TEMAS – EL HOMBRE COMO IMAGEN DE DIOS En estas tres verdades, soy, conozco y amo no hay duda alguna

porque las conozco, no por los sentidos sino por el entendimiento.

Este fragmento pertenece a La Ciudad de Dios, obra que consta de
22 libros, de los cuales los 10 primeros se dedican a defender al
cristianismo de los ataques de los autores paganos y los 12 últimos
exponen de manera positiva la concepción cristiana de la filosofía
agustiniana, relacionados con el problema principal que se plantea
en el texto: Dios ha creado las cosas y ha dejado en ellas la impronta
de su bondad, pero de manera especial esa impronta, esa imagen de
Dios que se encuentre en el alma del hombre.
El texto se sitúan dentro de la problemática general del pensamiento
de San Agustín, que se dirige fundamentalmente a dos cuestiones: el
conocimiento del hombre y el conocimiento de Dios.
El conocimiento de Dios es el conocimiento más importante que
podemos alcanzar, es el conocimiento de nuestro origen y nos brinda
la felicidad. Así, conocer a Dios es la más dichosa ocupación del
espíritu porque Él es el valor de los valores, el sumo bien.
Así refuta a los escépticos con el argumento de la autoconciencia. S.
Agustín afirma que si nos engañamos necesariamente tenemos que
estas existiendo. Por lo tanto deduce del engaño un conocimiento
irrefutable (el de nuestra existencia), conocimiento intuitivo que se
convierte en fundamento de la verdad. Este argumento ha
demostrado que el conocimiento racional es posible.
Una vez demostrado que la verdad está al alcance del ser humano, S.
Agustín hace hincapié en que es el hombre completo, el que conoce
y el que ama, el que busca a Dios. Por ello el proceso del
entendimiento que al ser iluminado alcanza la sabiduría y se aparta
del error es el mismo que el de la voluntad. Esta con la ayuda de la
gracia supera el libre albedrío y alcanza la libertad (imposibilidad de
pecar) propia de la vida santa. Por ello felicidad y sabiduría se
identifican pues representan la unión total del hombre con Dios.

En cambio, el conocimiento del hombre es el conocimiento primero

en el orden temporal que nos hace dignos de la vida feliz porque a
través de este conocimiento podemos llegar a Dios. Así, en la
autoconciencia, en la interioridad, nos pensamos a nosotros mismos
y es entonces cuando vislumbramos un reino superior de valores y la
necesidad de alcanzarlos. De este modo surge el impulso de la
trascendencia, de salir fuera de nosotros para encontrar el
fundamento de estos valores, es decir, Dios. Este proceso es el
interiorismo agustiniano. El hombre busca a Dios a través de dos
facultades fundamentales, la razón y la fe.
La razón busca la verdad y ayuda al hombre a alcanzar la fe. Solo la
fe encuentra la verdad, es decir, orienta e ilumina la razón. La
auténtica sabiduría no se la proporciona al hombre la filosofía,
entendida como actividad racional volcada sobre los contenidos de
la fe.
RESUMEN TEXTO
El texto relata que el hombre es una copia imperfecta de Dios, pero
la más cercana a Él de todo lo creado. En nuestro interior
encontramos la imagen de Dios, la Trinidad: “somos, conocemos
que somos y amamos este ser y conocer”. S. Agustín afirma que
estas verdades, de orden inteligible, son indudables y por ello
procederá a refutar a los escépticos que niegan la posibilidad de
conocer verdades inteligibles y para ello utilizará el argumento de la
autoconciencia.

La razón explica la verdad alcanzada por la fe: una vez aceptada la

fe, la razón permite al creyente dentro de unos límites profundizar en
lo que la fe dice. La afirmación de S. Agustín para expresar esta
colaboración es “comprende para creer, cree para comprender”.

La idea principal del texto es que el hombre es una imagen

imperfecta de Dios, de la Trinidad. Dios, el Padre se conoce a sí
mismo y formula al Verbo, el Hijo y la relación del Padre con el
Hijo es el amor que brota entre ambos, es decir, el Espíritu Santo.
Por lo tanto las ideas están el Verbo, es decir en el conocimiento que
Dios tiene de sí mismo.

Luego Dios está en el hombre y el hombre es una imagen de Dios.

La creación es producto de una acción libre de Dios. Según el
ejemplarismo creador, Dios conocía a todas las criaturas en su mente
como ejemplares, como modelos perfectos; pero los hizo tal y como
existen, como reflejos externos y finitos de su divina esencia.

El mundo de las criaturas refleja y manifiesta a Dios, aunque lo haga

de forma inadecuada, siendo el alama humana el reflejo más
perfecto de la divina esencia de la Trinidad, en cuanto que es, se
conoce a sí misma y ama su ser y su conocer.

Así la esencia divina es conocida por el hombre a partir de la

experiencia de su ser, de su conocer y del amor que el alma siente
hacia el ser y el conocer.
SABIDURÍA E ILUMINACIÓN
Este fragmento pertenece a La Ciudad de Dios, obra que consta de
22 libros, de los cuales los 10 primeros se dedican a defender al
cristianismo de los ataques de los autores paganos y los 12 últimos
exponen de manera positiva la concepción cristiana de la filosofía
agustiniana, relacionados con el problema principal que se plantea
en el texto: Dios ha creado las cosas y ha dejado en ellas la impronta
de su bondad, pero de manera especial esa impronta, esa imagen de
Dios que se encuentre en el alma del hombre.
S. Agustín, al tratar el tema del conocimiento, se enfrenta a los
escépticos, que niegan la posibilidad de conocer la verdad para el
hombre, relegando nuestra capacidad cognoscitiva al ámbito de los
sentidos. S. Agustín refutará a los escépticos con el argumento de la
autoconciencia: el cual dice que para engañarnos, debemos existir;
por lo que a partir del engaño extraemos un conocimiento
irrefutable, el de nuestra existencia.
falcultad del amor y sólo el dinamismo del amor puede logar la
decidida vocación de trascendencia del hombre.
Una condición de la acción de la voluntad es que ésta sea libre. S.
Agustín distinguirá sobre el concepto de libertad, el libre albedrío
(elección entre el bien y el mal) y la libertad, que solamente será
alcanzada por la gracia, y en su grado más elevado, consiste en la
imposibilidad de pecar, aunque este grado no se alcanza en esta
vida; la posee la voluntad Santa que solo puede elegir el bien.
Por lo que la voluntad libre, está obligada a amar a Dios como un
deber que emana de su propia naturaleza dependiente y creada, y
como la única perfección moral que el hombre ha de perseguir.

Una vez demostrado que el conocimiento de la verdad es posible

para el hombre, a continuación explicaremos las facultades que
intervienen en ese proceso: sensación, razón y entendimiento.

La sensación es la pasión sufrida por el cuerpo a través de la acción

ejercida desde el exterior por un objeto. S. Agustín concibe la
sensación como un estado del alama activo: hay sensación cuando el
alma no ignora lo que el cuerpo padece, ya que consiste en la acción
que el alama realiza sobre si misma valiéndose del cuerpo. Es un
conocimiento sensible que proporciona opinión y estos solo captan
multiplicidad y no unidad.

La razón es la facultad de juzgar que discierne, define, clarifica,

asocia y distingue las sensaciones y su capacidad es proporcionar
ciencia. Su función es mediadora hacia la verdad. Ocupa un lugar
intermedio entre el conocimiento sensible y el entendimiento, ya que
juzga sobre cosas sensibles a partir de modelos inteligibles (las
ideas).

El entendimiento es la facultad suprema del conocimiento del

hombre que nos proporciona la intuición de las ideas en la que este
Ser supremo está presente. El entendimiento proporciona la
sabiduría pero ello no sería posible sin la iluminación de Dios. Así el
entendimiento no alcanzaría la verdad si no fuera por la acción de
Dios. S. Agustín expone que conocemos a Dios al ser iluminados
por Él.

S. Agustín coincide con Platón en que la verdad es previa al

pensamiento y que éste no la crea, sino que la descubre. Sin
embargo, difiere de él al no admitir la teoría de la reminiscencia
(conocer es recordar) y de la preexistencia del alma. Para S. Agustín
tiene la función primordial de tener en cuenta la presencia de Dios
en el alma.

La memoria es principal de la vida interior; a través de ella el alma

recupera su vocación de felicidad y eternidad y conserva el vestigio
de su ser anterior a la Caída. Si el alma busca la felicidad es porque
no la posee, pero también porque no la ha olvidado del todo, al tener
un cierto conocimiento de ella por la memoria.

Finalmente, el hombre que conoce a Dios es también porque lo ama.

La felicidad únicamente se halla en Dios, en su posesión amorosa y
en la unión sobrenatural y plena con Él. Así la voluntad es la
CONTEXTUALIZACIÓN SAN AGUSTÍN
El surgimiento del cristianismo en el siglo I significa una nueva
experiencia de la realidad que contrasta fuertemente con la filosofía
helénica griega, ya que ésta tiene el carácter de discusión y
elucidación racional acerca de los problemas físicos, éticos,
políticos…
Mientras que el cristianismo aparece como religión positiva,
doctrina fundada en una tradición revelada por Dios a los hombres.
El cristianismo se basa en el monoteísmo, es decir, hay un solo Dios
verdadero, omnipotente, omnipresente y eterno, Padre y creador del
mundo y sus criaturas, entre las cuales el hombre, hecho a su propia
imagen, es su preferida.
Dios interviene en la historia, es Providente, y ha enviado a su hijo a
este mundo, que tiene principio y fin, para salvarnos. Además, el
cristianismo tiene vocación de universalidad.
Los cristianos, influenciados por la filosofía helénica griega,
necesitaban el saber filosófico para: defender su independencia y
originalidad frente a los ataques de los judíos y de los autores
griegos, aclarar los presupuestos racionales de su fe y defender una
interpretación ortodoxa frente a otras muchas interpretaciones
posibles creando para ello una dogmática y una doctrina capaces de
institucionalizar el mensaje de Jesús.
Entre los primeros pensadores había personas, como Taciano y
Tertuliano, que mantenían una posición hermética frente a la
filosofía griega, y había otras personas que buscaba puntos de
contacto entre esta y el cristianismo, considerando superior a la
filosofía griega.
A lo largo de la Patrística, los cuatro primeros siglos de la historia
del cristianismo, los principales pensadores cristianos se pueden
agrupar en: Apologistas griegos y latinos, la Escuela de Alejandría y
Padre griegos y latinos.
Los Apologistas constituyen los primeros pensadores cristianos y
eran perseguidos por el poder político tanto romano, como griego
por ser paganos. Entre los apologistas griegos destacan S. Justino
mártir y Taciano; y entre los apologistas latinos destaca Tertuliano.
Los apologistas no construyen sistemas filosóficos, pero sí ponen de
relieve los problemas que afectan a la relación entre filosofía y
cristianismo: Dios, la creación, la naturaleza humana, la razón y
fe…
Alejandría es durante la segunda mitad del siglo II y el siglo III el
centro principal del cristianismo, y allí tiene lugar la Escuela de
Alejandría, donde los pensadores cristianos más destacados san
Clemente y Orígenes, que usan ampliamente la especulación
filosófica como método para justificar racionalmente las verdades
reveladas cristianas.
Clemente, cuya obras más importante son los Strometa, intenta
aminorar la actitud hostil contra la filosofía, que entre los cristianos
habían generado los gnósticos, concibiendo la filosofía como una
preparación para la fe y, una vez alcanzada ésta, sirve para
profundizarla y defenderla.
Orígenes, discípulo del anterior y cuyas obras más importantes son
Acerca de los principios y Contra Celso, dedica su vida al estudio de
la filosofía griega y a traducir la Biblia desde su significado literal a
una interpretación más espiritual y alegórica.
Con los Padre griegos y latinos, entre los siglos IV y V, se produce
la consolidación definitiva del cristianismo puestos que dejaba de
estar prohibida y perseguida (Edicto de Teodosio I, 380). Entre los
padres griegos destacan Eusebio de Cesárea y Gregorio de Nisa; y
entre los Padre latinos destaca San Ambrosio, hombre que influyó
en la conversión de S. Agustín.
San Ambrosio practicaba como maestro de exégesis la interpretación
alegórica de la Biblia definida por Orígenes, con lo que mostró a S.
Agustín el recto camino por el que el libro sagrado dejaba de parecer
absurdo.
S. Agustín, obispo de Hipona y santo de la Iglesia, nació en Tagaste
el 13 de noviembre de 354. Su madre, Mónica, también cristiana y
santa, atrajo a su hijo al camino de la fe. Fue enviado a Madaura,
donde asistió a la escuela de Gramática. Allí leyó a autores latinos
como Tertuliano, y a los 16 años vuelve a Tagaste, donde a causa de
impulsos juveniles tiene amoríos y hace gamberradas.
Pasado allí un año marcha a Cartago donde asiste a la escuela de
Retórica, entabla relaciones no matrimoniales con una joven y a los
18 años tiene un hijo, Adeodato. Lee a los 19 años Hortensio de
Cicerón que le impresiona vivamente y le despierta la pasión por la
verdad.
Se hace maniqueo, secta cristiana materialista, después se desengaña
del maniqueísmo para encontrar en él demasiados defectos y no
satisfacer su ansia de claridad intelectual, y se marcha a Roma donde
inicia su acercamiento a doctrinas del escepticismo académico, y se
vuelve a desengañar con la sképsis de los académicos.
A los 30 años se hace profesor de Retórica de Milán y se traslada allí
con su familia, coincidiendo con San Ambrosio, obispo de Milán.
Llevado de su curiosidad intelectual lee algunos libros platónicos,
con los que le surge su inspiración filosófica, además de
cristianizarse.
La suma de tan varias experiencias intelectuales producen en él una
profunda crisis en una estancia en una finca cercana a Milán, de 386
a 387. Allí durante un arrebato de angustia, escucha la misteriosa
voz que le ordena: “Toma y lee” y abriendo la Bilbia al azar
encuentra palabras que parecen escritas para él (citas). Dimite como
profesor y escribe a San Ambrosio comunicándole su decisión de
bautizarse. El reto de su vida será una dedicación increíblemente
intensa a la causa cristiana. Decide trasladarse a Tagaste y allí funda
una pequeña comunidad, abandonando sus bienes y su compañera.
En el año 391 es ordenado sacerdote de Hipona y su fama crece sin
cesar. Participa en 3 concilios, en el 401 escribe las Confesiones, y
desde el 413 al 426 escribe La Ciudad de Dios, sus dos obras más
importantes. Mientras tanto suceden acontecimientos trascendentes
como Hipona es asediada. La muerte le encontró orando el 14 de
agosto del año 430.
Entre sus obras más importantes destacan: Contra Académicos (386)
dónde realiza una crítica al escepticismo académico; Sobre la vida
feliz (387); Soliloquios (387) donde se ocupa de cuestiones como la
inmortalidad del alma; Confesiones (410) donde relata su vida y la
Ciudad de Dios (426) donde reflexiona sobre la caída del Imperio
Romano y expone su concepción filosófica de la Historia.
Por un lado, el agustinismo es el elemento teórico más importante en
la cultura de la Alta Edad Media. Autores como S. Gregorio y S.
Bernardo se reconocen sus deudores. S. Agustín crea escuela y
determina una de las dos grandes direcciones del pensamiento
cristiano junto con el tomismo. Junto con Aristóteles, S. Agustín es
el hombre más influyente en el pensamiento de S. Tomas, de modo
que su obra fecunda la otra gran corriente del pensamiento cristiano.

Más tarde, en el Renacimiento, habrá un interés renovado por el

neoplatonismo agustiniano. Hemos de considerar a S. Agustín como
un elemento perdurable e irrenunciable del pensamiento cristiano y
de la cultura occidental.

NOCIÓN S. AGUSTÍN

Filósofos de la Academia Nueva, seguidores de Platón, había

privado al platonismo de su carácter ascético y religioso y, aunque
afirmaban la existencia de la verdad, negaban la posibilidad de
conocerla.

Frente a la interpretación escéptica de Platón, S. Agustín considerará

a Plotino el verdadero sucesor de Platón. El Neoplatonismo es una
ascética, y una filosofía de purificación y liberación del alma; afirma
la primacía del mundo inteligible frente al sensible y el filósofo
puede alcanzar la sabiduría.

Contra el escepticismo académico, S. Agustín usa un argumento

semejante al que Platón utiliza contra los sofistas. No es posible
negar el conocimiento de la verdad sino tiene la noción, aunque sea
confusa de la misma.

El argumento utilizado por S. Agustín es el argumento de la

autoconciencia, y de este modo refutará a los escépticos: “Si me
engaño, tengo que existir. Luego si existo (verdad no dudable) y de
este conocimiento deduzco que puedo conocer verdades, es decir, sé
que conozco”.