos gobiernan pueden
falsificar los documentos de un muerto y entregar a una familia dolorida un cadáver
que no es el suyo. Si no podemos creer en quienes tutelan nuestra libertad, tal
libertad no existe. Y si aquellos gobernantes, a quienes creíamos justos y respetuosos
y vigilantes del sueño de libertad occidental, no son juzgados, nuestra libertad de
pobres ciudadanos de un estado del bienestar es una patraña. Debemos entonces
volver a conformarnos con la libertad minúscula de escoger médico, colegio, coche y
frigorífico.

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