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Ciudades de Bizancio:

ATENAS
Autor: Hilario Gómez Saafigueroa

Casi siempre que


pensamos en Atenas
acude a nuestra memoria
el recuerdo del Partenón,
de la Acrópolis, de las
guerras médicas, de
Platón y de Aristóteles,
de Pericles y de los
primeros balbuceos de la
democracia. Atenas es el
sinónimo por
antonomasia de la
cultura clásica griega, de
nuestra forma de pensar
y de concebir el mundo y
el hombre. Como en
tantas otras cosas, Roma
nos legó una profunda
admiración por los logros
de la civilización helénica
que Atenas representa.
Tanto es así que
parecería que Atenas
existió exclusivamente
por y para una cultura y
La Acrópolis en la actualidad
un período histórico
determinado, no
importando apenas su
historia antes o después
de ese momento.
A lo más que se llega en la mayoría de los casos es a saber que Atenas fue la meca intelectual del
mundo romano, que Justiniano dio la puntilla a la cultura clásica pagana al ordenar el cierre de la
Academia ateniense allá por el 529 de la era cristiana y que una emperatriz bizantina del siglo VIII,
Irene, era oriunda de esa ciudad. Leyendo la mayoría de los manuales da la impresión de que
durante la mayor parte de la Edad Media, Atenas dejó de existir sobre la faz de la Tierra,
reapareciendo sólo en la primera mitad del siglo XIX como capital de la moderna Grecia
independiente.

¿Qué fue de Atenas durante los siglos centrales de la Edad Media? ¿Cómo era? ¿Qué ocurrió con
aquellos monumentos que tanta admiración despertaban en los antiguos y cuyos restos todavía nos
emocionan? Vamos a tratar de levantar un poco el espeso velo que la historia ha tendido entre
nosotros y la Atenas bizantina.

Atenas hasta el siglo II a.C.

Los orígenes de Atenas se pierden en la noche de los tiempos. El territorio que ocupa la ciudad
comenzó a ser habitado en los primeros siglos del III milenio a.C., existiendo como núcleo urbano
desde el siglo XV a.C. Desde las fortificaciones de la Acrópolis, los jonios rechazaron durante el
siglo XII a.C. las invasiones de los dorios, cuya irrupción había llevado al desmoronamiento de la
cultura micénica. Fue este un período -conocido como Edad Oscura- de migraciones en masa,
despoblación y retroceso cultural y económico del que Grecia tardó mucho en salir. Pero desde el
siglo VIII a.C. empiezan a surgir las primeras polis (ciudades-estado) gobernadas por oligarquías
locales, comenzando una fase de recuperación.

La monarquía, que fue la forma de gobierno que dirigió los destinos de Atenas durante esta
primera etapa, fue sustituida a principios del siglo VII por un gobierno aristocrático (el arcontado),
que se mantuvo hasta 594 a.C., cuando la constitución de Solón sustituyó la oligarquía por la
timocracia (gobierno de aquellos que alcanzan un determinado nivel de riqueza). A mediados del
siglo VI a.C., Pisístrato se hizo con el poder e instauró una tiranía (gobierno personal), que se
mantuvo hasta que, años después, Clístenes (507 a.C.) proporcionó a Atenas una constitución
democrática.

Durante todo este tiempo, la


ciudad prosperó bajo la
protección de Atenea y, aunque
fue destruida por los persas en
el siglo V a.C., su prestigio
creció enormemente como
consecuencia de las victorias en
las guerras médicas. Bajo la
dirección de Pericles, Atenas
alcanzó su apogeo y se convirtió
en la primera potencia
indiscutible del mundo heleno.
Fue en esta época cuando se
configuró definitivamente la
Atenas clásica, levantándose la
mayor parte de los monumentos
de la Acrópolis (el Partenón, el
Erecteion, los Propileos...) y del
Ágora cuyos restos han llegado
a nuestros días. Atenas, bien
protegida por sus murallas La Acrópolis desde los Propileos
(obra de Temístocles) y por su
flota, llegó a contar con nada
menos que 200.000 habitantes
repartidos en un área de
2.150.000 m2.

Pero el imperio ateniense se deshizo con la catastrófica guerra del Peloponeso, que lo enfrentó con
Esparta. El testigo del liderazgo griego pasó de ciudad en ciudad hasta que Filipo II de Macedonia
y su hijo Alejandro cambiaron definitivamente las reglas del juego, dando paso a una nueva época:
la helenística. Mientras, en Occidente, una pujante ciudad crecía ajena -por el momento- a los
conflictos internos del mundo griego: Roma.

Atenas bajo el dominio romano (siglos II a.C. - III d.C.)

A comienzos del siglo II a.C., y como consecuencia del apoyo que Filipo V de Macedonia brindó a
Aníbal en el transcurso de la II Guerra Púnica, Roma comenzó a intervenir activamente en la
política greco-balcánica. Los diferentes conflictos en los que se vio envuelta con el reino macedonio
terminaron con la derrota y conversión de Macedonia en provincia romana (148 a.C.), a la que
poco después seguiría Pérgamo (129 a.C.). Este sería el comienzo del dominio romano en territorios
helénicos europeos y asiáticos, del que Atenas no podría escapar. Durante la guerra que enfrentó a
Roma contra Mitrídates, rey del Ponto (88 a.C.), Atenas se alió con este último, sufriendo la
venganza romana de la mano de las legiones de Lucio Cornelio Sila, que destruyeron El Pireo y
saquearon la ciudad en 86 a.C. Incluso entonces, el respeto romano por la fama ateniense se
manifestó en que, excepto el Odeón de Pericles (que fue pasto de las llamas), ninguno de los famosos
monumentos atenienses fue destruido, aunque las viviendas particulares no disfrutaron del mismo
trato. Convertida en parte de los dominios romanos en Grecia, Atenas quedó integrada en 22 a.C.
en la provincia de Acaya, cuya capital era Corinto.

La Acrópolis ateniense a finales del siglo II d.C. El Ágora a finales del siglo II d.C.

Convertida en importante centro cultural, Atenas disfrutó durante el Alto Imperio de una
existencia próspera y pacífica, gozando del aprecio y la protección de los césares y de los miembros
de la élite romana, que no dejaron de expresar esa admiración a través del patronazgo de los
intelectuales atenienses y de la construcción de numerosos edificios públicos (mercados, bibliotecas,
teatros, etc.). A este respecto debemos destacar la figura del emperador Adriano (118-138 d.C.),
reconocido filohelénico, que tomó Atenas bajo su protección y la embelleció, tratando de revitalizar
su antiguo esplendor.

Fruto de sus
desvelos fueron el
monumental arco
levantado cerca
del templo del
Zeus Olímpico
(que también se
encargó de
terminar), las
murallas del
ensanche de
Nueva Atenas, el
templo de Hera, la
Stoa de Adriano y
la gran biblioteca
entre otras obras.

Muchas de las
grandes figuras de
la cultura
grecorromana
estudiaron,
Plano de Atenas en el siglo II d.C. enseñaron o
buscaron
audiencia en
Atenas. También
los primeros
cristianos
experimentaron la
atracción de la
pagana Atenas y
sintieron la
necesidad de
dejarse escuchar
allí; tal fue el caso,
en el siglo I de
nuestra era, de
san Pablo. Según
la tradición
cristiana, el
presidente del
Areópago,
Dionisio, quedó
tan afectado por
las palabras de
Pablo que se
convirtió y fue
ordenado obispo
por el mismo
apóstol, aunque
eso le valiera
morir más tarde
en la hoguera
(San Dionisio
Areopagita).

La tranquila existencia de los griegos bajo el gobierno romano tuvo una brusca interrupción
durante la segunda mitad del caótico siglo III. La derrota del emperador Decio en 251 permitió que
los godos saquearan Trebisonda, Bitinia, las costas de Asia Menor, todo el archipiélago del mar
Egeo y las ciudades de Atenas, Corinto y Argos. Ante esta situación de inseguridad las ciudades
empezaron a fortificarse, lo que en Atenas se tradujo en la reconstrucción de las viejas murallas de
Temístocles. Pero esto no fue suficiente para impedir que en 267 una ejército de guerreros hérulos
tomase y saquease la ciudad. Fue el mayor desastre que se abatió sobre Atenas en mucho tiempo; el
Ágora fue devastada y muchas otras edificaciones (como la biblioteca de Adriano) destruidas.

Como consecuencia de este ataque se decidió la construcción de una nueva muralla


(a la que en lo sucesivo nos referiremos como la muralla romana) alrededor de la
colina de la Acrópolis. Este muro se extendía por el norte de la Acrópolis hasta el
este del Ágora, abarcando por el sur el espacio comprendido entre el Odeón de
Heródes Ático y el Teatro de Dionisio. Entre ambos edificios se extendían diversas
construcciones, como la Stoa de Eumenes, el Ascleptum y parte del acueducto de
Pisístrato. Mapa de la
Acrópolis en el
La propia cima de la Acrópolis estaba también dotada desde antiguo de murallas, siglo II d.C.
convirtiéndose en la última línea de defensa. La ciudad disponía así de un triple
cinturón defensivo que le permitió sobrevivir a lo largo de los siglos, si bien no
impidió nuevos saqueos y desastres.

Atenas en el período romano-bizantino (siglos IV d.C. - VII d.C.)

A pesar de los asaltos del siglo III y del expolio al que se vio sometida por parte del emperador
Constantino con el objeto de embellecer Constantinopla (como ocurrió con otras ciudades), Atenas
se recuperó y, a mediados del siglo IV era de nuevo un importante centro cultural, tal y como pudo
comprobar el futuro emperador Juliano (361-363) durante su paso por la ciudad, estancia que
aprovechó para estrechar sus vínculos con los filósofos neoplatónicos y para reafirmarse en sus
creencias paganas, que apoyaría activamente durante su breve reinado.

Sin embargo, tanto antes como después de Juliano el cristianismo siguió extendiéndose amparado
en la protección y estímulo de las autoridades imperiales, que muchas veces recurrieron a la
represión pura y dura del paganismo, como ocurrió durante el reinando de Constancio II (337-
361): un decreto del año 354 ordenó el cierre de todos los templos paganos y como consecuencia
algunos de ellos terminaron convertidos en burdeles y otros en establos. La reiteración de este tipo
de decretos y las sucesivas oleadas represivas (especialmente notable fue la persecución de Valente
en 370, que incluyó ejecuciones públicas de destacados intelectuales paganos y la quema de libros)
ponen de manifiesto, sin embargo, que el arraigo del paganismo (sobre todo entre las élites
educadas y en las zonas rurales) era demasiado fuerte como para liquidarlo de la noche a la
mañana. De hecho, algunos emperadores mantuvieron una política de tolerancia y parece que
cristianismo y paganismo convivieron más o menos pacíficamente en Atenas a lo largo del siglo IV.
Pero la proclamación del catolicismo como religión oficial del Imperio en 380 por Teodosio (379-
395) aceleró el declive y la intensificación de la persecución contra los cultos paganos. En 397, el
emperador de Oriente, Arcadio (395-418), ordenó que el paganismo fuera considerado como alta
traición y se destruyesen sus templos. Atenas, por supuesto, no fue ajena a este ambiente de
represión religiosa y en el año 429 el Partenón fue saqueado y los paganos atenienses perseguidos.
La intolerancia siguió campando a sus anchas a lo largo del siglo V, siendo destruidos numerosos
monumentos, altares y templos en todas las ciudades griegas.

Entre las víctimas de la política anti-pagana podemos contar a algunas de las obras maestras de
Fidias (el famoso escultor del siglo V a.C.), como las gigantescas estatuas de Atenea Pártenos y de
Atenea Prómaco. La primera -una escultura en madera recubierta de oro y marfil de casi 12
metros de altura- presidía la cella o capilla del Partenón y parece ser que fue trasladada a
Constantinopla por orden de Teodosio II (408-450), donde debió embellecer algún palacio hasta que
desapareció de la historia siglos más tarde (probablemente sus restos fueron destruidos durante la
toma de Constantinopla en 1204). El mismo destino sufrió la gran estatua de bronce de Atenea
Prómaco, situada entre los Propileos y el Erecteion, trasladada a la capital del Imperio por orden
de Justiniano I (527-565). Aunque nada de estas obras haya llegado a nuestros días, sabemos cómo
eran gracias a las imágenes reproducidas en monedas, a copias de pequeña escala que eran
adquiridas por los peregrinos que visitaban los templos y a las detalladas descripciones que
Pausanias hizo en su obra Descripción de Grecia en en siglo II d.C.

La política represiva de los emperadores cristianos culminó en 529 d.C. cuando Justiniano ordenó
el cierre de la Academia de filosofía de Atenas y la confiscación de sus bienes. Durante su reinado se
construyeron muchas iglesias y monasterios sobre las ruinas de templos paganos arrasados. Estas
acciones marcaron la definitiva decadencia de la Atenas greco-romana y de todo lo que
simbolizaba.

Pero no sólo la represión religiosa se abatió sobre la Atenas de los siglos V y VI. En 396-97, los
visigodos de Alarico irrumpieron en Grecia y la devastaron: Atenas, Tebas, Corinto y el Peloponeso
fueron escenario de sus acciones, hasta que las autoridades de Constantinopla lograron desviarlos
hacia Occidente (saqueo de Roma, en 410). Más tarde, bajo Justiniano, las murallas atenienses
fueron reparadas y reforzadas dentro del programa de construcciones militares que se llevó a cabo
a lo largo de todo el Imperio. Esta precaución mostró su utilidad cuando los eslavos empezaron a
hacer estragos en los Balcanes y en Grecia. A Atenas le tocó de nuevo padecer la violencia bárbara
en 580, cuando los eslavos arrasaron la ciudad; las fortificaciones de la Acrópolis demostraron su
valor, sirviendo de refugio a la menguada población ateniense, ya seriamente afectada por las
epidemias que se cebaron sobre el Imperio desde la gran peste de 541.

Pero, a pesar de saqueos y expoliaciones, no dejaron de levantarse nuevos edificios en Atenas, en


ocasiones aprovechando los derribados. Así, los restos de la biblioteca de Adriano terminaron
formando parte de la muralla romana (reparada en 412) y en el centro del peristilo de la antigua
biblioteca fue construida una iglesia cristiana que se mantuvo en pie hasta el siglo VII, momento en
el que fue sustituida por una basílica, sobre cuyos restos a su vez se construyó en el siglo XI la
iglesia de Megala Panagia, que fue destruida por un incendio en 1885. Otro ejemplo es el del Odeón
de Agripa, en el Ágora; este edificio, construido en 15 a.C., fue destruido durante el ataque hérulo
de 267 y sobre sus restos se construyó en el año 400 el Gimnasio.

Las décadas finales del siglo VI y los primeros años del VII vieron la conversión de
algunos de los grandes monumentos paganos de Atenas en iglesias cristianas: así ocurrió
con el templo de Hefesto (convertido en la iglesia de San Jorge desde el siglo V hasta
1834), con el Erecteion (iglesia desde el siglo VII), con la Torre de los Vientos (en el
Ágora romana, transformada en baptisterio de una iglesia adyacente) y con el Partenón
Templo de (consagrado a la Virgen María en 450 d.C.), salvándose de este modo estas obras para la
Hefesto posteridad. No corrió la misma suerte el Olimpeion (el templo de Zeus Olímpico
(Ágora) terminado por Adriano), que durante la Edad Media sirvió de cantera para nuevas
construcciones.
Atenas en el período bizantino medio (siglos VIII d.C. - XII d.C.)

Es poco lo que sabemos sobre Atenas durante los siglos VIII y IX, pero no es difícil imaginar lo
ocurrido. Como apuntábamos más arriba, el Imperio romano de Oriente se sumió en una profunda
crisis desde la segunda mitad del siglo VI, teniendo que hacer frente a epidemias, invasiones de
eslavos, ávaros, búlgaros, persas y árabes, guerras y grandes pérdidas territoriales y humanas.
Todo esto generó una auténtica catástrofe demográfica, cultural y económica que puso a la vida
urbana en trance de desaparición. Para Atenas, este período de crisis se tradujo en el abandono de
la mayor parte de la ciudad, concentrándose la población superviviente tras las viejas murallas
romanas. Fuera de este reducido espacio sólo se dio alguna actividad constructiva en la zona del
Ágora, y limitada a la estricta cobertura de necesidades locales básicas: fábricas de tejas, ladrillos y
cerámica, almazaras y alguna que otra iglesia.

Integrada en el thema de Hellas, cuya capital era Tebas, Atenas era en esa época más una plaza
fuerte que una ciudad, aunque todavía albergaba una pequeña aristocracia local capaz de financiar
algunas obras a pequeña escala. De esta reducida élite saldría una de las más famosas emperatrices
de Bizancio: Irene (752-803), esposa de León IV (775-780) y descataca iconódula. Según se
desprende de algunos testimonios fragmentarios, parece que Atenas fue cabecera del thema en la
primera mitad del siglo IX.

Un período de recuperación y reorganización se


inició en el siglo IX y alcanzó su plenitud en los
siglos XI y XII. La creciente seguridad, fortaleza y
prosperidad del Imperio bizantino bajo la dinastía
macedónica se tradujo en un vigoroso
renacimiento de la vida urbana. En Atenas esta
recuperación tuvo su reflejo en la conversión del
obispado local en arzobispado a mediados del siglo
IX y en metropolitano a finales del siglo X. En esta
época, la iglesia de la Madre de Dios -el Partenón-
se había convertido en un punto de atracción de
peregrinos de todo el Imperio y el propio Basilio II
(976-1025) le ofrendó su victoria sobre los
búlgaros en 1018.

El rápido crecimiento ateniense se tradujo en una


fuerte actividad constructiva que aprovechó
Panaghia Kapnikarea buena parte de los materiales que, en forma de
ruinas de la antigüedad, estaban presentes por
toda la ciudad.

Los estrechos límites de la muralla romana pronto fueron superados y la reurbanización no tardó
en alcanzar el Ágora, en la que se han encontrado restos datados en los siglos IX-X. Atenas, sin
duda, volvió a ser una ciudad de cierta importancia, como atestigua la magnificencia y solemnidad
que se quiso dar a las nuevas construcciones religiosas, en las que se emplearon los mejores
materiales rescatados de los viejos edificios.

La elegancia clasicista de mosaicos y relieves en las iglesias y monasterios nos dan


cuenta de los estrechos vínculos que una aristocracia local rica y poderosa mantenía con
Constantinopla. Ejemplos de esto los tenemos en las iglesias que han llegado a nuestros
días, como la Panaghia Kapnikarea (levantada en el siglo XI sobre los restos de un
templo dedicado a Atenea o a Demeter), Aghioi Apostoloi (siglo XI, en el Ágora), Aghioi
Theodoroi (siglo XI), Aghios Eleutherios (siglo XII), Panagia Sotira (del siglo XII, cerca
de la Torre de los Vientos), Panaghia Gorgoepikoos (también llamada Pequeña Aghioi
Metrópolis, levantada sobre otro viejo templo pagano), Aghios Nicodemos (la mayor y Theodoroi
más antigua, edificada sobre unos baños romanos) o el monasterio de Daphne (del siglo
XI, construido sobre los restos de un templo dedicado a Apolo).
Hasta dónde se extendía la Atenas de los siglos XI y XII?
¿Cómo eran las casas que habitaban los atenienses
medievales? ¿A qué se dedicaban? Afortunadamente,
disponemos de algunas informaciones para arrojar luz
sobre estos interrogantes.

Las viejas murallas de Temístocles seguían marcando los


límites de la ciudad, pero ya no eran empleadas para fines
defensivos, pues esa función recaía sobre la muralla
romana. Según parece, los distritos más densamente
urbanizados se situaban en el Ágora, en las pendientes de
la colina del Areópago, en el lado sur de la Acrópolis y en
el área norte del Olimpeion. Estas zonas eran la residencia
de las clases medias y bajas, que habitaban casas sencillas
construidas con materiales baratos y accesibles, levantadas
con frecuencia sobre las ruinas de edificaciones más
antiguas. Las viviendas constaban de unas pocas
habitaciones dispuestas alrededor de un patio interior
(siguiendo un esquema milenario en las tierras
Panaghia Gorgoepikoos mediterrráneas) y disponían de almacenes en los que
guardar los productos agrícolas de los que dependía la
economía ateniense.

En esta época Atenas creció sin planificación urbanística alguna, de forma espontánea, aunque se
respetase más o menos el trazado de las principales arterias de la ciudad. Es de suponer que, dada
la afluencia de peregrinos y la relativa importancia que tenía la ciudad tanto desde el punto de vista
económico como religioso y administrativo, debía disponer de albergues, tabernas y lonjas. De
existir algún establecimiento de baños, lo más probable es que se encontrase dentro del área
delimitada por la vieja muralla romana, pues esa zona era el corazón administrativo y económico
ateniense y el área residencial de las clases superiores.

Un documento fragmentario de los siglos XI-XII, el Praktikon, ha permitido conocer algunos datos
interesantes sobre la Atenas medieval. Esta fuente, que informa sobre las tierras y propiedades de
una institución eclesiática, nos dice que existían tierras de cultivo dentro de la propia ciudad, «entre
casas e iglesias», muchas cerca de la «muralla imperial» (la muralla de Temístocles). También
existían campos cerca de la puerta Dipylon y en toda la zona comprendida entre las murallas y el
Ágora había árboles, prados, iglesias y antiguos edificios.

Este mismo documento nos da pistas sobre las actividades de los atenienses; si bien la agricultura
era la ocupación principal, existía un cierto grado de diversificación industrial y comercial,
pudiendo encontrarse talleres de fabricación de tintes (entre la Acrópolis y la Colina de las Musas
se localizaban factorías de púrpura), de alfarería (se han encontrado restos en la zona del mercado
romano y del Areópago), de fabricación de jabón, curtidurías o tenerías (cerca del Olimpeion), etc.
En cuanto al comercio, parte de estos productos se vendían en mercados locales y regionales, e
incluso existió cierto tráfico internacional: en el Ágora se han descubierto monedas árabes del siglo
X y los restos de una pequeña mezquita atestiguan la presencia de una colonia de mercaderes
musulmanes y más tarde, en el siglo XII, Atenas se contó entre los puertos en los que los venecianos
tuvieron privilegios comerciales.

¿Cuántos habitantes tenía Atenas durante este período de recobrada prosperidad? Desde luego, tan
sólo una fracción de los 200.000 habitantes que llegó a tener en su apogeo en el siglo V a.C., y
bastantes menos de los 50.000 que tenía en tiempos de Justiniano. Excepto Constantinopla,
Tesalónica y alguna que otra gran urbe, las relativamente abundantes ciudades del Bizancio de los
siglos XI-XII eran centros urbanos pequeños o medianos. Según algunos estudios, es muy probable
que la cercana y próspera Corinto estuviera habitada por entre 15.000-20.000 personas, así que,
dada la relativa importancia de Atenas en esa época, no es demasiado aventurado suponer que su
población fuese similar a la de Corinto.
La decadencia de Atenas (siglos XIII d.C. - XV d.C.)

Aunque a mediados del siglo XII Atenas se mostraba como una ciudad floreciente, parece que en la
parte final del siglo entró en un período de rápida decadencia cuyas razones no están demasiado
claras.

En 1204 parte de la ciudad fue destruida por León de Nauplia y ese mismo año fue convertida en
feudo franco dentro del Imperio Latino de Constantinopla, una de las entidades surgidas del
reparto que los integrantes de la IV Cruzada hicieron tras la toma de la capital. Los franceses se
mantuvieron hasta 1311, año en que el ducado de Atenas pasó a manos de los almogávares
catalanes y de la corona de Aragón (1311-1387), y finalmente se convirtió en un dominio
independiente bajo el gobierno del señor de Corinto, el florentino Nerio I (1387-1395), de la familia
Acciajuoli. El último acto de la historia medieval de Atenas se escribió en 1456, cuando el último
duque florentino entregó la ciudad a los turcos, que no tardaron en convertir al Partenón en una
mezquita. Comenzó entonces una nueva etapa en su historia.

En cuanto a la población y a la extensión de la ciudad, la decadencia que vivía desde finales del siglo
XII se tradujo en su confinamiento, una vez más, al espacio delimitado por la muralla romana,
concentrándose la población bajo las laderas norte y nordeste de la Acrópolis (razón por la que los
viajeros que llegaban a la ciudad desde el Pireo no veían apenas casas y pensaban que Atenas era
poco más que una aldea). El Ágora no era en esta época más que un prado en el que las ovejas
pacían apaciblemente entre los restos de glorias pasadas, y lo mismo podía decirse del resto del
espacio comprendido entre las ruinosas murallas exteriores y la muralla romana.

Sólo es posible dar una cifra aproximada de los habitantes que podía tener Atenas en los siglos
XIII-XV. En 1395 el italiano Niccolò da Martoni visitó la ciudad y nos dejó un vívido relato de lo
que allí vio. Además de visitar el Partenón y ver las reliquias que atesoraba (entre otras, unos
huesos del cráneo de san Mauricio, varios trozos de los brazos de san Cipriano y san Justino y el
codo de san Macabeo), Niccolò narró sus impresiones sobre las antiguas ruinas que se encontraba a
cada paso y estimó en unas 1.000 las casas que había en Atenas, lo que nos daría una población de
más o menos 5.000 personas, si bien hay algunos autores estiman que la población a mediados del
siglo XIV debía ser superior, y hay testimonios de viajeros del siglo XVII según los cuales la
población debía estar cercana a los 8.000 habitantes.

Por lo que respecta a las construcciones realizadas en la ciudad durante este período, durante el
dominio franco se reforzaron las defensas de la Acrópolis y se realizaron algunas construcciones
menores. Durante el gobierno de los florentinos, los Propileos fueron convertidos en palacio ducal,
el Partenón embellecido y restauradas algunas iglesias. El conjunto de la Acrópolis se mantuvo sin
modificaciones externas de importancia, tal y como lo había hecho en el transcurso de los siglos. En
1674 el embajador francés, el marqués de Nointel, llegó de visita a Atenas acompañado por Jacques
Carrey, quien hizo dibujos del Partenón. Gracias a ellos sabemos que en esa época aún permanecía
intacto, y así se habría mantenido hasta nuestros días de no haber sido por el desastre acaecido el
26 de septiembre de 1687, cuando el veneciano Francesco Morosini -que había puesto sitio a la
Acrópolis- ordenó su bombardeo, a pesar de saber que los turcos almacenaban pólvora allí. El
resultado fue la destrucción de buena parte del maravilloso Partenón.

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