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el pesebre donde nació Jesús, sino en el palacio donde moraba Herodes. Como los pastores que
cuidaban sus rebaños, como los sabios venidos de Oriente, Herodes reconoce la sobrenaturalidad
del nacimiento de Cristo; y, como los pastores y los sabios, se apresura a celebrarlo... a su modo.
Los cristianos celebramos con la Navidad de Cristo el advenimiento de una nueva era: nuestra
naturaleza caída es por fin redimida; y esa redención, que no pasa inadvertida a sus beneficiarios,
mucho menos podía pasar a su máximo damnificado. Cierta iconografía cristiana ha pintado la
Navidad con trazos ternuristas y algo merengosos, adulterando el sentido profundo del reinado que
cañonazos; pues lo que la Navidad viene a instaurar es una batalla crudelísima, una guerra sin
Herodes combate la Navidad matando niños. Es una nota característica (o, dicho más
propiamente, constitutiva) de todos los cultos demoníacos el odio a las vidas nuevas; porque en
toda vida nueva se resume la nueva alianza que Dios ha entablado con los hombres. Y, puesto que
toda vida nueva adquiere a los ojos de Dios una condición sagrada, adquiere también la condición
de víctima propiciatoria a los ojos del Enemigo. Esto, que es una verdad teológica profunda
(aunque ya ni los curas hablen del Enemigo), es también una verdad histórica irrefutable.
En todos los ocasos de la Historia, las vidas nuevas han sido perseguidas sin desmayo: su
perseguida con brutal y eficiente encono. En este nuevo ocaso de la Historia, la persecución
herodiana de las vidas nuevas se extiende hasta lo que los profetas del Antiguo Testamento
llamaban «la abominación de la desolación»; esto es, hasta la profanación del recinto sagrado
La conversión del seno materno es un campo de batalla donde se ejerce la más feroz de las
violencias contra las vidas nuevas constituye la más estremecedora manifestación demoníaca de
Herodes celebró la Navidad dejándose arrastrar por un rapto repentino de cólera. Pero el
Enemigo no suele emplear estrategias tan burdas; por el contrario, suele enmascarar sus crímenes
bajo una fachada de farisaico humanitarismo. Y una de sus estrategias más queridas consiste en
«¡Ay de los que a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y
de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!», clamaba Isaías.
Los enemigos de las vidas nuevas llaman ahora derecho a lo que es un crimen; y disfrazan de
filantropía y feminismo lo que no es sino esencial odio al linaje humano y eterna enemistad a la
mujer.
Este odio es de índole demoníaca; y todas las coartadas ideológicas que se esgrimen para
justificarlo o maquillarlo con afeites no son sino añagazas de quien dijo: Non serviam.
Hay un pasaje muy enigmático y disputado de las Escrituras (II Tes 2, 3-8) en el que San Pablo se
refiere a un misterioso «obstáculo» que retiene al impío y lo impide manifestarse; basta con que
dicho obstáculo se retire, nos dice San Pablo, para que sobrevengan los Últimos Tiempos.
Yo siempre he identificado ese «obstáculo» con el discernimiento moral del hombre, con la
capacidad que el hombre posee para emitir mediante la razón un juicio objetivo sobre lo que está
bien y lo que está mal, según establecía Aristóteles en su Política. La persecución herodiana contra
las vidas nuevas, sancionada legalmente y aceptada socialmente, nos indica que tal discernimiento
Feliz y sacra Navidad a todos; y no olviden que la Navidad sólo puede celebrarse
combatiendo a Herodes.