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ARISTOTELES

Según Aristóteles, existen dos clases de justicia:

 La justicia distributiva, que consiste en distribuir las ventajas y desventajas que


corresponden a cada miembro de una sociedad, según su mérito.
 La justicia conmutativa, que restaura la igualdad perdida, dañada o violada, a
través de una retribución o reparación regulada por un contrato.

La justicia es la virtud por excelencia en cuánto la entiende como la práctica de todas las
virtudes éticas o sea para con los demás, en la polis, recuerden que la polis es de suma
importancia para los griegos.

Dentro de esta acepción como habito, distingue dos tipos de justicia:

1º justicia conmutativa: quiere decir que lo que se da sea igual a lo que se recibe, en
una relación de intercambio debe haber una igualdad entre lo que se da y lo que se
recibe. En sentido propio la justicia comercial, precio igual cosa, en un sentido jurídico que
el delito tenga una pena igual. La mediad de igualdad es absoluta 100=100.

2º justicia distributiva: esta tiene que ver con el reparto, como impuestos, cargos,
beneficios, etc., aquí la medida de igualdad es proporcional 100=50.

PLATON

Platón defenderá una noción de la justicia basada sobre la naturaleza humana y cuyo
carácter es esencialmente interno al individuo. La justicia es una propiedad del alma, una
recta y adecuada disposición del alma humana.

La justicia consiste en “que cada uno debe atender a una sola de las cosas de la ciudad: a
aquello para lo que su naturaleza está mejor dotada”.
La justicia es “el hacer cada uno lo suyo”.
‘Hacer' en lugar de ‘dar' (a cada uno lo suyo). Pero el hacer lo suyo está ligado con el
“tener lo que nos corresponde”.
El Estado es un todo orgánico y cada individuo debe tener un puesto asignado dentro de
ese orden.

El individuo es justo de la misma manera en que lo es la ciudad, es decir, cuando cada


uno de los elementos que lo constituyen cumple la tarea que le corresponde y la función
que la naturaleza le ha asignado.

La justicia es esencialmente algo de carácter interno; es una condición del alma y no una
característica de los actos individuales. No es pues una propiedad de las acciones sino
una propiedad de los agentes, porque llevar a cabo una acto bueno no es equivalente a
ser justo.
Si bien la justicia es esencialmente una disposición interna del alma, esa disposición se
exhibe y se exterioriza en el obrar humano.
Justicia del individuo y justicia de la ciudad no son sino dos caras de una misma moneda.
Filosofía del derecho
I. Presentación de motivos

La libertad de culto

Garantizado en el artículo 24 de la Constitución el derecho de todo individuo de profesar


libremente cualquier creencia religiosa y de practicar el culto que a ésta corresponda, podría
decirse que en México tiene vigencia la libertad religiosa. Sin embargo, esta afirmación
sería parcial.

Superada en 1857 la existencia de una religión de Estado y proclamada en 1859 - 1860,


mediante las Leyes de Reforma, la libertad de conciencia, México ingresó formalmente en
el camino del reconocimiento de que todo individuo puede libremente profesar la creencia
religiosa que más le agrade. En ello va implícito también el derecho de no profesar religión
alguna.

El Constituyente de 1916 - 1917 estableció este principio con absoluta claridad, sin
embargo impuso limitaciones a la libertad religiosa. Así, de acuerdo con el artículo 24 de la
Constitución, el culto religioso solamente puede llevarse a cabo en los domicilios
particulares y en los templos; el de carácter público solamente en estos últimos.

De esta manera, ha quedado prohibido el llamado culto externo. Esta limitación contrasta
con el derecho de manifestación con cualquier objeto lícito, que la Constitución concede en
el artículo 9o., con la única prevención de que sólo los mexicanos podrán hacerlo para
tomar parte en los asuntos políticos del país y siempre sin armas.

Durante los años que nos separan de la promulgación del texto constitucional de Querétaro,
en todo el país se han producido actos de culto externo que no han sido prohibidos por la
autoridad. Esta situación crea una relación en la que las iglesias actúan sin acatar la
Constitución y la autoridad, que está obligada a cumplirla y hacerla cumplir, transgrede su
propio compromiso legal.

El culto religioso es una actividad de carácter eminentemente social. No se trata sólo de la


expresión de una garantía individual, sino del ejercicio de un derecho de la sociedad. Es
decir, el culto requiere el espacio público y la participación social para lograr su
realización.

Constreñir el culto público a los templos es injustificado a la luz de la garantía


constitucional de reunión que no debería tener más límite que la de realizarse en forma
pacífica y sin que tenga por objeto la comisión de algún delito. Y es también insostenible
desde el punto de vista de una práctica generalizada, que ha sido hasta ahora tolerada por la
autoridad y que no afecta en absoluto los derechos de terceros.

La propiedad de las corporaciones eclesiales y la personalidad jurídica de las iglesias

El artículo 27 de la Constitución, en su fracción II, prohibe a las iglesias adquirir, poseer o


administrar bienes raíces y capitales impuestos sobre ellos. Al mismo tiempo, la
Constitución proclama que todos los templos son propiedad de la nación representada por
el gobierno federal.

No es difícil encontrar la consecuencia de estas disposiciones con la lucha llevada a cabo,


durante gran parte del Siglo XIX, contra la inmensa propiedad territorial de la Iglesia
católica en México. El Constituyente de 1917 llevó sin embargo el espíritu de las Leyes de
Reforma, hasta el grado de despojar al clero de toda posesión y dominio sobre cualquier
clase de inmuebles.

Analizando en términos contemporáneos, los templos se encuentran protegidos por el


Estado, pero una gran cantidad de instalaciones de uso más o menos restringido por parte
de las iglesias tienen jurídicamente el mismo status que los templos, a pesar de que se
destinan a usos variados y no guardan directa relación con el culto público.

Las iglesias han recurrido a la formación de entidades con personalidad jurídica, con el
propósito de lograr la adquisición y posesión de numerosos inmuebles que, estrictamente,
tendrían que ser declarados propiedad Nacional mediante un procedimiento en el que se
concede acción popular para presentar denuncia, la que con la simple prueba de presunción
sería bastante para declararla fundada, según expresa el artículo 27 de la Constitución.

Pero además, el texto de Querétaro manda poner los inmuebles destinados a administración,
propaganda o enseñanza del culto, bajo el domicilio directo de la nación para destinarse
exclusivamente a los servicios públicos federales o de los estados.

Cualquier persona medianamente informada de las actividades religiosas en nuestro país


podría coincidir en que estas disposiciones constitucionales han estado sin aplicación
durante muchas décadas. Se trata, como se puede observar, de una especie de convención a
través de la cual la autoridad incumple la Constitución, pues en esta materia se considera
inaplicable cuando no exagerada, inconveniente o injusta.

Carece de sentido obligar a las instituciones eclesiales a actuar en forma subrepticia y


administrar de la manera más oscura bienes que proceden de la sociedad.

Sin duda, la ley debe proteger la propiedad de la nación, pero ésta tiene que ser legítima, al
igual que los bienes en propiedad privada. Las instalaciones eclesiásticas destinadas a la
administración y la enseñanza no tienen por qué ser de propiedad nacional, ya que éstas
pueden cambiar de lugar sin afectar a los creyentes, como podría ocurrir en el caso de los
templos.
En nuestro tiempo, las limitaciones para poseer inmuebles no se aplican solamente a la
Iglesia, sino a otras entidades que cuentan con personalidad jurídica, pero siempre con
objeto de impedir la concentración de la tierra. Así, por ejemplo, las sociedades por
acciones no tienen capacidad para poseer tierras agrícolas y los bancos no pueden ser
propietarios de inmuebles más que de aquellos necesarios para sus propósitos específicos.
Por ello, la situación de las corporaciones eclesiásticas en materia de propiedad
inmobiliaria no sería más que parte del régimen general.

La cuestión se ubica entonces en el postulado constitucional que despoja a las iglesias de


personalidad jurídica, instituido en el artículo 130.

El establecimiento del registro civil como única institución válida en la materia no está
sujeto a discusión en el México contemporáneo. La plena separación de la Iglesia y el
Estado es un hecho histórico que no requiere suspender derechos a quienes se dedican
profesionalmente al culto; es decir, a los sacerdotes de cualesquier religión.

En realidad, el problema actual es el de conferir a las corporaciones eclesiales, como tales,


un lugar dentro de la ley, que las obligue, lo mismo que a respetar el marco jurídico que
norme sus actividades.

Los derechos de los sacerdotes y el carácter no partidista de las corporaciones eclesiales

Los sacerdotes mexicanos son ciudadanos con derechos suspendidos durante el tiempo en
que se dediquen a esa profesión. Es decir, existe una discriminación constitucional con
motivo de la actividad profesional, lo cual es violatorio a los derechos humanos.

La capacidad del Estado de regular el ejercicio profesional está fuera de toda duda, desde el
punto de vista de las leyes nacionales e internacionales. El régimen jurídico al que deban
sujetarse las corporaciones eclesiales es de la exclusiva competencia estatal, como es
reconocido en casi todos los países del mundo. Por tanto, es obligación del legislador
examinar la situación que guardan las agrupaciones religiosas, después de más de 70 años
de vigencia del artículo 130 de la Constitución General.

En especial, la prohibición de que los sacerdotes hagan crítica, en reunión pública o


privada, de las leyes fundamentales, de las autoridades o del gobierno y que voten y se
asocien para realizar actividades políticas, no solamente viola los derechos humanos, sino
que resulta unilateral, ya que los ministros de los cultos tienen la libertad de criticar a los
partidos políticos, pero no al gobierno, y pueden externar sus opiniones de cualquier
carácter en declaraciones periodísticas o a través de medios de comunicación electrónicos
sin encontrarse estrictamente en situación de violar la Constitución y la ley.

Ahora bien, el mayor problema político del momento actual, en cuanto a las relaciones
entre la Iglesia y el Estado, es que éstas se desarrollen exclusivamente entre el gobierno
federal y la alta jerarquía católica, sin la intervención de otras entidades de gobierno y de la
misma estructura eclesiástica, lo que redundaría, en el esquema antidemocrático y
estrictamente "cúpular". Por ello, el legislador está obligado a abrir el campo de las
relaciones Iglesia - Estado, precisando con entera claridad un amplio régimen jurídico.
El objetivo sería crear las condiciones para que las corporaciones eclesiales asumieran un
compromiso con la democracia y con la nación. Se requiere el reconocimiento de que las
preferencias políticas de los ciudadanos no tienen por qué entrar en contradicción con los
mandamientos de la iglesia. Por tanto las corporaciones religiosas no deben ejercer su poder
espiritual en la lucha entre partidos por la simple razón de que fieles de las diversas iglesias
toman parte en unas y otras formaciones políticas. Dicho en otros términos, la iglesia, que
está integrada por todos los creyentes de una misma religión no debe actuar en favor de
unos y en contra de otros, lo que puede ocurrir y de hecho ocurre cuando las jerarquías
eclesiales asumen institucionalmente posiciones políticas partidistas. Los sacerdotes, en
cambio, como ciudadanos de la República deben tener, desde el punto de vista de la ley
civil, todos sus derechos asegurados.

Es cada día más necesario que se llegue a una situación de reconocimiento pleno de que, de
la misma forma en que el Estado no es instancia para implantar las normas y
procedimientos internos de las iglesias, éstos no pueden aspirar a regir las leyes y
decisiones estatales.

II. Contenido de los cambios que se proponen

Con la presente iniciativa se busca reformar el artículo 24 de Constitución con el propósito


de eliminar el texto que restringe el culto a los domicilios particulares y a los templos y lo
prohibe en todo otro lugar. Con ello, se legalizaría una práctica cada vez más frecuente en
el país y se garantizaría una completa libertad para el desarrollo del culto religioso.

Se propone reformar también la fracción II del artículo 27 de la Constitución con el


propósito de permitir que las corporaciones eclesiales puedan adquirir bienes
exclusivamente para su uso directo, con excepción de los templos destinados al culto
público que seguirían siendo propiedad de la nación. Asimismo, para impedir que las
corporaciones eclesiales pudieran convertirse en factores de poder económico con recursos
provenientes de los fieles, se propone prohibir que éstas adquieran empresas con fines de
lucro y, en general, partes sociales de las mismas.

En esa misma fracción, se eliminarían las referencias circunstanciales que fueron producto
de condiciones particulares en el Constituyente de 1916, especialmente la decisión de
asignar a la nación, representada precisamente por el gobierno federal, el dominio sobre los
templos y todas las demás instalaciones en poder del clero católico. En este mismo sentido
se encuentra la propuesta de derogar el párrafo decimosexto del artículo 130 de la
Constitución, que señala el uso de las reglas del artículo 27 de la misma para la adquisición,
por parte de particulares, de los bienes del clero.

Con el propósito de evitar cualquier reclamación sobre los bienes de origen eclesiástico que
pasaron a ser propiedad de la nación, se incluye un transitorio tercero que expresamente lo
impediría. Con ello, las agrupaciones eclesiales podrían adquirir bienes inmuebles para sus
actividades administrativas y educativas a partir de la aprobación del decreto de reformas
constitucionales, pero no sería posible en forma alguna reclamar la devolución de los bienes
que poseyeron en otras épocas.
Las reformas propuestas al artículo 130 de la Constitución reformulan el primer párrafo con
el propósito de conceder a la Federación solamente la capacidad para legislar en la materia,
abriendo así la posibilidad de que la ley, expedida por el Congreso de la Unión, asigne
responsabilidades y facultades a los estados y a los municipios, dejando de lado el
centralismo en la administración de la Ley de Cultos que hasta ahora ha estado vigente. En
este mismo sentido, se plantea reformular el párrafo décimo que actualmente otorga a la
Secretaría de Gobernación la facultad de conceder los permisos para la apertura de los
templos. Además, se propone la derogación del párrafo undécimo que define una serie de
requisitos para la apertura y funcionamiento de los templos, por considerar que el tema
debe ser abordado en la ley.

La propuesta de derogar el párrafo sexto del artículo 130 constitucional busca que las
agrupaciones religiosas, es decir, las iglesias deban contar con la personalidad jurídica que
les permita actuar dentro del sistema legal mexicano en la forma y con las condiciones que
libremente decidan, pero dentro del marco de la Constitución y la ley. En especial, esta
propuesta tiene como objetivo que las corporaciones eclesiales gocen del derecho de poseer
legalmente determinados bienes raíces, excepto los templos de culto público, y todo tipo de
bienes, para garantizar la realización completa de sus actividades, bajo el régimen jurídico
del derecho común, lo que incluye la aplicación de las leyes fiscales.

La propuesta de derogación del párrafo séptimo del artículo 130 constitucional obedece a
que se considera que la definición del número máximo de ministros de culto en cada estado
corresponde a una decisión de las corporaciones eclesiales y de los fieles, sin que en ello
deba intervenir la autoridad. Basta con que se mantenga el párrafo octavo del mismo
artículo, que señala la obligación de poseer la nacionalidad mexicana por nacimiento para
ejercer el ministerio de cualquier culto, para que se garantice el carácter nacional del clero
de las diversas religiones.

La reforma propuesta al párrafo noveno del artículo 130 de la Constitución tiene dos
aspectos principales: Por una parte, se mantiene la prohibición de que los sacerdotes
utilicen el culto y, por tanto, los templos, para realizar actividades políticas. Se busca con
ello garantizar la libertad política de los ciudadanos que profesan cualquier religión e
intervengan en los actos de culto, mediante la separación forzosa de las ceremonias
religiosas y el uso de los templos, de toda actividad política. Por la otra, se concede la plena
libertad de expresión y de voto activo a los ministros de los cultos, como ciudadanos de la
República, que hasta ahora ha sido restringida por el texto vigente.

La prohibición del voto pasivo (ser elegido) para los sacerdotes queda en vigor con las
prevenciones señaladas en los artículos 55, fracción VI, 58 y 82, fracción VI, de la
Constitución general y las disposiciones que en ese mismo sentido existen en las
constituciones de los estados.

Se considera que las demás prevenciones del artículo 130 de la Constitución no afectan los
derechos de los sacerdotes ni la libertad de asociación con fines religiosos y del culto.

Por las razones antes expuestas y de conformidad con la fracción II del artículo 71 de la
Constitución, se presenta la siguiente
INICIATIVA CON PROYECTO DE DECRETO, DE REFORMAS A LOS
ARTÍCULOS 24, 27 Y 130 DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LOS ESTADOS
UNIDOS MEXICANOS

III. Proyecto de decreto

Artículo primero. Se reforma el artículo 24 de la Constitución Política de los Estados


Unidos Mexicanos para quedar como sigue en un solo párrafo:

Artículo 24. Todo individuo es libre para profesar la creencia religiosa que más le agrade y
para practicar las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no
constituyan un delito o falta penados por la ley.

Artículo segundo. Se reforma la fracción II del artículo 27 de la Constitución Política de


los Estados Unidos Mexicanos, para quedar como sigue en un solo párrafo:

Artículo 27.
 

I.

II. Las asociaciones religiosas denominadas iglesias, cualquiera que sea su credo, no podrán
tener capacidad para adquirir, poseer o administrar bienes raíces, ni capitales impuestos
sobre ellos, excepto aquellos que requieran directamente para sus actividades de carácter
administrativo y de educación religiosa. Tampoco podrán poseer empresas lucrativas ni
partes sociales de las mismas, cualquiera que sea su naturaleza. Los templos destinados al
culto público siempre serán de la propiedad de la nación, en los términos que señale la ley y
para la exclusiva realización de las actividades religiosas.

Artículo tercero. Se reforma el primer párrafo del artículo 130 de la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos para quedar como sigue:

Artículo 130. Corresponde exclusivamente al Congreso de la Unión legislar en materia de


cultos y agrupaciones religiosas. Los gobiernos federal, de los estados y de los municipios
tendrán las facultades y responsabilidades que determine la ley.

Artículo cuarto. Se derogan los párrafos quinto y séptimo del artículo 130 de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

Artículo quinto. Se reforma el párrafo noveno de artículo 130 de la Constitución política


de los Estados Unidos Mexicanos para quedar como sigue:

Artículo 130.

(Párrafos uno al octavo...)


Los ministros de los cultos nunca podrán, en actos religiosos de cualquier tipo, hacer crítica
de las leyes fundamentales del país, de las instituciones y partidos políticos de cualquier
género, de las autoridades en particular y del gobierno en general. La ley determinará lo
necesario para el cumplimiento de este precepto, con el propósito de garantizar la libertad
política de los creyentes.

Artículo sexto. Se reforma el párrafo décimo del artículo 130 de la Constitución Política de
los Estados Unidos Mexicanos para que dar como sigue:

Artículo 130.

La ley determinará las condiciones para proveer la autorización de apertura de templos al


culto público, así como las obligaciones de sus encargados.

Artículo séptimo. Se deroga el párrafo undécimo del artículo 130 de la Constitución


Política de los Estados Unidos Mexicanos.

Artículo octavo. Se deroga el párrafo decimosexto del artículo 130 de la Constitución


Política de los Estados Unidos Mexicanos.

TRANSITORIOS

Primero. Mientras el Congreso de la Unión expide la nueva legislación secundaria en


materia de cultos y agrupaciones religiosas, la Ley de Cultos del 18 de enero de 1927 se
mantendrá en vigor, excepto lo que se oponga o exceda al texto constitucional.

Segundo. Los templos y demás bienes muebles e inmuebles que pasaron a propiedad y
dominio de la nación, mediante la aplicación de la fracción II del artículo 27 de la
Constitución, mantendrán inalterable su actual situación jurídica.

Tercero. El presente decreto entrará en vigor al día siguiente de su publicación en el Diario


Oficial de la Federación.

Palacio Legislativo, Distrito Federal, a 29 de noviembre de 1990. - Rúbricas.

(Turnada a la Comisión de Gobernación y Puntos Constitucionales. Noviembre 29 de


1990.)

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