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Vecinos con mucho fuelle

Texto de Antonio Cerrillo


Fotos de Llibert Teixidó
Muchos españoles han asumido un serio compromiso para conseguir un país más respetuoso
con el medio ambiente; han adoptado comportamientos o iniciativas que van más allá de
prácticas consabidas, como el ahorro de agua o el reciclaje de la basura. Están convencidos de
que, ante el agotamiento de los combustibles fósiles y la necesidad de alcanzar un modelo
energético más limpio, va a ser necesario mucho más que gestos. Unos ahorran energía, otros
hasta la producen. Son maneras de usar los recursos de forma más responsable.

CALENTAR Y LIMPIAR
EL BOSQUE
Montserrat Vilaseca y Joan
Manuel Martín hicieron una
gran inversión (50.000
euros) para instalar una
moderna planta de biomasa
que quema las astillas
procedentes de la trituración
de los restos forestales de su
finca. Toda la preparación de
este combustible renovable
les cuesta menos de la mitad
de lo que se gastaban antes
en el gasóleo que quemaba la
caldera (unos 5.000 litros al año, unos 4.000 euros).
Irene Bolea se muestra entusiasmada con su nueva residencia en el barrio de Valdespartera, en
Zaragoza. Dice que es una delicia vivir en este barrio, ideado para ahorrar energía. El resultado
es que ella y su compañero sólo gastan 30 euros al mes en la calefacción de gas natural, por
ejemplo; y eso que viven en Zaragoza, un lugar frío en invierno. Pero si Irene consume tan
poco en calefacción es porque sigue al pie de la letra las recomendaciones que le dieron cuando
fue a ocupar la vivienda.
En el comedor no ha necesitado calefacción en este frío inicio de primavera. Todas las
viviendas de Valdespartera tienen galerías acristaladas en la fachada orientada al sur, de forma
que “la radiación solar sobre los cristales calienta el aire y se crea un ambiente cálido en la
galería que se transmite hacia el interior de la casa”, explica. El confort en la casa contrasta con
la temperatura exterior. Y en verano, mantiene abiertas de par en par las ventanas exteriores de
la galería (para que el aire no se caliente excesivamente) y, al ponerse el sol, sube las persianas
y abre las ventanas de las habitaciones, con lo cual se forma “una corriente mágica, casi un
vendaval”, que permite refrescar toda la casa, dice.

Esta joven ingeniera disfruta de una vivienda que tiene todos los elementos de ahorro (correcta
orientación norte-sur, ventilación, aislamientos o captadores solares para el agua caliente
sanitaria). El barrio está surtido de detalles que lo humanizan (césped para reducir el calor del
asfalto, aljibes pluviales para humidificar el ambiente o calles de formas serpenteantes para
pacificar el tránsito rodado...). Además, ella pone su granito de arena usando electrodomésticos
eficientes de la clase A, instalando iluminación de bajo consumo en casa y reciclando toda la
basura que puede.
Por eso, lamenta el mal uso que muchos vecinos hacen de estas viviendas bioclimáticas. La
comunidad de propietarios acordó incluso poner cortinas en las galerías, con lo que se bloquea
la radiación solar que ayuda a mantener la casa caliente en invierno. “Algunos vecinos tienen
la calefacción puesta todo el día y se quejan de que ha sido un invierno muy frío; ‘¡pero si
tenéis los cristales de la galería tapados con cortinas!’”, suelta Irene.

Como cada vez más españoles, la joven no ignora la dependencia de una energía primaria
obtenida en el exterior (petróleo, gas, uranio), normalmente importada de zonas geográficas en
conflicto. Ella lo sabe muy bien, aunque admite que juega con ventaja, puesto que trabaja en
una fundación que investiga en el campo de las distintas aplicaciones energéticas. No obstante,
a veces piensa que una factura eléctrica elevada puede ser lo más pedagógico.

“En la próxima reunión de la comunidad de vecinos voy a enseñar fotocopias de mi


factura de gas. Se van a quedar de piedra”, apunta. Mientras que ella paga 30 euros al mes
en gas, muchos vecinos desembolsan 100 euros, y más incluso. Por eso, va a declarar la guerra
a las cortinas en Valdespartera.
La caldera de biomasa de restos vegetales (a la derecha) alimenta el depósito de agua para la
calefacción (a la
izquierda) en la casa de
Montserrat Vilaseca y Joan
Manuel Martín en
Llinars del Vallè
Otros ciudadanos han
transformado estas
mismas inquietudes en
una motivación para
actuar. Es el caso de
Alfonso Ribote, un
electricista bilbaíno que
ha convertido su
vivienda del barrio de
Santutxu en un
templo del ahorro y la
producción de
electricidad limpia, en colaboración con su novia, Ainhoa. “Yo quería demostrar que se puede
vivir sin centrales nucleares y sin plantas térmicas. Técnica y económicamente, es posible ser
autosuficiente; y si la gente no lo hace es por falta de concienciación”, explica.

La instalación más destacada de su casa son los paneles fotovoltaicos sobre la terraza de su
ático de la plaza Campa de Barrasate, que le permiten producir electricidad limpia. El cielo está
plomizo en Bilbao, pero Ribote enseña con pasión las cuentas de su producción eléctrica verde.

Vende a Iberdrola toda la electricidad que produce su tejado solar, mientras que consume
energía procedente de la red eléctrica. Así ha conseguido ser autosuficiente en el plano
eléctrico, pero no independiente, pues en España no está previsto el autoconsumo en las zonas
conectables a la red. Pero está satisfecho de su balance energético.

Lleva un estricto control de las entradas y salidas de kilovatios. Produce el doble de la


electricidad que gasta. Su techo solar fotovoltaico, de 10 metros cuadrados, genera unos 1.200
kilovatios/hora al año, mientras que consume unos 550. ¿Y por qué gasta tan poca electricidad?
La razón es que vive solo con su novia, Ribote trabaja toda la semana fuera del País Vasco y
echa mano siempre que puede –y el tiempo lo permite– de la cocina y el horno solares que
tiene en la terraza, para guisar con los amigos. Tiene, además, muy pocos equipamientos
eléctricos en casa. Tan pocos, que su limitador de potencia es de 1.100 vatios.

“Cuando funcionan a la vez la lavadora, el secador y alguna luz, el limitador salta; así que ya
sabemos que se debe evitar que coincidan”, dice mientras su novia, Ainhoa, asiente. “Se
debería subir el precio de la energía para que la gente fuera más consciente e hiciera más
esfuerzos por ahorrar”, sostiene con firmeza.

Sin embargo, instalar paneles solares fotovoltaicos domésticos sólo puede ser fruto de una
enorme convicción personal. Hay que doblegar múltiples obstáculos administrativos que salen
al paso de quienes han tomado esta decisión. “Para montar este tejado fotovoltaico he tenido
un enorme papeleo, tanto como si fuera a construir una nuclear”, ironiza Alfonso Ribote.

Aunque él la superó, la burocracia apabulla: la compañía eléctrica tiene que dar un punto de
conexión; la instalación debe ser dada de alta en el Ministerio de Industria; hay que declarar y
devolver el IVA cada tres meses, y ahora, además, quien lo promueva debe ponerse en la cola
de un registro de Industria para poder recibir la retribución en la facturación, pues el Gobierno
ha fijado cupos limitados para evitar la especulación con las primas.

AUTOSUFICIENTES Y SOLIDARIOS
La planta fotovoltaica de Ochánduri (80 habitantes), con el alcalde del municipio, Pascual
Ugarte, al frente, en el 2009 produjo 1,3 millones de kilovatios/hora, que
equivalen al consumo eléctrico de unos 400 hogares en España. Con esta energía limpia,
Ochánduri permitió que España dejara de emitir 455 toneladas de CO2 al año. Esta cantidad
equivale a las emisiones de 350 viviendas de tipo medio en España.
“Toda la casa se calienta ahora con la biomasa del bosque”, confirma Martín. Con
anterioridad, ya habían aprovechado el calor de la chimenea para instalar tuberías integradas en
el circuito de calefacción; pero el pasado mes de septiembre dieron el gran paso. En la caldera
queman astillas, fruto de la trituración de las ramas y troncos caídos.

“La caldera nos permite además hacer un buen mantenimiento del bosque y prevenir grandes
incendios”, dice Martín. En su opinión, los propietarios forestales deberían tener en este tipo de
instalaciones un importante
estímulo para limpiar sus
bosques de ramas caídas dando
una salida práctica a un
material que de otra manera no
sería retirado del bosque.

“Cuanta más gente tenga estas


calderas, mejor; así los
propietarios forestales tendrán
una motivación para sacar la
madera del bosque, porque
sabrán que la gente la
comprará para quemarla en sus
calderas”, opina Martín.
La casa de estos ciudadanos es todo un compendio de autosuficiencia en todos los niveles.
Aprovechan la energía del sol para generar electricidad y agua caliente. Emplean las cenizas de
la chimenea en una mezcla de abono agrícola.

Reutilizan las aguas pluviales, que recogen de la cubierta de la casa, y las conducen para
mezclarlas con las que extraen del pozo para potabilizarlas. Y llevan sus aguas grises
residuales a una balsa de depuración natural con plantas (en lugar de una fosa séptica), donde,
mientras pasan un proceso de autorregeneración y se limpian, permiten que chapoteen en ellas
los patos, antes de ser canalizadas al bosque. Para repetir el ciclo.

Uno de los más originales proyectos para descentralizar y democratizar la energía en España
(un recurso casi siempre en manos de compañías eléctricas) lo protagonizan los 80 vecinos de
Ochánduri (Rioja Alta), que son propietarios de una planta fotovoltaica de 600 kW. La fanega
solar, como la han bautizado, es la más importante transformación que ha vivido este pequeño
pueblo agrícola en continuo proceso de envejecimiento, según explica el alcalde del concejo,
Pascual Ugarte, del Partido Popular.

LA TEMPERATURA DE
CASA
Irene Bolea representa una
nueva generación de
españoles que empieza a
sentirse más preocupada por
el ahorro de la energía. Sabe
controlar la temperatura en
su vivienda bioclimática en
el barrio Valdespartera de
Zaragoza. Aprovechar en
invierno la insolación sobre
las galerías acristaladas
orientadas al sur y usar
persianas y ventanas para
facilitar las corrientes de aire en verano. Y esto le permite gastar en la calefacción de gas un
tercio de lo que le costaría con un mal uso de la vivienda.
“Y luego –señala el joven bilbaíno– puedes encontrarte con los policías del paisaje”, siempre
vigilantes para que la estructura del tejado solar se adecee a las ordenanzas municipales. Estas,
en general, se muestran poco previsoras sobre este tipo de instalaciones y excesivamente
rigurosas con ellas, según coinciden en señalar diversas fuentes de los promotores
inmobiliarios
“Se debería dar más facilidades para que las comunidades de vecinos pudieran instalar tejados
fotovoltaicos; a fin de cuentas, el objetivo final es que los edificios consuman lo que
produzcan”, dice Ribote. Como, aunque es autosuficiente en electricidad, no lo es si se cuenta
el consumo energético global, para alcanzar ese objetivo, prescinde de la electricidad en los
usos energéticos posibles (en la cocina, el horno o el agua caliente).

“Empleo gas butano, es más eficiente que la electricidad”, dice. Al fin y al cabo, de esta
manera la energía se produce in situ, sin que haya pérdidas de transporte de los tendidos. Para
calentar el agua sanitaria, usa captadores solares; y si no ha dado suficiente sol en este tejado
de Bilbao, recurre al reivindicado butano de toda la vida.
La vida de este joven electricista es un reflejo de la evolución del sector solar en España. Su
sentimiento antinuclear le llevó a realizar un curso de energía solar y poner en práctica sus
conocimientos en el plano doméstico y profesional. Así, empezó a trabajar en una pequeña
empresa, Aesol, y, en el torbellino de las fusiones empresariales, acabó en Acciona.

Y ahora es supervisor del campo en la planta solar termoeléctrica de canal parabólico de


Majadas (Cáceres), donde hace cada día muchos kilómetros mirando que las estructuras y los
espejos estén bien ensamblados antes de que empiece a generar electricidad.

“Los ecologistas muy radicales dicen que al final he acabado trabajando en una empresa
grande, pero después de haber visto tantas empresas hippies en el sector, mi experiencia me
dice que si se quiere una expansión masiva de la energía limpia, se necesitan empresas grandes
mientras la sociedad delegue las necesidades energéticas.”

Convencidos también de la necesidad de ser autosuficientes energéticamente, la familia de


Montserrat Vilaseca y Joan Manuel Martín ha convertido su casa en Llinars del Vallès
(Barcelona) en un hogar ejemplar. La última decisión fue prescindir de la caldera de gasóleo
empleada para la calefacción de la casa y sustituirla por una caldera de biomasa, en la que
queman los restos vegetales procedente de la limpieza forestal de su finca, lo cual les permite
además prevenir graves incendios.

VIVIR DEL SOL


El bilbaíno Alfonso
Ribote se beneficia de las
primas con que el
sistema eléctrico
remunera la electricidad
limpia. Ingresa al año
por la venta unos 800
euros, que le permitirán
amortizar en diez años la
inversión de 9.000
euros en paneles
fotovoltaicos que hizo en
el 2002. Él es
supervisor de campo en la
planta solar
termoeléctrica de canales parabólicos de Mojadas (Cáceres), ahora en construcción

La aventura fue promovida por un veraneante asiduo del lugar, Luis Narvarte, profesor de
Telecomunicaciones de la Universidad Politécnica de Madrid e investigador sobre energía
solar, quien cohesionó al pueblo y le dio una nueva esperanza más allá de las expectativas
consabidas del vino con denominación de origen Rioja.

Así, cada vecino posee cinco kilovatios de potencia. También tienen participaciones el
Ayuntamiento (el más endeudado de España por esta razón) y tres propietarios de los terrenos.
Narvarte explica que la motivación más importante no ha sido la económica, “pues si fuera así
hubiera promovido la planta en Andalucía, donde hace más sol”.
Ha habido mucho de “romanticismo y de proyecto compartido”, dice, orgulloso de que haya
participado hasta Miguel, el pastor. Cuando reunió al pueblo para plantearles su plan, dijo a los
reunidos que con la inversión “no harían un pelotazo”, pero en diez años la tendrían amortizada
y podrían obtener una renta por la venta de la energía que les permitiría completar su pensión.

El alcalde Ugarte calcula que cada vecino cobrará entonces unos 4.000 euros al año, pues las
generosas condiciones de la prima establecida por el decreto del Gobierno se mantendrán 25
años y la retribución es de 45 céntimos de euro por kilovatio/hora producido.

El pueblo se implicó desde el primer momento. “Haber convertido a estos vecinos en


propietarios de una planta solar les ha hecho tomar conciencia sobre los problemas
energéticos de nuestro país, las emisiones de gases invernadero y el cambio climático. Eso les
ha sido más útil que mil campañas de ahorro energético. Esta planta es una referencia de cómo
se puede desarrollar la energía solar en nuestro país”, agrega Ugarte.

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